Por
Alejo Diz
Desde Rosario
La
visita de Boca por Rosario dejó poco fútbol, estuvo rodeada
de polémicas, pero contó con un arrebato de ingenio de Juan
Román Riquelme que dejó empalagados de fútbol a los
10 mil xeneizes que se acercaron al Gigante de Arroyito para seguir a
este Boca de acciones devaluadas en el Clausura. El partido se luchó,
nunca se jugó, tuvo mucho de mal gusto y además contó
con un arbitraje desacertado de Cristian Villarreal. El encuentro no tuvo
ramalazos de buen fútbol, y aunque la pierna fuerte fue el denominador
común, cuando Riquelme y Luciano De Bruno estuvieron dentro de
la cancha, hubo pinceladas de talento esparcidas sin mucha regularidad,
pero con excelsa precisión. Y de la lucha salió un ganador:
Boca, el que siempre fue más agresivo. La batalla dejó como
saldo la expulsión de Pizzi por el local y el tobillo malherido
de Riquelme.
Es difícil pensar en un Boca luchador y aguerrido cuando Riquelme
está dentro de la cancha. También requiere de excesiva imaginación
suponer a Ezequiel González pegándole a la pelota para arriba
y sin contemplaciones. Pero así y todo, con algunos de los mejores
talentos que restan aún en el país, Rosario Central y Boca
chocaron fuerzas en lugar de medirse en un duelo de talentos como se podía
sospechar.
Dentro de este marco de enjundia, apareció el botín derecho
de Riquelme ya por entonces maltrecho por una patada de Marcelo
Quinteros para burlarse del despropósito de sus compañeros
y enseñar, con aguda sutileza, por dónde pasa el fútbol:
hizo dos pasos con renguera incorporada, recibió tirado por la
izquierda de parte de Delgado, bajó la cabeza para acomodar la
pelota bajo el celoso cuidado de su pie derecho, levantó la vista
para memorizar el segundo palo de Tombolini y sacó un exquisito
tiro por sobre el uno canalla para regalar otra conquista con aroma a
recuerdo eterno.
La otra sutileza del encuentro quedó bajo los pies coordinados
de Luciano De Bruno. Que despachó rivales con lenta e envidiable
naturalidad, ingresó al área y definió a las manos
de Abbondancieri cuando Burdisso le tomó de la camiseta y lo terminó
de desestabilizar.
Fueron dos bocanadas de fútbol dentro de una sinuosa e insoportable
rutina de infracciones e imprecisiones compartidas. Y en el segundo tiempo,
el juego ordinario se duplicó a partir de la desesperación
de los canallas por la igualdad y la pena de los xeneizes por ver a Riquelme
sentado al lado de Carlos Bianchi.
Por entonces ya no se tuvieron en cuenta ni siquiera los principios tácticos
que pregonan los entrenadores, pero en el desbalance general, Boca siempre
sacó ventaja haciendo pesar su chapa de equipo consolidado.
Los rosarinos padecieron el bajo rendimiento de Ezequiel González,
pero lograron responder con el ingreso de Arriola, otro atorrante de grandes
desprejuicios tácticos y de pelota a un toque. De él surgió
el empate de Charles Pérez, pero sólo con él no se
pudo sostener el canalla.
Boca, empujado por su responsabilidad de equipo numéricamente superior
-era once contra los diez locales que habían sufrido la expulsión
de Pizzi, se abocó con decisión a la tarea de ganar.
Ingresó el Mellizo por un desabrido Omar Pérez, Delgado
se despertó, Herrera siguió chocando ante Tombolini, pero
finalmente el Chelo dejó a los visitantes felices con el gol sobre
la hora ante un Rosario Central cuyas fuerzas ya habían mermado
considerablemente. Fue el final. Aunque siempre primó la lucha
y la fricción, la tarde en Rosario tuvo su momento diferente: aquel
arrebato de fútbol de Juan Román Riquelme.
Mucha
bronca en el Gigante
Entre
los hinchas de Central y Boca no hay ningún tipo de afinidad
y ayer no fue la excepción. El estado de ánimo beligerante
se manifestó enseguida, ante un partido sin duda mucho más
violento que vistoso. Hubo incidentes durante y después del
partido, que en algún caso llegaron a involucrar hasta el
cuerpo técnico de Boca. La sensación de impotencia
e injusticia motivada por el cuestionado arbitraje de Villarreal
sacó de quicio a la gente de Central que, durante el partido,
no se cansó el reprobar las intervenciones de Marcelo Delgado
y del Pato Abbondancieri, ex jugadores del club. Hasta el preparador
físico de Boca, Santella, llegó a cruzar insultos
con plateístas.
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