Por Horacio Verbitsky Las condiciones de detención en numerosas comisarías y cárceles de la provincia de Buenos Aires son equivalentes a las de los campos de concentración que funcionaron durante la dictadura militar, al mismo tiempo que se incrementaron las ejecuciones extrajudiciales de niños y adolescentes. Esto no ocurre por casualidad: uno de los más estrechos colaboradores del ministro de Seguridad Ramón Verón y al menos dos de los doce comisarios inspectores ascendidos el 1º de enero de este año tuvieron intervención en algunos de los casos más estremecedores de la guerra sucia de la década de 1970, como secuestros, torturas, violaciones y asesinatos de detenidos y la quema de sus cadáveres (Ver Los hombres alegres, en página 4). El abuso sistemático y masivo de la dignidad humana de las personas privadas de su libertad, que puede apreciarse en las fotografías que ilustran estas páginas, cuenta con el respaldo político del gobernador Carlos Rückauf y de su ministro de Justicia, Jorge Casanovas, quienes no hacen sino repetir la conducta de la clase política aborigen en vísperas del golpe militar de 1976 y la que ellos mismos tuvieron en aquellos años. Como entonces, la práctica de los abusadores concita un cierto consenso social, debido a la demanda generalizada de seguridad. En tinieblas En octubre de 2000, la defensora oficial María Dolores Gómez denunció ante la Cámara de Apelación y Garantías de San Isidro la situación aberrante en el penal de Sierra Chica, donde los detenidos son golpeados en forma continua y alojados en las celdas de aislamiento, conocidas con el gráfico nombre de buzones. Son cubículos de 2,50 x 2,50 metros, que carecen de luz natural y algunas de ellas también de luz artificial. Son obligados a levantarse a las seis de la mañana para bañarse con agua fría y, en caso de negarse, ferozmente reprimidos a golpes. Tampoco durante el tiempo en que permanecen aislados se les permite cambiarse de ropas. Desde afuera podía percibirse un olor nauseabundo, dado que no se les provee de ningún elemento de limpieza, lo que se agrava por la falta de agua en las letrinas, por lo cual deben convivir con sus excrementos, en el mismo lugar donde comen y duermen, en la oscuridad. Como los perros, tienen dos boles, uno para la comida y otro para la bebida. Ambos están sucios, y deben comer con las manos. Uno de los detenidos que se animó a denunciar la situación fue amenazado por el personal del servicio penitenciario. Cuando vuelvas a los pabellones, tu vida vale un blíster de Rohypnol, le dijeron. Los camaristas Fernando Maroto y Juan Carlos Fugaretta decidieron clausurar el pabellón de aislamiento de Sierra Chica hasta que se modificaran sus condiciones. El gobierno provincial desconoció la decisión. El 29 de octubre, quince presos detenidos en la comisaría de Beccar limaron sus barrotes y escaparon por los techos. Entre ellos, uno de los trasladados de Sierra Chica a raíz del hábeas corpus de María Dolores Gómez, procesado por homicidio. Desde entonces, el gobierno provincial puso en su mira a la defensora, como si la responsabilidad fuera de ella y no de la negligente custodia policial. Lejos de las cámaras En la unidad 29 de alta seguridad de Melchor Romero la vigilancia se realiza mediante circuito cerrado de televisión, pero esto no impide que los presos sean golpeados. Para ello los llevan al sector de sanidad, donde no hay cámaras. Cuando alguno se anima a denunciarlo, se le informa que la próxima vez saldrá del penal con una bolsa en la cabeza. A otro detenido le pidieron que se convirtiera en informante y como se negó lo golpearon. El sábado 3 de febrero de este año, en protesta por las condiciones de hacinamiento se produjo un motín en la comisaría de Villa Alberti, de Pilar. Al concluir, diez de los presos fueron trasladados a la Unidad Penitenciaria 30 de General Alvear. Ante denuncias de los familiares, la defensora Gómez fue al penal. Los detenidos relataron que el personal de la comisaría entró a tiros a las celdas y comenzó a golpearlos mientras gritaban Ustedes no sirven para la sociedad. A uno le rompieron dos dientes a patadas y culatazos. Los esposaron y los hicieron arrodillar durante dos horas hasta que llegó el camión, al que los subieron a empujones y, al llegar al penal, los bajaron de los pelos. Allí de nuevo los pusieron de rodillas, los golpearon, los raparon y los rociaron con desodorante porque eramos unas mierdas. El mayor de los detenidos declaró que los chicos no daban más de la paliza y yo, que soy un hombre grande, sentí que me quebraba, ya que recordé cuando estuve detenido en Olmos en la época militar. A otro lo obligaron a arrodillarse para beber agua del inodoro y en esa posición le patearon la espalda. Me amenazaron con llevarme a un pabellón donde el resto de la población me golpearía y violaría, dijo. Un tercero contó que lo hicieron desnudar, y mientras le apretaban el sexo le exigían que silbara. En todos esos casos era impresionante el terror de todos los entrevistados, no levantaban la cabeza delante del personal del servicio (penitenciario provincial(, como tampoco sacaban sus manos de atrás, notando que todos ellos se encontraban quebrados por la humillación, lloraban y me rogaban que los sacara de allí. La defensora ordenó una nueva revisión médica antes de retirarse. Todos tenían excoriaciones, heridas cortantes y/o hematomas. Varios identificaron entre los policías que los golpearon a un oficial Jaime. En un recurso de hábeas corpus firmado el 8 de febrero la defensora pidió que se hicieran cesar esas condiciones de detención y se comunicara la situación a los jueces a cuya disposición se encuentran los detenidos. El mismo día el presidente de la sala Tercera de San Isidro, Raúl Borrino, dispuso que primero fueran trasladados a dependencias policiales y luego se los alojara en otra unidad, en condiciones de habitabilidad. Un metro por persona La misma defensora Gómez, junto con sus colegas Alberto Pickenhaym
y Fernando Abad, reclamó a la Cámara por la situación
de 32 detenidos en apenas dos celdas de la comisaría Tigre III,
de Don Torcuato, donde no hay espacio para más de 15. Sólo
algunos poseen colchones, húmedos por las goteras de los
techos. Sólo existe un sanitario y el sistema cloacal se encuentra
desbordado, por lo que inunda los calabozos y ensucia los colchones con
excrementos, con lo cual los reclusos no pueden dormir. El
piso se encuentra constantemente mojado, las celdas son húmedas
y escasas de aire. No existe ventilación ni luz natural y directa.
Como carecen de agua potable, para bañarse con agua fría
deben usar un balde. Varios detenidos tenían hongos, casi todos
afecciones dermatológicas y uno tuberculosis. No recibe medicación
y comparte la celda con otros once, a los que puede contagiar. Oh Casualidad En febrero de este año, durante una reunión con funcionarios
del Departamento Judicial de Lomas de Zamora, Plo se quejó de los
jueces y defensores que objetaban las condiciones de encarcelamiento.
A la defensora Gómez la tenemos en carpeta dijo. El
29 de marzo, mientras la defensora Gómez asistía a un juicio
oral, un detenido en la comisaría de Beccar cuya presencia ella
no había solicitado fue conducido a su oficina, con un solo custodio.
El detenido se escapó por otra puerta. Al día siguiente,
dos hombres atacaron a la defensora Gómez cuando bajaba de su auto
frente a la casa de una amiga. Pensó que querían robarla
o violarla, pero la golpearon en ambos pechos y se fueron, sin decirle
una palabra, ni recoger su cartera que había caído al suelo.
Tampoco se llevaron su Ford Escort. El 4 de abril, Miguel Plo se reunió
con la defensora Gómez, abrió una carpeta y en tono amenazante
le hizo saber que tenía constancias de sus visitas a cada detenido
a lo largo de varios meses. El 5, el presidente del Tribunal de Casación
Penal de la provincia, Federico Domínguez, asoció la fuga
ocurrida en la comisaría de Beccar y la sucedida del despacho de
la defensora Gómez y presentó una denuncia penal en su contra,
para que se investigara si los hechos narrados son producto de un
accionar intencional o, al menos, negligente. Su escrito comienza
diciendo que fue Plo quien le informó de la fuga. Los únicos privilegiados Al día siguiente, el miércoles 11, el asesor de menores
de San Isidro, Carlos Eduardo Bigalli, informó a la Suprema Corte
de Justicia de la provincia de un alarmante incremento en la cantidad
de niños muertos en supuestos enfrentamientos con la policía.
En el último mes del gobierno de Duhalde la Suprema Corte, a pedido
de Bigalli, había ordenado que los tribunales de menores informaran
anualmente sobre los casos que les hubieran sido comunicados. El relevamiento
de 2000 aún no ha concluido. Bigalli cita datos de organizaciones
no gubernamentales, como la Coordinadora contra la Represión Policial
e Institucional, Correpi, según los cuales desde 1983 hasta 1999
murieron 87 niños de ese modo, mientras en los primeros ocho meses
de 2000 la cifra llegó a ocho. Dicho de otro modo: a lo largo de
16 años, que incluyen los gobiernos de Antonio Cafiero y Eduardo
Duhalde, la policía abatió a un niño cada 67 días.
En el primer año del gobierno de Carlos Rückauf, uno cada
30 días. La frecuencia más que se duplicó. Como conclusión,
Bigalli propuso la creación de un registro informático de
la Suprema Corte, que recibiría información de los tribunales
de menores y de los asesores de incapaces. El formulario tipo debería
contener por lo menos la fecha, hora y lugar del hecho; los datos personales
del niño; la fuerza de seguridad, su personal y la fiscalía
que intervinieron. Los jueces y asesores deberían remitir esos
datos al Registro dentro de las 24 horas del hecho y la Suprema Corte
debería comunicarlo al Procurador General para que dicte las instrucciones
que correspondan en cada caso.
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