Por
Luciano Monteagudo
Se
diría que en la manera que está concebida Jacky, la ópera
prima de producción holandesa codirigida por Fow Pyng Hu y Brad
Ljatifi, hay un evidente espíritu de la época que la hace
dialogar con otros films presentes en la competencia y muy particularmente
con Platform, la obra maestra del chino Jia Zhang-ke. Una vez más,
como en muchas de las búsquedas del cine contemporáneo,
se trata de esculpir en el tiempo, para utilizar la frase
que acuñó el gran Andrei Tarkovski. O al menos de intentarlo.
A diferencia de Platform, cuya respiración narrativa, que abarcaba
veinte años en la vida de sus personajes, demandaba casi tres horas
de visión, aquí son apenas 80 minutos, como si los realizadores
hubieran decidido arbitrariamente ese recorte específico de la
realidad. Que podría haber sido mucho mayor, y también menor,
porque el film no depende de una estructura narrativa precisamente aristotélica.
De hecho, hay una constante desdramatización en Jacky, que presenta
algunos pocos momentos en la vida de un joven inmigrante de origen chino
radicado con su familia en Amsterdam.
Claro que los momentos que eligen los realizadores no son exactamente
aquellos que conllevan un conflicto dramático. Por el contrario,
se diría que Pyng Hu y Brad Ljatifi se han propuesto eludir todo
aquello que en un film cualquiera serían sus puntos culminantes
y, por el contrario, se quedaron con los llamados tiempos muertos, que
no por ello dejan de ser reveladores de la conducta de sus personajes.
La madre de Jacky lo presiona para que se case y hasta le consigue unas
cintas de video, a modo de casting, que un pariente envía desde
China con pretendientes posibles, pero el momento del encuentro del protagonista
con la que será su mujer apenas si está sugerido, lo mismo
que su posterior separación. No hay nada de psicología ni
dramaturgia en Jacky sino instantes de puro tiempo presente, en los que
se adivina la tensión entre lo viejo y lo nuevo, entre las pautas
atávicas que Jacky hereda de su madre y las que él y su
hermano menor aprehenden de la realidad de cada día. Es curiosa
también la manera en que el film registra aquello que en otro cineasta
hubiera sido un tradicional choque de culturas. Aquí
es poco y nada lo que se ve de Amsterdam, como si los realizadores de
Jacky hubieran decidido hacer un film deliberadamente endogámico,
a puertas cerradas dentro de una comunidad a su vez cerrada en sí
misma.
(En competencia. Ultima exhibición hoy a las 18 en el Hoyts 12;
no tiene distribuidor en Argentina.)
ARREBATO,
UNA PERLA DEL CINE ESPAÑOL MALDITO
El
extraño universo de Iván Zulueta
Por
Martín Pérez
A
la hora de hablar del cine moderno español, Almodóvar es
el apellido. Ya lo era más de una década atrás, cuando
era el gran representante de la movida madrileña; lo fue aún
más al representar a todo el cine español en el extranjero
luego de Mujeres al borde de un ataque de nervios, y luego del Oscar se
hizo indiscutible. Pues bien, dentro del impecable ciclo Cine Español
Maldito del Festival de Cine Independiente (que incluye films muy recomendables
como Los motivos de Bertha, de José Luis Gerin, o El desencanto,
de Jaime Chávarri), se exhibe Arrebato, de Iván Zulueta,
una película y un realizador que funcionan como referentes ineludibles
a la hora de hablar tanto de la obra de Almodóvar como del mismísimo
cine español moderno y cuya inclusión dentro de la programación
del Festival es todo un acontecimiento.
De aparición inevitable en cualquier charla con un realizador español
contemporáneo, Arrebato tal vez haya sido el film español
de los últimos tiempos del que más hablaron sus directores
fuera de España, pero el que menos se ha visto. Por eso no deja
de ser fascinante el poder sentarse en una sala porteña a ver cómo
unos jovencísimos Eusebio Poncela y Cecilia Roth protagonizan este
film de culto con más de dos décadas de antigüedad,
que hizo un mito de Zulueta, un director que dejó de rodar luego
de Arrebato (lo que acrecentó su mito) y se dedicó a realizar
afiches de films como Entre tinieblas, ¿Qué hecho yo para
merecer esto? o Laberinto de pasiones, todos de Almodóvar.
Bizarra mezcla de Cronemberg y Almodóvar a partes iguales, Arrebato
cuenta con humor singular y en un intrincado relato la historia
de un director de cine (Poncela) que regresa agotado de un rodaje sólo
para encontrarse con una ex amante drogadicta (Roth) ocupando su cama,
y un paquete esperándolo en el buzón. En él hay un
casete y una película que cuentan la historia de un personaje fascinante,
dedicado a buscar la droga más perfecta de todas, y descubrir por
lo tanto al vampiro más implacable de todos: el cine. Con escenas
divertidas y/o fascinantes, personajes delirantes y un cierto clima gótico,
que tal vez envejeció demasiado pero en su conjunto sigue siendo
inclasificable, Arrebato confirma sin embargo su carácter de culto,
un culto que hizo que se considere a Zulueta como el director español
que, con menos films, dejó la huella más indeleble dentro
de la cinematografía española. Esa huella tiene un nombre,
claro. Y se llama Arrebato.
(Arrebato se exhibe por última vez hoy, a las 14.15, en la sala
7 del Abasto).
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