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VICTOR GRIPPO EN LA GALERIA RUTH BENZACAR
Una revolución por minuto

 

Vuelve a jugar de local uno de los grandes artistas argentinos, luego de 10 años de no mostrar su trabajo en el país.

 

Por Fabián Lebenglik

“La semana que viene –escribía Miguel Briante en marzo de 1990–, el artista argentino Víctor Grippo viajará a Inglaterra para exponer un la Ikon Gallery de Birmingham y la Cornerhouse de Manchester. La noticia no es social: que Grippo, un artista tan poco dado a las especulaciones de la propaganda, llegue a esos lugares de Europa, significa el reconocimiento de su profunda originalidad. Grippo no va a representar nada, no va a competir en nada y, encima, va con las manos vacías: allí armará una muestra de su universo especial, espejo entre arte y ciencia o, mejor dicho, auscultación del momento en que la ciencia se toca con el arte en su abismal misterio.”
La cita viene a cuento no sólo porque Grippo es uno de los artistas argentinos que más interés ha despertado internacionalmente sino porque hace una década que no muestra su obra en el país.
El interés internacional por la obra de Grippo comenzó a fines de la década del sesenta, en la VI Bienal de París y siguió durante los años setenta y ochenta, en parte de la mano de Jorge Glusberg y el Grupo de los Trece.
Aquella doble muestra grupal británica de 1990 en la Ikon Gallery y la Cornerhouse fue organizada por el crítico y curador británico Guy Brett (viejo conocedor de la obra de Grippo desde comienzos de los años setenta), con el título “Transcontinental, e incluía a nueve grandes artistas latinoamericanos. Cinco años después Grippo presentó una antología retrospectiva montada en la misma Ikon y en el Palais de Beaux Arts de Bruselas, que abarcaba treinta años de trabajo.
El conceptualismo de Grippo, desde mediados de los sesenta, se expresa a través de una producción en la que la idea de la obra se concreta en piezas de una gran sensibilidad y cualidad reflexiva. Sus sistemas, construcciones, herramientas, objetos, experimentos e instalaciones exhiben una notable carga poética y una realización muy refinada.
Su trabajo ha girado siempre en relación con la vida cotidiana, el mundo del trabajo, la comida y una extraña convergencia entre la ciencia y el arte, donde encontraron, en otra dimensión, sus estudios de bioquímica.
La relación entre arte y ciencia en la obra de Grippo es un camino de doble de ida y vuelta. En algún sentido puede verse en su obra una puesta en práctica de lo que planteó el Premio Nobel de Química, el ruso-belga Ilya Prigogine, respecto de la incorporación del componente “accidental” de la temporalidad en las teorías y leyes científicas y sobre la creatividad de los fenómenos aleatorios.
La exposición ocupa las dos salas de la galería, el gran espacio del subsuelo y el Espacio Nuevo, del segundo subusuelo. Pero, más allá de esta división, hay otra, nítidamente establecida por el carácter de las obras.
El primer par de obras se relaciona con el mundo del trabajo: “La cualidad de la luz”, una instalación de 1997, y “El tiempo del trabajo” (objeto, 2001).
El segundo par se relaciona, desde el punto de vista de la realización, con la orfebrería y la miniatura y se compone de dos largas series: las “cajas” (2000) y los “Anónimos” (1999).
“La cualidad...” está montada en un espacio cerrado, con luz tenue. En el fondo y cerca del rincón derecho del recinto, el artista coloca una mesa de trabajo con herramientas, materiales (y un breve texto), en la que la tarea parece recién interrumpida pero al mismo tiempo, se evoca como una situación arqueológica.
“El tiempo...”, colocada en el espacio del segundo subsuelo, consiste en una pequeña mezcladora de cemento en funcionamiento, que está ajustada a a una revolución por minuto. La paleta de la mezcladora hace girar las piedras de mármol y una sustancia gris y viscosaa. Con cada vuelta elruido de la mezcla se vuelve tan llamativo como estrepitoso en el espacio pulido y silencioso de la galería. La obra funciona en relación directa con la instalación de la planta superior. Ambas evocan el mundo del trabajo obrero y ambas apelan intesamente a los sentidos del espectador: la primera en el orden visual, debido al tiempo que pasa hasta que la mirada se adapta a la luz escasa y la segunda en el orden auditivo, porque el ruido y el movimiento van pautando el paso del tiempo. La mezcladora se transforma en un reloj del trabajo obrero que marca sesenta revoluciones por hora. Las revoluciones obreras pasan a ser así un recuerdo convertido en dato estético y el trabajo manual parece extinguirse en el imaginario social. Así, la producción artística de Grippo sigue por el camino del cuestionamiento reflexivo y dramático sobre las condiciones que impone el presente.
Ambas obras reconstruyen escenas de carácter teatral y escenográfico del mundo laboral y en ambas falta el hombre. La figura ausente es la del obrero o el abañil, quienes, junto con artistas como Grippo, representan uno de los últimos refugios de lo manual.
En el segundo subsuelo están también sus “cajas”, construcciones espaciales sobre la armonía y el equilibrio de supuestos sistemas de medición, en donde la ciencia y el arte se interpenetran y complementan. Esos sistemas reconcentrados –fabricados con yeso, plomadas, niveles, maderas, vidrio, metal, ébano y carbón de piedra– exhiben una compleja precisión para medir tiempos y espacios inhabituales.
Por último, lo más visible, lo más destacado de la muestra, aunque visualmente no lo más interesantes: la serie de “Anónimos”, pequeños grupos de figuras también pequeñas, hechas en yeso patinado, que expresan una evocación de sociabilidad encapsulada. Los “anónimos” se agrupan en distintas formas y formaciones, preservados y al mismo tiempo enmarcados por cajas de cristal. Lucen como una sociedad de laboratorio y rescatan lo anónimo como dato social en contraste con la afirmación del nombre propio. Lo que no tiene nombre o autor constituye un borramiento del individualismo, la autoridad y la autoría. Aunque se advierte la notoria delicadeza de la realización artesanal y la exquistia sensibilidad del moldeado, esta obra no logra el “efecto Grippo” que forma parte del horizonte de expectativas del visitante de la muestra.
La serie parece ser el modo en el que el artista “repone” o “repara” la ausencia dramática del mundo obrero que proponen la “La cualidad...” y “El tiempo...” Los anónimos son claramente piezas de museo que se funden con su función anónima. El efecto paradójico, seguramente buscado por el artista, es que en ellos se pierde parte del nombre propio –del sello de Grippo– que exhiben las demás obras de la muestra. En este sentido, es la única serie para la que el artista escribió una justificación a modo de poema, transcripto en la pared de la galería y en el catálogo. Como si al desdibujarse la noción de autoría se compensara esa “debilidad” visual por vía de la subjetividad y personalidad de la escritura: una complementación de ejercicios de estilo. (Galería Ruth Benzacar, Florida 1000, hasta el 5 de mayo.)

Leonardo en Buenos Aires

El próximo 10 de julio se rematará en la casa Christie’s, de Londres, el dibujo “Caballo y su jinete”, una punta secad de plata de Leonardo da Vinci. Se trata del dibujo más importante de Leonardo que haya salido a la venta de los años treinta y se estima que su precio superará los 5 millones de dólares. Pero antes del remate Christie’s exhibirá la obra de Leonardo en Buenos Aires. Hoy, a las 20.30, se mostrará en una cena exclusiva en el Alvear Palace Hotel (a un costo de $150 el cubierto) y mañana, de 10 a 19, en la casa rematadora J.C. Naón y Cía., de Guido 1785, donde se deberá pagar una entrada casi simbólica de $2 por persona. Todo lo recaudado será donado a la Asociación de Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes. Luego de su paso por esta ciudad, el da Vinci será exhibido en Nueva York, Chicago, Seattle, Tokio, París y Londres, donde será subastado. “Caballo y su jinete” es un estudio preparatorio para “La Adoración de los Magos”, la primera gran composición de Leonardo, de gran tamaño y sin terminar, que se encuentra en el Museo Palazzo degli Uffizi, de Florencia. El retablo “La Adoración de los Magos” fue encargado en marzo de 1481 por los monjes de San Donato a’Scopeto, cerca de Florencia. Da Vinci lo dejó inconcluso cuando abandonó la ciudad ese mismo año. La obra formó parte de la colección Brown de EE.UU. por más de 70 años y la vede J. Carter Brown, ex director de la National Gallery de Washington.

 

 

 

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