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DOS MUERTOS Y 40 HERIDOS DEJO UNA BOMBA EN ISRAEL
Una mortaja para la tregua

Cerca de Tel Aviv, en un atentado suicida murieron el autor y un médico argentino. Israel suspendió el diálogo de seguridad.

Definir al terrorismo como la guerra por otros medios es tautológico, sobre todo si se lo dice en el contexto del Medio Oriente. Pero esa distinción no muy fina es clave, ya que fue precisamente la misma que empleó ayer el premier israelí Ariel Sharon para suspender los “encuentros de seguridad” que suplían las negociaciones de paz con los palestinos. El sábado, su gobierno había hablado de “un diálogo serio y positivo”, y señaló que la Autoridad Palestina (AP) de Yasser Arafat había detenido lo que a sus ojos era indudablemente un acto de guerra: los disparos de mortero contra territorio israelí. Efectivamente, no hubo ningún disparo desde el jueves, y la AP arrestó a los 16 miembros del grupo Hamas que habrían sido responsables de los disparos contra territorio israelí. Y esta “paz” era suficiente para satisfacer las condiciones de negociación que impuso el “super-halcón” Sharon. Pero apenas. Ayer, un terrorista palestino se voló a sí mismo y a un israelí (de nacionalidad argentina, ver recuadro). Hirió a 50 personas, y terminó por el momento con este débil proceso de paz. Era casi una nota al pie que a la noche estallara otra bomba en el puerto de Haifa, hiriendo a tres policías israelíes.
“La Autoridad Palestina es completamente responsable del atentado: No cumple con sus responsabilidades para detener las acciones terroristas”, fulminó Sharon tras enterarse de la noticia. Antes de que una bomba llena de clavos estallara, junto con el palestino que la había llevado a una estación de autobús en Kfar Saba, cerca de Tel Aviv, la perspectiva para abrir la negociación parecía ser más bien positiva. Los “encuentros de seguridad” fueron seguidos el sábado por discusiones entre los mandos militares de ambas partes, que estaban acordando cómo reanudar las patrullas conjuntas israelo-palestinas. Sharon también había aceptado levantar los bloqueos que cortaron en dos la Franja de Gaza. Estos resultados justificaban que el premier hubiera violado parcialmente su propia promesa de no negociar hasta que hubiera “calma absoluta en los territorios”, y mantenían a raya a sus críticos de derecha.
El atentado de ayer, por supuesto, puso fin a todo esto, pero ya desde antes estaban apareciendo señales inquietantes. El Ejército israelí, en especial, se estaba quejando de que, si bien ya no había ataques con mortero, se registraban muchas más tentativas palestinas de colocar bombas. “Este aumento se debe a que es mucho más difícil y lento averiguar de donde viene una bomba que desde donde se disparó un mortero”, explicó una fuente militar al diario Haaretz. El viernes, por ejemplo, se desactivaron cuatro minas cerca del asentamiento de Kfar Daron en Gaza, y desde entonces se encontraron otros siete artefactos explosivos. Sin contabilizar, claro, al que finalmente estalló ayer en Kfar Sabo.
Como la mayor parte de los atentados suicidas cometidos en esta Intifada, el de ayer fue reivindicado por un grupo completamente ignoto: “Frente del Ejército Popular-Batallones del Retorno”. Quizá sea posible deducir la verdadera autoría del ataque a partir de que, poco después de que se produjera, el líder de la muy conocida organización Hamas, el jeque Ahmed Yassin, afirmó que “esta es la continuación del ciclo sangriento que Israel ha impuesto a la región”. La localidad de Kfar Daron fue siempre considerada vulnerable a causa de su cercanía con la ciudad palestina de Kalkiliya: “No vivo cerca de Tel Aviv, vivo cerca de Kalkiliya”, enfatizó una testigo del atentado. El palestino que lo cometió llevaba un cinturón de explosivos y clavos oxidados cuando se acercó a la estación de autobús local. La activó mientras que se subían los pasajeros. Considerando la concentración de personas, fue quizá notable que no hubiera más víctimas. El médico argentino israelí Mario Goldín fue el único morir junto con el palestino. Y el alto número de heridos reflejó la gravedad del atentado. El trasfondo del atentado no era menos siniestro. Horas antes, se había encontrado en un baúl el cadáver de un israelí, aparentemente muerto por palestinos. En Gaza, dos terroristas aspirantes quedaron gravemente heridos cuando la bomba que preparaban estalló accidentalmente. Por unos días, al menos, parecería que este será el único diálogo entre israelíes y palestinos.

De un terrorismo a otro

“Un médico argentino murió ayer en el atentado cometido en Kfar Saba”. La escueta declaración de ayer del cónsul argentino en Tel Aviv, Eduardo Pérez Ibarra, confirmaba así el trágico fin de Mario Goldín. Goldín había emigrado a Israel en 1977, durante la dictadura de la Junta Militar argentina, y estaba asentado en la localidad de Kfar Saba, donde trabajaba en el Centro de Rehabilitación Levinstein. Ayer partía para dictar un curso de especialización en el hospital Meir cuando recibió de lleno el impacto de la bomba que estalló en la estación de autobús. “Estamos destrozados, todavía no sabemos si vamos a hacer alguna presentación ante las autoridades argentinas o israelíes... Mario estaba muy contento de vivir allá y era muy apegado a su familia”, relató su tía, Fanny Goldín, quien vive en Buenos Aires, al igual que sus otros dos hijos. Goldín había comenzado su carrera como médico rural en La Pampa; luego de asentarse en Israel se especializó en tratamientos contra el dolor. Según su primo hermano Néstor Alberto, “siempre buscó relacionar su trabajo con los principios de solidaridad y de ayuda a la gente humilde”. La cancillería argentina, hasta ahora, no comentó con qué medidas respondería a la primera muerte de un argentino en la última Intifada palestina.

 

 

 

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