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México puede perder a Cantinflas en tribunales

Un fallo judicial a conocerse en los próximos días podría determinar que 26 de las películas más populares del gran cómico mexicano pasen a ser consideradas �propiedad de Hollywood�.

Mario Moreno, para todos “Cantinflas”, es un auténtico tesoro nacional para el pueblo mexicano.

Por Rocío Ayuso

Mario Moreno “Cantinflas” creó nuevas palabras para el castellano con el humor de sus películas, pero la filmografía de este mexicano considerado en su país como un tesoro nacional puede quedar en poder de Hollywood por una orden judicial. Desde hace ocho años se encuentra en tela de juicio quién es el dueño de los derechos de un legado cinematográfico que incluye 26 de las películas más populares del humorista mexicano, y que genera más de cuatro millones de dólares al año. El veredicto, que se espera en los próximos días en una corte de Los Angeles, puede acabar nombrando a este personaje cinematográfico nacido de las barriadas mexicanas, como una auténtica e irreprochable “propiedad de Hollywood”.
Los demandantes en el caso judicial alrededor de la obra de un actor con los bigotes más famosos de la historia del cine –tal vez únicamente después de Chaplin– son los estudios Columbia, que aseguran haber adquirido estas películas, y el hijo de Cantinflas, Mario Moreno Ivanova, que afirma ser el heredero de su legado. Es una lucha entre una industria como Hollywood, que nunca entendió su humor, y unos familiares que, como el resto de los hispanoparlantes, tampoco comprendían lo que “Cantinflas” decía en sus discursos... pero los hacía reír. Este comportamiento fue bautizado luego, precisamente, como una “cantinflada”.
“Se hizo famoso por hablar mucho y no decir nada y eso es un arte, un arte mexicano”, asegura el historiador Gustavo García. El caso recuerda la trama de una de las dislocadas películas de este humorista que, con su pequeño bigotito, su gorrita pegada al pelo engominado pero revuelto y una cuerda como cinturón, se convirtió durante décadas en la imagen de México para el mundo.
Nacido con el nombre de Mario Moreno Reyes, Cantinflas saltó a la fama en los años 30 creando su personaje como alguien salido de las calles del Distrito Federal mexicano. Sus compatriotas se identificaron rápidamente con él, pero Cantinflas siempre había soñado con el éxito al otro lado de la frontera, la misma que años antes había intentado cruzar ilegalmente, y por eso no desaprovechó la llamada de Hollywood. Allí llegó a trabajar con Frank Sinatra y Debbie Reynolds y ganó dos Globos de Oro, uno de ellos por un personaje simplón, como todos los suyos, en Around the world in 80 days (La vuelta al mundo en 80 días). Sin embargo, el humor de Cantinflas fue demasiado local para el monopólico paladar de Hollywood y el fracaso de películas como Pepe puso fin a su carrera en el emporio del cine. No ocurrió lo mismo con su fama, que a nivel internacional fue cada vez más grande, y dentro de esta industria cosechó amigos como Elizabeth Taylor, a la que organizó su boda en México con Michael Todd, o incluso el presidente Lyndon Johnson, que ayudó al humorista cuando su esposa se estaba muriendo.
Entre todos estos contactos, Cantinflas también tuvo la oportunidad de firmar un acuerdo con los estudios Columbia, que utilizaba 26 de sus películas como garantía para conseguir el dinero necesario para producir nuevas películas. Este es el documento en conflicto que el tribunal de Los Angeles debate, ya que, según los estudios Columbia, el contrato les da los derechos de estas películas a cambio de un dinero que consideran ya pagado. Mediante su abogado, Mario Moreno Ivanova no considera este contrato más que un acuerdo de distribución para conseguir un préstamo que fue pagado en tres años, lo cual deja los derechos de estas películas en manos del humorista y, a su muerte, de sus herederos. Ese también es un punto delicado, aún motivo de discusión en las cortes mexicanas, donde se está por aclarar si el heredero del legado cinematográfico de Cantinflas pasó a su muerte a manos de su hijo o de sus sobrinos. Aún hay más, porque en medio de toda esta disputa el contrato en litigio, que cada uno interpreta según sus intereses, es el que efectivamente carece de la firma de Cantinflas. Quizá un despiste, quizá una última broma, pero las 950 demandas presentadas en estos ocho años de litigio contenidas en 47volúmenes federales recuerdan a una de sus comedias más populares donde Cantinflas no dejaba de repetir “ahí está el detalle”. En este caso, el detalle es nada menos que su firma.

 


 

“CAHIERS DU CINEMA” CUMPLE 50 AÑOS
Revista de autor

Por Octavi Martí

Los nombres que están en el origen de los Cahiers son hoy conocidos en todos el mundo: André Bazin, autor de algunos de los mejores libros sobre el cine jamás escritos, Claude Chabrol, Eric Rohmer, Jacques Rivette, Jean-Luc Godard o François Truffaut. Todos ellos escribieron en la revista, contribuyeron a su prestigio innovador y voluntad de abrir el debate. “Hablar de cine, escribir de cine ya era como hacer cine”, decía Godard. Algunos textos pasaron a ser canónicos, como el de Rohmer titulado “Le cinéma, art de l’espace” o el de Truffaut, “Une certaine tendance du cinéma français”. Son textos que reivindicaban ciertos cineastas de Hollywood en detrimento del cine “literario” de algunas figuras francesas. El director se convierte en “autor”; la “puesta en escena”, en noción clave que permite distinguir el excelente trabajo de un autor en una mala película, del mal trabajo de un simple director en una potencialmente buena película.
De esa revista, del grupo que la impulsaba, saldrá la “Nouvelle Vague”, el poder hacer cine barato, en 16 mm, con sonido directo, sin encadenados, en decorados naturales. El éxito de la maniobra convertirá a los críticos en cineastas y los Cahiers du Cinéma tendrán que renovarse. Del apoliticismo inicial de la revista, marcado por la inspiración ontológica de André Bazin, al maoísmo radical y parisino de los años 70 hay un largo trecho que se recorre a la misma velocidad que lo hace una sociedad francesa atravesada por la explosión de Mayo 68. Luego el psicoanálisis y la lingüística aportarán la caución científica que ya no suministraba el libro rojo. Y la revista seguirá cambiando hasta llegar a ser cincuentona y un tanto ecléctica, aunque conservando siempre una feroz voluntad de independencia y de defensa de los autores.
De ahí un festival que se realiza en estos días en París, con 50 títulos, uno por cada año desde 1951. La lista de directores es casi un manifiesto: Rossellini, Hitchcock, Max Ophüls, Hawks, Aldrich, Melville, Mizoguchi, Welles, Resnais, Chabrol, Renoir, Varda, Demy, Bertolucci, Dreyer, Skolimowski, Eustache, Pollet, Rivette, Pialat, Oshima, Iosseliani, Rozier, Chahine, Buñuel, Straub-Huillet, Akerman, Duras, Nanni Moretti, Oliveira, Godard, Truffaut, Gitaï, Clint Eastwood, Garrel, Hou Hsiao-Hsien, Rohmer, Joe Dante, Coppola, Sokurov, Kitano, Kaurismaki, Edward Yang, Scorsese, Claire Denis, Cissé, Assayas, Wong Kay-Wai, Lvovsky, Alexeï Guerman y Desplechin.
Las cincuenta proyecciones, presentadas por algunos de los nombres que figuran en esta lista de oro, sirven para probar el poder de convocatoria de una revista que hoy es una marca editorial que tanto publica textos de Roberto Rossellini como una larga y divertida entrevista con Pedro Almodóvar. Así lo hicieron a fin del año pasado con un artículo en el que el cineasta manchego aprovechaba para un ajuste de cuentas con el jurado del Festival de Cannes, que no le quiso dar la Palma de Oro por Todo sobre mi madre. Guiones, antologías, facsímiles, monografías, álbumes o textos teóricos –la recopilación de los de Serge Daney parece cerrar el ciclo de los “grandes críticos” comenzado por Bazin– completan una “biblioteca Cahiers” que, como la revista, quiere marcar su época sin dejarse absorber por ella.

 

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