OPINION
Entender al Mingo
Por James Neilson
|
Para horror de algunos y perplejidad de casi todos los demás, Domingo Cavallo se ha transformado en el fanático más fogoso del euro, moneda todavía virtual que incluso los europeos han aprendido a despreciar por su debilidad frente al dólar estadounidense. Para explicar su entusiasmo, Mingo habla de lo malo que es la rigidez del uno a uno, dando a entender que si el peso se atara a dos monedas tendría un valor que sería más acorde con la competitividad del país, pero sorprendería que sus motivos auténticos tuvieran mucho que ver con tales tecnicismos económicos. Como es de suponer entiende muy bien, no hay forma alguna de prever la evolución futura de la tasa de cambio euro-dólar, de suerte que una consecuencia posible, tal vez probable, de agarrarse al euro en el momento en que alcanzara nuevamente la paridad con el verde sería que la Argentina perdiera los hipotéticos beneficios que le reportaría el regreso del dólar barato de períodos no tan remotos.
Pero hay algo más en juego. Tanto aquí como en muchos otros lugares en América latina abundan los proclives a atribuir buena parte de sus dificultades a la subordinación de sus gobernantes a los Estados Unidos, sentimiento que se intensificará mucho si el ALCA comienza a consolidarse en el futuro próximo. Para evitar que la voluntad de mantener a raya al imperio resulte autodestructiva, como con toda seguridad será si sus enemigos insisten en tomar el avance del capitalismo de nuestros días por sinónimo de norteamericanización, convendrá contar con una alternativa que sea igualmente moderna y a juicio de muchos más simpática. Puesto que el Brasil jamás estará en condiciones de cumplir este rol y no estamos en Asia, sólo queda la Unión Europea que, lo mismo que Inglaterra y Francia antes de los años treinta, serviría para impedir que los empresarios del norte traten a la Argentina como un rincón de su propio patio trasero.
Las monedas nunca han sido neutras. Son símbolos del poder. El euro no fue inventado por técnicos cosmopolitas obsesionados por las ventajas económicas que podría significar sino por políticos deseosos de fomentar el �nacionalismo europeo�. Por lo tanto, puede ser puesto al servicio de su equivalente argentino que, les guste o no a los resueltos a declarar muerta la necesidad de sentirse parte de una comunidad nacional, sería el único antídoto concebible contra el pesimismo suicida y el oposicionismo delirante que se abatieron sobre el país al agotarse los distintos proyectos populistas que lo habían dominado durante tantos años y que, de prolongarse mucho más, terminará liquidándolo. |
|