Por
Gabriel Alejandro Uriarte
El
papel de las Fuerzas Armadas es ahora evitar una guerra nuclear: no pueden
tener otro. Las superpotencias siempre intentaron escaparse de los
confines de esta estrategia en la era atómica que Bernard
Brodie formuló proféticamente en 1945. La salida más
planteada, pero jamás implementada, fue la que subvertía
el papel del mismo agente que paralizaba su libertad de acción:
las armas nucleares. Cada década produjo un avance tecnológico
que parecía hacer factible una guerra nuclear limitada:
las ojivas atómicas tácticas de los 50, por
ejemplo, o los misiles de precisión de los 80. Siempre hubo dos
factores que impidieron implementarlos. Primero, que ninguna hipótesis
de uso podía garantizar creíblemente que no habría
una represalia masiva del adversario. Segundo, que el daño
colateral que infligirían estas armas limitadas era tan extenso
que hacía absurdo distinguirlas de las que eran más totales.
Ahora, sin embargo, la caída del Muro de Berlín y el colapso
de la Unión Soviética eliminaron el primer obstáculo.
Y la tecnología está cerca de acabar con el segundo. Eso,
al menos, es lo que quiere hacer creer el Pentágono de Donald Rumsfeld.
Bajo el título de El Pentágono estudia nueva bomba
nuclear, el Washington Post reveló ayer que el Departamento
de Defensa estudia desarrollar ojivas nucleares de baja potencia para
destruir objetivos subterráneos como bunkeres y centros de mando.
Según un alto asesor de Rumsfeld, los objetivos que
están en la mira serían los bunkeres de armas químicas
y biológicas de Saddam Hussein en Irak y, más sorprendentemente,
un centro de mando que Rusia está construyendo debajo de
los montes Urales. Por ahora, sin embargo, este asesor del secretario
de Defensa (que probablemente es su segundo, Paul Wolfowitz) se centró
en el dilema iraquí: Saddam sabe que ningún presidente
norteamericano tiraría una bomba atómica de 100 kilotones
sobre Bagdad para destruir sus arsenales. Pero el asesor pasó
a subrayar que los avances científicos en los últimos años
ofrecen una manera muy atractiva de eludir esa trampa.
Por ahora, el Pentágono se abstiene de decir todo esto abiertamente
y deja que otros impulsen el proyecto en público. Uno de ellos
es el director del Sandia Nuclear Laboratories, Paul Robinson, quien el
mes pasado publicó un estudio donde afirmaba que armas nucleares
de alta precisión y baja potencia serían muy deseables para
el mundo post Rusia, ya que permitiría a nuestro gobierno contemplar
la destrucción de algunos objetivos minimizando los daños
colaterales. Estas armas aprovechan el hecho de que estos objetivos
están enterrados muy bajo tierra, por lo que una bomba de cinco
kilotones (5000 toneladas de TNT, poco más del 1 por ciento de
las ojivas usuales) podría eliminarlos sin esparcir radiación
en la superficie. También permitiría reducir el arsenal
atómico norteamericano de 6000 ojivas, que insumen 4500 millones
de dólares al año en mantenimiento. Y en el caso de Irak
estaría la ventaja adicional de que una explosión atómica
eliminaría los tóxicos biológicos del arsenal de
Saddam.
Es cierto que el proyecto todavía no pasa de ser hipotético.
Pero en julio el Pentágono ya entregará su recomendación
sobre las nuevas ojivas al Congreso, que el año pasado había
eliminado la restricción legal que impedía considerarlas.
Y, según un alto científico de defensa, los
estudios previos en los 80 significan que podemos construir uno
mañana. La perspectiva es lo suficientemente alarmante como
para que la Federación de Científicos Norteamericanos (FAS)
advirtiera que este proyecto hace más probable el uso de
armas nucleares.
Sin embargo, esta propuesta, como todos los planteos de Rumsfeld, tiene
un objetivo mucho más inmediato (y peligroso) para él que
los bunkeres de Saddam: el secretario de Estado, Colin Powell. Este último
se vio muy fortalecido tras negociar la semana pasada la liberación
de los 24 tripulantes norteamericanos del avión espía retenido
por China, lo que resolvió una crisis que fue causada en el primer
lugar por la beligeranciagratuita del Pentágono hacia Pekín.
Es para recuperar este terreno perdido que Rumsfeld impulsa un proyecto
que descarrilará el gradualismo de Powell hacia Irak, Rusia y,
por supuesto, China.
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