Por H. B.
�¡Es un varón, es un varón!�, exclama el doctor Travis, al encontrar finalmente alivio a su larga pesadilla. Su esposa e hijas, la cuñada, la amante y hasta su secretaria son las responsables del mal viaje del Dr. T, que se dedica a traer niños al mundo.
Fantasía misógina a más no poder, nada indica que la película lo sea. Quien haya visto alguna vez alguna película de Robert Altman sabrá ya, de sobra, que el veterano realizador de Mash, Las reglas del juego y Ciudad de ángeles no es de compartir el destino de sus criaturas. Más bien, se divierte, empujándolas con sonrisita burlona hacia la desgracia. El doctor y las mujeres, su película más reciente, no es la excepción. Claro que a Altman tampoco le sobra piedad para con los personajes femeninos, por lo cual la ambigüedad prima y la discusión queda abierta.
Sullivan Travis se llama el personaje de Richard Gere, nombre que juguetea con el de Sullivan�s Travels, clásico de la comedia alocada de los �40. Como el protagonista del film de Preston Sturges, el doctor Travis vivirá, sin quererlo, un extraño viaje (travel, en inglés) en el que el azar lo arrastra como hoja en la tormenta. No se trata de una mera metáfora kitsch. El viaje iniciático de El doctor y las mujeres termina con el ginecólogo metido, en su auto, en medio de un tremebundo meteoro. Que le dará quinientas vueltas hasta depositarlo, plácidamente, del otro lado de la frontera, en lo que parecería un nuevo renacer para el hombre que se dedica a hacer nacer. Como todos los films de Altman, El doctor y las mujeres es una comedia ácida. Menos ácida, tal vez, que Mash o Las reglas del juego, tan seca como un dry martini, llena de guiños y sugerencias entre irónicas y burlonas. Conocido como �Sully�, el personaje de Gere se encuentra en lo más alto de la pirámide social de Dallas, Texas, uno de los estados más ricos del Oeste Medio y vecino de Kansas, ciudad natal de Altman. Conviene cuidarse de Altman, uno de esos vecinos a los que les encanta gozar con las penurias ajenas.
Joven, apuesto y millonario, toda una estrella del lugar, el Dr. Travis tiene un consultorio que semeja una bulliciosa colmena, con un montón de señoras copetudas que exigen a viva voz pronta atención. No se percibe mayor diferencia entre pacientes y parientes del Dr. T.: Rubias y atractivas, mujer e hijas de Sully se mueven con la aplastante seguridad del que la mira de arriba. Al ajustar un poquito más el foco, los esqueletos del closet empiezan a salir. La hija mayor, Dee Dee (Kate Hudson, la Penny Lane de Casi famosos) está por casarse. Pero guarda un secreto que tal vez aflore, escandaloso, en el clímax mismo de la boda. Su hermana lo sabe, y no se muestra dispuesta a dejárselo pasar. Peor está mamá Kate (Farrah Fawcett, con nariz y cuerpo todo�a�nuevo), a quien le da por bailar y desnudarse en medio del shopping, totalmente ida.
Las otras son su cuñada Peggy (Laura Dern), que toma cualquier cosa en cualquier rincón; su secretaria (Shelley Long, de la serie �Cheers�), que lo persigue por los pasillos, y su amante, la siempre notable Helen Hunt.Conduciendo al elenco entero con proverbial soltura (por una vez, Richard Gere se salva del ridículo) y caricaturizando a sus personajes con menos grosor que en otras ocasiones, Altman tira, por elevación, feroces dardos contra la high society texana, una de las más reaccionarias de los Estados Unidos. No sólo contra ellos: ese Museo de la Conspiración que convierte en show el asesinato de Kennedy, cometido allí en Dallas, representa a la perfección lo peor de la cultura yanqui. Beneficiado por la maravillosa partitura original de su amigo, el gran Lyle Lovett, Altman narra su asordinada farsa con la descontraída elegancia que sólo un veterano de mil batallas puede permitirse. Logra dos o tres grandes escenas, entre ellas una bellísima cita amorosa. Hasta meterse en el ojo mismo del huracán que vuelca y revuelca al Dr. T., como recordándole que vale bastante menos de lo que piensa.
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