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el Kiosco de Página/12


Extravagancias

Por Antonio Dal Masetto

En el bar los comentarios giran alrededor de las extravagantes formas de terminar con sus vidas que a menudo suelen elegir algunos financistas, banqueros, conocidas figuras relacionadas con grandes empresas y la política en general. Por ejemplo, hombres que son diestros y a último momento deciden dispararse con la mano izquierda. O logran disparos desde ángulos tan difíciles, tan complicados, por no decir prácticamente imposibles, que seguramente requirieron un curso intensivo en una academia de contorsionistas. O se meten el caño de una larga escopeta en la boca y aprietan el gatillo con el dedo del pie sin sacarse los zapatos. Extravagancias. 
�Sin ir más lejos, un banquero de mi barrio, el gordo González, se despidió del mundo con un atracón de sesenta y ocho huevos duros. Se supo la cantidad porque el forense contó las cáscaras. Todos huevos de cáscara marrón. ¿Indigestión o asfixia? En la vecindad se comentó que en su niñez jamás le tocó un huevo de la rosca de Pascua porque los hermanos más grandes siempre le ganaban de mano. Pero son chismes de barrio y así hay que tomarlos.
�Yo tengo el caso de un financista, también vecino, tipo de gran estatura, que se paró en la vías del Ferrocarril Roca, con las piernas abiertas, los patines puestos, un pie en cada riel, y esperó de espaldas al rápido de las 11.30. Su último viaje fue de 20 kilómetros. Quizá arrastraba una vocación frustrada de patinaje sobre hielo.
�Yo conozco el caso de un gran banquero que se llevaba agua bendita de las pilas bautismales de las iglesias. Llenó un tonel de 200 litros, se acostó abajo, se metió el grifo en la boca y se la tomó toda. Dejó un mensaje: Me voy purificado. Es posible que se tratara de un gran pecador, nadie lo sabrá jamás, se llevó su secreto a la tumba. 
�Una vecina mía, alta ejecutiva, se ató al cuello una tira de seda de 30 metros de largo y el otro extremo lo enredó en la rueda de una bicicleta fija. Pedaleó hasta que la seda se fue acortando y terminó estrangulada. Hay quien dice que era admiradora de Isadora Duncan.
�Un político de mi zona coleccionaba libros de arte. Tenía todas las paredes de una habitación de techo muy alto forradas de libros. Serruchó las patas de las bibliotecas, le puso cuñas y le ató sogas a las cuñas. Se sentó en medio, tiró de todas las sogas al mismo tiempo y sucumbió bajo toneladas de libros de arte. Quizá había soñado con ser un hombre del Renacimiento. Quizá, en un último gesto, pretendió absorber todo el peso del conocimiento de golpe. 
�Un vecino mío, un capitán de empresa, que vivía en el piso 20, esperó que fuera un día de sol, que en la calle hubiera mucha gente y que todos los toldos de los balcones estuvieran abiertos, menos el del 1º, 2º, 3º, 4º y 5º. Así que al saltar, en palomita, fue rebotando elegantemente desde el 19 al 5, y luego la caída libre. Realmente una manera extraña de partir. Quien les dice que en el fondo toda su vida no haya querido ser artista de circo.
�Mi vecino, un funcionario de rango, subió a la terraza, se proveyó de una silla de montar, infló cientos, miles de globos de todos colores y formas, y se mandó a mudar al cielo. Dejó una nota: �Y ahora que lo sigan al gaucho�. ¿Qué habrá querido decir? ¿Quería galopar en el espacio cósmico?
�Un fulano ligado al comercio de oro y piedras preciosas, que tenía sus oficinas cerca de mi trabajo, se compró un gran danés, lo tuvo una semana sin comer, le sujetó un palo al lomo con un bife de chorizo en la punta, de manera que el bife le quedara a veinte centímetros del hocico, y después el hombre se ató detrás del animal y lo soltó. Salió arrastrado y nunca más se supo de él. Hay quien dice que se lo vio pasar por la ruta 3 cruzando la Patagonia. A esa altura, del tipo ya no quedaban más que jirones, como bandera desflecada. Vaya a saber, tal vez vio muchas películas de Alaska, historias de trineos y personajes de Jack London. 
�Para mí todos esos casos no tienen nada de misterioso �interviene el Gallego�. Simplemente se trata de gente que ha tenido una existencia opaca, rutinaria, y no ha querido irse de este mundo sin un rasgo de originalidad. Seamos sinceros, ¿a quién de ustedes no le gustaría darse un último gusto y despedirse con un suicidio bien creativo?

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