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JUAN JOSE SAER, UN ARGENTINO DE VISITA
“Hay períodos en los que no puedo creer en la literatura”

El escritor, radicado en Francia, inauguró la Feria, con un discurso sobre el placer de la lectura. En esta entrevista repasa sus motivaciones para escribir y recuerda un entredicho con Borges por el �Ulises�.

La visita de Saer coincidió con la reedición de �La vuelta completa�,
de comienzos de los �60.

Por Silvina Friera

Juan José Saer proyecta una imagen muy campechana, propia de alguien que vivió hasta los 11 años en el pueblo santafesino de Serodino, cuando saluda y se acomoda en un sillón de la recepción del hotel donde se aloja en Buenos Aires. Considerado por muchos de sus colegas el escritor argentino vivo más importante, Saer transmite cordialidad y buen humor. Una vasta obra narrativa –que incluye a Unidad de lugar (1967), Cicatrices (1969), El limonero real (1974), El entenado (1983), la favorita de sus lectores, y La pesquisa (1994)– le permite a Saer desplegar un mundo circular donde conviven personajes entrañables como Tomatis, Marco, Pancho, Leto, entre otros. Hace diez días “Juani” –como le dicen sus amigos– tuvo el privilegio de ser el primer escritor que inaugura la Feria. Su visita al país coincide con la reedición de La vuelta completa, novela fundamental escrita entre 1961 y 1963, antes de su partida rumbo a Francia, donde vive.
–¿Qué piensa del lema de esta Feria, “el placer de la lectura”, cuando se lee tan poco?
–Me parece un hecho positivo, porque a la lectura se le atribuye una especie de esfuerzo, de obligación. Se la considera como un trabajo penoso. Para mí es un placer incluso cuando se leen libros que no son interesantes, que no están destinados al placer de la lectura sino a la mera información. En la Feria me regalaron una serie de ensayos sobre la acción social en Buenos Aires en el siglo XIX. En mis ratos perdidos me tiro en la cama y leo alguno de esos ensayos sobre temas que me son totalmente ajenos. Aunque no sean de alto vuelo literario sino simplemente académicos, como trata sobre ciertos problemas que ignoraba, me produce placer. El momento de lectura es de serenidad, de recogimiento. Me instalo en la cama, me acomodo. La lectura es un placer intelectual y físico. Ningún placer puede ser obligatorio, salvo para masoquistas.
–¿Visitó su pueblo?
–No en esta oportunidad, estuve el año pasado. Ahora lo pasé en Santa Fe. Me encontré con un amigo que hacía como cincuenta años que no veía. Me traía viejas fotos, recortes y entre ellos, un ejemplar de La vuelta completa para que se lo dedique. A los amigos no me gusta dedicarles los libros, se los dedico a los desconocidos, a menos que un amigo me lo pida. La dedicatoria es una mediación, se ha transformado en una especie de automatismo. Llamo a la dedicatoria el grado cero de la escritura. Mi amigo me confesaba avergonzado que no era muy lector. Había leído otro libro mío, El entenado. Me pareció un momento muy emocionante, sentí que había un gran afecto que circulaba a través del libro.
–¿Sintió alguna responsabilidad por el hecho de que, entre lo poco que leyó su amigo, estén dos de sus libros?
–No. Para mí lo importante de nuestra amistad es que haya persistido después de tantos años. A veces la gente que lee poco me irrita, sobre todo mis amigos y familiares, que quieren opinar sobre literatura porque me vieron por TV y pretenden ostentar una cultura literaria que no tienen.
–¿En qué medida influyeron en su escritura los recuerdos en Serodino?
–En algunos textos donde aparecen pueblos de La Pampa, los de la línea del ferrocarril Mitre. Cuando visito el pueblo, en general no me pasa nada. Pero después en el recuerdo empiezo a revivir imágenes muy fuertes y toda una serie de asociaciones que provienen de la infancia. Muchas cosas que aparecen en mis novelas y personajes vienen de ese período.
–¿Cómo convive con los momentos de escritura y los de lectura?
–No tengo recetas. Cuando estoy escribiendo prefiero no leer los escritores que admiro porque tengo miedo que se me peguen. Yo tengo que buscar mi propio camino cuando escribo. En tiempos normales leo muchas cosas, algunas por placer, otras por obligación. En los períodos en que descreo absolutamente de todo, especialmente de la literatura, de la necesidad de escribir, si vale la pena y si soy capaz o no de hacerlo, me pongo a leer a los autores que admiro para ver si el impacto se produce otra vez y la razón de ser de la escritura recobra todo su valor.
–¿Cómo trabaja la creación de los personajes?
–Tengo dos tipos de personajes: los constantes, que aparecen desde mis primeros libros, y los nuevos. Los personajes nuevos son los protagonistas y los otros forman como un coro de entrelazamiento. Para los que son constantes sólo basta un toque inesperado que delate el paso del tiempo, un cambio de situación, un comentario de algo que pasó en otro libro y lo prolonga o lo niega. En estos días tomé nota sobre un personaje que anda con una muchacha más joven que él. Cuando ella habla de él en público nunca lo llama por su nombre, dice “este”. A él le produce mucho placer esa manera en que ella lo llama. Lo observé en una pareja que me llamaba mucho la atención. “Este” era un forma de aceptación más profunda. Estos detalles son muy significativos y los registro sin saber a quién se los voy a adjudicar. Los nuevos personajes exigen una construcción mayor que se va sedimentando poco a poco. Las novelas, en general, me llevan mucho tiempo escribirlas o por lo menos reflexionar sobre ellas, ir acumulando material, ideas, fragmentos, pequeños giros narrativos, pequeñas escenas, que después hay que ir ensamblando una con otra.
–Un trabajo muy artesanal...
–Una vez comparé el trabajo de la escritura con el del bordado. Cuando mi madre tenía un montón de hilos que no le servían, hacía un pequeño bordado donde entraban esos fragmentos, que se iban acomodando para llegar a un dibujo que era una flor.
–Usted busca permanentemente frases que incorpora a sus personajes.
–Siempre estoy muy atento a la lengua hablada y tomo nota. La expresión “estar bien ubicado” es evidente que no significa estar bien colocado en un lugar, sino que significa pensar bien sobre algo. Es un matiz muy de aquí, no aparece en ningún lado. Sería muy difícil de traducir a otro idioma si no se conociese ese sentido. Algo similar sucede con “el calor está apretando”, o la gente que dice “suerte” cuando se despide. En francés se usa pero en casos muy precisos.
–¿Acá esas expresiones son abusivas?
–No tanto abusivas, sino que se han transformado. También es abusivo decir “adiós”, porque nadie va a encontrarse con Dios cuando se despide de uno. Esto está muy presente en la traducción de Ulises de James Joyce, no en la versión española sino la del argentino (José) Salas Subirat, un personaje absolutamente fuera de serie, sobre el cual habría que escribir algún día algo. Siempre con Ricardo Piglia decimos que tenemos que hacer algo sobre Salas Subirat. Era agente de seguros, tradujo Ulises y escribió Carta abierta sobre el existencialismo en los años 50. Nadie habla de él y es el primer traductor de Ulises al castellano. He cotejado las dos versiones de Ulises y la del señor José María Valverde no es ni mejor ni peor que la de Salas Subirat. Además, Valverde escribe un prólogo de sesenta páginas en el cual no dice que hay otra traducción de 1945.
–O sea que se adjudica la primera traducción al castellano...
–Está muy mal ubicado (se ríe).
–¿Pensaron cómo homenajearlo a ese traductor?
–Hay que trabajar bastante, averiguar quién es; probablemente haya muerto. El propio Borges me contó que se había creado un comité para traducir Ulises, en el cual estaban todos los bilingües de Barrio Norte, los que mamaron el inglés desde la cuna. Se reunían todos los viernes a debatir los prolegómenos de la traducción. Un viernes llegó uno con un ejemplar traducido de Ulises, el de Salas Subirat. Borges se reía un poco al contarme esta historia y decía que estaba muy mal traducido. Le dije que podía ser que estuviera mal traducido porque yo no conocía el inglés como él, pero que a pesar de eso, era el más grande escritor de lengua española, porque el Ulises que yo leí es extraordinario. Estoy seguro que Borges no había leído la traducción ni el original.
–¿Usted escribió alguna piezas de teatro?
–Sí. Me gusta muchísimo el teatro, trabajé en el teatro independiente y estuve a punto de actuar en una obra. No hice teatro porque no encontré el equivalente de lo que hago en narrativa para hacerlo en teatro. Hay muy pocos que lo lograron. Uno ellos es Samuel Beckett.
–¿En qué obra iba a actuar?
–Iba a hacer de Saverio en una adaptación de Saverio, el cruel, dirigida por José María Paolantonio. Otro ganó el papel y terminé repartiendo los programas...

 

De “Moby Dick” a Marcos

Unas 400 personas, lectores rigurosos y no tanto de la obra de Juan José Saer, presenciaron el diálogo entre el escritor y la periodista Hinde Pomeraniec, en la Sala José Hernández de la Feria. Saer confesó que no pensaba escribir relatos. “Yo quería ser poeta”, aclaró. “Empecé a leer revistas de historieta, de literatura, de historia. Después, poco a poco, aparecieron los libros de aventuras, las novelas policiales”, recordó. El primer libro que leyó fue una versión para chicos de Moby Dick. Después siguió con las novelas de Arthur Conan Doyle. En un tono intimista, se sucedieron las preguntas de la periodista y el público. El primer cuento, contó Saer, lo escribió a sus 12 años. “Estaba haciendo una historieta con todos los personajes de la clase de matemática. La profesora me descubrió. El argumento de este relato es alguien que esperaba una carta que nunca llegaba... El coronel no tiene quien le escriba”, comparó entre risas del público. Respecto al mundo de sus personajes, comentó que Marcos, que aparece en un cuento de La zona, en Cicatrices y La vuelta completa, estará en su próxima novela.

 

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