Por Gustavo Veiga
El fútbol entendido como
un negocio quedó en el umbral de su propio efecto Tequila. Aunque,
a este caso, debería denominárselo efecto Chocolate, porque
así como aquella bebida tiene su origen en México, no hay
producto más característico de Suiza que la golosina. Ocurre
que si los tribunales de un diminuto cantón ratificaran la quiebra
de la multinacional ISL, la economía del fútbol mundial
y, por añadidura, del nuestro, podrían precipitarse a un
abismo. El asunto está en manos de un puñado de jueces que
residen en Zug, la región más próspera de la Confederación
Helvética y sede de poderosas compañías internacionales
que cuentan con enormes ventajas impositivas. Página/12 ya difundió
en detalle la crisis del socio financiero de la FIFA en su edición
del viernes, que ahora amplía esta nota y trata de entender por
qué la AFA siguió la línea estratégica de
su hermana mayor, al alentar aquí las operaciones de la filial
argentina de ISL.
El contexto en que se desarrolla la debacle de la empresa fundada por
Horst Dassler, hijo de Adolph, el fundador de Adidas, es desfavorable.
A tono con la globalización de la corrupción, el fútbol
acumula sus propios escándalos a escala planetaria: denuncias comprobadas
de pasaportes falsos que afectan a jugadores y representantes, graves
irregularidades en una de las entidades de más peso dentro de la
FIFA la Confederación Brasileña-, sospechas de lavado
de dinero en numerosas operaciones entre clubes y un desmesurado flujo
de dinero originado en contratos que cada vez se respetan menos. Esta
última razón es la que ubicó a ISL en una situación
crítica. La misma firma que a cambio de 2400 millones de dólares
consiguió fracturar en 1998 el matrimonio de veinte años
que mantenían la FIFA y la cadena OTI, ahora ni siquiera estaría
en condiciones de pagarle a su socia, presidida por el suizo Joseph Blatter,
unos 115 millones de dólares, en concepto de derechos por la televisación
del Mundial 2002, que vencen en octubre próximo. Mientras tanto,
la filial argentina de ISL ha ido expandiendo su influencia en el mercado
local desde que desembarcó en Buenos Aires a fines de 1997. Conducida
en sus inicios por Rogelio Riganti, un ex distribuidor de la metalúrgica
Acindar y amigo personal de Julio Grondona, la delegación de la
multinacional (una de las 34 en el mundo) constituyó aquí
una sociedad con el Grupo Clarín que le aseguró a la AFA
30.000.000 de dólares por la comercialización de su merchandising.
Con el tiempo, y tras un intento frustrado de que el ex rugbier y ex secretario
de Deportes Hugo Porta se hiciera cargo de la filial, la conducción
de ISL Argentina quedó en manos de otro ex jugador de rugby, Alejandro
Travaglini.
Cuando estalló la crisis de la compañía, este último
pidió instrucciones a la casa matriz para saber qué debía
hacer. Desde Europa le respondieron que se remitiera al comunicado de
la corporación ISMM (International Sports Media & Marketing),
en rigor, el brazo comercial de la FIFA y de la cual depende ISL. Acaso
porque no suponía el rápido desenlace del quebranto, Travaglini
describía la estrategia para captar negocios en la revista oficial
de la AFA que se editó a principios de este año: En
Argentina, los planes de la compañía para desarrollarse
dentro del fútbol, además de AFA, son los de incorporar
a su portafolio la representación de dos clubes de Primera División
de fútbol, solamente, para ser incorporados a los ya representados
(Flamengo y Gremio de Brasil) con lo que quedaría cerrado el rubro
de fútbol. Una vez consolidado éste, el objetivo de la empresa
es participar en otros deportes, como lo hace en el plano internacional,
en el básquet o el atletismo, etc.
ISL intentó sin éxito gerenciar Boca y San Lorenzo, además
de insinuar un interés en Talleres de Córdoba si no prosperaba
la segunda alternativa. Con la institución que ahora preside Pedro
Pompilio Mauricio Macri está en uso de licencia se
redactó un anteproyecto de contrato que no fue más allá
de su tratamiento en una asamblea de representantes efectuada en octubre
del año pasado. En cambio, en la entidad que conduce Fernando Miele,
los suizos llegaron más lejos. La empecinada voluntad del presidente
azulgrana de ir contra el sentimiento mayoritario de los socios e hinchas
le alcanzó para aprobar un polémico convenio durante una
no menos discutida asamblea, resistida por tres movilizaciones hacia el
Nuevo Gasómetro y la AFA durante el verano.
Además, la oposición política que tiene el dirigente
en San Lorenzo, llevó el tema a los Tribunales. La juez Silvia
Caviglia dio curso a un pedido de no innovar que Miele apeló ante
la Cámara. En tanto, se recibía en el club una nota en la
que ISL desistía de su emprendimiento. En la última reunión
de comisión directiva, el presidente admitió su traspié.
Por eso, hoy, la compañía suiza ya no tiene demasiado qué
hacer en Boedo.
Cuando la AFA ideó el denominado Plan de Recuperación mediante
Inversiones Privadas en el Fútbol Profesional el 7 de marzo
de 2000 reglamentó un artículo (el 3) que, en su inciso
b, afirma: Dicha persona jurídica sólo podrá
mantener una única relación contractual de estas características
con un club que participe en los torneos organizados por la AFA, de la
misma división profesional. Se apuntaba a una cosa: que una
empresa no controlara a más de una institución por la vía
del gerenciamiento. En la práctica, este mandamiento estuvo en
vías de incumplirse. Ningún dirigente de peso en el fútbol
argentino alzó la voz para oponerse a la expansión de la
multinacional suiza que, en los hechos, implicaba dominar los principales
recursos de dos clubes grandes que compiten entre sí en Primera
División.
Ahora, será un tribunal helvético como el que ISL
pretendía que arbitrara en eventuales controversias con San Lorenzo
el que decidirá la suerte de una de las principales corporaciones
de marketing deportivo. La FIFA, la AFA y otras tantas federaciones y
asociaciones están pendientesde ello porque su destino está
atado al de la empresa cuyo desproporcionado crecimiento se convirtió
en su propia trampa.
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