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SLOMO BEN AMI, EX CANCILLER LABORISTA
“Israel ya llegó a su límite”

 

Casi logra la paz con los palestinos, ofreciendo ceder lo que nadie se había atrevido a ofrecer: toda la franja de Gaza, prácticamente toda Cisjordania y participación en Jerusalén. Dice que Arafat quiso todavía más, sin entender que Israel ya se había pasado de la raya, como demostraron las elecciones que llevaron al duro Sharon al poder. Ahora ve con tristeza otro �ciclo de violencia�, que lo apena porque sabe que, igual, �se volverá al punto donde ^ yo dejé todo�.

 

Por Sol Alameda

–El destino le llevó a ser ministro de Asuntos Exteriores de su país. Y a fracasar en el empeño. ¿Cómo anda de ilusiones?
–La ilusión persiste. No puede ser de otra manera, ya que no hay otra alternativa que una salida pacífica. Se puede ir a etapas de violencia, a ciclos cortos o largos de confrontación, pero al final...
–¿No hay más remedio que esa paz que usted imaginó?
–No lo hay. Lo triste de la situación es saber que volverán al punto donde yo dejé, y no poder impedir que se derrame más sangre. Es la tragedia humana en su expresión más absurda: que todo el mundo sepa que no hay otra solución, pero que iremos a más enfrentamientos, que habrá violencia, muertos, huérfanos y viudas. Y todo para volver al mismo lugar.
–Esa seguridad que manifiesta, que la paz entre israelíes y palestinos se basará en el futuro en el paquete negociado por usted, ¿se fundamenta en el hecho de que Israel no puede llegar más lejos en sus concesiones?
–Sí. Israel ha llegado al límite de su capacidad. Hemos traspasado los límites que nuestra sociedad nos permite, y el resultado de las elecciones es la mejor prueba.
–¿El gobierno del que usted participó fue más visionario que la sociedad israelí?
–Sí. Aunque tengo que distribuir las culpas. Porque el que más nos ayudó a perder las elecciones fue Arafat. El es el actor principal en la política israelí en los 10 últimos años. Es quien crea gobiernos y los destruye. Si no fuera por Arafat, Shimon Peres no habría perdido las elecciones en el ‘96; no habría ocurrido el asesinato de Rabin, ni la pérdida de elecciones por Netanyahu; ni ahora las hubiera perdido Barak. Es casi como si Arafat le dijera al político israelí: si quieres ganar elecciones, no hagas la paz conmigo.
–Pero, a estas alturas, ningún político israelí puede quedarse cruzado de brazos para conseguir algún acuerdo con los palestinos.
–En efecto, y yo no pienso convertirlo en credo político. A mí no me interesa la política si no tiene un proyecto, si no conduce a ningún lugar. Pero el hecho es que, en mi opinión, el paquete que nosotros hemos negociado podría haber sido aprobado por nuestro pueblo. Porque, siendo generoso y flexible, salvaguarda los intereses vitales del Estado de Israel. Es un paquete patriótico, no es un paquete abandonista.
–Pero es el paquete que les ha hecho perder las elecciones. Sus electores no lo querían.
–No es el paquete lo que ha sido rechazado, sino la situación. Resulta que llega un gobierno israelí con una generosidad sin precedentes y se encuentra con la Intifada. Y aun así sigue negociando. El pueblo no pudo asumir esa situación.
–Pero la Intifada empezó después de la provocación de Sharon visitando la Explanada de las Mezquitas.
–Hoy todo el mundo sabe que esta Intifada no la desencadenó la visita de Sharon al templo. Todo fue un plan preparado por los palestinos para torcer la mano de Israel y que hiciera más concesiones.
–¿O sea que Sharon, queriendo perjudicar los intereses del gobierno fue a la Explanada para dar pie a una Intifada?
–Créame, lo que digo es información, no es especulación. Ya no necesita que yo se lo diga; lo ha dicho un ministro palestino. Esta no es una entrevista en la que intento hacer propaganda, no estoy en ese plan. Lo que el pueblo israelí no ha podido soportar ha sido el hecho de que un Gobierno llegara con un plan de paz con el que quería ir más lejos que nunca, muy ambicioso. Lo era tanto como para que la viuda de Rabin dijera que si su marido, que es el mártir del proceso de paz, hubiera conocido las conceisones que estaban haciendo Barak y Ben Amí, se habría muerto por segunda vez. Y a pesar de encontrarnos de frente con la Intifada, con las bombas, con el terrorismo, aun así, seguimos.
–¿Pero Sharon va a la Explanada a parar el proceso con el que ustedes sueñan?
–No es el primero ni el último que va a ese lugar. El mismo día que fue no ocurrió nada. Yo estaba en Estados unidos y desde allí hablé con el jefe de Seguridad de Palestina, antes de que Sharon subiera al templo.
–Es decir, ustedes conocían las intenciones de Sharon. ¿Cómo no lo impidieron?
–El jefe de Seguridad palestino me comentó: “Si no entra en las mezquitas, no ocurrirá nada”. Y él no entró en las mezquitas. Pero todo estaba preparado; tengo fuentes, que no quiero revelar, pero las tengo, que aseguran que los palestinos iban a hacer la Intifada de cualquier modo. Y no puedes decirle al jefe de la oposición, cuando estás negociando cosas tan sensibles, que no tiene derecho a ir a ese lugar. Nuestra lucha también lo era por la legitimidad del proceso de paz. Más bien, lo que dices es: mira, estoy haciendo una concesión sobre Jerusalén, pero eso no quiere decir que un israelí no pueda visitar un determinado lugar.
–En definitiva, el gobierno de Barak dejó como legado una propuesta de paz. ¿Sharon lo verá como un patrimonio?
–A ver qué hace con él... Algunas cosas han cambiado. Hoy, Israel ya no está bajo la presión de tener que demostrar que quiere de verdad un acuerdo. Se sabe que eso es cierto, y que está dispuesto a ir muy lejos para conseguirlo. El gobierno de Barak, mi ministerio, hemos dejado claro que hubo un gobierno en Israel que llegó más allá de lo posible. Creo que, al mismo tiempo, y habló de cancillerías, hemos dejado una figura mermada de Arafat. Lo veo en las cancillerías, en Europa; la gente se pregunta algo que antes no hacía: ¿qué demonios quiere este señor?
–Hubo un momento en la prensa dio la impresión de que Arafat iba a aceptar la última oferta que usted y Barak prepararon. ¿Usted también lo creía?
–Arafat es incapaz de aceptar un acuerdo.
–Si antes lo creía posible, ¿por qué ahora no?
–Arafat no es un líder en el sentido que los demócratas lo entendemos. Para empezar, no creó un sistema democrático, un sistema de debate interno. En su entorno, nadie sabe qué es lo que quiere Arafat.
–¿Tiene todo el poder?
–El único poder; no existe otro. Puede hacer lo que quiera, pero no es capaz de negociar un acuerdo porque no es un líder: un líder es un señor que elige entre opciones; normalmente entre dos opciones malas, porque no hay otra cosa. Para elegir entre una opción buena y otra mala no necesitas un líder... Pero el líder, que es quien elige entre esas dos opciones malas, al elegir, arriesga. Porque lo que está claro es que, en el momento en que eliges –si eres el líder de una sociedad democrática seria–, sabes que a una parte importante del pueblo no le va a gustar tu elección. Y, sin embargo, debes hacerla.
–Es lo que les ha ocurrido a Barak y a usted. Que han elegido entre dos opciones malas. Y una parte del pueblo ha dicho que no.
–Sí. Por eso hemos perdido el poder. Pusimos los ojos en un desafío, hemos tocado el desafío de la historia y hemos sacrificado consideraciones políticas. Se lo dije a Arafat en una cena con Clinton, cuando él le preguntó a éste: “¿Es que quieres ir a mi funeral? Porque es lo que pasará si hago este tipo de acuerdo”. Yo le contesté: “Por ahora, el único funeral que hemos ido ha sido al de Rabin”. Y en cuanto a Barak, ha pagado con su carrera. ¿Qué ha pagado Arafat? Nada.
–Acabo de leer que están construyendo nuevos asentamientos; ustedes nunca han parado de recibir más gente. Y, sin embargo, los palestinos...
–Usted es periodista, sabe que ustedes no dicen siempre la verdad.
–Bueno, es una noticia que aparece. ¿El problema es la demografía, porque enseguida los palestinos serían más de los necesarios?
–Por la demografía y por otras cosas. Mire, cada uno tiene sus mitologías nacionales para defender. La nuestra es aglutinar al pueblo judío en el único Estado judío que existe... Entiendo que eso no les guste a los palestinos, y que algunas personas digan: qué raros son estos judíos... Pero es nuestro mito nacional. Me imagino que España también tiene sus mitologías nacionales, que gustarán más o menos a los demás. Y los palestinos también. El acuerdo que preparé con Barak es un intento de ver cómo se concilian estas dos mitologías nacionales. El concepto de dos Estados para dos pueblos me parece lógico, incluso sensato. Pero, al margen de la cuestión demográfica, que es un grave problema, resulta que cuando Arafat pretende el retorno de los refugiados palestinos, está planteando no sólo esa cuestión demográfica, es que está pidiendo claudicar del concepto central del movimiento nacional judío, creado a mediados del siglo XIX, de eso que es nuestra mitología. Es como si me dijera que mi movimiento nacional es una aberración.
–¿Por qué?
–Aceptar el retorno de los refugiados sería admitir que mi movimiento nacional es un pecado original, que debido a él hay refugiados palestinos y que por eso tengo que asumir su retorno. Es un tema muy importante. El Estado nación no ha desaparecido. Podemos hacer cuantas uniones europeas queramos, pero, al fin y al cabo, ahí está el Estado nación y ese concepto sigue. Y esto es lo que ocurre...
–Que ven Israel como la tierra prometida, como algo místico.
–Qué le vamos a hacer, así es como funciona. Estoy dispuesto a disolver la mística nuestra, pero no pienso ser el primero. Yo seré el segundo, si empiezan los demás. Mire, puesto que hablamos de hacer un intercambio de territorios, nosotros íbamos a anexionar parte de Cisjordania y ellos iban a recibir compensación dentro del Estado de Israel, le hicimos una propuesta; les dijimos que ahí podrían asentar refugiados, para que así pudieran decir que había retornados; si se quería hacer un discurso que diera respuesta a la mitología, ese era el modo de hacerlo. Pero negociando con Arafat es imposible llegar a un punto en el que él diga que sí, que ya está.
–¿Quiere decir que siempre pide más?
–Es una persona extraordinaria. Si lo mirás desde la perspectiva de lo que ha conseguido, ha llevado un movimiento nacional, inexistente, y lo ha convertido en el tema principal de la política internacional en la segunda mitad del siglo XX. Ha creado un movimiento nacional laico, porque el movimiento palestino empezó a principio de siglo como una mezcla de religión. Y les llevó a la frontera de la tierra palestina. Pero parece incapaz de cruzarla.
–Y según usted, ¿por qué razón?
–Cuando se piensa que el Estado palestino no va a ser más que un miniestado, se imagina que Arafat no será lo mismo que hoy. Hoy es una gran figura mundial. Pero lo es, precisamente, porque su movimiento no se ha traducido a la realidad mezquina de un mini-estado.
–Quiere decir que podrían decirle, decirse él a sí mismo, ¿tanto para tan poco?
–Eso es, tanto para tan poco... Imagínate que mañana se acaba el conflicto, que hay un Estado palestino. Hay que empezar a construir carreteras, hacer un sistema de impuestos, crear puestos de trabajo. Ya no puedes andar todo el día quejándote por el mundo. Esa transición, igual es incapaz de producirla... Y creo que eso explica, aunque puede que el mismo Arafat no lo racionalice, por qué entró con tanta fuerza en el temareligioso. Porque el tema religioso le eleva de la banalidad del Estado y le convierte en una especie de líder del islam. En presencia de Clinton, dije a uno de sus representantes: “Vosotros sois cuatro millones de musulmanes y pretendéis representar a mil millones”. Pero ese sueño estilo Saladino lo eleva de la banalidad. Arafat está sacrificando los intereses del pobre pueblo palestino a favor de una mitología islámica. Me han dicho negociadores palestinos importantes que ellos tampoco entienden por qué va por ese sendero, cuando lo que hay son refugiados, fronteras, Estado, economía.
–¿Quiere decir que Arafat es incapaz de asumir la etapa de construir un Estado?
–No es un arquitecto de un Estado. Es el representante de una mitología. Puede que tenga que surgir un líder que sepa crear una nueva visión. Que sepa hablar del Estado palestino como de un Estado modélico.
–¿Cree que los líderes palestinos que se quedaron en su tierra, al contrario de los que hicieron la diáspora están más cerca de esta visión?
–No cabe duda. Durante el mandato británico, nosotros teníamos líderes locales, y por otro lado estaban los de la diáspora. Los líderes locales eran Ben Gurion, Golda Meir. La diáspora no era la fuente de legitimidad y de decisión, era el soporte estratégico. Pero las responsabilidades residían en los que vivían en Palestina; ellos tomaban las decisiones. En el caso palestino es al revés. La legitimidad no la tuvieron los del interior, sino los de la diáspora. Es como si las decisiones sobre el futuro de Israel las tomaran los judíos que viven en Estados Unidos.
–No les vendría mal a ustedes un poco de la actitud ante la vida que emanan las películas de Woody Allen.
–Sí, de Woody Allen, pero no de los otros. De esos judíos que están a salvo y que repiten que hay que asentar, hay que anexionar, que hay que luchar. Sus hijos están a salvo en las orillas del Hudson, pero los míos están en las orillas del Jordán. La política, como la pornografía, es cuestión de geografía.
–Las negociaciones entre judíos y palestinos siempre están sometidas a un movimiento pendular.
–Sí, pero esos ciclos son cada vez más cortos. Por culpa de Arafat. Si hay una apertura política y negociamos, llegamos a un punto en que la extrema derecha va y dice: hasta aquí hemos llegado. Volverá a pasar con Sharon. Me consta que Arafat era contrario a un gobierno de coalición con los laboristas y prefería un gobierno duro de extrema derecha. Eso le daría más fuerza entre el mundo occidental, podría decir: ya veis, no tengo con quién hablar. El Partido Laborista en la coalición le pone las cosas más difíciles.
–Usted compartía los deseos de Arafat; también estaba en contra de que su partido entrara en el nuevo gobierno, prefería la oposición.
–Yo creo en los ciclos, y en que no hace falta ser ministro para hacer política.
–A Peres le pregunté si la gente como él y Arafat, los viejos que habían hecho la guerra, eran las personas adecuadas para hacer la paz. Le pregunto lo mismo.
–En el momento de la transición, para dar legimitidad a un acuerdo, es necesario un líder heroico. Sólo un líder heroico tiene la legitimidad necesaria. El problema es que con Arafat no podemos hacerlo, y no hay nadie más... Hace falta mucha labor sobre Arafat, por parte de la comunidad internacional. En esta situación necesitas Ben Guriones, Mandelas; personas con inspiración y la mentalidad adecuada.
–Supongo que lo mismo puede decirse de Israel, que también necesitan a un héroe. ¿Es Sharon esa persona?
–En lo que se refiere a Israel... Es un país con una crisis de identidad muy seria. No acaba de decidirse en esto de los líderes. Tuvimos a los que nacieron fuera de Israel, los padres fundadores, como Ben Gurión y Golda, y en 1974 se produjo la transición a Rabin. Fue un desastre. Esadecepción hizo que se votara otra vez a Begin, la vuelta al judío de la diáspora, a la figura del padre de la patria. Luego vino Shamir, pero se agotó y fuimos a Rabin otra vez. Esa segunda etapa fue un éxito enorme. Rabin hizo Oslo, una política socioeconómica extraordinaria, con crecimiento del 8 por ciento, inversiones enormes en educación. Y Arafat lo destruyó.
–Cómo le echa la culpa siempre al otro. Arafat no mató a Rabin.
–Ya, fue un israelí, pero hubo terrorismo, coches bombas.
–Dentro de ustedes también están los enemigos de la paz.
–Sí, sí. Pero lo que quiero decir es que el proceso de paz con Rabin perdió su legitimidad. Es decir, los palestinos, cuando un dirigente va hacia adelante, responden con el coche bomba.
–Dicen: cuando peor, mejor.
–Sí. La llegada de Sharon y de Peres, puede verse desde esa perspectiva. El pueblo dice: mira, hemos visto un joven Barak, lo ha intentado todo y nos ha llevado a una situación fatal. Volvamos a los padres, a los viejos de la tribu. Que no tiene soluciones, no hay que hacerse ilusiones, pero... Esa es la crisis a la que me refiero, ese paso de esto a lo otro, siempre buscando soluciones. Viene Barak, da unas soluciones, pero al final no ocurre nada. Y ahora, después de muchos cadáveres, y de miles que habrá en el futuro, porque los habrá, volvemos a lo que yo y Barak hemos propuesto. Volveremos ahí.
–Ustedes están entre la espada y la pared. Porque nadie les comprende, ni siquiera los suyos.
–Ahora el pueblo ha dado el Gobierno a los viejos de la tribu. Son más lentos, menos osados, pero dan seguridad. La gente se hace una ilusión tonta: cree que, con respecto a todo lo que estaba sobre la mesa, hay como un respiro de alivio, que ya no se divide Jerusalén, que ya no se devuelven los territorios. No se dan cuenta de que todo eso volverá, que esto es como un intermezzo entre dos actos de una tragedia.
–EE.UU. les ha dicho que ellos no tienen una varita mágica, que les deja a ustedes la iniciativa. ¿Qué supone esto para Israel?
–Como en Israel, en Estados Unidos se gobierna con el péndulo. Hay una reacción anti-Clinton; en cuanto a la moral, en el estilo de liderazgo... Y en lo que se refiere al legado de su política exterior, concretamente al Próximo Oriente, hay dos enfoques diferentes; uno es volver a la guerra anterior, rematar aquella faena, y el otro, dejar a israelíes y palestinos que se las líen entre sí. Y eso es muy peligroso. Deja al Próximo Oriente sin proyecto.
–Si ustedes no saben negociar solos, quedarán en evidencia, como dos países que sólo hablan con un árbitro por medio.
–Por eso hay que eliminar los parámetros de Clinton, que es la acumulación de una sabiduría negociadora de año y medio. ¿Por qué tiene que desaparecer ese paquete? ¿Se ha inventado otro instrumento con el que trabajar? Pero la Administración norteamericana ha dicho que no trabajará sobre ello. Yo pronostico que volverán a esa base, porque no hay más remedio. Este proceso de paz ha utilizado tantas energías y materia gris en los últimos 30 años, que no veo qué más podemos hacer.
–¿Esa materia gris ha surgido de todas las partes por igual?
–Los que han invertido materia gris son esencialmente israelíes, y europeos y americanos. No los palestinos. Eso es muy curioso, pero lo que no hay en este proceso es reciprocidad en la creatividad. Los creativos siempre hemos sido nosotros. Los palestinos, en ninguna etapa del proceso de paz han propuesto algo para salir de la pausa.
–Tal vez porque son las víctimas...
–Eso lo entiendo bien, estoy de acuerdo. Pero hablo del mecanismo negociador. Es decir, tú estás sentado con un palestino y él lo único que te propone es: dámelo todo.
–Aunque se comprende que su posición como negociador israelí ha sido complicada, que mientras hablaba con los palestinos su gobierno perdía puntos en las encuestas, que la mitad de la población no quería dar nada...
–No, no te confundas. Votaron a Sharon gente de izquierdas, personas que estaban hartas.
–Quería decir que son los palestinos los que viven rodeados por militares, no pueden salir de los territorios, ni acudir al trabajo.
–En cuanto a la situación de los palestinos, en esta materia hice todo lo que pude, pero nunca puedes hacer todo lo que quieres... Hay un dicho hebreo que dice: “No juzgues a tu contrario hasta que no estés en su lugar”. Las situaciones que se producen en la zona no son fáciles de resolver. Hay un gobierno que está haciendo unas concesiones, hay una Intifada, hay una población que pierde la paciencia. El proceso de paz se convierte en ilegítimo, pero resulta que es tu prioridad, el principal asunto de tu agenda política. La gente quiere seguridad y no sabes cómo dársela, porque no vas a invadir, no vas a atacar a una población civil. Y, mientras, el otro quiere obligarte a claudicar; él lo quiere todo. Es decir, la única manera de llegar a la tranquilidad es que digas: se acabó, señor Arafat, aquí tiene todo.
–Dicen que puede haber una guerra.
–No lo creo. A mis colegas en el Partido Laborista les dije que no debemos creernos nuestra propaganda electoral, en la que dijimos que no votaran a Sharon porque llevaría a una guerra. Pues no. Es más, creo que Sharon lo que quiere es acabar su carrera política como un hombre mejor de lo que es percibido.
–¿No le han votado para que sea como fue antes?
–No lo será. Y no creo que tenga como política llegar a una confrontación regional. Los jordanos no tienen interés en una guerra. No creo que los egipcios lo tengan. El comportamiento de Mubarak en las cumbres árabes ha sido ejemplar. Incluso los sirios no están interesados en una guerra porque podrían ser derrotados.
–Clinton se empeñó en un acuerdo de paz hasta el último momento. ¿Era un buen negociador?
–Yo no he visto a ningún líder de este calibre meterse de una forma tan intensa y con tanto conocimiento, durante horas y horas, noches enteras. Clinton es una mezcla asombrosa de buen humor, de paciencia y de capacidad de trabajo; de brillantez y conocimiento de detalles que raramente uno imagina que pueda conocer. Y a pesar de esa imagen de pro Israel, tenía las simpatías de Arafat. De todo el equipo americano, el único en quien Arafat tenía confianza era Clinton. Plena confianza. Mire, hablábamos del intercambio de territorios, del porcentaje, y Arafat le dijo: “Dígalo usted, póngalo usted mismo y yo lo acepto, porque me fío de usted”. Creo que de todos los temas internacionales que tocó, fue en éste donde Clinton puso su propia piel.

El País de Madrid especial para Página/12.

Por Que Slomo Ben Ami

Por S. A.

Un judío por la paz

Un pequeño lugar a orillas del mar Rojo llamado Taba, este enero casi pasó a la historia como el lugar donde israelíes y palestinos firmaron la paz. El jefe de la diplomacia israelí, Slomo Ben Amí, estaba allí. Junto al jefe de Gobierno, Ehud Barak, era el más importante negociador israelí y declaró que estaba a punto de alcanzarse un pacto. Las negociaciones se centraron en la propuesta del entonces presidente norteamericano Bill Clinton de dar luz verde a un Estado palestino que incluiría el 100 por ciento de Gaza y un 95 por ciento de Cisjordania, y en la que se reconocíala participación de Jerusalén y la Ciudad Vieja. Se negaba el derecho al retorno de los refugiados.
Los palestinos, por su parte, viendo que los israelíes nunca habían llegado tan lejos en sus concesiones, pidieron más. Dijeron que la propuesta de Clinton no les garantizaba el control de la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén; ni el derecho al retorno de cuatro millones de refugiados de las guerras de 1948 y 1967, y que se mantenía el 85 por ciento los asentamientos judíos en Cisjordania.
El posible pacto se vino abajo, iniciando un futuro lleno de sombras. El Partido Laborista, enfrentado a elecciones sin haber logrado nada de los palestinos, fue derrotado y el triunfo fue para Ariel Sharon, un político de extrema derecha, responsable de las matanzas de Sabra y Chatila. Los palestinos se vieron abocados a seguir con la Intifada y el terrorismo. Y Slomo Ben Amí dejó de ser ministro de Exteriores de Israel.
Ben Amí ha reflexionado sobre estos asuntos. Con ese material está escribiendo un libro mientras se dedica a reformar el Partido Laborista, muy dividido en los últimos meses, y a considerar la posibilidad de presentarse a su liderazgo. Y así continuará, dice, hasta que los papeles que elaboró para la paz vuelvan a la mesa.

 

 

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