Por Hilda Cabrera
Obra hecha de pensamientos fragmentados,
Los enanos (The Dwarfs), del británico Harold Pinter, nació
de un proyecto de novela que, inconclusa, el autor convirtió en
pieza radiofónica y después adaptó al teatro. Así
lo cuenta el actor y director teatral Miguel Guerberof a propósito
del estreno de esta obra (hoy en el Teatro Palermo, Paraguay 4229), donde
dirige a Gerardo Baamonde, Damián Casermeiro y Diego Cosin. Considerado
un especialista en el teatro de Samuel Beckett, Thomas Bernhard y William
Shakespeare, Guerberof intentará desde la dirección aportar
una nueva mirada sobre el autor de El montacargas, El amante, Polvo eres
y otras importantes obras, guiones de cine, radio y TV, y escritos de
intención política y social. Como aquel que en mayo del
99 hizo pública su oposición al bombardeo de Yugoslavia
por la OTAN.
Guerberof dice partir de la absoluta inocencia, preocupado
y ocupado ante esos fragmentos de miedo que aparecen en Los enanos,
y no en contar una historia. Lo seduce el trastorno de la realidad.
Cuando a Pinter se lo toma desde el realismo absoluto, se hace poco
profundo, sostiene ante Página/12. Es así que no le
asusta el celo de los anglófonos respecto de sus autores, en este
caso Pinter. Los ingleses se molestan cuando hacemos Shakespeare
en el mero español, como diría Borges. Hasta se molestan
con Beckett, que era irlandés y bilingüe, que escribió
en francés y los destruyó, ironiza. Un asunto conflictivo
que Guerberof quien proyecta otra puesta, Bien está lo que
bien acaba, de Shakespeare) pudo observar en otros ámbitos.
En una gira por Alemania con El cuento de invierno, de Shakespeare, advirtió
la confusión del público. ¿Qué era eso de
presentar la obra de un autor inglés en Alemania y en español?
Allí supo del terror que sienten los alemanes cuando
proyectan una obra en castellano, y también de su crítica:
Ellos decían que Shakespeare sonaba bien en español.
Por su lado, los ingleses sólo aceptan a Shakespeare en alemán,
comenta Guerberof, entusiasmado con una cita de Roland Barthes que armonizaría
con su visión de qué es Los enanos: Un fragmento del
lenguaje infinito que no cuenta nada, pero donde algo inaudito y tenebroso
pasa.
En todo caso, una impresión de amenaza frecuente en las obras
de Pinter, sobre todo en las que transcurren en lugares cerrados, como
Los enanos, y donde los personajes parecen a punto de desintegrarse...
Y donde lo único que los integraría con ellos mismos
sería el lenguaje, sobre todo el de intención poética,
como el del personaje Len, que le permite además reconocerse. En
los otros (Mark y Pete), el discurso es mucho más directo: no son,
como aquél, tomados por el delirio y la ensoñación.
Vuelan más al ras.
Pero a pesar de esa apatía se preguntan sobre sí mismos...
Es que Pinter fue un seguidor de la poética beckettiana.
Y mucho más que de su dramaturgia. Nosotros estamos acostumbrados
a ver a Beckett como dramaturgo, que lo fue, pero por accidente. El era
ante todo poeta. La relación entre estos autores se ve en pasajes
como ese en que Len pregunta a Mark sobre su creencia en Dios (¿Creés
en Dios? ¿Qué? ¿Creés en Dios? ¿Quién?
Dios ¿Dios? ¿Creés en Dios? ¿Si creo en Dios?
Sí. ¿Lo dirías de nuevo?). Eso es muy de Vladimiro
y Estragón (de Esperando a Godot).
¿Cómo recrea el clima de peligro latente?
Veo a la obra como fragmentos de recuerdos. Ocurre en diversos niveles,
y todo el tiempo, porque se han roto las dimensiones espaciales y temporales.
Puede que los recuerdos sean los de Len, sus propios flashbacks sobre
la manera en que se piensa e imagina con los amigos.
¿Cree que hay un público dispuesto a aceptar la fragmentación
del teatro contemporáneo?
Años atrás, la gente iba a ver una exposición
de Picasso y se preguntarba qué quería decir cada pintura
o escultura. Ahora, creo, aprendió que las obras que parecen no
decir nada, dicen mucho. Lo que no hay en este tipo de teatro es línea
argumental. El argumento está armado por fragmentos de discurso,
sensaciones y situaciones. Para mí, el teatro es una única
situación que se repite hasta el infinito. Una situación
madre que da origen a otras, pequeñas, que abrevan de ella, la
completan y desarrollan. La situación, y la pregunta de Hamlet
es una sola: ¿Cómo hago para vengar a mi padre? Pasa lo
mismo en otro autor, August Strindberg, en Danza macabra, por ejemplo.
¿Cómo se produce esto en Los enanos?
Pinter comprime la vida de tres seres en una situación que
no desarrolla demasiado, donde el realismo empieza a crujir por todas
partes. Funciona allí una suerte de abstracción entre el
mundo de ensueños de Len y el de la realidad que, en principio,
no se sabe qué es.
¿Se puede relacionar ese mundo abstracto con los juegos matemáticos
de Len?
Hay una suerte de sumas y multiplicaciones al infinito. La obra
podría representarse hasta el infinito, como Godot. Es como la
música, que Beckett decía que era una matemática
disfrazada En Los enanos no hay argumento. Es un pensamiento que se desgrana,
un sistema lingüístico (el aparentemente incoherente de Len)
y una fantasía de relación de trabajo de Len con unos enanos.
¿Quiénes serían esos enanos?
Cuando leí la obra por primera vez, imaginé que eran
una clara advertencia sobre el establishment, pero después me di
cuenta que no, que Len le daba otra dimensión a su existencia al
creer que una banda de enanos hacía su trabajo. La ensoñación
creo origina un sistema poético que nos permite seguir
viviendo.
Pero en ese sistema que muestra Pinter hay cosas rotas...
Y una flor. Al final del camino puede haber una flor. Pensé
en un lugar de desguace, lleno de redes, y puse una pajarera con una flor.
No está muy a la vista, pero es una referencia, un llamado de atención
para los actores, la escenógrafa (Gabriela Dodero) y para mí
mismo.
¿Un toque de optimismo?
No soy optimista, pero tampoco me hago problemas con todas esas
reflexiones sobre la existencia o no del optimismo o el pesimismo en las
obras. Siempre tengo esperanzas. Lo que no tengo son ilusiones. De todos
modos, pienso poner una flor roja (no negra, como en el original), y por
un asunto de cábala. No sé por qué tenemos ese empeño
denodado de querer ser felices, si desde El libro de Job hasta acá,
uno sabe que se sufre.
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