CAUSA
Por Antonio Dal Masetto
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Se abre la puerta del bar y exultante entra el Dr. Re Castrovillari (h).
Champán para todos. Hoy es el día más trascendental
de mi vida. He sido ascendido a juez y estoy a cargo de la causa madre
de todas las causas.
Salud, pesetas y larga vida, Su Señoría dice
el Gallego.
Si me permiten, quisiera remontarme a los comienzos. Cuando yo tenía
cinco años, Roberto Re Castrovillari padre, mi progenitor, abogado
de nota y juez, me sentó en sus rodillas y me preguntó:
Robertito, ¿qué vas a hacer cuando seas grande?.
Jurisconsulto y juez como usted, le contesté. Mi
gran frustración dijo mi padre es que nunca fui nombrado
juez en el fuero federal y por lo tanto no tuve ninguna oportunidad de
echarle mano a la reina de todas las causas. Tu bisabuelo y tu abuelo
me hablaban de ella. Un expediente cuyo primer cuerpo, las primeras 200
fojas, fueron cosidas en la última década del siglo XIX.
Al día de hoy está compuesta por 1507 cuerpos. Estudiá,
sé aplicado, tesonero, y con un poco de suerte y la ayuda del Señor
tal vez un día te conviertas en el titular de un juzgado federal,
te asignen esa causa y te corresponda a vos la gloria de resolverla.
Padres eran los de antes decimos.
Durante mis estudios de Derecho, en la biblioteca, en los bares,
en los asados, en los bailes, con los compañeros hablábamos
de la causa. Los profesores la citaban. En nuestro fuero íntimo,
cada uno de nosotros pedía que no se resolviera todavía,
que se siguiera demorando unos años más, que nos esperara,
para que nos correspondiera el honor de darle la puntada resolutoria final.
Me recibí y me fui moviendo con astucia para ubicarme en la justicia
penal. Luego, siempre en base a méritos y trabajo duro, maniobré
para ganarles de mano a los competidores y ser nombrado en el juzgado
que tenía la causa. Llegué a secretario.
Vamos todavía decimos a coro.
Desde aquel día en que mi padre me habló, el expediente
había pasado por las manos de jueces muy activos y el número
de cuerpos había aumentado a un promedio de 20 por año.
Un record de crecimiento. Ya andábamos por los 2112. Seguían
y siguen guardados en la sala original, a la que hubo que ampliar en 1938
y luego reforzarle el piso con una estructura de hierro en 1950. Los primeros
cuerpos son como incunables, las fojas están quebradizas, hay que
tratarlos con mucha delicadeza. Los grandes enemigos son la humedad y
las malditas polillas. Se está en guerra permanente contra las
polillas. Contamos con una partida de dinero extra para combatir las polillas.
Déle duro a las malditas polillas, Su Señoría.
No necesito decirles que ese juzgado es un templo. En las paredes
cuelgan los retratos de todos los empeñosos magistrados que a lo
largo de más de cien años impulsaron la causa. Yo me he
emocionado al oír al juez que me precedió, en un arrebato
de inspiración, pedir por ejemplo los cuerpos 14, 376, 395, 487,
911, 1342, 1343, 1344, 1632, 2004, y verlos pasar transportados por los
dos forzudos encargados de esa tarea, descendientes de los forzudos originales.
O citar testigos que son los hijos o nietos o bisnietos de los primeros
testigos, y que tal vez guarden el recuerdo de alguna confesión,
alguna última frase de los antepasados en el lecho de muerte. O
disponer una nueva pesquisa en los lugares donde se produjeron los hechos,
que lamentablemente en la mayoría de los casos han sufridos sucesivas
transformaciones (esos peritajes los hace un equipo de arqueólogos).
Y me emocioné hoy, cuando el juez que se jubilaba me hizo entrega
del juzgado. Ha llegado el momento que yo me retire me dijo,
éstas son las llaves y aquí le dejo una modesta ayuda para
interpretar el expediente: un resumen de una página, otro de 50
páginas y un tercero másgordo de 500. Sofrene el entusiasmo,
vaya de lo más simple a lo más complejo, empiece por la
hojita, éntrele al expediente despacio. Y cada vez que ingrese
en la gran sala no se olvide que usted es un privilegiado y que más
de un siglo de abnegada labor judicial lo contempla. Al despedirse
repitió más o menos las mismas palabras de mi difunto padre
cuando por primera vez me habló de la causa: Le deseo la
mejor de las suertes y que sea usted el destinado a resolver gloriosamente
este caso. Y yo, señores, lo voy a resolver.
Brindis y aplausos de la concurrencia.
REP
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