Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


EL FENOMENO DE LAS ADOLESCENTES QUE ESPERAN A BACKSTREET BOYS EN RIVER
“Los espero con un forro colgado al cuello”

Alrededor de un centenar de chicas vive junto al estadio desde principios de marzo, esperando el show que los Backstreet Boys darán este sábado. Cantando canciones y en una especie de realidad suspendida, las fans pasan los días entre la pasión y el terror a las coladas.

Por Julián Gorodischer

“Si los agarro, los parto en cien pedazos”, dice Mariana, la capitana. Mariana se sienta en su banquito plegable desde el mediodía, y no se mueve de su trono hasta la noche. Grita piropos a los de la tercera de River, que corren muy tempranito, y se divierte “cuereando” a las mojigatas de la primera línea de carpas. Las del fondo tienen muy claro lo que están buscando: “Los voy a recibir con un forro colgando del cuello”, avisa esta salteña que lo dejó todo por los Backstreet Boys, como la mayoría, para “hacer la cola”. Es la prueba de amor que ninguna cuestiona. Significa suspender la vida y esperar 45 días aunque caiga “el diluvio”, un hito de esta aventura ocurrido a principios de marzo. Saben que habrá coladas ese 28 de abril que ya suena a utopía, cuando se abran las puertas del estadio, pero ahora las preocupaciones son otras. Aquí, en “la cola”, donde muchas de las cien chicas no se bañan hace diez días, donde otras no comen nada caliente, los “pesados” molestan a horas insólitas: “Un peso por carpa”, les dicen justo a ellas, que ya no tienen para una hamburguesa en Mc Donald’s.
No hay que interrumpirlas. Es hora de su ceremonia: cantan a coro “The call”, el hit del disco Black and Blue, el que el grupo viene a presentar. Pero el rezo dura poco, porque ya se distingue la silueta de Annie, llegando por Figueroa Alcorta. “Los conseguí”, grita esta enamorada de Nick que se pasó tres horas rasgando afiches gigantes de las paredes de Liniers, y ahora los trae intactos, uno para cada íntima. “Ellos son tan importantes como mi familia y como Dios”, asegura. Despliega los afiches con el respeto de una devota y, cuando están extendidos, todas dan el grito de la victoria. “¡Ayyyy!”, aturden, entre la queja y el gemido. Uno tan fuerte como el de Mayra en el ‘98, cuando le tocó la mano a A. J. (asomado desde un micro) y tuvo un orgasmo, allí mismo, instantáneo, que ahora confiesa entre las risas de las otras. Annie y sus “íntimas” se diferencian. “Me imagino en un parque junto a Nick”, sueña María Laura, de 17. “Tomaríamos mate”. La colegiala espera 45 días por una caricia. La capitana, desde el fondo, pasando la rampa del estacionamiento, es contundente: “Son unas pelotudas”. Ella quiere sexo, “qué Nick ni ocho cuartos”. Se imagina a sí misma, así corpulenta y enorme, pero no en el banquito plegable sino revolcándose con A. J. en una superficie lisa. “La que diga otra cosa miente”, alecciona. “No te olvides que las de adelante son caretas”.
Las “pioneras” son las que desafiaron a las lluvias de principios de marzo, hundieron las piernas en el agua hasta las rodillas y abrieron el camino a las otras, que ya no lavan ni cuidan chicos, ni trabajan en Jumbo o en Coto (ocupaciones que se repiten) sino que padecen un ocio forzado que se estira, casi como en “Gran Hermano”. Todas rinden tributo a la casa televisada, uno tan intenso que les pegó fuerte. En la avenida no hay televisores (eso está muy claro). Y, además, el testimonio común dirá que permanecen “plantadas como un árbol” en sus puestos de batalla. Pero aquí hay una “India”, una “Colo” y una “Pampita”, como en el reality game show, y se amenazan con exclusiones fraguadas en cada discusión. “A la mañana nos paseamos en bata”, bromea la capitana, que se dispersa fácilmente. Ahora, por ejemplo, pasa una tribu de jugadores de River entrenando, y ella les dedica: “Vení bombón, te parto todo”.
–¿Así todo el día?
–Charlamos de cualquier cosa, nos contamos cuentos de miedo. Insultamos a los que nos gritan “Descerebradas” desde los autos.
“Trolas”, les dispara uno apenas unos segundos después, y la corrida de las chicas persigue al auto del insulto hasta el estadio. Los “mártires” son los que no duermen en la zona o, si lo hacen, es en contadas oportunidades. “No me importa”, es la frase que repiten, con ligeras variaciones. “No me molesta”, podrán aducir, sobre el culto de sus novias,o amigovias, a los cantantes. Marcos, hermano de una “pionera”, conoció a Annie aquí mismo, en la cola, y se enamoró “a primera vista. Las reglas siempre fueron claras: la pasión por Nick no se sometería a discusión, y -así y todo– ya están por cumplir quince días juntos, yendo de la mano desde la cola al McDonald’s, en un ida y vuelta que marca los momentos del día: el almuerzo (una hamburguesa compartida entre muchas), el salpicón con agua en las axilas, la minicena. Hay, sin embargo, unas cuantas concesiones. “Nunca estuvimos a solas”, confiesa el novio agitado, después de la caminata, y señala al grupo que ahora está bailando al ritmo de “The call”. “Está todo bien -.dice, comprensivo–, pero yo soy de Nirvana”.
Las coladas son unos fantasmas que reaparecen como una pesadilla, cada noche, cuando las chicas imaginan llegando a una bandada de avivadas, ese 28 de abril, que se abre paso a empujones para llegar a la valla y, después, a la primera fila del césped. Todas (la capitana, Annie, María Laura, las pioneras) tuvieron alguna vez esa visión premonitaria, la de la turba que les deja sin sentido la larga espera, y no llegan a consensuar sus posiciones. La capitana avisa: “Que ni se les ocurra, si quieren seguir vivas”. María Laura es comprensiva: “Que hagan lo que quieran; no son tan fanáticas como nosotras ni lo serán nunca”. Las más misteriosas prefieren las elipsis: “Sabemos cómo frenarlas, pero no vamos a avivar giles”.
Todas, las bravas del fondo y las tímidas de la primera línea, saben de qué se habla cuando se nombra al “ataque”. Alguna vez pasaron por ese estado que varía según la involucrada. Sus manifestaciones más comunes: hamacarse ensimismada durante una hora, o golpear la cabeza contra una pared, o llorar mucho y sin consuelo ante una imagen o una presencia de los Backstreet... o el más drástico: la renuncia. Ximena se fue, hace unos días, víctima de “la renuncia”, ese peligro al que todas temen. Lo describen, en la cola, como un exceso o un arrebato. Llega en el momento de más pasión, cuando sienten muy cerca el día D y ya no pueden esperar, o intuyen que será demasiado, o todo lo contrario. Pero lo cierto es que ya nadie sabe qué fue de Ximena, y las rondas de contención contra “la renuncia” son cada vez más frecuentes, para que ninguna imite a las desertoras. Cantan mucho (ahora lo hacen con “Spanish eyes”, acompañando la voz de Howie), y el recurso es efectivo. También la mención a fantasías.
Entre todas imaginan una escena, tan detallada que parece un anticipo de algo que se viene, tan minuciosa que entusiasma: una multitud corea junto a los cantantes (“Que los cumplas, Florencia...”, bien demorado), una mamá se emociona desde el reparo de la tribuna, una chica se olvida del año perdido en el colegio, del desprecio, y el “angelito” rubio le regala felicidad, en un spanglish extraño. Ahora, Florencia dice su deseo: “Que el día del recital Nick me cante el Feliz Cumple”.

 

Los fans más solidarios

El club de fans de los Backstreet Boys funciona desde el ‘97 a pocas cuadras de la Casa Cuna. La ubicación no es azarosa: las fanáticas se dedican a organizar rifas, a juntar dinero para comprar sillas de ruedas para niños, a armar colectas para costear tratamientos complicados. Se reúnen, intercambian figuritas, cantan los hits de Black and Blue y después hacen lo que se debe: visitar a un nene internado o llevarle como regalo el disco más reciente de la banda. Como si la pura devoción a los ídolos musicales implicara cierta culpa, se diferencian de otros clubes por esa vocación solidaria, que siempre busca autoridad en el grupo, como si todo se tratara de responder a un mandato de los cantantes, exactamente el que los reivindica como algo más que caras bonitas. No importa que ellos nunca hayan escuchado hablar de su club de fans argentino, y mucho menos de una Casa Cuna o un Hospital de Niños. Sus fans siguen con la teoría del deber impuesto. “A ellos les hubiera gustado que fuese así”, repiten.

 

Un catering muy discreto

Los integrantes de Backstreet Boys fueron fieles a su imagen de chicos buenos y sanos entregaron a los organizadores locales del show una lista de requerimientos de catering sin mayores excesos: en su camarín no debe haber chocolates, caramelos ni comida “chatarra”, pero sí distintos tipos de té (hierbas, limón, peppermint, earl grey y ginger, entre otros), agua mineral, gaseosas, jugo de naranja, de arándano y de manzanas, leche de soja, mermelada de frutilla, manteca de maní, cereales, miel, chicles y mentas. Durante la estadía de BSB en la Argentina, la cocinera local estará supervisada por dos chefs de la misma empresa de catering que vino a la Argentina con los Rolling Stones. Además de sus propios camarines, el requerimiento de Backstreet Boys fue de diez más para instalar en cada uno de ellos a los músicos acompañantes, el vestuario, las bailarinas y bailarines, un salón VIP, un hospitality room, una oficina de producción, una oficina de management y, los dos últimos, para cada una de las teloneras del show. Una de ellas es Kristal y la otra es Polly Anna, hermana del integrante del grupo Howie D.

 

Cada uno con su figurita
A.J. es el favorito de las del fondo, que no van con vueltas. De aspecto atlético, mucho cuero y musculosas, el más “fierita” de los Backstreet Boys convoca a las más osadas, las que confiesan como la capitana: “Lo espero con un forro al cuello”. A.J. sólo parece admitir ese tipo de pasiones o los más crudos rechazos. “Es asqueroso: fuma todo el tiempo, no se afeita nunca, se viste mal”, son los argumentos preferidos por las de adelante.
Nick, el pequeño rubio, convoca a las quinceañeras. Interrogadas al respecto, sus fans se sueñan en una escena romántica, nunca sexual, y lo defienden “a muerte” de sus detractores. “Si fuera trolo, me gustaría igual –dice María Laura–, total nunca va a pasar nada entre nosotros”.
Kevin y Brian se mantienen en un bajo perfil que les atañe a ambos por igual. Ninguna fan los desacreditaría en público, pero tampoco son objeto de grandes pasiones o fanatismos que impliquen omitir a los otros tres del grupo para dar sus nombres. Carilindos y segundones, esperan por su hora propia, pero las fans son claras: “Cantan bien, son lindos”. Extremos como “Lo amo” se reservan para otros.
A Howie se le brinda una devoción particular: es el único que sabe hablar en castellano, por su origen latino, y eso merece el respeto de muchas. Hay quienes recuerdan su solo en Boca en el ‘98, cantando “Ojos españoles” como el momento más importante de sus vidas. “Me merezco conocerlo, lo sigo hace seis años”, dice María Laura.

 

PRINCIPAL