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OPINION
Por Mario Wainfeld

Todos unidos contra Stornelli

“¡Gracias Stornelli!” bromeaban, ma non troppo, varios dirigentes peronistas atribuyendo un extraño milagro, el de la unidad de los compañeros, a la decisión del fiscal federal. Todos –o casi todos como se irá precisando líneas más adelante– unidos entonando a voz en cuello la marchita. Un canto de rebeldía y pertenencia que en sus remotos orígenes era desafío y bandera en boca de descamisados, por lo común mal alimentados, y no por hombres entrados en años y en carnes, munidos de corbatas de 200 dólares y de trajes de una luca. Pero bueno, todo fluye, la Argentina se ha caracterizado por la movilidad social y en estos años alguna gente ha prosperado. Al fin y al cabo, el gobierno peronista de 1989/1999 se ha autodefinido por boca de su líder como el más exitoso de la historia. Una afirmación controvertible si se piensa en el conjunto de los argentinos, pero plenamente válida (y hasta modesta) si se la circunscribe a la mayoría de los que se apiñaban para cantar loas al General herbívoro. A ellos no les ha ido tan mal.
Producto complejo y genuino de la política nacional, el peronismo estuvo embretado en todas sus luchas y todas sus violencias. Miles de argentinos murieron o padecieron cárceles, exilios, humillaciones diarias y proscripciones diciéndose peronistas. Algunos se dejan recordar con nombres y apellidos emblemáticos, arrancando acaso con el general Valle, los masacrados de José León Suárez y Felipe Vallese. Otros –desde quienes fueron bombardeados en la Plaza de Mayo hasta muchos desaparecidos de la dictadura– no son conocidos sino por sus deudos o amigos. Algunos fueron matados por sus enemigos históricos, gorilas (muchas veces gorilas sedicentes democráticos) o militares. Otros cayeron víctima de balas disparadas por quienes también se decían peronistas.
Colectivo complejo por demás, el peronismo estuvo –en los años negros del Proceso– en los dos extremos de la picana. Es peliagudo contar en pocas líneas o en fácil tamaña historia. No lo intentará este cronista quien, sin embargo, siempre sospecha que siquiera una parte de ella se cifra en la saga de Julio Troxler, el policía-militante que zafó –de milagro, de cojones y de astucia– de ser asesinado por la Libertadora en José León Suárez y fue barrido por la Triple A durante el gobierno de Isabel Perón.
Hace casi sesenta años se discute si tamaña pasión es válida o sensata. Si el peronismo representa con dignidad o con pertinencia las banderas que declama, si es un gigantesco malentendido, una fenomenal astucia de la derecha o mil variables más. Como fuera, sus perseguidos, sus muertos, sus presos, sus silenciados, sus quebrados no merecen que sus sacrificios (acertados, errados, disparatados, tanto da) se comparen con una citación a Tribunales, rodeada de todas las garantías exigibles e imaginables, a un ex funcionario sospechado de haber cometido un delito.
Entre Evita y Yabrán
“Sólo tres personas pudieron mantener unido al peronismo: John William Cooke, Perón mismo y Stornelli”, bromea un ex funcionario menemista. El ex funcionario cultivó en estos añitos mucho más la amistad de Alfredo Yabrán que la memoria de Evita, pero su cazurro ingenio da el tono que predominó en la cumbre del jueves. Los asistentes no se dejan arredrar por las críticas que periodistas u ofendidos oyentes de radio descerrajaron sobre las imágenes que inmortalizaron el cónclave. Creen que el relativo desprestigio que le producen esas fotos está largamente contrapesado por dos objetivos logrados. El primario de presionar al juez Jorge Urso y al fiscal, y un subproducto, acaso no esperado, que es recuperar cierta instancia de unidad. Unidad que, casi huelga resaltarlo, está pegada con alfileres. El propio acto del Congreso sólo se concretó tras negociaciones plenas de toma y daca, que tuvieron a Carlos Corach y José Manuel de laSota como principales componedores y que culminaron con varias soluciones de compromiso:
Su breve duración.
La redacción de un documento más bien lavado, cuya cacofónica frase principal “no judicializar la política ni politizar la Justicia” reconoce el copyright de Domingo Cavallo.
La falta de menciones precisas y mucho menos encomiosas al ex Presidente en ese opúsculo.
La ausencia de menemistas conspicuos de segundo nivel como Roby Fernández, Alberto Lestelle o el bombista Tula.
La ausencia del mártir del Siglo XXI, Carlos Saúl Menem, con quien muchos de sus compañeros no quieren sacarse siquiera una foto.
“No se engañe, Menem está muy débil políticamente. Mucho más después de la detención de Emir. Este acto no revalida su liderazgo, que hace mucho que no existe”, explica a Página/12 uno de los más lúcidos dirigentes peronistas y de los más cercanos al ex presidente. Traduciendo el resto de su explicación, la dirigencia peronista no salió a recuperar a su líder de Comodoro Py en una remake grotesca del 17 de octubre sino a demostrar su poder frente a una eventual ofensiva judicial. La unidad, aun la de quince minutos, no es una revalidación de un conductor sino un grito preventivo contra la figura de la asociación ilícita.
Pero, ya se dijo, la demostración de poder tiene otras resonancias. La más ostensible es haber recuperado una instancia de diálogo en una fuerza que funcionó balcanizada, por decir lo menos, desde el ‘99. Las provincias, se entusiasman los operadores del PJ, han actuado divididas frente al poder central que las tiene apretadas en un puño. A partir de ahora, se entusiasman, habrá más paridad. Es en ese terreno, en definitiva el de las pulseadas entre gobiernos locales y el Ministerio de Economía, donde los peronistas más se embravecen. Los más sensatos, en cambio, piensan no avanzar en el obstruccionismo parlamentario. “Tal vez le pongamos alguna piedra a la reforma de la convertibilidad. No tenemos que ser más papistas que el Papa y el propio Gobierno está dividido en ese tema. Pero, aunque hagamos un poquito de barullo, vamos a aprobar la designación de Roque Maccarone en el Banco Central”, profetiza uno de los senadores justicialistas de más predicamento y mejor llegada al Gobierno.
Para el Gobierno la buena relación con el PJ sigue siendo un capital, que se revaloriza tras el impuestazo de Cavallo que puede acentuar la diáspora de la Alianza. Casi no hubo voces críticas oficiales a la mise en scène de los compañeros. Antes bien, Chrystian Colombo tendió a justificarla. Y fue el propio Fernando de la Rúa quien convenció a Rafael Pascual para que acordara levantar la sesión de Diputados del miércoles. El Presidente –llamada telefónica de Leonardo Aiello mediante– le hizo saber al Rafa Pascual que era mejor evitar una sesión plena de improperios aún a costa de demorar algunas leyes por una semanita.
Duhalde, el diferente
Carlos Ruckauf discutió cada palabra de un documento poco memorable y llegó a la conclusión de que –por espíritu de cuerpo, por conservar un atisbo de lealtad con el presidente de su partido– le redituaba más estar que escabullirse. José Manuel de la Sota ganó protagonismo y sigue su crecimiento paso a paso en la interna justicialista. Carlos Reutemann también estuvo ahí.
El faltazo de Néstor Kirchner era tan previsible como la mayoría de las presencias. Eduardo Duhalde, en cambio, jugó con el enigma y decidió sustraer su cuerpo a la foto, diferenciándose de su archienemigo Menem pero también de su enemigovio Ruckauf. La relación entre el actual gobernador bonaerense y su antecesor es un juego lleno de sutilezas no fáciles de emparentar con la lógica del PJ de esa provincia. Ruckauf jamásabre los labios para criticar –siquiera con elipsis– “la herencia recibida” y Duhalde nada dice de la gestión de su sucesor. Pero hay una interna subterránea entre ambos. Se expresa en la disputa territorial en la que Duhalde ha sabido conservar unos cuantos bastiones. Y también en la diferenciación de perfiles que alude a una solapada carrera a la presidencial del 2003. Duhalde no lo dice, pero muchos de sus allegados fantasean con un escenario fascinante:
ganarle por paliza a Alfonsín la elección de octubre,
construir pari passu un liderazgo fundado en una nueva coalición productivista, “el Movimiento productivo nacional” para el que imagina un lanzamiento transversal y pluripartidario el próximo 25 de Mayo. Algo ya habló con algunos radicales de la provincia, con Carlos “Chacho” Alvarez y con Luis Farinello, aunque desde luego sin enhebrar ningún acuerdo concreto.
A partir de ahí, comenzar la carrera hacia la presidencia.
“Duhalde es el único presidenciable del PJ que pondrá su nombre en una boleta en octubre. Si gana, diferenciado de Menem y Ruckauf, es toda ganancia”, maquinan a su alrededor. Algo de eso debía percibir Ruckauf, que sudó la gota gorda en el acto de Congreso, mortificado por algunas compañías y, parece, también por esa ausencia.
Poder y entropía
“La política no es un juego de suma cero. No todo el poder que pierde la Alianza nos va a nosotros. Ni el peronismo conserva todo el poder que tenía Menem. Pero, después de lo del jueves me parece que vamos a recuperar terreno”, analiza uno de los mejores operadores del PJ. Los políticos nacionales suelen ser excelentes analistas, tanto que muchos entre ellos califican mucho mejor en ese rango que como hombres de Estado. Como fuera, la tesis de la entropía del poder es sugestiva y más que adecuada al escenario actual. Con la Alianza ha perdido poder la política toda. El poder democrático se viene licuando aceleradamente y la primacía de la lógica de “los mercados” es avasallante.
“Vamos a pulsear dos meses con los mercados y le vamos a torcer el brazo”, anunció Cavallo a su equipo cuando asumió. Acertó la primera mitad del pronóstico. Pero perdió la pulseada y, sin sentirse obligado a dar mayores explicaciones de su viraje, volvió al útero: el ajuste, los impuestos a los consumos de sectores medios. Gobernar es, según parece, ir cambiando funcionarios para que hagan lo mismo. Quedará para el debate pensar si Supermingo quiso de veras hacer algo diferente o si sólo movió espejitos de colores para la tribuna. Sea lo que sea, el programa único vuelve por sus fueros.
El Frepaso, cuya relación con el Gobierno evoca a una puerta giratoria, recupera un ministerio que se dejó vacante por un mes y medio. Marcos Makón había renunciado en disidencia con el programa de Ricardo López Murphy. Juan Pablo Cafiero reingresa cuando Cavallo arma un replay de ese plan. El socio minoritario de la coalición gobernante deberá sudar la gota gorda para explicar qué cambió en ese ínterin, mientras intenta descifrar cómo se reordenará para campear la –a esta altura ruidosa– ausencia de Carlos “Chacho” Alvarez del escenario político.
La Alianza se desmadeja, el peronismo planifica volver al poder sin purificación ni autocrítica, Cavallo ya no aspira a ser la reencarnación de Keynes, sencillamente vuelve a ser Cavallo. Los representantes del pueblo tienen demasiadas deudas acumuladas como para permitirse solicitar para sí –o tolerar para sus colegas– el privilegio de la impunidad.


 

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