Por
Sol Alameda
El
destino le llevó a ser ministro de Asuntos Exteriores de su país.
Y a fracasar en el empeño. ¿Cómo anda de ilusiones?
La ilusión persiste. No puede ser de otra manera, ya que
no hay otra alternativa que una salida pacífica. Se puede ir a
etapas de violencia, a ciclos cortos o largos de confrontación,
pero al final...
¿No hay más remedio que esa paz que usted imaginó?
No lo hay. Lo triste de la situación es saber que volverán
al punto donde yo dejé, y no poder impedir que se derrame más
sangre. Es la tragedia humana en su expresión más absurda:
que todo el mundo sepa que no hay otra solución, pero que iremos
a más enfrentamientos, que habrá violencia, muertos, huérfanos
y viudas. Y todo para volver al mismo lugar.
Esa seguridad que manifiesta, que la paz entre israelíes
y palestinos se basará en el futuro en el paquete negociado por
usted, ¿se fundamenta en el hecho de que Israel no puede llegar
más lejos en sus concesiones?
Sí. Israel ha llegado al límite de su capacidad. Hemos
traspasado los límites que nuestra sociedad nos permite, y el resultado
de las elecciones es la mejor prueba.
¿El gobierno del que usted participó fue más
visionario que la sociedad israelí?
Sí. Aunque tengo que distribuir las culpas. Porque el que
más nos ayudó a perder las elecciones fue Arafat. El es
el actor principal en la política israelí en los 10 últimos
años. Es quien crea gobiernos y los destruye. Si no fuera por Arafat,
Shimon Peres no habría perdido las elecciones en el 96; no
habría ocurrido el asesinato de Rabin, ni la pérdida de
elecciones por Netanyahu; ni ahora las hubiera perdido Barak. Es casi
como si Arafat le dijera al político israelí: si quieres
ganar elecciones, no hagas la paz conmigo.
Pero, a estas alturas, ningún político israelí
puede quedarse cruzado de brazos para conseguir algún acuerdo con
los palestinos.
En efecto, y yo no pienso convertirlo en credo político.
A mí no me interesa la política si no tiene un proyecto,
si no conduce a ningún lugar. Pero el hecho es que, en mi opinión,
el paquete que nosotros hemos negociado podría haber sido aprobado
por nuestro pueblo. Porque, siendo generoso y flexible, salvaguarda los
intereses vitales del Estado de Israel. Es un paquete patriótico,
no es un paquete abandonista.
Pero es el paquete que les ha hecho perder las elecciones. Sus electores
no lo querían.
No es el paquete lo que ha sido rechazado, sino la situación.
Resulta que llega un gobierno israelí con una generosidad sin precedentes
y se encuentra con la Intifada. Y aun así sigue negociando. El
pueblo no pudo asumir esa situación.
Pero la Intifada empezó después de la provocación
de Sharon visitando la Explanada de las Mezquitas.
Hoy todo el mundo sabe que esta Intifada no la desencadenó
la visita de Sharon al templo. Todo fue un plan preparado por los palestinos
para torcer la mano de Israel y que hiciera más concesiones.
¿O sea que Sharon, queriendo perjudicar los intereses del
gobierno fue a la Explanada para dar pie a una Intifada?
Créame, lo que digo es información, no es especulación.
Ya no necesita que yo se lo diga; lo ha dicho un ministro palestino. Esta
no es una entrevista en la que intento hacer propaganda, no estoy en ese
plan. Lo que el pueblo israelí no ha podido soportar ha sido el
hecho de que un Gobierno llegara con un plan de paz con el que quería
ir más lejos que nunca, muy ambicioso. Lo era tanto como para que
la viuda de Rabin dijera que si su marido, que es el mártir del
proceso de paz, hubiera conocido las conceisones que estaban haciendo
Barak y Ben Amí, se habría muerto por segunda vez. Y a pesar
de encontrarnos de frente con la Intifada, con las bombas, con el terrorismo,
aun así, seguimos.
¿Pero Sharon va a la Explanada a parar el proceso con el
que ustedes sueñan?
No es el primero ni el último que va a ese lugar. El mismo
día que fue no ocurrió nada. Yo estaba en Estados unidos
y desde allí hablé con el jefe de Seguridad de Palestina,
antes de que Sharon subiera al templo.
Es decir, ustedes conocían las intenciones de Sharon. ¿Cómo
no lo impidieron?
El jefe de Seguridad palestino me comentó: Si no entra
en las mezquitas, no ocurrirá nada. Y él no entró
en las mezquitas. Pero todo estaba preparado; tengo fuentes, que no quiero
revelar, pero las tengo, que aseguran que los palestinos iban a hacer
la Intifada de cualquier modo. Y no puedes decirle al jefe de la oposición,
cuando estás negociando cosas tan sensibles, que no tiene derecho
a ir a ese lugar. Nuestra lucha también lo era por la legitimidad
del proceso de paz. Más bien, lo que dices es: mira, estoy haciendo
una concesión sobre Jerusalén, pero eso no quiere decir
que un israelí no pueda visitar un determinado lugar.
En definitiva, el gobierno de Barak dejó como legado una
propuesta de paz. ¿Sharon lo verá como un patrimonio?
A ver qué hace con él... Algunas cosas han cambiado.
Hoy, Israel ya no está bajo la presión de tener que demostrar
que quiere de verdad un acuerdo. Se sabe que eso es cierto, y que está
dispuesto a ir muy lejos para conseguirlo. El gobierno de Barak, mi ministerio,
hemos dejado claro que hubo un gobierno en Israel que llegó más
allá de lo posible. Creo que, al mismo tiempo, y habló de
cancillerías, hemos dejado una figura mermada de Arafat. Lo veo
en las cancillerías, en Europa; la gente se pregunta algo que antes
no hacía: ¿qué demonios quiere este señor?
Hubo un momento en la prensa dio la impresión de que Arafat
iba a aceptar la última oferta que usted y Barak prepararon. ¿Usted
también lo creía?
Arafat es incapaz de aceptar un acuerdo.
Si antes lo creía posible, ¿por qué ahora no?
Arafat no es un líder en el sentido que los demócratas
lo entendemos. Para empezar, no creó un sistema democrático,
un sistema de debate interno. En su entorno, nadie sabe qué es
lo que quiere Arafat.
¿Tiene todo el poder?
El único poder; no existe otro. Puede hacer lo que quiera,
pero no es capaz de negociar un acuerdo porque no es un líder:
un líder es un señor que elige entre opciones; normalmente
entre dos opciones malas, porque no hay otra cosa. Para elegir entre una
opción buena y otra mala no necesitas un líder... Pero el
líder, que es quien elige entre esas dos opciones malas, al elegir,
arriesga. Porque lo que está claro es que, en el momento en que
eliges si eres el líder de una sociedad democrática
seria, sabes que a una parte importante del pueblo no le va a gustar
tu elección. Y, sin embargo, debes hacerla.
Es lo que les ha ocurrido a Barak y a usted. Que han elegido entre
dos opciones malas. Y una parte del pueblo ha dicho que no.
Sí. Por eso hemos perdido el poder. Pusimos los ojos en un
desafío, hemos tocado el desafío de la historia y hemos
sacrificado consideraciones políticas. Se lo dije a Arafat en una
cena con Clinton, cuando él le preguntó a éste: ¿Es
que quieres ir a mi funeral? Porque es lo que pasará si hago este
tipo de acuerdo. Yo le contesté: Por ahora, el único
funeral que hemos ido ha sido al de Rabin. Y en cuanto a Barak,
ha pagado con su carrera. ¿Qué ha pagado Arafat? Nada.
Acabo de leer que están construyendo nuevos asentamientos;
ustedes nunca han parado de recibir más gente. Y, sin embargo,
los palestinos...
Usted es periodista, sabe que ustedes no dicen siempre la verdad.
Bueno, es una noticia que aparece. ¿El problema es la demografía,
porque enseguida los palestinos serían más de los necesarios?
Por la demografía y por otras cosas. Mire, cada uno tiene
sus mitologías nacionales para defender. La nuestra es aglutinar
al pueblo judío en el único Estado judío que existe...
Entiendo que eso no les guste a los palestinos, y que algunas personas
digan: qué raros son estos judíos... Pero es nuestro mito
nacional. Me imagino que España también tiene sus mitologías
nacionales, que gustarán más o menos a los demás.
Y los palestinos también. El acuerdo que preparé con Barak
es un intento de ver cómo se concilian estas dos mitologías
nacionales. El concepto de dos Estados para dos pueblos me parece lógico,
incluso sensato. Pero, al margen de la cuestión demográfica,
que es un grave problema, resulta que cuando Arafat pretende el retorno
de los refugiados palestinos, está planteando no sólo esa
cuestión demográfica, es que está pidiendo claudicar
del concepto central del movimiento nacional judío, creado a mediados
del siglo XIX, de eso que es nuestra mitología. Es como si me dijera
que mi movimiento nacional es una aberración.
¿Por qué?
Aceptar el retorno de los refugiados sería admitir que mi
movimiento nacional es un pecado original, que debido a él hay
refugiados palestinos y que por eso tengo que asumir su retorno. Es un
tema muy importante. El Estado nación no ha desaparecido. Podemos
hacer cuantas uniones europeas queramos, pero, al fin y al cabo, ahí
está el Estado nación y ese concepto sigue. Y esto es lo
que ocurre...
Que ven Israel como la tierra prometida, como algo místico.
Qué le vamos a hacer, así es como funciona. Estoy
dispuesto a disolver la mística nuestra, pero no pienso ser el
primero. Yo seré el segundo, si empiezan los demás. Mire,
puesto que hablamos de hacer un intercambio de territorios, nosotros íbamos
a anexionar parte de Cisjordania y ellos iban a recibir compensación
dentro del Estado de Israel, le hicimos una propuesta; les dijimos que
ahí podrían asentar refugiados, para que así pudieran
decir que había retornados; si se quería hacer un discurso
que diera respuesta a la mitología, ese era el modo de hacerlo.
Pero negociando con Arafat es imposible llegar a un punto en el que él
diga que sí, que ya está.
¿Quiere decir que siempre pide más?
Es una persona extraordinaria. Si lo mirás desde la perspectiva
de lo que ha conseguido, ha llevado un movimiento nacional, inexistente,
y lo ha convertido en el tema principal de la política internacional
en la segunda mitad del siglo XX. Ha creado un movimiento nacional laico,
porque el movimiento palestino empezó a principio de siglo como
una mezcla de religión. Y les llevó a la frontera de la
tierra palestina. Pero parece incapaz de cruzarla.
Y según usted, ¿por qué razón?
Cuando se piensa que el Estado palestino no va a ser más
que un miniestado, se imagina que Arafat no será lo mismo que hoy.
Hoy es una gran figura mundial. Pero lo es, precisamente, porque su movimiento
no se ha traducido a la realidad mezquina de un mini-estado.
Quiere decir que podrían decirle, decirse él a sí
mismo, ¿tanto para tan poco?
Eso es, tanto para tan poco... Imagínate que mañana
se acaba el conflicto, que hay un Estado palestino. Hay que empezar a
construir carreteras, hacer un sistema de impuestos, crear puestos de
trabajo. Ya no puedes andar todo el día quejándote por el
mundo. Esa transición, igual es incapaz de producirla... Y creo
que eso explica, aunque puede que el mismo Arafat no lo racionalice, por
qué entró con tanta fuerza en el temareligioso. Porque el
tema religioso le eleva de la banalidad del Estado y le convierte en una
especie de líder del islam. En presencia de Clinton, dije a uno
de sus representantes: Vosotros sois cuatro millones de musulmanes
y pretendéis representar a mil millones. Pero ese sueño
estilo Saladino lo eleva de la banalidad. Arafat está sacrificando
los intereses del pobre pueblo palestino a favor de una mitología
islámica. Me han dicho negociadores palestinos importantes que
ellos tampoco entienden por qué va por ese sendero, cuando lo que
hay son refugiados, fronteras, Estado, economía.
¿Quiere decir que Arafat es incapaz de asumir la etapa de
construir un Estado?
No es un arquitecto de un Estado. Es el representante de una mitología.
Puede que tenga que surgir un líder que sepa crear una nueva visión.
Que sepa hablar del Estado palestino como de un Estado modélico.
¿Cree que los líderes palestinos que se quedaron en
su tierra, al contrario de los que hicieron la diáspora están
más cerca de esta visión?
No cabe duda. Durante el mandato británico, nosotros teníamos
líderes locales, y por otro lado estaban los de la diáspora.
Los líderes locales eran Ben Gurion, Golda Meir. La diáspora
no era la fuente de legitimidad y de decisión, era el soporte estratégico.
Pero las responsabilidades residían en los que vivían en
Palestina; ellos tomaban las decisiones. En el caso palestino es al revés.
La legitimidad no la tuvieron los del interior, sino los de la diáspora.
Es como si las decisiones sobre el futuro de Israel las tomaran los judíos
que viven en Estados Unidos.
No les vendría mal a ustedes un poco de la actitud ante la
vida que emanan las películas de Woody Allen.
Sí, de Woody Allen, pero no de los otros. De esos judíos
que están a salvo y que repiten que hay que asentar, hay que anexionar,
que hay que luchar. Sus hijos están a salvo en las orillas del
Hudson, pero los míos están en las orillas del Jordán.
La política, como la pornografía, es cuestión de
geografía.
Las negociaciones entre judíos y palestinos siempre están
sometidas a un movimiento pendular.
Sí, pero esos ciclos son cada vez más cortos. Por
culpa de Arafat. Si hay una apertura política y negociamos, llegamos
a un punto en que la extrema derecha va y dice: hasta aquí hemos
llegado. Volverá a pasar con Sharon. Me consta que Arafat era contrario
a un gobierno de coalición con los laboristas y prefería
un gobierno duro de extrema derecha. Eso le daría más fuerza
entre el mundo occidental, podría decir: ya veis, no tengo con
quién hablar. El Partido Laborista en la coalición le pone
las cosas más difíciles.
Usted compartía los deseos de Arafat; también estaba
en contra de que su partido entrara en el nuevo gobierno, prefería
la oposición.
Yo creo en los ciclos, y en que no hace falta ser ministro para
hacer política.
A Peres le pregunté si la gente como él y Arafat,
los viejos que habían hecho la guerra, eran las personas adecuadas
para hacer la paz. Le pregunto lo mismo.
En el momento de la transición, para dar legimitidad a un
acuerdo, es necesario un líder heroico. Sólo un líder
heroico tiene la legitimidad necesaria. El problema es que con Arafat
no podemos hacerlo, y no hay nadie más... Hace falta mucha labor
sobre Arafat, por parte de la comunidad internacional. En esta situación
necesitas Ben Guriones, Mandelas; personas con inspiración y la
mentalidad adecuada.
Supongo que lo mismo puede decirse de Israel, que también
necesitan a un héroe. ¿Es Sharon esa persona?
En lo que se refiere a Israel... Es un país con una crisis
de identidad muy seria. No acaba de decidirse en esto de los líderes.
Tuvimos a los que nacieron fuera de Israel, los padres fundadores, como
Ben Gurión y Golda, y en 1974 se produjo la transición a
Rabin. Fue un desastre. Esadecepción hizo que se votara otra vez
a Begin, la vuelta al judío de la diáspora, a la figura
del padre de la patria. Luego vino Shamir, pero se agotó y fuimos
a Rabin otra vez. Esa segunda etapa fue un éxito enorme. Rabin
hizo Oslo, una política socioeconómica extraordinaria, con
crecimiento del 8 por ciento, inversiones enormes en educación.
Y Arafat lo destruyó.
Cómo le echa la culpa siempre al otro. Arafat no mató
a Rabin.
Ya, fue un israelí, pero hubo terrorismo, coches bombas.
Dentro de ustedes también están los enemigos de la
paz.
Sí, sí. Pero lo que quiero decir es que el proceso
de paz con Rabin perdió su legitimidad. Es decir, los palestinos,
cuando un dirigente va hacia adelante, responden con el coche bomba.
Dicen: cuando peor, mejor.
Sí. La llegada de Sharon y de Peres, puede verse desde esa
perspectiva. El pueblo dice: mira, hemos visto un joven Barak, lo ha intentado
todo y nos ha llevado a una situación fatal. Volvamos a los padres,
a los viejos de la tribu. Que no tiene soluciones, no hay que hacerse
ilusiones, pero... Esa es la crisis a la que me refiero, ese paso de esto
a lo otro, siempre buscando soluciones. Viene Barak, da unas soluciones,
pero al final no ocurre nada. Y ahora, después de muchos cadáveres,
y de miles que habrá en el futuro, porque los habrá, volvemos
a lo que yo y Barak hemos propuesto. Volveremos ahí.
Ustedes están entre la espada y la pared. Porque nadie les
comprende, ni siquiera los suyos.
Ahora el pueblo ha dado el Gobierno a los viejos de la tribu. Son
más lentos, menos osados, pero dan seguridad. La gente se hace
una ilusión tonta: cree que, con respecto a todo lo que estaba
sobre la mesa, hay como un respiro de alivio, que ya no se divide Jerusalén,
que ya no se devuelven los territorios. No se dan cuenta de que todo eso
volverá, que esto es como un intermezzo entre dos actos de una
tragedia.
EE.UU. les ha dicho que ellos no tienen una varita mágica,
que les deja a ustedes la iniciativa. ¿Qué supone esto para
Israel?
Como en Israel, en Estados Unidos se gobierna con el péndulo.
Hay una reacción anti-Clinton; en cuanto a la moral, en el estilo
de liderazgo... Y en lo que se refiere al legado de su política
exterior, concretamente al Próximo Oriente, hay dos enfoques diferentes;
uno es volver a la guerra anterior, rematar aquella faena, y el otro,
dejar a israelíes y palestinos que se las líen entre sí.
Y eso es muy peligroso. Deja al Próximo Oriente sin proyecto.
Si ustedes no saben negociar solos, quedarán en evidencia,
como dos países que sólo hablan con un árbitro por
medio.
Por eso hay que eliminar los parámetros de Clinton, que es
la acumulación de una sabiduría negociadora de año
y medio. ¿Por qué tiene que desaparecer ese paquete? ¿Se
ha inventado otro instrumento con el que trabajar? Pero la Administración
norteamericana ha dicho que no trabajará sobre ello. Yo pronostico
que volverán a esa base, porque no hay más remedio. Este
proceso de paz ha utilizado tantas energías y materia gris en los
últimos 30 años, que no veo qué más podemos
hacer.
¿Esa materia gris ha surgido de todas las partes por igual?
Los que han invertido materia gris son esencialmente israelíes,
y europeos y americanos. No los palestinos. Eso es muy curioso, pero lo
que no hay en este proceso es reciprocidad en la creatividad. Los creativos
siempre hemos sido nosotros. Los palestinos, en ninguna etapa del proceso
de paz han propuesto algo para salir de la pausa.
Tal vez porque son las víctimas...
Eso lo entiendo bien, estoy de acuerdo. Pero hablo del mecanismo
negociador. Es decir, tú estás sentado con un palestino
y él lo único que te propone es: dámelo todo.
Aunque se comprende que su posición como negociador israelí
ha sido complicada, que mientras hablaba con los palestinos su gobierno
perdía puntos en las encuestas, que la mitad de la población
no quería dar nada...
No, no te confundas. Votaron a Sharon gente de izquierdas, personas
que estaban hartas.
Quería decir que son los palestinos los que viven rodeados
por militares, no pueden salir de los territorios, ni acudir al trabajo.
En cuanto a la situación de los palestinos, en esta materia
hice todo lo que pude, pero nunca puedes hacer todo lo que quieres...
Hay un dicho hebreo que dice: No juzgues a tu contrario hasta que
no estés en su lugar. Las situaciones que se producen en
la zona no son fáciles de resolver. Hay un gobierno que está
haciendo unas concesiones, hay una Intifada, hay una población
que pierde la paciencia. El proceso de paz se convierte en ilegítimo,
pero resulta que es tu prioridad, el principal asunto de tu agenda política.
La gente quiere seguridad y no sabes cómo dársela, porque
no vas a invadir, no vas a atacar a una población civil. Y, mientras,
el otro quiere obligarte a claudicar; él lo quiere todo. Es decir,
la única manera de llegar a la tranquilidad es que digas: se acabó,
señor Arafat, aquí tiene todo.
Dicen que puede haber una guerra.
No lo creo. A mis colegas en el Partido Laborista les dije que no
debemos creernos nuestra propaganda electoral, en la que dijimos que no
votaran a Sharon porque llevaría a una guerra. Pues no. Es más,
creo que Sharon lo que quiere es acabar su carrera política como
un hombre mejor de lo que es percibido.
¿No le han votado para que sea como fue antes?
No lo será. Y no creo que tenga como política llegar
a una confrontación regional. Los jordanos no tienen interés
en una guerra. No creo que los egipcios lo tengan. El comportamiento de
Mubarak en las cumbres árabes ha sido ejemplar. Incluso los sirios
no están interesados en una guerra porque podrían ser derrotados.
Clinton se empeñó en un acuerdo de paz hasta el último
momento. ¿Era un buen negociador?
Yo no he visto a ningún líder de este calibre meterse
de una forma tan intensa y con tanto conocimiento, durante horas y horas,
noches enteras. Clinton es una mezcla asombrosa de buen humor, de paciencia
y de capacidad de trabajo; de brillantez y conocimiento de detalles que
raramente uno imagina que pueda conocer. Y a pesar de esa imagen de pro
Israel, tenía las simpatías de Arafat. De todo el equipo
americano, el único en quien Arafat tenía confianza era
Clinton. Plena confianza. Mire, hablábamos del intercambio de territorios,
del porcentaje, y Arafat le dijo: Dígalo usted, póngalo
usted mismo y yo lo acepto, porque me fío de usted. Creo
que de todos los temas internacionales que tocó, fue en éste
donde Clinton puso su propia piel.
El
País de Madrid especial para Página/12.
Por
Que Slomo Ben Ami
Por
S. A.
Un
judío por la paz
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Un pequeño
lugar a orillas del mar Rojo llamado Taba, este enero casi pasó
a la historia como el lugar donde israelíes y palestinos
firmaron la paz. El jefe de la diplomacia israelí, Slomo
Ben Amí, estaba allí. Junto al jefe de Gobierno, Ehud
Barak, era el más importante negociador israelí y
declaró que estaba a punto de alcanzarse un pacto. Las negociaciones
se centraron en la propuesta del entonces presidente norteamericano
Bill Clinton de dar luz verde a un Estado palestino que incluiría
el 100 por ciento de Gaza y un 95 por ciento de Cisjordania, y en
la que se reconocíala participación de Jerusalén
y la Ciudad Vieja. Se negaba el derecho al retorno de los refugiados.
Los palestinos, por su parte, viendo que los israelíes nunca
habían llegado tan lejos en sus concesiones, pidieron más.
Dijeron que la propuesta de Clinton no les garantizaba el control
de la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén; ni el derecho
al retorno de cuatro millones de refugiados de las guerras de 1948
y 1967, y que se mantenía el 85 por ciento los asentamientos
judíos en Cisjordania.
El posible pacto se vino abajo, iniciando un futuro lleno de sombras.
El Partido Laborista, enfrentado a elecciones sin haber logrado
nada de los palestinos, fue derrotado y el triunfo fue para Ariel
Sharon, un político de extrema derecha, responsable de las
matanzas de Sabra y Chatila. Los palestinos se vieron abocados a
seguir con la Intifada y el terrorismo. Y Slomo Ben Amí dejó
de ser ministro de Exteriores de Israel.
Ben Amí ha reflexionado sobre estos asuntos. Con ese material
está escribiendo un libro mientras se dedica a reformar el
Partido Laborista, muy dividido en los últimos meses, y a
considerar la posibilidad de presentarse a su liderazgo. Y así
continuará, dice, hasta que los papeles que elaboró
para la paz vuelvan a la mesa.
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