Por Luciano Monteagudo
Yo hubiera querido hacer
esta película por lo menos siete años atrás, pero
nadie en mi país quería financiarla, me decían que
el tema de las dos Alemanias había quedado atrás. Sólo
ahora se dan cuenta de que este tema nunca se va a acabar, que dentro
de 40 años seguirá reapareciendo. El director alemán
Volker Schlöndorff llegó al Festival para presentar personalmente
La leyenda de Rita, que no sólo es su mejor película en
muchos años sino también la que lo devolvió al centro
de la escena del cine de su país.
El realizador de El tambor eligió contar un momento en la vida
de las dos Alemanias, en los años previos a la caída del
Muro. En el lenguaje que utilizaba la Stasi, la policía secreta
de la ex RDA, una leyenda era la nueva identidad que recibían
los refugiados políticos que escapaban de Alemania occidental.
Y ese es el caso de Rita (la notable Bibiana Beglau), una integrante de
una célula armada, que después de una serie de acciones
violentas en Berlín oeste consigue refugiarse en Alemania del Este
bajo diferentes nombres y profesiones, hasta que con la caída del
Muro es perseguida por la policía de ambos estados, incluso el
que hasta entonces le había dado protección. Así
es como sucedieron las cosas, o más o menos así, aclara
un texto al finalizar el film, como para dejar en claro que La leyenda
de Rita está basada en hechos recientes y reconocibles, pero que
finalmente es una ficción y que su protagonista no existió
con ese nombre, aunque quizás sí con esa misma leyenda.
Su película resultó muy polémica en el Festival
de Berlín del año pasado, ¿por qué?
Es que la mentalidad de la gente no cambia de un día para
otro. La polémica estalló porque los alemanes occidentales
decían Esto no es Alemania del Este. Y los alemanes
del este, por el contrario, reconocían su país en el film.
No, están equivocados, insistían los occidentales,
para quienes el Este era solamente una prisión, un lager stalinista,
donde no era posible enamorarse, o salir a la noche a bailar. Son los
prejuicios y malentendidos que quedan de la época de la guerra
fría. Para los occidentales, los del este eran sólo prisioneros,
con la mentalidad de tales. Para muchos orientales, en cambio, ellos formaban
parte de un estado moralmente superior: antifascista, solidario con el
Tercer Mundo, sin problemas sociales. En la última década
yo viví seis años en el Este dirigiendo los estudios de
Babelberg, donde trabajan más de 700 alemanes orientales, y me
preocupé por conocer su realidad y me identifiqué con ellos.
Por eso me sorprendí cuando desde occidente surgió la polémica,
porque me di cuenta de que todavía prevalecían los prejuicios
de la guerra fría. En todo caso, confirmé que mi film no
es sobre el terrorismo sino sobre Alemania. Lo curioso es que tuvo mucho
más público en el este que en el oeste, quizás porque
entendieron mejor el mundo que mostrábamos. Al fin y al cabo fue
su mundo, y diez años después de la caída del Muro
prácticamente desapareció y todo eso es historia.
¿Le parece que, hasta ahora, la historia la escribieron sólo
los vencedores?
Sí, Alemania occidental se comportó como el ganador
y por lo tanto decretó que todo lo hecho por el perdedor, el este,
estaba mal. Y diez años después se viene a descubrir que
había ciertas cosas que no estaban tan mal. Por supuesto, no había
tanta eficiencia, la economía no marchaba bien, la mayoría
no podía salir del país, pero la gente tenía un fuerte
sentimiento de seguridad y las relaciones humanas eran más simples
y más abiertas. En occidente siempre estamos vendiendo algo a alguien,
y en Alemania oriental esto no sucedía: no había nada para
vender. Son procesos de orden cultural. La gente en Alemania del este
sentía que estaba haciendo un sacrificio por un cierto ideal que
no era Stalin o Brezhnev, sino el sueño de que alguna vez podía
existir un mundo mejor y que ellos,de alguna manera, serían parte.
Había un orgullo en eso y de pronto, con el colapso de la experiencia
socialista, se preguntan dónde quedó esa utopía.
¿Es que acaso ya no quedan ideales, sino sólo shoppings?
¿El mercado global lo va a resolver todo? De todo esto trata, a
su manera, La leyenda de Rita: es una película sobre el sentido
de las vidas de los personajes. Porque esa utopía claramente se
acabó, pero eso no significa que debamos aceptar las cosas tal
como están.
¿Está de acuerdo con Günter Grass, de quien usted
adaptó El tambor, de que lo que sucedió en Alemania
no fue una unificación sino una anexión?
Sí, fue un anschluss, una anexión. No soy un economista
y mi respuesta es quizás de orden pasional, pero debieron haber
existido otras maneras de hacerlo. Y no me refiero solo a Alemania, donde
las cosas funcionaron mejor que en otros lados, sino a la ex Unión
Soviética, Polonia, Rumania. Yo acabo de estar en Ucrania para
rodar un documental sobre los chicos de la calle, y la situación
allí está como para iniciar una revolución ahora
mismo. ¡Las cosas están peor que en la época de los
zares!
Durante el último año Alemania debatió el tema
de la lucha armada y la incorporación de algunos miembros de la
generación de Mayo del 68 al gobierno. ¿Su película
forma parte de este debate?
No necesariamente, porque el tema del terrorismo se aborda en los
primeros veinte minutos. Pero es verdad que, por ejemplo, le tuve que
explicar a mi protagonista qué significaba, en esa época,
dar la vida por una causa, algo que a la gente joven de hoy le resulta
incomprensible. Por otra parte, hubo que explicar también que esas
doce personas del grupo Baader-Meinhof no estaban en situación
de poner el Estado en peligro. Se produjo una sensación de histeria
total. Mi actriz me contaba que cuando ella era chica miraba debajo de
la cama antes de acostarse, para ver si no había un terrorista.
(La leyenda de Rita se exhibe hoy a las 22 y mañana a las 19.15
en el Hoyts 12; tiene distribuidor en Argentina.)
Otra mirada, el mismo
país
Para quienes quieran hacer hoy en el Festival un doble programa
sobre la Alemania contemporánea nada mejor que antes
de la exhibición de La leyenda de Rita acercarse a
Die Innere Sicherheit / The State I Am In, un magnífico film
dirigido por Christian Petzold, que bien puede considerarse la nueva
revelación del cine de su país. Con un guión
escrito en colaboración con su mentor, Harun Farocki un
cineasta fuertemente político, que nunca quiso salir del
underground Petzold narra el proceso de desintegración
de una pareja que vive en la clandestinidad, por su pasado terrorista.
El punto de vista elegido por el film es el de la hija adolescente,
que forzosamente debe seguir el modo de vida de sus padres, cada
vez más aislados, ya sea porque sus compañeros han
caído presos o porque se adaptaron a los tiempos que corren,
integrando una burguesía política que antes cuestionaban
de manera violenta. Con un rigor y un despojamiento ejemplares,
Die Innere Sicherheit (La seguridad interior) echa una
mirada implacable en todas las direcciones. En la quirúrgica
visión del film, la pareja no puede avanzar sino hacia su
autodestrucción, mientras que por afuera de su paranoica
realidad existen apenas dos opciones: una sociedad absolutamente
indiferente y un estado policial omnipresente, dedicado a la férrea
custodia de la felicidad material
(Hoy a las 18.15 en el Hoyts 12).
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Un
viajero permanente que se ríe de todos los rótulos
Por
Martín Pérez
No creo en
las fronteras, en los países o en las banderas: durante la
charla pública que dio ayer en el Abasto, Jim Jarmusch repitió
en dos oportunidades este particular resumen de su filosofía cinematográfica
y -¿por qué no? de vida. Dominando a un auditorio
de más de trescientas personas desde una tarima sobre la que estuvo
acompañado durante su charla por el traductor a un lado, Jorge
Telerman .-el secretario de Cultura porteño.- del otro, y un poco
más allá, por Quintín, el director artístico
del Festival, Jarmusch respondió con mucha parsimonia las preguntas
de los periodistas primero, y luego las del numeroso público presente.
Sinónimo de cine independiente y presente con su film Ghost Dog
en la última edición del Festival, Jarmusch llegó
a Buenos Aires invitado por los organizadores para recibir un premio instituido
casi ad hoc, denominado Premio a la Trayectoria del Cine Independiente.
Sin embargo, y a juzgar por el fervor con que el público del Festival
lo rodeó ayer al terminar la conferencia, Jarmusch vino a dejar
el recuerdo de su particular melena blanca como la mejor instantánea
de esta tercera edición del Festival.
En la primera edición, Francis Ford Coppola había venido
a Buenos Aires acompañando a su hija Sofía, que competía
con su corto Lick the star. Jarmusch, cuya presencia fue calificada por
Telerman como un sueño hecho realidad, llegó
acompañado de su esposa, y sus únicas actividades públicas
son la conferencia de prensa de ayer, y una clase pública a realizarse
hoy a las 16.30 en la sala AB del Centro Cultural San Martín.
Me resisto a analizar por qué la gente se siente tan atraída
por mi cine, dijo ayer Jarmusch. En los Estados Unidos me
consideran un director de culto, o underground, o tal y cual cosa. Mientras
que en otros lugares del mundo soy un director, a secas. Por eso estoy
en contra de los rótulos. Yo hago lo que hago. Y después
se puede pensar que tengo suerte, o que hay mucha gente que tiene muy
mal gusto, ironizó el director, que precisó qué
significa para él el cine independiente: Ser independiente
en la vida significa encontrar tu propio camino y descubrir tus propios
errores. Y en el cine es lo mismo: hacer tu film de la manera en que querés,
y no de la manera que quiere hacerlo el que pone el dinero, resumió.
Aunque aclaró: Ultimamente se ha bastardeado mucho la palabra
independiente dentro del cine, en particular desde que Hollywood la utilizó
para vender muchas de sus películas, por lo que ya no parece saberse
muy bien qué significa. Pero yo sé muy bien lo que quiere
decir para mí, explicó el director de Ghost Dog, que
se disculpó por no conocer nada del cine argentino (Estoy
avergonzado, dijo).
Fue interrogado por su relación con cineastas como Nicholas Ray,
Samuel Fuller (para ilustrar el significado de cine independiente
en un diccionario deberían poner su foto) o Wim Wenders (tengo
un gran respeto por él, pero desde El estado de las cosas me perdió
como espectador), y personajes como Tom Waits (Es como un
hongo que crece solo en el desierto) o Roberto Benigni. De este
último, a quien lo une una larga relación que comenzó
cuando lo eligió para protagonizar su film Down by law mucho antes
de que el italiano conquistase Hollywood con La vida es bella, dijo que
le es difícil hablar de su fenómeno reciente porque
lo conozco mucho, y celebró que haya resistido la seducción
de Hollywood y esté a punto de rodar un nuevo film producido en
Italia.
A la hora de hablar de las influencias de la cultura rock en su cine,
Jarmusch respondió enviándole sus respetos al recientemente
fallecido Joey Ramone, agregando a continuación que él creía
que si no hubieran existido grupos como los Ramones, él jamás
se hubiese atrevido a filmar ninguna película. Su filosofía
de subirse al escenario a tocar sin ningún tipo de experiencia,
demostrando que lo que sentían era más importante quecualquier
virtuosismo, fue de gran inspiración durante mis comienzos. Y de
la misma manera que los Ramones redujeron el rock a su esencia, directores
como Bresson y Dreyer hicieron lo mismo con el cine.
¿Está diciendo que Bresson o Dreyer fueron Los Ramones
de la historia del cine?
No sé si quiero decir exactamente eso (risas). Pero si los
comparo a ellos y al cine independiente con el punk es porque en los setenta
el rock se había transformado en un espectáculo más
preocupado por los solos de guitarra masturbatorios, de la misma manera
que el establishment de Hollywood. Y si el punk le devolvió la
esencia al rock al enfrentarse con esa actitud, eso mismo hizo en su momento
el cine independiente. Sin embargo quiero aclarar que en lo que respecta
al rock se me hace muy difícil creer en él desde la muerte
de Kurt Cobain. Espero estar equivocado, pero no sé si sigue vivo.
Lo que no dejé de escuchar nunca es el hip hop, algo que hago desde
la década del ochenta.
¿Y cree que el cine independiente sigue vivo?
Creo que no. Al menos como movimiento. Pero debo decirlo otra vez:
no creo en los movimientos. Si uno mira el océano desde el aire,
puede ver muchas olas una atrás de otra, que incluso se cruzan
entre ellas. Pero es imposible darles un nombre a todas, porque son todas
parte del mismo mar.
Recomendaciones
para hoy
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Estas son las mejores opciones de hoy del Festival Internacional
de Cine Independiente de Buenos Aires:
11.00: Jacky (Holanda),
de Fow Pyg Hu (Hoyts 8)
12.00: The Mad Songs
of Fernanda Hussein (EE.UU.), de J.Gianvito (Cosmos)
13.30: Bonanza (Argentina),
de Ulises Rosell (Hoyts 8)
15.45: Peppermit Candy
(Corea), de Lee Chang-dong (Hoyts 10)
17.00: Sans soleil (Francia),
de Chris Marker (Lugones)
19.00: Wings of Hope
(Alemania), de Werner Herzog (Lorca 1)
19.15: Hotaru (Japón),
de Naomi Kawase (Hoyts 10)
21.00: Vagón fumador
(Argentina), de Verónica Chen (Hoyts 11)
22.00: Level 5 (Francia),
de Chris Marker (Lugones)
22.15: Water Drops on
Burning Rocks (Francia), de Francois Ozon (Hoyts 6)
23.24: Watts (Uruguay),
de Rabella y Stoll (Hoyts 10)
Las entradas para todas las funciones valen 3,50. Se recomienda
sacarlas anticipadamente.
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