Por Patricia Chaina
Primero me hicieron un
interrogatorio, de máquina de escribir, recuerda el hombre
sentado a la mesa de un bar en penumbras. El hombre es Daniel Viglietti.
Así habló para la emisión de mañana a las
22 de Historias debidas, que acaba de iniciar su segunda temporada
en Canal 7. Los oficiales, entre otras cosas continúa
ponían mis discos y exigían que les dijera quiénes
eran esos compañeros a los que mencionaba en las canciones.
El relato es tragicómico: Yo escribía pensando en
un concepto histórico... no podía creerlo, era surrealista.
Luego asoma un gesto irónico detrás de la sonrisa, que no
afloja mientras él sigue hablando de su vida: Tengo que seguir
luchando, pero también parar y reflexionar sobre los que no luchan.
¿Por qué no luchan y están tan adormecidos?.
Daniel Viglietti avanza. Rescata entre los recuerdos de la prisión
en el Uruguay, la justificación de una canción y de una
vida dedicada al compromiso con el arte. Cantaba una compañera,
sentí su voz porque estaba al lado mío, pegada contra la
pared, y empezó a canturrear: Mi niño, mi niño...,
suavecito. Qué más se le puede pedir a una canción
que estar en una boca de una persona, en esa historia. Y suena la
canción: Mi niño, mi niño, vendrás en
primavera, te traeré..., mientras promedia este programa
dedicado a la vida y obra del militante cantautor oriental. El de Viglietti
es el cuarto envío en la segunda temporada de este interesante
ciclo que conduce Ana Cacopardo.
Una foto de la infancia. Una con el Subcomandante Marcos. Otra con Serrat.
Cuba en tiempos del Che. Fotos en el Cantegrill, una villa de emergencia
montevideana donde cantó a beneficio de la construcción
de una guardería. Con esa plata se iba a comprar la mezcladora,
explica el irreductible uruguayo. La estructura misma de la entrevista,
eje central del programa, está guiado por las líneas de
la vida del personaje central de la historia. Viglietti de entrada, da
una pista de cómo la piensa. En la biografía habría
que poner: estudió con tales maestros, y estudió con la
Revolución Cubana, resume contundente. En realidad, su formación
viene de un padre guitarrista y amante de las tradiciones. De chico
tuve el intento de aprender guitarra con él, pero la guitarra es
ingrata con los niños, por la posición de los dedos, y aprendí
piano, que me venía por mi madre pianista clásica, que me
regaló el primer disco de (Igor) Stravinsky: Petrushka.
Luego agrega un dato curioso: nació en el Hospital Militar. Por
el oficio de mi padre, era militar y también cofundador del Frente
Amplio, no tuvo que ver con el horror, al contrario.
Fue aquel padre militar quien, tiempo después, lo mandó
a estudiar con el maestro Antonio Tormo. Me surgían
ganas de hacer canciones -recuerda la cosa del cantor, el cantautor,
palabra tan molesta para don Atahualpa pero que a veces resulta práctica.
Su padre también lo contactó con las formas puras de la
vida: El campo, el paisano. Los ritmos, el silencio, ese pudor.
A descifrar este código de la naturaleza. Era muy pescador, íbamos
a cuanto arroyo había... Aprendía de eso. Por eso hay canciones
paisajistas, le canté a varios ríos. Esto lo hice a finales
de los 50, dice, y la cámara lo muestra acomodando su guitarra,
para después entonar una estrofa perfecta de su milonga Santa Lucía:
Montón de luna y tacuara, formó tu cauce llorando,
Santa Lucía cantando vas entre sierra y llanura. Tu voz es voz
de un silencio, lastimado por zorzales, llanto de cañaverales,
silbo de pájaros indios, recuerdo de un sol que muere entre ceibos
y sauzales. En el tramo final de una entrevista íntima y
alejada de cualquier artificio de edición pirotécnica,
todo un sello del programa que se distingue en la programación
de Canal 7, Viglietti habla de concebir la cosa la protesta
como canción en forma de pregunta, no de respuesta. Nosotros
éramos ecos, no voces, nos llegaban una cantidad de voces de la
sociedad, preguntas, desgarramientos... eso nos llegaba.
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