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el Kiosco de Página/12

Carta abierta al
Dr. Jorge Batlle
Por Juan Gelman

En la medianoche del 13 de julio de 1976, un grupo de tareas argentinouruguayo irrumpió violentamente en el domicilio de la maestra Sara Méndez en la ciudad de Buenos Aires, donde se encontraba a consecuencia del golpe de Estado en Uruguay del 27 de junio de 1973. El entonces mayor del ejército uruguayo José Nino Gavazzo y el agente de la SIDE argentina Aníbal Gordon, juntos en el marco de la Operación Cóndor, comandaban el operativo. A Sara Méndez le arrebataron el hijo, Simón Riquelo, de 20 días de edad, antes de trasladarla al centro clandestino de detención “Automotores Orletti”. Esa medianoche de hace un cuarto de siglo fue la última vez que Sara vio a su hijo.

Señor Presidente de la República Oriental del Uruguay
Dr. Jorge Batlle

Muy apreciado Señor Presidente:
Le escribo desde el lugar conmovido que usted inscribió en mí cuando me dijo “Yo también soy abuelo” y se le humedecieron los ojos. Eso habla además de un padre al que seguramente se le humedecerán los ojos cuando en sus hijos piensa. Por eso creo que su voluntad de encontrar y devolver a su filiación a Simón Riquelo, el hijo de Sara Méndez, es firme y cierta. Me consta que esa voluntad de hallar ante todo a los niños robados, hijos de desaparecidos, lo animaba a usted aun antes de ser electo presidente.
Usted ha establecido la Comisión para la Paz, que se empeña con denuedo en conocer el destino de los desaparecidos, también el de esos niños, y es notorio que la comisión tropieza con el pacto de silencio construido por ladrones y asesinos que mancharon las dignas tradiciones del ejército del Uruguay. No son muchos, pero todavía los protege el silencio de una mayoría de jefes y oficiales que nada tuvieron que ver con esos actos y a quienes esos actos contaminan. Los crímenes son contagiosos. La omisión ante ellos es un crimen tan manifiesto como su comisión y los prolonga.
Quienes perpetraron tales crímenes y quienes los incitan al silencio, o lo amparan de algún modo, o nada hacen para que se torne palabra, están mutilados de una dimensión humana que viene del fondo de los siglos. Hasta el hombre primitivo protegía con piedras los restos de sus antepasados para que las bestias no los devoraran. Los padres, los hijos, los familiares de los desaparecidos no pueden todavía honrar a sus seres queridos donde corresponde. Las tumbas que les corresponden. ¿Esos desaparecidos seguirán ausentes de la historia y de la cultura cívica uruguaya? ¿Y qué habrá de infiltrarse por esas quebraduras de la memoria nacional? ¿Otras repeticiones? Y el teniente coronel (R) José Nino Gavazzo, el que sabe qué pasó con Simón, ¿por qué no habla? ¿No escucha lo que su madre todavía le dice, viva o muerta? ¿Está sordo de madre?
Señor Presidente: pienso que los Gavazzo y quienes los cobijan no han comprendido cabalmente su gesto de grandeza política al crear la Comisión para la Paz, un puente que podrían transitar sin sobresaltos para aliviar los dolores del país. Y me vuelvo a preguntar: ¿por qué no hablan, si su impunidad está asegurada? ¿Tienen acaso vergüenza? ¿Su vergüenza personal –si existiera– es más importante que un Uruguay sin fracturas del pasado? ¿Insisten en su cobardía? Hombres de esa laya ¿merecen todavía pertenecer al ejército uruguayo, gozar de las prebendas del retiro? ¿No están mancillando acaso a una fuerza armada que hoy defiende la Constitución y guarda la democracia? ¿No deberían entonces ser expulsados de ella si persisten en mantener secretos ominosos que tanto daño hacen a la Nación? La Comisión para la Paz no tiene la fuerza real y legal para hacerlo. Usted, desde luego, sí. Sé a quién estoy hablando: a un hombre que desde su alta investidura no vaciló, pese a los vientos contrarios, en corroborar el hallazgo de mi nieta, logrado por mi esposa, por mí, por la sociedad civil uruguaya y de todo el mundo, y confirmado por una investigación paralela del diario La República; a un hombre de indudable hidalguía que no sueña con perpetuarse en el gobierno y que sabe –así lo dijo– que se encuentra en “la última estación antes de la terminal”; a un hombre que es padre y abuelo; a un hombre que pertenece a un linaje que marcó a su país con la impronta del progreso; a un hombre que quiere cerrar las heridas que su noble pueblo padece, infligidas por una dictadura cívico-militar que él mismo padeció. Le estoy hablando a un hombre que, como tantos habitantes del planeta, desea que no pase un año más con Sara sin Simón y con Simón sin Sara. Le estoy hablando al hombre que puede conseguirlo y dejar en la historia lo que todo ser humano quisiera dejar: una estela luminosa de su paso por la vida.

 

REP

 

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