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MUHAMMAD YUNUS EXPLICA COMO CONSTRUYO EL BANCO DE LOS POBRES
“Al principio yo me ponía de garante”

De visita a la Argentina, el economista Yunus explicó a Página/12 el funcionamiento de Grameen, el banco creado por él para dar créditos a quienes no los conseguían, los pobres de Bangladesh, y por qué el 98 por ciento de los deudores devuelve el dinero.

Por Martín Granovsky

Se define como un “pragmático social”. Al verlo, eso se traduce en un tipo que da argumentos y ejemplos para apoyar cada afirmación, elude el conflicto sin sonar oportunista, esquiva la política sin ser antipolítico y sortea el mundo académico sin pasar por un irracional. La única preocupación de Muhammad Yunus, nacido hace 60 años en Bangladesh, con un título de economista en los Estados Unidos y un libro editado aquí por Andrés Bello, “Un mundo sin pobreza”, es acabar con la marginalidad. Su herramienta es Grameen, el banco creado por él que da crédito a los pobres.
En 1974, después de una tremenda hambruna en Bangladesh, Yunus visitó la franja más pobre de la población para conocer su situación de cerca. Lo iluminó el caso de Sufia Begun, una mujer de 21 años con tres hijos que fabricaba con sus manos banquitos de bambú y jamás obtenía ni siquiera una ganancia miserable porque debía entregar su producción a los usureros del pueblo. Yunus forjó entonces una de sus conclusiones: “No hay mayor impulso para un pobre que su necesidad de supervivencia, y lo que una persona necesita primero no es formación sino capital para arrancar sin los condicionamientos de la usura”.
–¿Es verdad que recibe muchos mensajes desde la Argentina?
–Es cierto. Todos los días, entre las seis y las siete y media, chequeo los mails. Recibo unos 40 por día, la mayoría desde Occidente, y dentro de ellos, curiosamente, la mayoría llegan de la Argentina.
–¿Quiénes escriben desde aquí?
–Universitarios, sobre todo. Jóvenes en general.
–¿Y por qué lo hacen?
–Es raro, ¿no? Será porque en la Argentina mucha gente se tomó mi libro en serio y lo leyó a fondo. Los estudiantes, por ejemplo, me dicen que no hay un sistema de préstamos en su colegio o en su facultad y quieren una forma de implementarlo.
–¿Usted escribe en español?
–No, pero cuando me di cuenta de que el flujo desde la Argentina iba a seguir implementé una forma de contestar los mails. Un programa los traduce al inglés, yo los contesto, el programa traduce mis respuestas al español y entonces los mando. A veces basta con un consejo práctico de una sola línea y un sí o un no.
–Desayuna con los mails argentinos.
–No, vienen antes del desayuno y la ducha. Después leo los diarios en la oficina, que queda al lado de mi casa. Chequeo gado a chequear toda información interesante, que después uso en reuniones durante todo el día.
–¿Hace vida de político?
–(Se ríe). La diferencia es que yo obligatoriamente rechazo invitaciones. Suele explicar que mi norma standard es no aceptar invitaciones. Si acepto todas, físicamente agotaré las posibilidades de pasar siquiera por mi oficina y mi casa. Si acepto el diez por ciento, terminaré irritando al 90 por ciento que rechazo. Y tengo otro criterio para mi uso del tiempo: no paso todo el día con el staff, porque si no pierdo contacto con la realidad en las distintas regiones.
–¿Sigue visitando aldeas, por ejemplo?
–Todo el tiempo. Y me emociona ver cómo cambiaron las cosas. Al principio trataba de medir si Grameen funcionaba o no. Ahora constato cómo se va extendiendo y planeamos su crecimiento.
–Estamos hablando de más 15 años.
–Sí. Es mucho, ¿no?
–No sé. ¿Es mucho?
–Yo suelo provocar a la gente de Grameen en las aldeas haciéndole justamente esa pregunta. “¿No estás aburrida, tanto tiempo haciendo lomismo y lo mismo? ¿Por qué no abandonas?”, pregunto. Y me gritan que no, que no dejarán.
–¿Es una respuesta para usted mismo?
–Totalmente. No se imagina lo interesante que resulta ver de qué manera no solo todos los días se le paga a la gente, sino cómo la gente va cambiando su propia vida. La gente recibe dinero, y a la vez recibe vida.
–¿Es un plan de inclusión social?
–Sí. Ahora, muchos más están dentro de la corriente, no fuera de ella. Ya no son marginales.
–¿No son marginales porque han pasado de la marginalidad a la pobreza?
–Prefiero ponerlo de otra manera: la pobreza es en sí misma una forma de marginalidad. No hago más distinciones. Grameen busca cambios de vida para que la gente pueda dejar de ser pobre. Es un banco para los pobres, pero me gusta cuando lo llaman “El banco de los ex pobres”.
–¿En qué momento alguien deja de ser pobre?
–Hay diez parámetros distintos, y son internacionales. Por ejemplo, en lo que tiene que ver con el hambre, es la ingestión de 200 calorías diarias, más determinadas condiciones sobre ahorro, escuela, salud, agua potable y techo.
–¿Techo?
–Sí, y no le digo solo casa sino techo. Techo en sentido literal. Recuerde que en mi país las lluvias son tremendas, y entonces es crucial contar con un techo que no deje pasar el agua.
–Eso quiere decir que una catástrofe puede volver a la pobreza a miles de personas que habían logrado salir de ella.
–Sí. En días. O en horas. Hay un nivel de desastre promedio que ya podemos manejar. Ahora, cuando se trata del anegamiento de kilómetros y kilómetros cuadrados, hay que volver a empezar, y eso es tremendo.
–¿Con qué ingreso se sale de la pobreza?
–Con cinco mil takas. Digamos, unos 100 dólares. Con esa cifra se puede vivir decorosamente.
–¿Cómo hace Grameen para medir, en general, el progreso?
–Con una ficha por familia.
–Usted, así, construye lo que en términos políticos sería un gran aparato. Lo deben tentar con ofertas de líderes religiosos o políticos.
–Religiosos no. En Bangladesh el origen de los líderes religiosos está relacionado con el sector más tradicional, o tradicionalista de la población. Políticos sí.
–¿Por qué no se convirtió usted en político?
–La misma persona no puede hacer todo, y no quiero dejar de hacer lo que hago: cosas buenas para la gente. La política es sucia y violenta.
–No todos los políticos lo son.
–Tiene razón, pero la lógica política sí lo es. Si el sistema político me destruyera yo no podría volver al banco. Y seguro me atacarían. Dirían que yo uso millones de takas del banco para la política. Mentirían, pero no importaría la verdad o la mentira: yo debería dedicar tanta energía a negar los ataques que no me quedarían fuerzas para cosas útiles.
–¿Cómo es su familia?
–Mi esposa es profesora de física, y tengo una hija de 15 años. Tengo otra hija, mayor, de mi matrimonio anterior con una norteamericana. Vive en los Estados Unidos y es cantante de ópera. Soprano.
–¿La familia apoya su elección por Grameen en lugar de una brillante carrera como economista?
–Sí, se sienten muy reconfortados con el reconocimiento hacia Grameen. Y conocen cómo funcionan los campus universitarios. Cuánta energía se desperdicia en ellos en peleas internas y riñas absurdas.
–¿Cómo se formó el capital inicial de la institución?
–No sé si usted sabe que le presté 27 dólares a 42 personas. –Está en su libro. Pero ignoro cómo siguió después.
–Al principio fui a los bancos a pedir dinero.
–¿Para usted?
–No. Quería que les prestasen directamente a los pobres.
–Que no eran solventes.
–Claro, ése era el problema. Por eso me puse yo de garante.
–¿Usted mismo firmaba?
–Sí. Era la única manera de convencer a los banqueros.
–¿Y luego?
–Luego empezó a mandar la realidad. Como los préstamos tienen un pago inmediato y constante, semanal, para que los pobres lo sientan menos, y como el nivel de retorno del préstamos resultó altísimo, como del 98 por ciento, la propia historia del sistema de Grameen fue sirviendo de garantía. Cuando buscábamos dinero los bancos ya sabían que recuperarían su plata.
–¿Cómo hizo para vencer las resistencias?
–Al principio decían: “Ustedes están locos”. Después, “hoy colapsan”. Más tarde, “el colapso sin duda ocurrirá mañana”. O argumentaban que todo se debía a mi carisma, lo cual se cayó cuando aparecieron 200 organizaciones similares a Grameen.
–¿Y ahora qué dicen?
–Que está bien Grameen, que funciona, pero que es inútil porque las cifras son demasiado bajas. O: “Es bueno, te felicito, pero nosotros no lo hacemos”. O esto: “Las reglas de mi banco no lo permiten, pero sigan adelante”. Antes mis colegas me preguntaban por qué mezclarme con los pobres, ya que ese no era trabajo de un economista. Y debo decirle que la prensa internacional fue muy útil. El vecino de uno no es nadie, pero si aparece en The New York Times debe ser alguien, ¿no?
–Pareciera que su preocupación es lo útil y lo práctico.
–Así es.
–Y también parece obsesionado por evitar conflictos.
–Ajá. Damos préstamos.
–Pero el préstamo con el criterio de Grameen implica también un conflicto. Es un modelo de relación social.
–Por supuesto, y ésa es la razón por la que yo evito ciertos conflictos. En Bangladesh hay gente muy capacitada para la discusión ideológica y para el debate político. Es interesante, pero si uno se mete no sale. Al mismo tiempo, yo me meto en todo debate sobre derechos humanos. Eso tiene que ver con el bienestar de la gente y con los créditos para que la gente salga de la pobreza.
–Planteado así, parece una cuestión de voluntad.
–Es una cuestión de voluntad.
–¿También de voluntarismo?
–No. Mire, si uno quiere terminar con la pobreza no es seguro que pueda hacerlo, pero si uno no lo busca es seguro que no lo hará.
–¿Y qué dicen los usureros?
–La mitad de la población es rechazada por los bancos. No califica para sus requisitos mínimos y por eso recurre a los usureros, que existen en todo el mundo. Hoy (por ayer) les dije a los funcionarios del gobierno de la ciudad con los que me entrevisté que seguro hay gente pobre que paga tasas del diez por ciento diario pidiendo plata a usureros. Les dije que me dieran una semana en Buenos Aires, que lo demostraría.
–¿Qué hicieron los usureros al principio de Grameen?
–Fueron durísimos. Cuando iba a una aldea me mandaban un mensaje: “Si entran, no salen vivos”.
–¿Y entraban?
–No. Jamás nos prestamos a la violencia. –Pero les dejaban el campo libre a los usureros.
–Tampoco. Hacíamos saber que nos habían negado la entrada a una aldea, y entonces gente de esa aldea venía a vernos. Yo les decía que con gusto iba a recibirlos, pero en otro sitio, y que si querían que fuésemos en su aldea debían resolver ellos mismos el problema con quienes nos impedían la entrada. Es decir: confrontamos a los usureros con la gente. Y la gente les ganó. Con la ventaja adicional de que, luego de ganar, quedó inmune también a todo tipo de clientelismo por parte de los políticos.
–¿Por qué es tan alta la tasa de retorno de los créditos, Yunus? ¿Cuál es el castigo si un crédito no se paga?
–¿Castigo? Ninguno.
–¿No hay hipoteca ni ejecución?
–No. Pero no quiera imaginar el castigo moral a quien no paga, lo mal que llega a sentirse ese individuo ante la mirada de los demás.
–Por eso el grupo es un requisito de la construcción de Grameen.
–Claro. Si no, el sistema no funciona.
–¿Son diferentes los bengalíes?
–(Se ríe) ¿Diferentes?
–Sí. De los argentinos.
–Usted no lo va a creer, pero en todos los países me preguntan lo mismo. Y yo contesto lo mismo: que es abrumadora la similitud entre hombres de uno y otro país. En circunstancias similares, los pobres sufren problemas similares y, al mismo tiempo, requieren condiciones similares para salir de la pobreza.
–¿Cuántos empleados tiene Grameen?
–Ahora, 12 mil.
–¿Cuánto ganan?
–Siete mil quinientos takas.
–Ciento cincuenta dólares.
–Sí. No está mal. Más beneficios sociales.
–¿Cuántos préstamos dieron?
–Dos millones y medio.
–¿Qué edad tiene, Yunus?
–Cumplí 60.
–¿Y es verdad que comenzó Grameen por el shock de ver a una mujer que no podía salir de la pobreza porque no conseguía los centavos iniciales para comenzar una pequeña actividad?
–Sí. Ese shock cambió mi vida y determinó mi elección profesional. Después me vi envuelto en una serie de desafíos, y uno me fue llevando a otro. Que el sistema funcione en una aldea, en otra, en otra, en una ciudad, en otra ciudad más, en una ciudad más grande, en una región, en todo el país, en otros países.


Una visita que disparó el microcrédito en la ciudad

Tras declarar ciudadano ilustre a Yunus, el gobierno porteño destinó 30.000 pesos al Grameen. El Nación le donará 100.000.

Los “créditos para pobres” llegarán también a la Ciudad de Buenos Aires. El gobierno porteño formalizó un convenio con la filial argentina del Grameen Bank, fundado por Muhammad Yunus, por el cual la ciudad dispone un fondo inicial de 30.000 pesos y otorga oficinas en las sedes de los Centros de Gestión y Participación. El programa funcionará en la zona sur de la ciudad, empezando por Mataderos o Lugano. Los créditos irán de 100 a 500 pesos y su gestión estará íntegramente a cargo de la Fundación Grameen, que en los próximos meses hará una “convocatoria pública” en los barrios elegidos. También el Banco de la Nación convino en financiar los microcréditos, a través de una donación de cien mil pesos.
Los 30.000 mil pesos servirán para una experiencia piloto de alrededor de un centenar de créditos, cuya gestión se canalizará mediante los Centros de Gestión y Participación (CGP) de los barrios correspondientes. “La Fundación Grameen se incorporó desde el año pasado a la Mesa de Diálogo Social –observó para este diario Daniel Figueroa, secretario de Promoción Social del gobierno porteño–; desde entonces estudiamos la posibilidad de instalar su metodología en la ciudad. Para hacerlo se eligió la zona sur, en los barrios de Lugano o Mataderos, y se prevé que el programa empiece a funcionar dentro de tres meses.”
Estos créditos, antes que pedidos, serán ofrecidos. Pablo Broder, presidente de la Fundación Grameen en la Argentina, explicó que “cuando entramos a un pueblo, o en este caso a un barrio, no esperamos a que la gente venga sino que hacemos una convocatoria pública, en la plaza, en la iglesia. Los interesados deben calificar como pobres muy pobres, deben tener proyectos productivos y constituirse en grupos de cinco personas que no sean familiares entre sí y que pasarán por talleres de entrenamiento”.
En cuanto a la relación con las autoridades, “la filosofía de Grameen requiere que la operación no se efectúe ni directa ni indirectamente por entidades de derecho público como el gobierno de la ciudad: seremos nosotros quienes operemos mediante el soporte que ofrecerá la ciudad: financiación, oficinas, aporte de trabajadores sociales”.
Un antecedente del proyecto puede encontrarse –puntualizó Cecilia Felgueras, vicejefa de gobierno de la Ciudad– en los créditos para vivienda destinados a jefas de hogar otorgados por la Secretaría de Acción Social, que “tuvieron un índice de devolución altísimo, que llegó al 98,8 por ciento”. Las mujeres jefas de hogar son destinatarias principales de los créditos Grameen. Otro antecedente está dado por los “créditos a tasa cero para microemprendimientos, que viene otorgando la ciudad”, señaló Eduardo Hecker, secretario de Desarrollo Económico porteño. Ayer Aníbal Ibarra, jefe de gobierno de la Ciudad, declaró visitante ilustre a Muhammad Yunus.
También el Banco de la Nación Argentina firmó un convenio con la Fundación Grameen, por el cual la financiará con cien mil pesos. Enrique Olivera, presidente del Banco, destacó que “no se trata de un préstamo sino de una donación, que se canaliza a través de la Fundación Banco Nación. El presupuesto de la Fundación, que llega a un millón de dólares anuales, se ha reorientado en el sentido de financiar organizaciones no gubernamentales cuya finalidad sea promover microcréditos para personas que no tengan patrimonio ni garantías. Es una tendencia internacional, a partir del hecho de que la mitad de la población mundial todavía está afuera del sistema oficial de crédito”.

Encuentro con el maestro
Fue un encuentro de los impulsores del microcrédito en la Argentina con quienes consideran como su maestro. Unas 700 personas –entre representantes de una serie de ONG que llevan adelante aquí el ejemplo de Muhamad Yunus y beneficiaros de esos programas– se encontraron con el bengalí para escuchar de primera mano las recomendaciones y enseñanzas sobre cómo prestar plata sin garantía a la gente pobre.
Organizado por la revista Tercer Sector, en el encuentro Yunus detalló que los créditos que otorga el Grameen Bank se dan a partir de la conformación de un grupo solidario, que es el responsable de dar vía libre al pedido. “El acceso al crédito es un derecho humano fundamental”, aseguró.
Siguiendo el ejemplo del economista bengalí, las organizaciones argentinas entregaron en los últimos diez años microcréditos por valor de unos 100 millones de dólares. Entre las ONG que se encontraron con Yunus estuvieron Provivienda Social, Fundación Emprender, Grameen (Aldeas) Argentina, Fundación Vivienda y Comunidad, Sedeca, Fundación Sagrada Familia, Idemi y el Foncap.

 

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