Cuando en
los mercados las variables se derrumban sin, al parecer, encontrar
un piso, se dice que los inversores están en pánico.
Ese miedo se traduce en corrida contra activos financieros, temor
que preanuncia el inminente crac o un salvataje que lo evita. La
confianza es lo que se pierde, y no hay declaración ni carta
de ministro ni iniciativa política que pueda recuperarla
por arte de magia. Precisamente, en ese momento se encuentra hoy
la plaza argentina: con pánico de inversores en una corrida
contra los títulos públicos, o sea contra el país,
que está sospechado de incapacidad para pagar su deuda.
La historia económica argentina reciente tiene en su haber
el padecimiento de otras corridas, que ayudan al menos a comprender
un poco que es lo que está pasando. En cada una de ellas
el común denominador ha sido la angustia y desorientación
de la población. También la de buscar mecanismos defensivos
para preservar el capital amenazado.
Así fue en 1989, cuando la corrida fue contra la moneda nacional,
siendo la cotización del dólar el termómetro
del estado de ánimo del mercado, castigando día tras
día al Gobierno de Raúl Alfonsín. El pánico
de los inversores, pequeños y grandes, se reflejaba en la
desesperación por encontrar refugio en dólares al
capital. La hiperinflación junto con la evaporación
de la moneda fue el crac que parió esa corrida, que se pudo
frenar recién con el tipo de cambio fijo de la Convertibilidad.
También hubo corrida en 1995, cuando el ataque fue contra
los depósitos. La caída de bancos y la depresión
bursátil definían el ritmo de las condenas que padecía
diariamente el Gobierno de Carlos Menem. El pánico se manifestaba
en la ansiedad de los ahorristas por retirar el dinero del banco
para fugarlo al exterior o buscarle cobijo en el colchón.
Esa corrida no derivó en un crac del sistema aunque, de todos
modos, el saldo fue la desaparición de casi 100 entidades
financieras. El mecanismo para evitarlo fue un paquete financiero
millonario que acercó recursos al Estado y, de esa forma,
se recuperó confianza que frenó la huida.
Ahora, la corrida es contra los bonos, cuyo indicador de la crisis
es la tasa de riesgo país, que lastima a diario al Gobierno
de Fernando de la Rúa. El pánico se traduce en derrumbe
de las cotizaciones por ventas aceleradas de títulos ante
el miedo al no pago de esa deuda. La cesación de pagos sería
la corporización del crac de esta corrida. Para evitarla
se necesitaría estructurar un megacanje voluntario de deuda
para aliviar los pagos inmediatos de deuda o un salvataje financiero
internacional. Esta es una alternativa que podría frenar
esta corrida. Alguna otra, sólo Dios sabe.
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