Definir
al terrorismo como la guerra por otros medios es tautológico, sobre
todo si se lo dice en el contexto del Medio Oriente. Pero esa distinción
no muy fina es clave, ya que fue precisamente la misma que empleó
ayer el premier israelí Ariel Sharon para suspender los encuentros
de seguridad que suplían las negociaciones de paz con los
palestinos. El sábado, su gobierno había hablado de un
diálogo serio y positivo, y señaló que la Autoridad
Palestina (AP) de Yasser Arafat había detenido lo que a sus ojos
era indudablemente un acto de guerra: los disparos de mortero contra territorio
israelí. Efectivamente, no hubo ningún disparo desde el
jueves, y la AP arrestó a los 16 miembros del grupo Hamas que habrían
sido responsables de los disparos contra territorio israelí. Y
esta paz era suficiente para satisfacer las condiciones de
negociación que impuso el super-halcón Sharon.
Pero apenas. Ayer, un terrorista palestino se voló a sí
mismo y a un israelí (de nacionalidad argentina, ver recuadro).
Hirió a 50 personas, y terminó por el momento con este débil
proceso de paz. Era casi una nota al pie que a la noche estallara otra
bomba en el puerto de Haifa, hiriendo a tres policías israelíes.
La Autoridad Palestina es completamente responsable del atentado:
No cumple con sus responsabilidades para detener las acciones terroristas,
fulminó Sharon tras enterarse de la noticia. Antes de que una bomba
llena de clavos estallara, junto con el palestino que la había
llevado a una estación de autobús en Kfar Saba, cerca de
Tel Aviv, la perspectiva para abrir la negociación parecía
ser más bien positiva. Los encuentros de seguridad
fueron seguidos el sábado por discusiones entre los mandos militares
de ambas partes, que estaban acordando cómo reanudar las patrullas
conjuntas israelo-palestinas. Sharon también había aceptado
levantar los bloqueos que cortaron en dos la Franja de Gaza. Estos resultados
justificaban que el premier hubiera violado parcialmente su propia promesa
de no negociar hasta que hubiera calma absoluta en los territorios,
y mantenían a raya a sus críticos de derecha.
El atentado de ayer, por supuesto, puso fin a todo esto, pero ya desde
antes estaban apareciendo señales inquietantes. El Ejército
israelí, en especial, se estaba quejando de que, si bien ya no
había ataques con mortero, se registraban muchas más tentativas
palestinas de colocar bombas. Este aumento se debe a que es mucho
más difícil y lento averiguar de donde viene una bomba que
desde donde se disparó un mortero, explicó una fuente
militar al diario Haaretz. El viernes, por ejemplo, se desactivaron cuatro
minas cerca del asentamiento de Kfar Daron en Gaza, y desde entonces se
encontraron otros siete artefactos explosivos. Sin contabilizar, claro,
al que finalmente estalló ayer en Kfar Sabo.
Como la
mayor parte de los atentados suicidas cometidos en esta Intifada, el de
ayer fue reivindicado por un grupo completamente ignoto: Frente
del Ejército Popular-Batallones del Retorno. Quizá
sea posible deducir la verdadera autoría del ataque a partir de
que, poco después de que se produjera, el líder de la muy
conocida organización Hamas, el jeque Ahmed Yassin, afirmó
que esta es la continuación del ciclo sangriento que Israel
ha impuesto a la región. La localidad de Kfar Daron fue siempre
considerada vulnerable a causa de su cercanía con la ciudad palestina
de Kalkiliya: No vivo cerca de Tel Aviv, vivo cerca de Kalkiliya,
enfatizó una testigo del atentado. El palestino que lo cometió
llevaba un cinturón de explosivos y clavos oxidados cuando se acercó
a la estación de autobús local. La activó mientras
que se subían los pasajeros. Considerando la concentración
de personas, fue quizá notable que no hubiera más víctimas.
El médico argentino israelí Mario Goldín fue el único
morir junto con el palestino. Y el alto número de heridos reflejó
la gravedad del atentado. El trasfondo del atentado no era menos siniestro.
Horas antes, se había encontrado en un baúl el cadáver
de un israelí, aparentemente muerto por palestinos. En Gaza, dos
terroristas aspirantes quedaron gravemente heridos cuando la bomba que
preparaban estalló accidentalmente. Por unos días, al menos,
parecería que este será el único diálogo entre
israelíes y palestinos.
De
un terrorismo a otro
Un
médico argentino murió ayer en el atentado cometido
en Kfar Saba. La escueta declaración de ayer del cónsul
argentino en Tel Aviv, Eduardo Pérez Ibarra, confirmaba así
el trágico fin de Mario Goldín. Goldín había
emigrado a Israel en 1977, durante la dictadura de la Junta Militar
argentina, y estaba asentado en la localidad de Kfar Saba, donde
trabajaba en el Centro de Rehabilitación Levinstein. Ayer
partía para dictar un curso de especialización en
el hospital Meir cuando recibió de lleno el impacto de la
bomba que estalló en la estación de autobús.
Estamos destrozados, todavía no sabemos si vamos a
hacer alguna presentación ante las autoridades argentinas
o israelíes... Mario estaba muy contento de vivir allá
y era muy apegado a su familia, relató su tía,
Fanny Goldín, quien vive en Buenos Aires, al igual que sus
otros dos hijos. Goldín había comenzado su carrera
como médico rural en La Pampa; luego de asentarse en Israel
se especializó en tratamientos contra el dolor. Según
su primo hermano Néstor Alberto, siempre buscó
relacionar su trabajo con los principios de solidaridad y de ayuda
a la gente humilde. La cancillería argentina, hasta
ahora, no comentó con qué medidas respondería
a la primera muerte de un argentino en la última Intifada
palestina.
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