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Cómo Japón dejó de preocuparse y aprendió a amar al Dr. Rumsfeld

La tripulación del avión espía norteamericano EP-3 en su triunfal regreso a casa.
Su captura marcó una crisis que está arrojando a Japón en los brazos de Estados Unidos.

 

Por Gabriel Alejandro Uriarte

La actitud del Pentágono hacia Japón parece ser una contradicción. Por un lado, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld proclama que en adelante Estados Unidos trabajará bajo la hipótesis de que no podrá contar con ninguno de sus aliados regionales en caso de un enfrentamiento con China. De aquí sale el énfasis sobre la �proyección de fuerza� unilateral en el Pacífico, con el desarrollo de armas de largo alcance que no dependan de bases cercanas al área de conflicto. Pero, al mismo tiempo, la creciente beligerancia de Washington hacia China gatilla unas crisis, como la del avión espía, que requieren el despliegue de las fuerzas tradicionales, tales como el superportaaviones �USS Kittyhawk�, que subrayan drásticamente el grado en que Estados Unidos todavía depende del territorio de sus aliados. En otras palabras, la política unilateral de Washington sólo parece forzarlo a adoptar una humillante estrategia multilateral. Sin embargo, en esta aparente contradicción se esconde un propósito muy sutil que, como todos los de Rumsfeld, trasciende lo militar para entrar en el campo de lo geopolítico. Japón, sin percatarse de ello, es su principal objetivo. 
Lo que Rumsfeld explota es la superficialidad con que se percibe su supuesto �unilateralismo�. La palabra trae imágenes de una superpotencia hegemónica embistiendo contra sus enemigos mientras que ignora altivamente las preocupaciones de sus aliados. Esto no es necesariamente incorrecto, pero deja una gran pregunta sin responder: ¿Qué hacen los aliados después de ser �abandonados�? Al principio pueden lanzar condenas y llamados en pos de un mundo multipolar, pero después deben analizar cómo defender sus intereses sin el respaldo del gran hermano norteamericano. En Europa, por ejemplo, las repetidas amenazas del gobierno de George W. Bush de retirar sus tropas de Bosnia y Kosovo fueron lo suficientemente inquietantes como para que la Unión Europea comenzara a dedicar más recursos para la formación de una fuerza militar convencional capaz de patrullar su patio trasero balcánico. Así, Washington reduce su �dispersión estratégica� y logra que sus aliados compartan más los costos de la seguridad colectiva. Esta es la estrategia que Rumsfeld está aplicando con Japón. 
La alianza entre ambos países fue siempre muy distinta a la OTAN. El Japón post-1945 jamás tuvo a más de 50 divisiones enemigas frente a sus fronteras, lo que quitó el imperativo que en Europa hizo inevitable el rearme alemán. De hecho, lo poco que Japón tiene como estructura de defensa es producto del único momento en que la región parecía realmente amenazada por una conquista comunista: la Guerra de Corea de 1950-51. Antes de la invasión norcoreana, Japón estaba totalmente desmilitarizado por orden del general Douglas MacArthur, bajo cuyos auspicios se promulgó una constitución que prohibió la creación �de fuerzas de tierra, mar y aire�. Esto se alteró apresuradamente cuando parecía inminente la caída de la península coreana. Se sorteó la prohibición de Fuerzas Armadas calificando a estas como �Fuerza de Autodefensa� (SDF), que no tenía Ejército sino una �Fuerza Terrestre de Autodefensa�. 
Esta fórmula no era del todo hipócrita. Nunca se creó un ministerio de Defensa, por ejemplo, y la �Agencia� responsable recibía el personal menos calificado y tenía el menor peso del sector público. Y las restricciones al uso de las Fuerzas de Autodefensa eran muy duras. En 1990, por ejemplo, impidieron que el gobierno de Tokio siguiera sus inclinaciones de enviar tropas, siquiera de apoyo logístico, a la coalición internacional que ganó la Guerra del Golfo. Desde entonces se habló bastante de modificar la Constitución, pero había dos grandes obstáculos. Primero, los recelos dentro del propio Japón hacia el �militarismo�, defendidos en especial por el Partido Socialdemócrata y el Comunista. Estas objeciones disminuyeron bastante tras la caída de la Unión Soviética y el Muro de Berlín, lo que sólo desnudaba el segundo y mayor obstáculo a la alianza militar: la competencia económica entre Japón y Estados Unidos. El problema era que el Pacífico nunca tuvo un equivalente del Pacto de Varsovia, por lo cual los implacables cálculos militares que regían en Europa eran diluidos allí por más sórdidas rivalidades comerciales. Para fines de los �80, Estados Unidos sostenía un déficit comercial muy grande con Japón, y sus industrias de punta estaban siendo superadas por la competencia de ese país. La industria japonesa, en especial, ya era lo suficientemente sofisticada como para desarrollar armamentos más avanzados que los norteamericanos. En los últimos años del gobierno de Ronald Reagan, por ejemplo, esto llevó a la farsa del caza �FSX�. Comenzó su vida como un proyecto autónomo japonés. Pero Washington temía que el avión compitiera con sus propios cazas en el mercado de armas, por lo que obligó a que el proyecto fuera conjunto. Después, el Congreso denunció que la tecnología �conjunta� sería aplicada a aviones civiles japoneses que competirían con los norteamericanos. Al final, fue abandonado. 
Es cierto que mucho estos obstáculos ya estaban en vías de ser eliminados antes de la toma de mando de George W. Bush en el 2001. Fue bajo la administración de Bill Clinton que en 1998 Corea del Norte disparó un misil balístico de prueba contra aguas territoriales japonesas, y que al año siguiente China violara más de 25 veces esas aguas con buques espía. El resultado fue una �Revisión de la política de Defensa�, por la cual Tokio se comprometió a apoyar logísticamente a Estados Unidos en caso de una crisis regional. En ese sentido, Rumsfeld no creó nada nuevo. Sin embargo, la política que impulsa desde el Pentágono obliga a Japón a seguir el rearme que ya emprendió bajo condiciones mucho más favorables para Estados Unidos. 
Al hablar de una estrategia que prescinde de las bases norteamericanas en la región, Rumsfeld amenaza con quitarle al Japón su principal fuerza disuasoria: las más de 40.000 tropas norteamericanas desplegadas en su territorio. Esto obligó a que en su presupuesto de este año Japón dedicara más recursos al entrenamiento y preparativos de sus tropas, y menos al desarrollo de nuevas tecnologías. Al mismo tiempo, los incidentes con China activan un conflicto en el cual Japón sólo puede unirse a Estados Unidos. Pekín nunca fue un aliado japonés, todo lo contrario, y sus aspiraciones están en conflicto directo con los intereses de Tokio. La absorción de Taiwán incrementaría su poder económico a niveles peligrosos para Japón, así como la toma de las islas Spralty en el Mar del Sur de China amenaza las vías marítimas por las que pasa gran parte del comercio japonés, especialmente sus vitales importaciones de petróleo. Frente a esta amenaza, un Japón desmilitarizado sin bases norteamericanas dedicado al crecimiento económico pasa a ser, como fue por mucho tiempo en Europa, una aspiración quimérica en un barrio peligroso. En ese sentido limitado pero crucial, es del todo correcto bautizar al enfrentamiento norteamericano con China como �la nueva Guerra Fría�. 

 

 

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