Por
Silvina Friera
Unos
gritos histéricos anunciaban el comienzo de Obs, el último
espectáculo de los catalanes de
La Fura dels Baus. Como cuando dieron a conocer en los años 80
el Manifiesto Canalla, en el que renunciaban a toda tradición
teatral, en los primeros minutos dos megapantallas lanzaron una serie
de advertencias, que buscaban reforzar el mito construido a lo largo de
dos décadas: Obs es real y tiene consecuencias reales,
Alta tensión, peligro de muerte, El riesgo de
ataque epiléptico es mínimo y En caso de emergencia
salir se sucedían vertiginosamente y resultaban muy divertidas
para los que manejan los códigos de esta agrupación, que
visita por séptima vez el país, pero eran perturbadores
para aquellos que intentaban aproximarse al lenguaje furero. Este despliegue
de consignas y parafernalia técnica saturó un clima de tensión
y expectativa, y expulsó a varios espectadores fuera del campo
de Costa Salguero. Los que decidieron continuar se colocaron unas gafas
para ver un promocionado show en tres dimensiones que nunca sucedió.
Cuando descubrieron la trampa furera muchos dejaron caer los anteojos
o los rompieron. El ritual, emergente de códigos más cercanos
a los recitales de rock que al teatro, sigue prendiendo entre un público
joven, cuya demanda llevó a los organizadores a agregar funciones:
Obs irá de martes a viernes hasta el domingo 29.
La hipnosis y sugestión inicial de los espectadores se mantuvo
para los que observaban desde la platea.
Muy diferente era el panorama para los que seguían las alternativas
desde el campo, con la intención de participar de la experiencia.
En medio de empujones y tropiezos, el público tenía que
esquivar las grandes máquinas que se desplazaban y mostraban imágenes
grabadas o en vivo, y a los actores que hacían gala de una impecable
destreza física cuando se trepaban o descolgaban de esas mismas
máquinas en movimiento. La Fura dels Baus domina las premisas básicas
del marketing y saben cómo vender sus espectáculos,
en los que prevalece la fuerza de la imagen, lo físico y lo sensorial.
Pero como sucede en las mejores familias de publicistas, las expectativas
que generan los productos ofrecidos no son fáciles de saciar y
siempre se corre el riesgo de que la pretenciosa búsqueda de nuevos
lenguajes sea una previsible repetición de efectismos varios. Las
grandes obsesiones del hombre contemporáneo, como el poder, el
sexo, el crimen, la violencia y la fama son los ejes de Obs, basado en
la célebre Macbeth, de William Shakespeare. Que nadie espere enfrentarse
con el universo shakespeariano. Lo que verá es una versión
libre, y el esqueleto de personajes clásicos (Macbeth, Banquo,
Macduff, entre otros) deliberadamente desarticulado por la propuesta furera.
Tecnología desplegada en escena, luces enceguecedoras, música
tecno-industrial ejecutada en vivo, sintetizadores y duplicidad de imágenes,
intentan reforzar la idea de lucha desatada por el poder, que teóricamente
ubica a dos de los personajes principales, Obs (Macbeth) y su amigo Banquo,
en el mismo campo de batalla contra el enemigo, aunque la sensación
que transmiten es un estado de permanente guerra hobbesiana de todos contra
todos.
Ese espacio de disputa se traslada a la pantalla chica cuando Obs es invitado
a un popular ciclo televisivo de concursos. Para triunfar hay que
sacrificarse, dice uno de los conductores, que desafía a
Obs a pasar una prueba que lo confirme en su corona, con dos actores que
parodian a las imprescindibles secretarias que pululan en ese tipo de
programas. A pesar de que el uso de la tecnología digital logra
el objetivo principal de los catalanes que es la provocación, los
actores mezclados con el público están preparados
y la gente es un objeto (no un sujeto que participa activamente), que
avanza o retrocede, reaccionando al movimiento de las máquinas
que amenazan con atropellar todo lo que encuentra en su camino. Una de
esas máquinas que transporta a Obs se mueve sobre el campomientras
el personaje moja al público con líquidos que pretenden
ser semen y sangre. A un ritmo frenético se suceden imágenes
fuertes difíciles de sostener frente a un espectador que
comprendió el juego y perdió la motivación inicial,
que bombardean el inconsciente del público con torturas masivas
y personajes que se comen las vísceras de sus víctimas con
vino tinto. Una de las escenas más logradas es el strip tease de
Lady Macbeth, con una sensualidad estéticamente cautivante en cada
uno de sus movimientos, que despierta las ambiciones sexuales y de poder
de Obs.
Para los fanáticos de La Fura la ceremonia resulta una confirmación
de los pergaminos que los catalanes supieron conseguir: un teatro en permanente
movimiento, con una preocupación por la búsqueda de nuevos
lenguajes escénicos, en los que predomina lo visual en detrimento
del texto, y un incierto aunque novedoso campo de trabajo en el teatro
digital. Los que no resistieron este fin de semana esa propuesta
comunicacional que desnuda la violencia humana en su condición
más primitiva deberán intentarlo, si quieren y pueden, la
próxima vez. Tienen tiempo hasta fin de mes.
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