Predicciones
Por Juan Gelman
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De profetizar el futuro a ser profeta del presente: tal vez pueda sintetizarse así la trayectoria de H. G. Wells. Este hijo de hogar humilde, aprendiz de vendedor de telas a los l3 años, estudiante a fuerza de hambre y literalmente de pulmones, inventor de la ciencia ficción en lengua inglesa, practicante de no pocos géneros literarios y no �periodista, historiador, novelista, escritor de ciencia popular, educador, enciclopedista, presidente fundador de la Sociedad de Diabéticos, entre otros�, se autodefinió en un �Credo� que en 1908 difundió sólo entre amigos: �Para mí, la inclinación y la pasión centrales consisten en las construcciones imaginativas, en especial las relacionadas con la creación para la humanidad de un Estado mundial ideal. A esto procuro subordinar todas mis otras inclinaciones, pasiones y poderes�.
Con un primer matrimonio atrás y dos hogares que mantener, H. G. Wells había resuelto abandonar las mal pagas suplencias y tutorías escolares y vivir del periodismo y la literatura. Una casi visita de la muerte le trajo esa decisión: una fuerte hemorragia, producto de la tuberculosis que lo maltrataba desde los 19 años, legado de un áspero partido de fútbol entre estudiantes, lo movió a soltar amarras y navegar por la escritura. El éxito lo visitó temprano, a los 27 de edad, con La máquina del tiempo (1895), y se le afianzó en 1898 con La guerra de los mundos. Pero este hombre, que concebía la educación �como lo más cercano a una panacea para todos los males que se puedan imaginar�, no tardó en dejar atrás su brillante ejercicio del thriller científico para entrar en la selva más improbable aún del comportamiento humano universal. Anticipaciones (1901), su primera incursión en la materia, es un libro �destinado a socavar y destruir la monarquía, la monogamia, la fe en Dios y la �respetabilidad�, todo eso bajo la apariencia de una especulación sobre los automóviles y la calefacción eléctrica�, señalaría a Elizabeth Healey, con quien se carteó hasta el fin de sus días.
La guerra mundial I sobresaltó su relación plena con la joven escritora inglesa Rebecca West, que �dijera él mismo� le dejó marcas indelebles. La posguerra acentuó las vigorosas y aun furiosas predicciones de Wells, quien pensaba necesario despertar a la humanidad entera para enfrentar el desorden mundial. Con ese fin escribe su Compendio de Historia, convencido de que las fronteras nacionales carecían de importancia y que la enseñanza universal del avatar histórico global frenaría los impulsos nacionalistas que desembocan en la guerra. Es difícil entender hoy el enorme impacto de ese libro, que le redituó al autor más de 60.000 libras de regalías (unos 100.000 dólares), cifra impensable para la época. La obra sin duda reflejaba las angustias y pesadillas que dejó como herencia la primera carnicería mundial del siglo XX. No impidió la segunda.
El voluntarismo ecuménico de Wells no cejó con el tiempo. Luego del Compendio publica La ciencia de la vida (1930) y El trabajo, la salud y la felicidad de la humanidad (1932). En los años �30 se instala en el centro de diversos torbellinos políticos, aboga con éxito por el asilo en Inglaterra del escritor judío Paul Eisner y con ninguno por el de León Trotski, entrevista a Fran- klin Delano Roosevelt y a José Stalin para encontrar soluciones al conflicto capitalismo/socialismo, insta constantemente a concretar lo que llamó �una conspiración abierta� para derrotar a las fuerzas que estaban llevando a la humanidad a su autodestrucción. Al parecer, nunca fue consciente de la contradicción entre su brega perfectamente individual y las dimensiones colectivas de sus metas. Tal vez creía demasiado en el peso orientador de su palabra. En cualquier caso, es evidente que su fe en la educación resultó avasallada por catástrofes implacables.
Se dijo alguna vez que Wells era un misógino. Pero su correspondencia lo muestra hábil en mantener relaciones amistosas con sus ex amantes, y siempre dispuesto a ayudarlas. Fijó una pensión mensual a la escritora Dorothy Richardson, agobiada por penurias económicas; sostuvo ocasionalmente a Rosamund Bland, esposa de un alcohólico; se carteó durante 25 años con Margaret Sanger, siempre empeñada en lograr el control de la natalidad en Inglaterra; intercambió misivas conmovedoras con Constance Coolidge por un amor que lo asedió en edad bastante avanzada. La excepción fue Odette Keun, con quien riñó epistolarmente año tras año y que no le perdonaba que la hubiera convertido en protagonista de su novela en clave A propósito de Dolores.
Wells alcanzó a leer el cumplimiento de sus profecías de desastre como consecuencia del desarrollo tecnológico en las bombas atómicas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki. En 1946, el año de su muerte, se le preguntó si había pensado en su epitafio. Respondió que prefería éste: �Maldición, les dije lo que iba a ocurrir�.
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