Por Alfredo Grieco y Bavio
Cuando el mes pasado un submarino atómico norteamericano hundió a un barco escuela japonés, la historia calentó todas la pantallas de la tevé nacional con este Pearl Harbour minúsculo, accidental e invertido. El premier Yoshiro Mori, sin embargo, prefirió no interrumpir el partido de golf que estaba jugando cuando le llegó la noticia. Su popularidad se derrumbó a los umbrales más bajos de la política japonesa posterior a Hiroshima. Su carrera política estaba acabada. El miércoles, su renuncia formal era un hecho. Y como su partido, el Liberal Demócrata (PLD), domina en el Parlamento, el nuevo líder electo se convertirá automáticamente en el nuevo premier.
Cuando el 24 de abril sea elegido el nuevo presidente del PLD, la vida política japonesa habrá dado un salto cualitativo. Y esto es porque el partido decidió abandonar el �dedazo� para la designación del sucesor. La suya es una democratización de algún modo comparable a la que operó el Partido Revolucionario Institucional mexicano (PRI) al final del sexenio de Ernesto Zedillo. Sólo que el PRI perdió después las elecciones generales, y sus 71 años en el ininterrumpido ejercicio del poder llegaron a un fin abrupto. El PLD japonés, que es también un partido monopólico fortalecido por la Guerra Fría, teme que le ocurra lo mismo en julio, golpeado por un estancamiento económico para con el cual en la última década sólo supo adoptar el protagonismo de las catástrofes.
Canasta de yenes
Hace diez años parecía que Japón iba a tomar el mundo y films edificantes como Lluvia negra (1989) de Ridley Scott o Sol naciente (1993) de Philip Kaufman nos ilustraban sobre lo feo que iba a ser eso. Hasta hace un mes parecía que Estados Unidos era incapaz de dar un paso en falso, y ahora su temida, impronunciable recesión es la peor noticia para la economía de ese peor enemigo de una década atrás que ya no asusta. Hasta que el mundo no vea los efectos, si alguna vez se producen como fueron planeados, de la gigantesca reducción de impuestos en que consiste la receta ofertista-reaganiana del presidente Bush, las soluciones que aplica la Reserva Federal pueden llamarse en comparación keynesianas: bajar las tasas de interés, inundar al mercado con dinero.
En su �década perdida�, Japón fue de un keynesianismo de estricta observancia. Y dio el paso que, por ahora, parece imposible que Estados Unidos deba volver a ensayar como después de la crisis de 1929: crear demanda desde el Estado. Los sucesivos gobiernos japoneses salvaron primero a unos bancos y después a los otros, erigieron puentes que no conducen a ninguna parte, abrieron túneles en las montañas, trazaron una línea férrea bis para cada tren bala, construyeron represas hidroeléctricas que sirvieron para molestar a las truchas y para poco más. El resultado es que, en el año financiero que termina en marzo de 2001, se calcula que la deuda del gobierno asciende al 140 por ciento del PBI. En otras palabras, menos exactas y más aproximativas: las autoridades de la segunda economía mundial se gastaron una vez y media la producción nacional de un año antes de que un solo yen llegara a sus arcas. Y sin construir muchas escuelas, ni viviendas, hospitales, y otros servicios públicos, actividades de un Estado de Bienestar en las que Japón queda último entre las naciones industrializadas, como se calcula que queda último con su porcentaje de crecimiento de 1,9 para 2000.
Los cuatro fantásticos
Nunca una nación industrial alcanzó un déficit tan alto en tiempos de paz, y nunca tuvo menos ideas sobre qué hacer para solucionarloefectivamente. Esta parece ser la percepción de los votantes japoneses, como la de muchos analistas económicos. No es casual que la respuesta a esta pregunta sea la base de las diferencias entre los candidatos a la presidencia del PLD. Ryutaro Hashimoto (63), ex premier (1996-98), ex campeón de artes marciales tradicionales, es el candidato del inmovilismo, o del mayor inmovilismo que las circunstancias permitan. En esto coincide con otros dos candidatos, el ultraconservador Shizuka Kamei (64) y el actual ministro de Economía, Taro Aso (60), quienes proponen una reducción de impuestos unida a un aumento del gasto público, para lo que buscarían la sanción de un presupuesto suplementario.
Si Junichiro Koizumi (59), el adversario con más chances, parece radical en comparación con Hashimoto, lo es, al menos en un primer sentido, como puede serlo un Alejandro Toledo en el Perú. Ambos consienten formas clásicas de neoliberalismo, porque en las décadas pasadas, y aun en la última, sus países fueron menos auténticamente capitalistas de lo que a sus políticos derrotados les gusta hacer creer. Es significativo que Japón siga siendo, por ejemplo, uno de los últimos paraísos del marxismo académico. Koizumi predica la desregulación y flexibilización del mercado laboral �Japón llegó a alcanzar un 4,9 de desempleo, intolerable para sus propios estándares� y el cierre y liquidación de la capacidad industrial supernumeraria. La idea más imaginativa de Koizumi, sin embargo, parece dar una perversa vuelta de tuerca al keynesianismo oficial. Un giro que jamás se le ocurrió al mismo Lord Keynes. En términos brutales: se trata de que el gobierno no sólo se gaste en obras públicas (creadoras de empleo y generadoras de demanda interna) los ahorros de los ciudadanos, sino que se los juegue (en lugar de ellos, que son demasiado tímidos) a la Bolsa.
Para lograr estos magnos efectos, la causa primera parece ínfima: Koizumi entiende que bastaría con privatizar el Correo. Esto liberaría la mayor masa de ahorros privados (e inactivos) del mundo, la que los hogares japoneses tienen depositada en cajas de ahorro postal en las sucursales locales del Correo, a una tasa de 0,08 por ciento. El total es el equivalente a 13, 7 billones de dólares. Es inútil insistir en que recetas ortodoxas, que buscaran estabilizar la deuda pública en un 150 por ciento del PIB para 2005 implicarían alzas de tasas o recortes al gasto que llevarían a Japón, y posiblemente al mundo, a una recesión.
Serás un líder, hijo mío
En una nación tan pregonadamente fotofílica como la japonesa, las imágenes de Ryutaro Hashimoto, y las de sus tres distinguidos rivales, �suspirantes� a la presidencia según el léxico del PRI, ya fueron materia prima de una pequeña industria de la admiración y la adulación, que expresa, a su fascinado modo, el vuelco en la política nacional. Los atuendos militares de Hashimoto pueden servirle con sus seguidores tanto como el pelo moderadamente largo de Koizumi con los suyos. Pero si estos últimos son mayoritarios entre los encuestados, las cifras abrumadoras de un 65 por ciento pueden resultar menos decisivas que el magro 17 por ciento del ex premier. Porque el PLD ha ido menos lejos que el PRI en sus gestos de modernización. Los que votan al nuevo presidente partidario son los representantes electos, parlamentarios y regionales, algo todavía muy alejado de unas internas partidarias, abiertas o no.
Lo que importa es el apoyo decisivo que se pueda obtener en el interior de las maquinarias del partido y de esos �shogunes de la sombra� que deciden su destino, ocultos, como en esas pesadillas de color local de tantos films de yakuzas y otras mafias, detrás de paredes corredizas de papel de arroz. Resulta claro que en esta elección, cuando el partido se encuentra en la peor crisis de una serie de crisis, la nomenklatura puedesentirse más inclinada a desoír la tradición y menos dispuesta a desatender las preferencias de un electorado que en julio debe renovar a la Cámara alta de la dieta japonesa y parece ya ferozmente dispuesto a convertir al PLD en historia pretérita.
Comida china
El liderazgo japonés ve abiertas en estos días nuevas posibilidades de recorrer sin tropiezos el camino de la torpeza. El cambiado escenario diplomático internacional por causa de la elevación de China por el Pentágono al rango de �competidor estratégico� recoloca a Japón en la firme posición de aliado norteamericano por excelencia de la que gozó en los felices años de la Guerra Fría. Si Tokio resintió la visita de Bill Clinton a Pekín y necesitó que Madeleine Albright viajara, conciliadora, a decirles que todo marchaba bien, ahora puede estar seguro de recuperar ese bien cuya pérdida deploraba. O podría estarlo, ya que si antes permanecía en la posición desolada del espectador ante lo que veía como traición norteamericana, ahora puede crearse problemas de los que sólo se podrá responsabilizar a sí mismo.
La debilidad de la economía japonesa enfrentada a la fortaleza de la china, las diferencias de sus balanzas comerciales, la apertura del que será el más numeroso mercado del mundo, la avidez china por comprar enfrentada a la patológica retentiva de los hogares japoneses, la disputa por el mercado del sudeste asiático, constituyen una situación nueva, ante la cual el exceso de confianza que genere la agresividad texana de Washington puede resultar catastrófico.
Ante la inminente (y favorable) decisión norteamericana sobre la venta de armas a Taiwan, tres de los cuatro candidatos del PLD reaccionaron con un apresuramiento sobre el que la prensa japonesa editorializó el viernes. El tema es la oportunidad, o no, de conceder visas a los diplomáticos taiwaneses.
Nacionalismo y religión
Las relaciones con los países asiáticos, y las de estos con Washington, tienden a interpretarse desde Tokio en términos religiosos. �Un regalo de los dioses!�, había exclamado agradecido el premier Shigeru Yoshida ante la Guerra de Corea. La religiosidad, nueva o rediviva, es una de las vías de escape para el descontento del electorado con el PLD y también con el principal partido de posición, el Demócrata. El premier saliente fue criticado por sostener, con retórica de la Segunda Guerra Mundial, que �Japón es una nación divina cuyo centro es el emperador�. Este dogma del shintoísmo, la religión tradicional y nacionalista que un sector del PLD no se muestra reacio a resucitar, fue condenado por el principal aliado del PLD, el partido Komeito, que es neobudista.
El descontento con el establishment que no encuentra refugio en la religión o el nacionalismo, busca su salida en el regionalismo y en diversos candidatos independientes. A ellos se dirigen las bases del PLD, formadas por pequeñas y medianas empresas, cooperativas agropecuarias, y, naturalmente, quienes respondían a caciques locales. Akiko Domoto, ama de casa con una campaña financiada por otras amas de casa, triunfó en marzo en la elección por la gobernación de Chiba, feudo del PLD. Esta gobernación se considera la medida de las próximas elecciones. Y lo que dice es inequívoco: un Japón sin PLD parece estar a las puertas.
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