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EL 55 POR CIENTO DE LA GENTE ACUERDA CON LA EUTANASIA
Decir basta

Los índices de aceptación de la eutanasia fueron mayores a lo esperado: incluso si fuera un familiar quien tomara la decisión, el 56 por ciento dice que lo apoyaría. A partir de la encuesta de Graciela Römer, este diario habló con especialistas en bioética. Y preguntó: ¿Usted qué haría?
En la encuesta, un 55 por ciento acepta la idea de ayudar a morir con
asistencia médica a un enfermo terminal que sufre.


Por Andrea Ferrari

Puede llegar un momento en que uno prefiera decir basta. Esa fue la opinión que encontró un sondeo en Capital y Gran Buenos Aires: el 55 por ciento de los consultados aprueba la eutanasia. Y no sólo eso: el 56 por ciento aceptaría la decisión de morir del enfermo terminal aun si fuese un familiar cercano. Además, el 47 por ciento sostiene que estaría dispuesto a colaborar con una persona de su familia que le pidiera ayuda en esa circunstancia. La encuesta realizada por el Estudio Graciela Romër y Asociados encontró un nivel de aceptación de la eutanasia –e incluso de una correcta noción de lo que esa palabra significa– mayor a lo esperado. Página/12 habló con especialistas en bioética, quienes contrastaron esas opiniones con la situación de un país donde a nivel legislativo no se ha avanzado ni siquiera en el tratamiento de iniciativas sobre el rechazo de tratamientos médicos. “Es notorio –opinó una investigadora– el alejamiento entre la legislación y las creencias de los ciudadanos.”
La encuesta, realizada justamente cuando Holanda acaba de convertirse en el primer país en legalizar la eutanasia, se basó en 600 entrevistas realizadas en el Area Metropolitana. En principio encontraron que el 54 por ciento de la población mayor de 18 años tiene un conocimiento correcto sobre qué es la eutanasia, una proporción que crece en la ciudad de Buenos Aires (69%) y baja en el Conurbano (48%). Previsiblemente, a mayor nivel socio-económico, mayor conocimiento del tema: entre los entrevistados de nivel medio-alto/ alto la proporción asciende al 74 por ciento.
A la pregunta ¿qué hacer ante un enfermo terminal que sufre?, el 55 por ciento acepta la idea de ayudarlos a morir con asistencia médica, el 30 por ciento cree que la vida debe ser preservada y el 15 por ciento no tiene opinión formada. Más significativa aún resulta la respuesta cuando se plantea una situación concreta: qué pasaría si un familiar cercano toma esa decisión. El 56 por ciento la aceptaría, el 26 por ciento no y el 18 por ciento no sabe cómo reaccionaría.
La cifra baja sólo ligeramente si se postula un involucramiento personal en la situación: ante la pregunta de cómo reaccionaría frente a un pedido de cooperación de un familiar cercano que ha tomado esa determinación, el 47 por ciento dice que estaría dispuesto a ayudar, el 33 por ciento se negaría y el 20 por ciento desconoce su reacción. “Esperábamos encontrar muchísimo menos conocimiento y aceptación”, advierte Graciela Römer. No obstante, la investigadora toma las últimas cifras con cautela: “La encuesta de opinión pública tiene limitantes importantes en el campo de la investigación social –sostiene–. Muchas veces la gente contesta con el deber ser. Sucede con los resultados que dan las encuestas sobre el nivel de tolerancia y no discriminación. Una cosa es una posición teórica y otra una actitud que compromete a una persona”.
Para la investigadora del Conicet Florencia Luna estas posturas hablan de “la medicalización exacerbada de la vida actual. Tiene que ver con el miedo a morir solo, en terapia intensiva, en larga agonía: ésa es una imagen muy presente en muchas personas cuando se discute este tipo de cuestiones. Lo que aparece como importante para las personas que no quieren terminar de esta forma es la necesidad de poner fin al sufrimiento, saber que se puede tomar esta decisión”.
Luna, autora de Ensayos de bioética, reflexiones desde el sur, cree que estas opiniones también ponen de manifiesto la distancia entre la legislación y las prácticas y creencias de los ciudadanos. “Es llamativo, como en el caso del aborto: está penalizado, pero se hacen entre 350 mil y 500.000 abortos por año. Hay una doble moral, leyes restrictivas por un lado que por otro no se respetan. Sucede como con la ley de Salud Reproductiva (aún no sancionada): todos lo hacen, pero las leyes se quedan atrás.”
“Acá no podemos siquiera debatir una ley que permita sacarle el respirador a un enfermo que está muriendo –coincide Carlos Gherardi, director del comité de bioética de la Sociedad Argentina de TerapiaIntensiva–. En nuestra sociedad estos temas son tabú, no tenemos aún una ley de salud reproductiva, estamos tan atrás.”
El juez Pedro Hooft, especialista en bioética, plantea de entrada dudas al real conocimiento sobre la eutanasia: “A menudo se suele confundir una asistencia que permita controlar el dolor aun si eso significa acortar el ciclo vital –lo que es absolutamente justificable– con la eutanasia. Yo en lo personal no estoy de acuerdo con la eutanasia directa, pero estoy a favor de una muerte digna, de evitar el encarnizamiento terapéutico, ese proseguir intervenciones invasivas y dolorosas cuando la situación es irrecuperable. Algunos eticistas dicen que la diferencia entre matar y dejar morir es éticamente relevante: no es lo mismo permitir morir a una persona retirándole tratamientos, que ocasionarle la muerte directamente”.
¿Hay que legislar en estos temas? Los especialistas tienden a coincidir en la necesidad de un marco legal. “Pero es muy importante que a la legislación preceda un debate amplio en la sociedad –sostiene Hooft–, un debate interdisciplinario.”
“Debería haber una legislación –coincide Luna–, si bien creo que en la Argentina hay que tener sumo cuidado con este tipo de leyes. Me parece que se debe evitar dar el recurso a la eutanasia como única alternativa: es preciso ofrecer previamente todo el cuidado necesario y el control del dolor, lo que se denomina cuidados paliativos. Me parece que el recurso a estas prácticas tiene que surgir como última opción. El riesgo es decir: no te doy nada, si no aguantás, morite. Eso sería dejar más desprotegidos a los que menos recursos tienen.”

 

SI ENFRENTARA UN CASO ASI, ¿QUE HARIA?

Carlos Escude*.
“Aprobaría la decisión”

“Estoy a favor de la eutanasia. Dios creó al hombre para que perfeccione su creación, que en varios aspectos es muy cruel; el hombre es el único agente divino autorizado para corregir la obra de Dios, por eso creo que el razonamiento de que el hombre no debería decidir sobre la vida y la muerte es falaz. Considero que hay dilema ético, tanto para el médico al que un paciente le pide morir como para el médico que mantiene vivo a un enfermo a pesar del sufrimiento, el que niega esto niega la otra cara de la moneda. Aprobaría la decisión de un amigo o un familiar que pide morir, pero no sé qué haría si me pidiera que lo ayudara... Sería una elección difícil de hacer desde lo emocional”.
* Doctor en ciencias políticas

Juan C. Volnovich*.
“Yo no colaboraría”

“No estoy de acuerdo con la práctica eutanásica porque considero que nadie tiene la suficiente autoridad para decidir quién merece vivir y quién no; creo que se pone muy en juego el tema de la ética médica. Cuando una persona pone como argumento a favor de la eutanasia el tema de respetar la dignidad del enfermo, yo considero que se está defendiendo una dignidad a costa de otra: la dignidad que pierde el profesional o el que ayuda a morir al enfermo a través de la falta a uno de los principales mandatos de la sociedad, que es no matar. Si se diera el caso con algún familiar mío, respetaría su decisión, cada uno es dueño de hacer lo que mejor le parece, pero no colaboraría con él”.
* Médico piscoanalista

Maria Jose Lubertino*.
“Intentaría disuadirlo”

“Creo que es un tema tanto ético como íntimo y personal, por eso considero que no puede producirse una regla general, desde el Estado, sobre el tema. Estoy a favor de la eutanasia en tanto es un derecho del enfermo terminal; el Estado debe ser capaz de comprender que cada persona, ante una enfermedad terminal, puede hacer distintas elecciones, y el deber del Estado y, sobre todo, del médico, es darle al paciente todas las opciones para que decida. Creo que si me sucediera con un ser querido intentaría disuadirlo, buscar otras alternativas, para prolongar su vida con calidad y con dignidad. Pero si agotadas todas las posibilidades él igual decidiera morir, intentaría acompañarlo”.
* Titular del Instituto Social y Político de la Mujer

Enrique Mari*.
“Sería fiel a mi postura”

“Creo que es una práctica que debe ser aceptada en casos de extremo sufrimiento físico, aunque con una serie de controles muy estrictos. El hecho de prolongar una vida porque sí, con la esperanza de que repentinamente aparezca una cura, me parece absurdo: eso es depender del azar. Yo apoyaría la posición de un familiar que haya tomado esa decisión; me parece que es una elección comprensible; así como lo es la decisión de quien lo asiste de colaborar con él, siempre que esté avalado clínicamente. Si estuviera frente al caso de un familiar o un amigo que toma esa determinación, intentaría ser fiel a mi postura, y lo ayudaría a liberarse del sufrimiento físico”.
* Filósofo

Claudia Groisman*.
“No dudaría en apoyarlo”

“Estoy absolutamente de acuerdo; creo que un adulto responsable tiene todo el derecho a elegir vivir o morir, en especial cuando se da un deterioro psíquico además de un deterioro orgánico, como es el caso de las enfermedades terminales. La idea de la persona que tenía de sí misma ha dejado de existir, entonces, ¿cómo puede sostenerse esa persona? ¿Cómo puedo yo sostenerla? Si esta situación se diera en un ser querido, la apoyaría porque considero que es una elección que implica una enorme valentía... Y si me pidiera colaboración, tendría que reflexionar mucho sobre el tema, porque se trata de una decisión gigantesca, pero en ningún momento dudaría en apoyarlo y acompañar su elección”.
* Sexóloga-psicóloga

 

OPINION
Por Carlos R. Gherardi*

Desafíos de la bioética

La legalización de la eutanasia en Holanda ha promovido un renovado debate sobre el complejo problema del “derecho a morir” de cada persona. Y en nuestro país también produjo la inesperada aparición de numerosos “defensores de la vida” del hombre enfermo pero no del hombre sano, cuando debiera tomarse conciencia de las cosas que ocurren en el mundo (guerras y pena de muerte) y algunas en particular en nuestro medio: mortalidad infantil, mortalidad por desnutrición y pobreza extrema, abortos por embarazos no deseados y algunas otras calamidades.
La norma que ahora ha dictado Holanda es el establecimiento firme en el texto de la ley de una práctica que la sociedad holandesa tiene disponible desde hace más de 10 años; resulta admirable la decisión política de votar, con este consenso cultural, una disposición legal que la contenga, previo cumplimiento de un procedimiento bien establecido, que respeta la voluntad cierta del paciente, la seguridad del diagnóstico y la conciencia del médico.
En nuestro país una encuesta realizada en el área metropolitana revela que un importante porcentaje de la población está de acuerdo con la eutanasia en términos generales. Esta consulta no puede, sin embargo, ser el comienzo del debate porque la eutanasia activa –muerte provocada por un médico a solicitud de un paciente portador de una enfermedad incurable y con sufrimiento extremo y peticionada para su propio beneficio– resulta el peldaño más alto del ejercicio de la autonomía que comienza con el rechazo al tratamiento ofrecido, la abstención y/o el retiro del soporte vital, la sedación y analgesia prolongada y el suicidio asistido por el médico.
En un país como el nuestro, donde no se tratan ni normatizan los problemas bioéticos más elementales, como los referentes a la salud reproductiva por la presión de ideologías fundamentalistas que tratan de imponerse a toda la ciudadanía, resulta sin embargo muy atractivo impulsar la participación de la sociedad en el análisis de estos temas que sólo a ella le atañen y competen. La bioética debe cumplir siempre su desafío más importante, que es ser plural, secular y democrática, sin por ello aceptar un punto de partida que no sea el comienzo de un debate serio y exhaustivo. Sólo así podremos superar el considerable atraso que nuestro país tiene en la definición de la totalidad de los conflictos morales que la práctica de la medicina nos plantea en este tiempo.

* Director del Comité de Etica del Hospital de Clínicas y del Comité de Bioética de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva.

 

PROFESIONALES EN CONTACTO CON PACIENTES TERMINALES
Distintas formas del fin

Por Pedro Lipcovich

Antes que el sí o el no a la eutanasia: ¿por qué sí, por qué no? Página/12 entrevistó a dos profesionales que están en contacto directo con pacientes terminales y sus familias. Sus testimonios, que apuntan en direcciones opuestas, son igualmente convincentes, y podrían sintetizarse en dos escenas en contrapunto. Una es la del moribundo que emplea sus últimos quince días –esos que él mismo creía no querer vivir– para hacer el balance final, pedir o conceder los perdones que quedaban pendientes, vivir su propia muerte. Pero se le opone otra escena: la del hombre cuyo cuerpo, repleto de sedantes, se retuerce de dolor –y él había pedido morir antes y no fue escuchado–.
La psicóloga María Cristina Flores coordina el área de tanatología –“la disciplina que se ocupa del morir”– de la Fundación Aluminé; trabaja con pacientes terminales y sus familiares directos: “Sí, muchas veces sucede que los familiares del moribundo planteen la muerte anticipada: ‘Por favor, acortemos esto’, le piden al médico. Muchas veces sugieren que se retiren los medios mecánicos o farmacológicos que sostienen con vida al paciente”.
“Pero, ¿por qué piden esto?”, pregunta a su vez la psicóloga. “Porque ellos mismos no soportan el sufrimiento, no toleran presenciar el deterioro de la persona que aman. Es muy importante entonces, más bien que acceder llanamente a ese pedido, trabajar con ellos para que puedan sostener al moribundo, para que lo ayuden a morir en las mejores condiciones posibles, con dignidad, y sólo cuando su vida acabe, sin que nadie tenga que cortársela”, contesta.
También el paciente mismo puede reclamar la muerte: “Son enfermos que se desesperan. No toleran el proceso de morir. Y esto no es sólo por causa del dolor físico, es más complejo –destaca Flores–: es por amor propio, es por vergüenza, es por los remordimientos que, en el final de la vida, suelen agolparse”.
¿Entonces? “Si, en esa situación, uno acompaña al paciente, y también al médico, sobre el que recae toda la situación, hemos visto que esa actitud del moribundo puede cambiar. Si uno atiende y sostiene y ayuda a la familia para que sostenga, esa persona podrá enfrentar de otro modo eso que está sintiendo, que es la llegada de la muerte. Y aquellos remordimientos podrán traducirse en resolver cuestiones pendientes, dar o pedir perdones, cerrar cuentas. Así, en ese tiempo, quizá no más de diez o quince días que le restan a esa persona, su muerte pasará a ser muerte natural; llegará a ella con más paz y aceptación, y los demás no habrán caído en la decisión de adueñarse de esos quince días que no eran de ellos sino de él.”
Gisela Farías, psicóloga, además de integrar la Asociación Argentina de Investigaciones Eticas, forma parte del equipo de discusión de casos de la unidad de cuidados paliativos de un hospital porteño: “Sí, sucede que los pacientes mismos, especialmente cuando hay mucho sufrimiento físico, pidan: ‘Acortemos esto. No doy más’. Es menos común, pero también sucede, que lo soliciten aun cuando no hay tanto dolor pero sí discapacidades, situaciones donde la dependencia física llega al punto de no poder higienizarse solos, donde se sienten una carga y no hay perspectivas de mejoría sino sólo de durar”.
Entonces, ¿la medicina no logra controlar totalmente el dolor? “Lo que vemos es que el dolor no siempre es controlable: hay secuelas de accidentes o formas de cáncer donde los dolores o los vómitos no ceden salvo que la persona esté totalmente sedada, inconsciente”, señala Farías y observa que “a veces, aun a los que están sedados se les retuerce el cuerpo, se les contrae la cara y nadie sabe si sufren porque no están conscientes; los médicos les dan entonces más opiáceos, pero hay un límite en las dosis de morfina, pasado el cual se convierte en un tóxico mortal,y si se pasa este punto se termina en una eutanasia involuntaria, donde el paciente muere sin haber pedido morir”.
Pero algunos lo han pedido. “Algunos piden que no les den sedantes, para poder despedirse de sus familias –dice Farías–. Y algunos no quieren morir en la inconsciencia sino determinar ellos mismos el momento de decir basta”.

 

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