Por
Mónica Gutiérrez
Desde Córdoba
Son
mediadores entre la Justicia y los que la piden. Tienen desde hace años
un compromiso más allá de lo profesional con los familiares
y las víctimas del terrorismo de Estado. Más de cuarenta
abogados de derechos humanos confluyeron el sábado en Córdoba,
en un día frío y lluvioso, y analizaron durante todo un
día la marcha de los Juicios por la Verdad en todo el país.
Representantes de Rosario, Capital Federal, Mar del Plata, Mendoza, La
Plata, Bahía Blanca, Neuquén y la ciudad anfitriona estuvieron
presentes en el predio de la ciudad universitaria. Durante horas, el diálogo
fue sólo para juristas y entendidos. Algunos expusieron experiencias;
otros contaron las marcha de los juicios en sus provincias de origen y
todos discutieron acerca de conceptos como el genocidio, las leyes de
amnistía o el alcance jurídico de la apropiación
de menores.
La reunión de la Red de Abogados fue para establecer estrategias
y pautas comunes que permitan caminar hacia el objetivo que los une, a
lo largo de toda la geografía del país: el de juicio y castigo
a los genocidas y represores que se adueñaron de la vida de los
argentinos entre 1976 y 1983. Nunca estuvimos mejor que ahora para
perseguir penalmente estos delitos, dijo Juan Carlos Wlasic, abogado
de Mar del Plata, que definió el ánimo de sus colegas, alentados
por fallos recientes como el del juez Gabriel Cavallo en torno a la nulidad
de las leyes de obediencia debida y punto final. Para Wlasic, el
espectro jurídico actual y los argumentos que parten de la propia
Corte dan un marco favorable para insistir en el reclamo de justicia.
La apropiación de menores también es un delito contra
la libertad, si hablamos de supresión de la libertad interior,
que en el caso de los hijos nacidos en cautiverio quedó prisionera
de la mentira, señaló en su exposición Mirta
Mántaras, abogada querellante en los procesos que se tramitan en
Bahía Blanca. En otro tramo, el tema genocidio ocupó el
centro del debate: la esencia del genocidio está dada por
la destrucción de un grupo nacional, configurado y definido también
por el enemigo, cuyos miembros terminaron siendo víctimas de la
desaparición forzada, entre otros delitos, expuso Wlasic.
En su opinión, impulsar los juicios de la verdad requiere
de un gran esfuerzo de mano de obra, y nos preocupa que esto genere un
debilitamiento, por eso son importantes estas reuniones. El panorama
en el interior del país es heterogéneo: mientras en algunas
jurisdicciones intervienen cámaras federales, en otras los juicios
ya están en manos de tribunales orales. También hay proceso
incipientes, recién instruyéndose en juzgados de primera
instancia. Mientras Bahía Blanca y La Plata, por ejemplo, tiene
audiencias públicas, en Córdoba y Mendoza aún se
tramitan puertas adentro de los despachos judiciales.
Esto nos obliga a compatibilizar las estrategias y evaluar si se
va cumpliendo el compromiso internacional asumido por el estado argentino
para implementar los juicios por la verdad, explicó Mántaras.
Por eso es muy importante que el juicio sea abierto, es fundamental
la puesta pública de la historia, agregó.
Sobre las divergencias en los planteos que los abogados llevan a los tribunales,
Mántaras sostuvo que no tenemos diferencias de conceptos,
discutimos sobre la oportunidad. Cuando aparecieron los juicios por la
verdad no teníamos chances de plantear juicio y castigo a los culpables,
porque no estaba preso Pinochet, no estaba el fallo de los lores, no teníamos
el pedido de extradición de los militares argentinos por parte
de Baltasar Garzón. Mántaras consideró que
todo esto fue creando lo que la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos llama la conciencia jurídicauniversal, para hacer
entender que los delitos de lesa humanidad se persiguen en cualquier lugar
del mundo y no tienen ningún tipo de prescripción ni de
perdón.
Para la abogada, hacer el encuentro de por sí es una batalla
importante que ganamos, porque la tendencia a la no solidaridad que hay
en la sociedad procura que nos retiremos de los espacios públicos,
que tengamos miedo, miedo de morir, de estar golpeados, de que nos fichen,
de que nos conozcan. Por eso los sectores que quieren apostar al abuso
y a la pérdida de la libertad pretenden llevarnos al ámbito
recoleto del hogar, donde estamos seguros, ponemos una buena reja y nos
sentamos frente al aparato de televisión para ser receptores del
discurso del poder. Cuando nosotros hacemos el encuentro, dejando nuestros
trabajos, nuestras casas, estamos venciendo todo un proyecto político
del terror y de recluirnos fuera de los espacios públicos. Esto,
la calle, el piquete, son espacios públicos, ahí se ejercen
los derechos, analizó.
Promediando la tarde, mates y café de por medio, los abogados coincidieron
en la organización del Tercer Encuentro de Derechos Humanos que
probablemente tendrá sede en Mendoza en setiembre próximo.
De momento, se volverán a ver en junio en La Plata, porque la lucha
por la justicia continúa.
Enfrentar
la impunidad
Pablo
Salinas es abogado en los juicios por la verdad en Mendoza, donde
representa a 35 familiares de desaparecidos y al Movimiento Ecuménico
por los Derechos Humanos. Para enfrentar un entramado de impunidad
armado desde el poder hace falta la unión de los abogados
y de los pasos a seguir en casos concretos, señaló.
Los juicios en Mendoza comenzaron en febrero con las declaraciones
de ex militares que participaron de la represión. Salinas
explicó que el juicio les permitió obtener documentación
a la que no habían podido acceder los abogados de derechos
humanos, donde figuran por ejemplo los trámites de hábeas
corpus de cerca de 250 desaparecidos que hubo en Mendoza durante
la dictadura. El comando local dependía del ex general
Luciano Benjamín Menéndez, quien firmaba los
comunicados sobre los supuestos subversivos caídos en Mendoza.
La característica de la represión mendocina fue que
los grupos de tareas fueron siempre de la policía provincial:
eran la mano de obra sucia para los militares que dependían
de la maquinaria civil de informantes que formaban el Centro de
Operaciones Tácticas (COT).
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OPINION
Por Daniel Goldman*
Pecado
de decepción
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El
pecado no es una idea muy común en nuestros días. Hoy
usamos este término de una manera diferente a como se la pensaba
en la época bíblica. Originalmente, el pecado era un
acto que describía la desobediencia a la orden de Dios. Muchas
liturgias religiosas y muchos teólogos hablan de pecado de
manera exhaustiva, haciendo uso y abuso de este término, y
definiendo de alguna manera al pecador como aquel que se rebela contra
Dios. Pero con el tiempo la palabra pecado trascendió, por
suerte, el lenguaje religioso. De todos modos sigue habiendo algo
común entre la acepción antigua y la moderna: pecado
es algo que no puede ser perdonado. El error puede ser perdonado,
pero el pecado no. En nuestro código de comportamiento hay
actitudes humanas que violan todo tipo de standard y que no pueden
por nosotros o por la sociedad, ser perdonados.
El pecado no tiene retorno. Creo que hoy día hay dos situaciones
que perfectamente se enmarcan en la categoría de pecado. Una
de ellas es el pecado de la decepción. Porque uno puede perdonar
la estupidez, el engaño, la mentira. Pero la decepción
está más allá del perdón, porque está
más allá de nuestro dominio. No podemos perdonar a alguien
que nos decepciona, porque el perdón en esta situación
es absolutamente irrelevante. Y al no existir retorno de la decepción,
ello la transforma en un pecado.
Generalmente atribuimos la decepción a una mentira, pero no
siempre la decepción es producto de una mentira. Muchísimas
veces la decepción se produce porque esperamos que el otro
sea otra cosa. Cuando las expectativas están puestas en aquello
para lo que el otro no está calificado, no está capacitado,
entonces se produce la decepción.
Los argentinos tenemos una capacidad única para decepcionarnos,
porque somos una sociedad que, independientemente del engaño,
juega con categorías infantiles de verdad y mentira. Somos
altamente propensos tanto al escepticismo como a la maravilla, una
sociedad con una exigencia de liderazgo mesiánico que va acompañada
de una expectativa de soluciones mágicas e inmediatas: Todo
se puede solucionar por arte de magia o milagro. Y cuando esperamos
magia y milagro, la realidad nos embate con fuerza, de modo tal que
la decepción funciona como el mecanismo natural. Nos prometen
cosas, pero nosotros también nos dejamos prometer
y, por lo tanto, en alguna arista somos parte y cómplices de
la misma y enmarañada situación pecaminosa. Y así,
en este juego, decidimos levantar a gente hasta el Olimpo con la misma
vertiginosidad que decidimos hundirlos hasta la fosa. Elevamos líderes
que luego transformamos en villanos. El segundo pecado es el de la
ilusión. El pecado de la decepción es tan grave como
el pecado de la ilusión.
Hace meses el presidente de la Nación era un presidente que
prometía más de lo que podía dar, y hoy lo ubicamos
en el lugar de un desesperado incapaz; entonces elevamos a la categoría
mesiánica a un ministro de Economía en el que colocamos
expectativas mayores a lo que la realidad puede responder. Y así
seguirán cayendo y subiendo permanentemente uno y otro, y la
ilusión y la decepción seguirán jugando como
un trompo que da vueltas y vueltas. Ilusión y decepción,
ilusión y decepción...
Tal vez, a esta altura en lugar de tantos ministerios, deberíamos
crear la secretaría y la escuela de madurez social, en donde
los mandatarios se comprometan a comprender y difundir la idea de
que la sociedad es un mundo de interrelaciones y procesos, y no de
convencimientos y milagros.
Como religioso creo que hay milagros, pero nuestra vida no puede estar
pendiente de las acciones milagrosas, porque sino nos golpea la decepción,
que es el pecado imposible de perdonar, y del cual resulta difícil
reponerse. La decepción descarta, ahoga y mata. En cambio la
madurez crea y permite ver la vida con una perspectiva diferente:
la de los idealesreales que son aquellos que pueden ser llevados a
cabo, para no tener que declarar un default a la poca esperanza que
nos queda.
* Rabino. |
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