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El mundo estuvo una vez al borde del Apocalipsis

La película producida y protagonizada por Kevin Costner vuelve sobre la tristemente célebre �crisis de los misiles�, en la que Nikita Kruschev y John F. Kennedy lograron evitar una catástrofe. 


Kevin Costner es Kevin O�Donnell, un asesor del clan Kennedy.
La aparición de un doble agente agrega tensión y paranoia.

Por Horacio Bernades

�¡Idiota! ¿No se da cuenta de que Kennedy y Kruschev se están comunicando?�, grita, fuera de sí, el secretario de Estado a un general, cuya falta de sensibilidad para entender los códigos de la alta política casi lleva a que todo se desbarranque. Ambas superpotencias están a sólo un paso de la guerra total, y lo único que puede salvar al mundo del colapso es esa forma de comunicación conocida como negociación. Basada en una investigación sobre la célebre Crisis de los Misiles de octubre de 1962, Trece días es una pormenorizada crónica sobre aquellos trece días que conmovieron al mundo. En un segundo nivel de lectura, el film producido por Kevin Costner representa también un fascinante y atemporal paseo por los pasillos del poder, allí donde la alta política se cocina. Y, en ocasiones, hierve.
Todo comienza con unas fotos aéreas tomadas por la CIA, que no tardarán en llegar hasta el escritorio de Kennedy. Las fotos demuestran que, a pesar de las negativas oficiales, la Unión Soviética está instalando plataformas lanzamisiles en Cuba, con sus ojivas apuntando directamente sobre puntos neurálgicos de Occidente. De allí en más, todo se pone contra reloj, el margen de negociación se reduce al mínimo y los halcones del entorno conspiran para que el presidente apriete el botón de una buena vez. Narrada enteramente desde el lado americano, con los soviéticos en un permanente y muy acertado fuera de campo, está claro que quienes salen mejor parados de Trece días son JFK, su hermano Bobby y el círculo más íntimo del poder kennediano, con el leal Kenny O�Donnell (Costner) al frente. 
En ese sentido, Trece días no transgrede la leyenda oficial alrededor de Kennedy, ni lo pretende. Pero el film dirigido por el australiano Roger Donaldson tiene la enorme virtud de bajar a los Kennedy de la iconografía de poster y de ponerlos en la arena, infinitamente más apasionante, de la alta política, donde ninguna negociación queda libre de manchas. Caracterizado por el poco conocido Bruce Greenwood, sosias sin un ápice de su carisma, JFK aparece como el wonder boy del poderoso clan familiar, que no por liberal carece de culpas. Su responsabilidad en la desastrosa invasión de Bahía de los Cochinos pesa como un fantasma sobre él, a la hora en que los halcones presionan para voltear de una vez a �ese comunista de Castro�. Lo cual explica, dicho sea de paso, que a Fidel no le haya disgustado Trece días, exhibida en Cuba, hace unos días, casi con honores oficiales. 
En términos narrativos, Trece días va de menor a mayor. La primera media hora aparece lastrada por ciertos floreos totalmente fuera de lugar. Sobre todo, un reiterado pasaje del blanco y negro al color que carece de toda justificación dramática y distrae inútilmente. Pero cuando las papas empiezan a quemar, Donaldson (hombre de confianza de Costner, desde que lo elevó al superestrellato en Sin salida) se pone, como los propios protagonistas, a la altura de las circunstancias. Consciente de que laespada de Damocles de un apocalipsis global es un inmejorable reaseguro dramático, Donaldson tiene el tino de no subrayar la tensión, dejando que crezca por sí misma. Tan conversada como todo buen thriller político debe serlo, Trece días funciona casi enteramente como una conversation piece, encerrada sobre todo entre las cuatro paredes del Salón Oval y otras dependencias top secret. 
Sobre el final, la aparición de un doble agente secreto agrega tensión, sospechas y paranoias varias y permite asomarse a ese berenjenal que es la inteligencia política, con maniobras cruzadas de engaño y distracción, a partir de la sospecha, imposible de verificar, de que un golpe militar podría haberse producido del otro lado de la cortina. Allí, la comunicación entre Washington y Moscú se corta. A un paso del abismo, los Kennedy intentarán un último recurso a la negociación. Si algo los convierte en los �chicos buenos� de la película, no es ninguna muestra de pacifismo en abstracto, sino el simple hecho de poner la política por delante de la guerra, mientras a su alrededor los halcones se refriegan las manos. 

 

 

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