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Por E. F.
Desde Quebec
 Los antiglobalización se jugaron ayer el todo por el todo. Después de que en la víspera protagonizaran escaramuzas hasta altas horas de la madrugada, el sábado volvieron al ataque con la misma determinación. En vez de tirar papel higiénico dentro del perímetro prohibido, los manifestantes idearon otro ardid: con catapultas caseras empezaron a tirar peluches y muñecos de trapo adentro de la zona restringida.
A los periodistas que tuvieron la mala suerte de pasar cerca de los grupos más radicales se los recibió con una lluvia de maníes como una forma de �alimentar con caca a la gente que está al servicio de la caca que el imperio da de comer�, según la fuerte expresión de un trotskista francés. Lo que se hizo obvio con el correr de las horas es que muchos de los opositores que se reunieron en Quebec llegaron a esta ciudad perfectamente entrenados para enfrentar los cañones lanza aguas y aguantar la incómoda presión de los gases lacrimógenos. Por alguna de las avenidas aledañas a la cumbre se los podía ver caminando como por su casa en medio de los gases o enfrentando sin pestañar la potencia de los chorros de agua.
Lejos de los disturbios que dejaron más de 80 heridos y decenas de detenidos, sindicalistas, militantes de ONGs, cristianos, defensores de las minorías nativas, líderes indígenas y campesinos, y víctimas de todos los sistemas imaginables desfilaron por Quebec en una clima de fiesta y comunión anti globalizadora. Con el líder francés de la Confederación campesina José Bobé a la cabeza el desfile recorrió buena parte de la Ciudad Baja hasta chocar con los grupos que habían empezado a derribar el muro de alambre que protege la sede de la cumbre. Cubanos, chilenos e indios canadienses formaban una suerte de cadena baja la cual un cartel decía�Plan Colombia, crónica de una matanza anunciada�.
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