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KIOSCO12

OPINION
Por Mario Wainfeld

La que se va a armar

La metáfora del Challenger. Las resistencias del menemismo a Cúneo. Urso
bajo la lupa. La familia Yoma frente a Carlos Menem. Un texto de Cavallo.
El sistema político en los albores de un mani pulite.

“¿Usted sabe por qué se rompió el (trasbordador) Challenger?” Página/12 no responde porque está claro que la pregunta que le hace el importante dirigente menemista no va en pos de su respuesta. Es un recurso coloquial que anticipa un argumento ya elaborado, ya usado en otras conversaciones. “Por una pieza de 80 dólares. Una junta de morondanga, que hizo tronar un proyecto de millones de dólares”, redondea el operador de lujo a quien Página/12 inquiría acerca de conspiraciones o manos negras.
Para el cuadro menemista no hay conspiraciones que valgan: la madre del borrego es el descuido, la chapucería. Luis Sarlenga es, cual la pieza defectuosa del Challenger, un eslabón débil, olvidado. Un error trivial, una bicoca que detona un desastre. La mujer de Sarlenga, sigue el relato, está muy enferma y adeuda las expensas de su departamento, el empresario no tiene un peso, ni abogado propio banca, lo patrocina la defensora oficial. Lo desampararon, no lo contuvieron, lo dejaron pudrirse en la cárcel siguiendo el noviazgo de Carlos Menem por los medios, no le dieron una mano para conseguir una –en términos menemistas– irrisoria fianza de 150.000 pesos. Sarlenga se quebró y prendió el ventilador, apuntando hacia arriba, hacia Emir Yoma. Ahora Emir “está preso, nervioso y lleno de odio y esto parece incontrolable”, dice el ex funcionario, uno de los pocos que conserva la calma y sin duda uno de quienes se espera que pueda “hacer algo”.
Para los menemistas “la Cámara” (en rigor, la Sala II de la Cámara Federal) es “inoperable”. “No la pudimos controlar cuando gobernábamos, qué vamos a poder hacerle ahora”, más describen que rezongan. No abundan en reproches al juez Jorge Urso, llegado a la magistratura apadrinado por Miguel Angel Toma y a quien siempre consideraron tropa propia. Según ellos Urso hizo todo lo que pudo. Demoró, le dio largas. Ahora, tras dos decisiones de la Cámara, no le queda otra que hacerle caso. La frase “Urso ya garpó” emitida por otro dirigente menemista con buena llegada a la justicia federal (ver páginas 8 y 9) expresa bastante bien la pragmática y resignada lectura de los hombres de derecho que rodean al ex presidente.
Una Cámara indócil, un juez que no lo es tanto pero que está condicionado y bajo cien lupas. La cadena de lealtades quebrada. Sarlenga contra Emir. Emir contra Menem. El menemismo está en asamblea permanente atisbando que todo se salió de madre. Sus principales dirigentes no creen en conspiraciones. Al fin y al cabo, Carlos Corach ya habló con varios miembros de primer nivel del Gobierno que le dejaron claro que ellos, nada que ver. ¿Y Carlos Ruckauf? “Está detrás de la información que le pasó Caselli a Oscar Camilión, no hay duda. Pero eso nomás. Se montó en la ola. No la inventó”, redondean sus compañeros-adversarios.
La explicación parece la más sensata. El tema de la venta ilegal de armas se autonomizó, cobró vida propia, por el funcionamiento (imperfecto pero no inexistente) del sistema judicial, por la presión mediática, por la progresiva pérdida de poder de los hombres del ex gobierno. Las teorías conspirativas, al fin, desprecian la lógica de la poliarquía, propia de las democracias.
Con todo, subsiste una duda importante que nadie alcanza a contestar en forma creíble. ¿Por qué tanto rigor de Urso en la detención de Emir Yoma? ¿Por qué ese despliegue, la detención de madrugada? Con Emir Yoma, tan luego. Un hombre poderoso, muy especial. Gran amigo de Menem, su socio, su confidente, el que le prestó su hombro para que llorara a su hijo muerto trágicamente. Y con buenas relaciones en confines menos previsibles.

Amingos son los amingos

El peso de la verdad tiene 371 páginas, colmadas de datos y nombres. Su primer capítulo –como todo el resto del libro– hace centro en un escándalo del gobierno de Carlos Menem: en ese caso la venta de armas. Ese capítulo acumula durante 19 páginas nombres propios que pueblan los diarios: Sarlenga, Erman González, Palleros. Eso sí, en la crónica y la denuncia el autor del texto –Domingo F. Cavallo– no menciona siquiera una vez a Emir Yoma. Es más, si el lector se desliza al índice alfabético encuentra que en casi cuatro centenares de páginas el megaministro no cita una sola vez al ex megacuñado. Una omisión que contraría toda lógica informativa y que alude, antes que al peso de la verdad, a una excelente relación entre el mediterráneo y el empresario de las curtiembres riojanas. Un empresario con muñeca, como que se ingenió para ser amigo, simultáneamente, de Alfredo Yabrán y de Cavallo.
“Emir es Menem”, dijo Cavallo hoy y aquí, que no en su alegato antimenemista y antiyabranista. Todos dicen lo que nunca dijeron. Erman González sugiere que su padrino político, el hombre que lo proyectó desde la nada política a cuanto ministerio se puede imaginar, debe ir a Tribunales. Oscar Camilión se defiende atacando, dosificando su presencia, goteando información día por día.
El menemismo es una diáspora, una batalla de todos contra todos. Por lo menos, de los Yoma contra Carlos Menem.

Un letrado para dos bandos

En teoría, Mariano Cúneo Libarona podría parecer el abogado ideal para representar simultáneamente los intereses de los Yoma y de Menem. Como tal fungió en el Narcogate y en la cruzada contra Hernán Bernasconi. Y hoy día patrocina al ex presidente en un juicio que lo enfrenta a su ex aliado Mario Rotundo siendo además representante de los Yoma.
Pero en la actual coyuntura los intereses y los afectos de dos familias que unieron en el pasado sus destinos propenden a bifurcarse. Defender con uñas y dientes a Emir puede incordiar a Menem. En ese escenario, Cúneo parece decidido a encolumnarse sin dobles lealtades.
Es ilustrativa una anécdota menuda del sábado 7. Tras el interrogatorio de Urso a Yoma, el joven abogado trepó a un taxi, y enfiló desde Comodoro Py hacia Ocampo y Las Heras. Con su maletín a cuestas, los papeles todavía en sus manos entró a una coqueta parrilla. Saludó distraído a Pedro Pou, que cenaba en la intimidad y enfiló hacia la mesa donde lo esperaban entre otros Amira Yoma y Chacho Marchetti. La ex cuñada presidencial había llegado poco antes desde Marbella donde, por razones variadas que incluyen la vaca loca, naufragó el negocio de una parrilla que montó por allí. Con ellos, con los Yoma, compartió Cúneo sus primeros datos del expediente. A Menem lo vio recién el domingo, antes del superclásico codificado.
El letrado mediático visitó a Corach en su estudio el lunes y dialogó con él. Pero esa conversación no parece haber conformado al ex ministro del Interior quien, como la mayoría de los hombres más cercanos a Menem, piensa que Cúneo es impredecible, que desconoce los códigos esenciales de la política y que su imagen pública no es la ideal para representar a ex funcionarios caídos en desgracia. Tal como viene anunciando este diario, las primeras espadas menemistas (no exclusivamente Corach) preferirían que la defensa de Emir –que puede llegar a ser la de Menem– recayera en profesionales más prestigiosos, al tiempo que “más políticos”. Puestos a bartolear nombres y aclarando que aún no han sido consultados los interesados hablan de León Arslanian o de Mariano Cavagna Martínez. Dos peronistas, ex camarista y ex ministro aquél, ex miembro de la Corte éste. Podrían ser otros, arguyen, pero siempre figuras de más piné que el dinámico, posmoderno y no partidizado Cúneo.

Domingo de perros

Carlos Menem vivió un domingo de perros. Boca le dio un zaino memorable a River y, minutos después, Emir le gritó de lo lindo. Corach visitó al cuñado, de quien se declara amigo, un día después y, aunque fue mejor tratado que el Jefe, recibió las mismas señales que él. Emir agobiado, requirente, en algún sentido amenazante. No es Emir el único Yoma que recela de Menem y lo presiona. El miércoles Corach almorzó con el ex presidente y sintetizó así la experiencia ante amigos comunes: “Lindo almuerzo de Pascuas. Cada dos minutos lo llamaba algún Yoma al celular”. Y no para saludarlo, precisamente.
Dicho sea de paso, Corach y Luisa Riva Aramayo insisten en que ésta visitó las oficinas del ex ministro para saludarlo por la Pascua judía. Su coartada es simpática: “¿Cómo vamos a reunirnos pared de por medio con Página/12 para conspirar?”. Parece imposible que incurran en ese desliz. También parece imposible que el senador y su aliada en la Justicia se junten precisamente ese lunes y hablen apenas del tiempo y de Pesaj.

Un punto de inflexión

Las operaciones, los personajes pintorescos, los pases de comedia, no deberían impedir notar que el sistema político está a las puertas de un punto de inflexión. Casi todo un gabinete nacional puesto en el banquillo de los acusados, incluyendo la posibilidad razonable de que el ex presidente desfile por Comodoro Py. Algunos personajes son relativamente recién llegados al poder, menemistas puros, paridos en 1989. Otros como Camilión o Guido Di Tella integran un establishment político más añejo. Todos compartieron una etapa en la que las privatizaciones, la desesperación colectiva en pos de la estabilidad, la entropía de la oposición y la carencia de ética en el oficialismo, cambiaron la escala de la coima en la Argentina. Pero no la inauguraron.
Tampoco se inventó la impunidad en ese entonces. Antes bien, la actual etapa combina una inédita mezcla de conocimiento público de los escándalos –consecuencia de su magnitud pero también de la prolongada vigencia de las garantías democráticas– con la falta de sanción que recorrió toda nuestra historia anterior. Una alquimia que genera creciente repulsión a la política, e incluso la opinable sensación de que la corrupción nació en 1983 o –como mucho– en 1989. Un declive a la antipolítica que puede empezar a revertirse si la impunidad disminuye.
La venta ilegal de armas fue alguna vez explicada, entre bambalinas, como una hija bastarda de las relaciones carnales. Un servicio prestado a los Estados Unidos, en aras de un nuevo alineamiento internacional. Más allá de la obvia perversidad del argumento queda claro que –si desde el Norte se quería triangular armas– quedan pendientes de explicación por qué éstas eran truchas. Y el retorno sideral que acompañó la jugarreta. Y nadie puede suponer que fue Bill Clinton quien ordenó producir las explosiones de Río Tercero.
La venta de armas es una maqueta perfecta de lo que fue el menemismo. Ahora se está corriendo el telón producto de los contrapoderes de la democracia: la oposición, la rotación en el mando, el periodismo, algunos jueces que resisten aprietes, tentativas de soborno o promesas de ascensos que encubren desplazamientos del tratamiento de causas de Estado. La democracia parió una camarilla gobernante decadente pero también produce las condiciones para juzgarla.
La posibilidad de que muchos poderosos de apenas ayer comiencen a purgar sus culpas es un potencial salto de calidad para el sistema político. También lo fue, un semestre atrás, el escándalo de las coimas senatoriales que se diluyó en el olvido y en el silencio. En este caso hay más elementos acumulados, juicios que tramitan desde hace añares. Investigaciones periodísticas. Fiscales y camaristas empeñosos. Y nadie sensato que conozca los resortes del poder o que tenga sentido común puede compartir la peregrina elaboración de Jorge Urso que concluye que Yoma podía imponer su autoridad a Camilión, Di Tella o Erman.
Curiosamente la Alianza, que hubiera vivido las actuales contingencias en triunfo hace un año o dos o tres o cuatro, calla y observa. Acaso teme.Ocurre que el superministro del actual gobierno lo era también de aquél y firmó los susodichos decretos rebosantes de falsedad ideológica. Y que el menemismo es, estos días, para la administración De la Rúa, un aliado más confiable que muchos de los integrantes del Frepaso.
“Hay momentos en que la política es como una ciénaga. Cualquier movimiento que uno haga, se hunde más. Lo mejor es quedarse quieto”, razona un importante dirigente del PJ. Sus colegas del oficialismo parecen darle razón, sin ponerse al frente del mani pulite. Paralizados, tratando de adivinar su futuro espiando de reojo –cual si fueran Carlos Menem– a la cárcel de Campo de Mayo o a los tribunales de Comodoro Py.


 

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