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La masacre de Los Polvorines, en
medio de un aluvión de amenazas

Es el caso que, según se cree, fue armado por la Bonaerense para mejorar su imagen. Amenazaron a más familiares de testigos y al propio fiscal de la causa.

Todo indica que el robo en El
Talar fue una �ratonera�. El
lunes fue intimidado el padre
de un policía denunciante.

La masacre de Los Polvorines, está claro, no es un caso más para la Policía Bonaerense: una ola de amenazas e intimidaciones se desató sobre los testigos de la causa y sus familiares, un periodista y el fiscal que conduce la investigación, desde hace un mes cuando llegó a la Justicia la denuncia contra la cúpula de la fuerza por el supuesto armado de una emboscada, en la que murieron tres ladrones y un policía. El hecho ocurrió el 25 de agosto último y, desde el comienzo, los investigadores trabajaron sobre la hipótesis de que se trató de una operación para levantar la maltrecha imagen de la policía, como informó Página/12 días después del episodio. El propio ministro de Seguridad, Ramón Orestes Verón, descalificó la denuncia y al denunciante, un suboficial “arrepentido” al que calificó de “canalla” y “estafador”. Si los investigadores dudaban de la calidad de ese testigo, la campaña de amenazas –seis víctimas en total– terminó de convencerlos de que estaban en el camino correcto.
La última amenaza ocurrió este lunes. La recibió Hugo Montenegro, el padre del policía arrepentido, según confirmó ayer el fiscal de Cámara de San Martín, Luis María Chichizola. Antes, había sido agredida una hermana de Montenegro, atacada por desconocidos. También fue amenazado el hermano del policía muerto en el enfrentamiento, quien pertenece a la policía. Y el propio Chichizola recibió un llamado amenazante en su celular, el sábado 14 de marzo.
“Francamente, estamos muy preocupados porque esto no se ha detenido en un estado inicial sino que, con el correr de los días, ha ido creciendo”, dijo el fiscal de Cámara, en declaraciones radiales.
Todo había comenzado con el simple robo a un banco, la sucursal del BNL de El Talar a manos de tres jóvenes ladrones, que se llevaron apenas 25 mil pesos. Y terminó con un megaoperativo, en una villa de Los Polvorines, con el inusual despliegue de 200 policías, muchos de los cuales llegaron desde Quilmes, en la otra punta del conurbano. Los tres ladrones terminaron masacrados: tenían entre 50 y 75 balazos cada uno. La desorganización fue de tal magnitud que diez policías resultaron heridos, algunos por balas de sus propios compañeros. Nunca se sabrá si el proyectil que mató al suboficial Julio Sánchez fue disparada por los delincuentes o por los policías: la bala no resultó apta para periciar.
La investigación que conducía el fiscal de San Martín, Mario Marini, descubrió contradicciones entre la versión que dieron los policías sobre cómo encontraron el escondite de los ladrones y los registros del Comando Radioeléctrico, desde donde se transmitió la información. Pero la causa no avanzó mucho más hasta que apareció un testigo clave, miembro de la fuerza.
Se trata del cabo Adrián Montenegro, quien primero llevó su denuncia al productor de un programa periodístico y luego se refugió en Paraguay porque, según dijo, temía por su vida. Desde allí, Montenegro se conectó con los fiscales de San Martín, a quienes pidió protección para su familia. El policía ingresó a un programa provincial de testigos protegidos.
A partir de entonces se desató el aluvión de amenazas. Primero fue el turno del periodista Rolando Graña, conductor del programa “puntodoc/2”, que había entrevistado a Montenegro aunque el programa aún no había salido al aire. La esposa de Graña recibió una llamada anónima en la que le advertían: “Decile que se deje de joder con la bonaerense”. Desde entonces, Graña está con custodia de la Policía Federal.
El sábado anterior a las Pascuas, el fiscal Chichizola recibió un llamado en su celular: “No te metas con la bonaerense, o vas a terminar siendo boleta”, escuchó el fiscal de Cámara, quien no interviene directamente en la investigación sino que conduce el equipo, integrado por todo el cuerpo de fiscales, que interviene en la instrucción de la causa.
Seis días después fue amenazada y golpeada Graciela Montenegro, hermana del denunciante, en la localidad de Ensenada. “Es para vos y tu familia. Decile a tu hermano que no joda”, le advirtieron. El mismo día, un hermanodel sargento Sánchez, que trabaja como policía en la seccional de San Miguel denunció que había recibido cinco amenazas telefónicas. “No cuentes nada de lo que sabés, porque tenés mujer e hijo”, le dijeron.
El hermano de la víctima acercó a la Fiscalía “datos sobre lo que ya es una certeza dentro de la fuerza: que el operativo de Los Polvorines fue armado para mejorar la imagen de la bonaerense”, dijo a este diario una fuente judicial.
El último de la serie fue el padre de Montenegro, a quien le pusieron un arma en la cabeza en una calle de Isidro Casanova. “Le dijeron que no avale los dichos de su hijo. Y le pidieron que le hiciera saber a Graña que haga mejor las cosas porque para él también va a haber algo”, afirmó la fuente.

 


 

MUJERES POLICIAS PAGARON FIANZA PARA NO IR PRESAS
Libres para disfrutar las siliconas

Las rayas horizontales no favorecen la silueta, y menos aún si son blancas y negras. Diez empleadas públicas bonaerenses, varias de ellas policías, estuvieron a punto de enfrentar ese escollo estético cuando la Justicia de La Plata ordenó su detención, acusándolas de cometer fraude en perjuicio de la obra social IOMA para realizarse distintas cirugías estéticas. La medida no llegó a concretarse porque el juez César Melazo autorizó la eximición de prisión, previo pago de una fianza de 500 pesos por persona.
Además de la detención de las diez mujeres, los fiscales Carlos Argüero y Esteban Lombardo –de la unidad de Investigaciones Complejas– habían solicitado el cambio de carátula a “presunta asociación ilícita”. El cambio fue concedido por el magistrado, que al mismo tiempo desestimó la solicitud de excarcelación presentada por la defensa de los tres médicos detenidos en la causa: el comisario cirujano Guillermo Fernando Luna -dueño de la clínica donde se hicieron las operaciones–, su colaborador Pedro Pérez Bagnasco y el anestesiólogo Víctor Armesto.
En tanto, resultaron excarcelados bajo fianza el médico policial Daniel Chaves –quien había otorgados los certificados de licencia con goce de sueldo a una de las pacientes– y la sargento primero Lidia Sicher. El fraude salió a la luz después de que Sicher realizara una denuncia contra Luna por mala praxis, cuando la silicona que le habían implantado se le encapsuló y produjo una infección. La operación fue ocultada bajo una cirugía de várices, que IOMA reintegró por completo a la sargento. Según el dictamen fiscal, es imposible que los médicos y la mujer no supieran del delito en el que incurrían, pues “es de público conocimiento que las prácticas cosméticas no son reconocidas por la obra social”.

 

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