Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


“Tengo esperanzas, lo que no tengo son ilusiones”

El actor y director Miguel Guerberof es el responsable de �Los enanos�, sobre un texto de Harold Pinter que nació como novela, fue radioteatro y se convirtió luego en una atípica obra teatral.

Pesimismo: �No sé por qué tenemos ese empeño denodado de querer ser felices si desde �El libro de Job� hasta acá, uno sabe que se sufre�.

El director se despreocupa de la
“línea argumental” de una obra.

Por Hilda Cabrera

Obra hecha de pensamientos fragmentados, Los enanos (The Dwarfs), del británico Harold Pinter, nació de un proyecto de novela que, inconclusa, el autor convirtió en pieza radiofónica y después adaptó al teatro. Así lo cuenta el actor y director teatral Miguel Guerberof a propósito del estreno de esta obra (hoy en el Teatro Palermo, Paraguay 4229), donde dirige a Gerardo Baamonde, Damián Casermeiro y Diego Cosin. Considerado un especialista en el teatro de Samuel Beckett, Thomas Bernhard y William Shakespeare, Guerberof intentará desde la dirección aportar una nueva mirada sobre el autor de El montacargas, El amante, Polvo eres y otras importantes obras, guiones de cine, radio y TV, y escritos de intención política y social. Como aquel que en mayo del ‘99 hizo pública su oposición al bombardeo de Yugoslavia por la OTAN.
Guerberof dice partir de la “absoluta inocencia”, preocupado y ocupado ante “esos fragmentos de miedo que aparecen en Los enanos, y no en contar una historia”. Lo seduce el trastorno de la realidad. “Cuando a Pinter se lo toma desde el realismo absoluto, se hace poco profundo”, sostiene ante Página/12. Es así que no le asusta el celo de los anglófonos respecto de sus autores, en este caso Pinter. “Los ingleses se molestan cuando hacemos Shakespeare en el mero español, como diría Borges. Hasta se molestan con Beckett, que era irlandés y bilingüe, que escribió en francés y los destruyó”, ironiza. Un asunto conflictivo que Guerberof –quien proyecta otra puesta, Bien está lo que bien acaba, de Shakespeare)– pudo observar en otros ámbitos. En una gira por Alemania con El cuento de invierno, de Shakespeare, advirtió la confusión del público. ¿Qué era eso de presentar la obra de un autor inglés en Alemania y en español? Allí supo del “terror” que sienten los alemanes cuando proyectan una obra en castellano, y también de su crítica: “Ellos decían que Shakespeare sonaba bien en español”. Por su lado, “los ingleses sólo aceptan a Shakespeare en alemán”, comenta Guerberof, entusiasmado con una cita de Roland Barthes que armonizaría con su visión de qué es Los enanos: “Un fragmento del lenguaje infinito que no cuenta nada, pero donde algo inaudito y tenebroso pasa”.
–En todo caso, una impresión de amenaza frecuente en las obras de Pinter, sobre todo en las que transcurren en lugares cerrados, como Los enanos, y donde los personajes parecen a punto de desintegrarse...
–Y donde lo único que los integraría con ellos mismos sería el lenguaje, sobre todo el de intención poética, como el del personaje Len, que le permite además reconocerse. En los otros (Mark y Pete), el discurso es mucho más directo: no son, como aquél, tomados por el delirio y la ensoñación. Vuelan más al ras.
–Pero a pesar de esa apatía se preguntan sobre sí mismos...
–Es que Pinter fue un seguidor de la poética beckettiana. Y mucho más que de su dramaturgia. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Beckett como dramaturgo, que lo fue, pero por accidente. El era ante todo poeta. La relación entre estos autores se ve en pasajes como ese en que Len pregunta a Mark sobre su creencia en Dios (“¿Creés en Dios? ¿Qué? ¿Creés en Dios? ¿Quién? Dios ¿Dios? ¿Creés en Dios? ¿Si creo en Dios? Sí. ¿Lo dirías de nuevo?”). Eso es muy de Vladimiro y Estragón (de Esperando a Godot).
–¿Cómo recrea el clima de peligro latente?
–Veo a la obra como fragmentos de recuerdos. Ocurre en diversos niveles, y todo el tiempo, porque se han roto las dimensiones espaciales y temporales. Puede que los recuerdos sean los de Len, sus propios flashbacks sobre la manera en que se piensa e imagina con los amigos.
–¿Cree que hay un público dispuesto a aceptar la fragmentación del teatro contemporáneo?
–Años atrás, la gente iba a ver una exposición de Picasso y se preguntarba qué quería decir cada pintura o escultura. Ahora, creo, aprendió que las obras que parecen no decir nada, dicen mucho. Lo que no hay en este tipo de teatro es línea argumental. El argumento está armado por fragmentos de discurso, sensaciones y situaciones. Para mí, el teatro es una única situación que se repite hasta el infinito. Una situación madre que da origen a otras, pequeñas, que abrevan de ella, la completan y desarrollan. La situación, y la pregunta de Hamlet es una sola: ¿Cómo hago para vengar a mi padre? Pasa lo mismo en otro autor, August Strindberg, en Danza macabra, por ejemplo.
–¿Cómo se produce esto en Los enanos?
–Pinter comprime la vida de tres seres en una situación que no desarrolla demasiado, donde el realismo empieza a crujir por todas partes. Funciona allí una suerte de abstracción entre el mundo de ensueños de Len y el de la realidad que, en principio, no se sabe qué es.
–¿Se puede relacionar ese mundo abstracto con los juegos matemáticos de Len?
–Hay una suerte de sumas y multiplicaciones al infinito. La obra podría representarse hasta el infinito, como Godot. Es como la música, que Beckett decía que era una matemática disfrazada En Los enanos no hay argumento. Es un pensamiento que se desgrana, un sistema lingüístico (el aparentemente incoherente de Len) y una fantasía de relación de trabajo de Len con unos enanos.
–¿Quiénes serían esos enanos?
–Cuando leí la obra por primera vez, imaginé que eran una clara advertencia sobre el establishment, pero después me di cuenta que no, que Len le daba otra dimensión a su existencia al creer que una banda de enanos hacía su trabajo. La ensoñación –creo– origina un sistema poético que nos permite seguir viviendo.
–Pero en ese sistema que muestra Pinter hay cosas rotas...
–Y una flor. Al final del camino puede haber una flor. Pensé en un lugar de desguace, lleno de redes, y puse una pajarera con una flor. No está muy a la vista, pero es una referencia, un llamado de atención para los actores, la escenógrafa (Gabriela Dodero) y para mí mismo.
–¿Un toque de optimismo?
–No soy optimista, pero tampoco me hago problemas con todas esas reflexiones sobre la existencia o no del optimismo o el pesimismo en las obras. Siempre tengo esperanzas. Lo que no tengo son ilusiones. De todos modos, pienso poner una flor roja (no negra, como en el original), y por un asunto de cábala. No sé por qué tenemos ese empeño denodado de querer ser felices, si desde El libro de Job hasta acá, uno sabe que se sufre.

 

PRINCIPAL