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OPINION

Viveza criolla

Por James Neilson

Si bien Domingo Cavallo insiste en que el país no necesita un solo centavo más de crédito porque ya tiene suficiente, nadie le cree. Sería difícil encontrar a un economista extranjero que no esté convencido de que la Argentina pronto tendrá que “reprogramar” la deuda, operativo que en teoría supondría pagarla íntegramente en cuotas más cómodas que las originalmente previstas pero que en realidad, se espera, equivaldría a patearla hacia adelante para que nuestros bisnietos se encarguen del asunto. Es lo que siempre se ha hecho, y si los ricos se niegan a colaborar la clase dirigente criolla, élite que no tiene la más mínima intención de modificar su tren de vida, los amenaza con un default que con un poco de suerte desataría una catástrofe planetaria. Esta forma un tanto heterodoxa de manejar las finanzas ha funcionado en el pasado y gracias a las malas ondas actuales en Estados Unidos y Japón es probable que siga brindando resultados satisfactorios. Se trata de una versión relativamente sofisticada de la misma estrategia que utilizan ciertos gobernadores provinciales cuando dicen al presidente de turno que si no les entrega plata fresca calificada de “coparticipación”, “reparación histórica”, “fondo de emergencia” o lo que fuera le propinarán un violentísimo estallido social. Luego de jurar que será por última vez, el gobierno nacional les envía lo que requieren para ir tirando un par de meses más y todos se felicitan por el triunfo del sentido común.
La reedición de lo que es el ya tradicional desafío criollo a los mandamases internacionales ha planteado al presuntamente argentinófilo George W. Bush y sus amigos un dilema que les es bastante desagradable. No quieren que el “mercado común más grande del mundo” que están procurando armar nazca muerto porque a uno de sus “socios” se le haya ocurrido declararse en quiebra justo cuando el proyecto se ponía en marcha, pero a menudo han dicho que no les gustan los grandes rescates financieros porque violan el principio sagrado del “riesgo moral” según el cual los deudores insolventes deberían ser castigados con la dureza apropiada. Pero parecerían que no están dispuestos a dejar que la Argentina caiga para que su ejemplo sirva de advertencia para los demás: para sorpresa de los moralistas, Bush ha insinuado que preferiría darle una nueva oportunidad -y entonces otra y otra– por temor a que las pérdidas colaterales sean excesivas. Es lo que los políticos locales esperaban, razón por la que fuera de la city pocos parecen demasiados preocupados por la conducta histérica de los mercados locales.


 

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