Por Yolanda Monge
*
Desde
Londres
Pobreza, represión o
guerra son situaciones en las que vive la mayoría de la población
mundial. En multitud de países, los gobiernos encarcelaron, torturaron
y recurrieron al homicidio para silenciar a la oposición y mantenerse
aferrados al poder. El abismo cada vez más profundo entre ricos
y pobres alimentó en algunos países las protestas de los
desesperados y los desposeidos, que como única respuesta encontraron
la brutalidad y la violencia. En otros países, la inestabilidad
política degeneró en conflictos armados abiertos en los
que una infinidad de hombres, mujeres y niños quedaron mutilados
para siempre o fueron masacrados. Pierre Sané, secretario general
de la organización internacional de defensa de los derechos humanos
Amnistía Internacional AI, es la voz de esas víctimas.
Tras casi 10 años al frente de la organización, este senegalés
de 52 años cede el puesto a finales de mes a la bangladesí
Irene Khan porque considera que su etapa ha concluido. Desde
su despacho de la secretaría general de AI en Londres, Sané
narra a este diario su mejor y su peor momento vivido al frente de AI.
El caso Pinochet es un triunfo para los derechos humanos,
declara satisfecho. Pero nunca mientras viva podré olvidar
la vergüenza del genocidio en Ruanda. Hombre menudo, que asegura
que nunca sintió violados sus derechos humanos, sorprende al declarar:
Estoy absolutamente convencido de que antes del final de mis días
veremos abolida la pena de muerte en Estados Unidos.
¿Se pueden justificar las invasiones y los bombardeos en
nombre de los derechos humanos?
En este sentido la postura de Amnistía Internacional es clara.
Ni apoyamos este tipo de intervenciones ni nos oponemos a ellas. En lugar
de ello, afirmamos que las crisis de derechos humanos pueden y deben
evitarse. Nunca son inevitables. Amnistía Internacional no se opone
al uso de la fuerza: las leyes deben hacerse cumplir. No nos oponemos
a que se use la fuerza con el fin de obtener justicia. Lo que cuestionamos
es si la justicia es la fuerza motriz en la toma de decisiones de la comunidad
internacional.
La comunidad internacional intervino en 1999 en Kosovo y Timor Oriental
y se calló ante el bombardeo de Rusia por Chechenia o el genocidio
de Ruanda, de donde incluso la ONU llegó a retirar sus tropas cuando
empezaban las matanzas. ¿Por qué es tan selectiva la comunidad
internacional en sus acciones?
En principio porque no es posible intervenir en todos los países
que violan los derechos humanos. No es posible bombardear a todos los
países. Aun así es cierto que hay países occidentales
que miden con un doble rasero la cuestión de los derechos humanos.
La imposición de sanciones por parte de la ONU a Libia e Irak,
por ejemplo, contrasta absolutamente con la total carencia de sanciones
a Israel por negarse a cumplir las resoluciones del Consejo de Seguridad.
En Turquía se han destruido unos 3000 pueblos kurdos y las fuerzas
de seguridad turcas han matado a miles de civiles kurdos. La comunidad
internacional no ha amenazado con actuar y Turquía ha sido aceptada
como candidata a convertirse en Estado miembro de la Unión Europea.
En el mundo se están librando al menos 10 guerras internacionales
y 25 guerras civiles, muchas de ellas en el Africa subsahariana, y las
exportaciones de armas de los países occidentales a la región
casi se duplicaron el año pasado. Por no hablar de Arabia Saudita,
donde las torturas son sistemáticas o China, que en 1999 llevó
a cabo la campaña más represiva de toda la década
contra la disidencia pacífica y la libertad religiosa.
En su opinión, ¿cual es el gobierno más hipócrita
en el respeto a los derechos humanos?
Sin lugar a dudas, Estados Unidos. Por varias razones. Porque se
viola un derecho fundamental, la vida, cada vez más y más
despiadadamente con cada ejecución que se practica. Y porque su
gobierno pone siempre sus intereses nacionales por encima de los derechos
humanos en todo el mundo.
¿Acepta usted el argumento empleado, entre otros, por los
islamistas de que los derechos humanos son un invento occidental
que atenta contra la especificidad cultural de los otros pueblos?
Los derechos humanos son universales. En todas las culturas y en
todas las religiones el derecho a la vida, a la integridad física
y a un mínimo de calidad de vida están reconocidos. Me pregunto
qué sentirían los que creen lo contrario si fueran ellos
las víctimas.
George W. Bush, el presidente de Estados Unidos, ha firmado varias
condenas a muerte en sus años de gobernador de Texas.
Es vergonzoso. Pero sin embargo yo creo que el hecho de que Bush
esté en la presidencia puede hacer pensar a la gente que es un
aliciente para promover aún más la pena de muerte, lo que
finalmente puede desembocar en concientizar más a los abolicionistas
a movilizarse. Estoy absolutamente convencido de que antes del final de
mis días veremos un Estados Unidos sin pena de muerte.
¿Entiende al pueblo serbio cuando dice que no quiere que
su antiguo presidente Slobodan Milosevic sea llevado a La Haya para ser
juzgado por crímenes contra la humanidad?
Puedo entender que quieran que sea juzgado en Serbia pero no nos
engañemos, allí nunca se lo va a juzgar por lo que La Haya
lo acusa, por crímenes contra la humanidad. Es como si la gente
pudiera decidir entre juzgar a alguien por robar dinero o asesinar a toda
tu familia. No hay decisión posible.
¿Cómo ayudan los medios de comunicación a Amnistía
Internacional?
Los medios de comunicación son parte indispensable de nuestro
trabajo. Con la difusión de nuestras investigaciones y denuncias
nos ayudan a avergonzar a los Estados.
A los ojos de los regímenes totalitarios, Amnistía
es una organización revolucionaria.
En efecto. Para todos aquellos que no respetan los derechos humanos
así es.
Amnistía Internacional está a punto de cumplir 40
años. Los últimos diez usted ha estado al frente. Respecto
de los derechos humanos, ¿qué ha sido lo mejor y lo peor
de estos años?
Lo mejor, el caso Pinochet. Con este caso se han establecido dos
principios muy importantes. Primero, que los jefes de Estado no tienen
inmunidad, y segundo, el surgimiento de la idea de que la justicia global
es posible. Y lo peor, sin ninguna duda, la vergüenza del genocidio
en Ruanda en 1994 (en el que fueron masacrados a machetazos unas 800.000
personas, la mayoría tutsis pero también hutus moderados).
Toda aquella gente moría cada día ante nuestros ojos en
televisión y no se hacía nada. Ni en todos los años
que me quedan de vida dejaré de pensar que se podía haber
hecho más.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.
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