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COLECCION DEL MUSEO CASA DO PONTAL
Invasión de arte brasileño

En momentos en que la cuádruple muestra �Brasil 500 años� acapara la atención de los porteños, no hay que perder de vista �Roda da vida�, una excelente antología del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.

�Billar�, miniatura de barro realizada por Adalton Fernandes Lopes (Niterói, 1938).

Por Fabián Lebenglik

La clasificación entre arte culto y arte popular –tomada como supuesta polaridad a través de la cual se definirían, entre otras cosas, las artes “mayores” y las “menores”– nunca tuvo en Brasil el mismo funcionamiento que en la Argentina. La tradición cultural argentina trazó de manera esquemática una separación rígida entre lo popular y lo culto, que casi siempre se intentó resolver estigmatizando todo lo proveniente de lo popular y consagrando lo que se suponía culto. En Brasil esa antinomia es menos nítida porque su cultura muestra una interrelación dinámica e inteligente entre lo culto y lo popular, entre lo local y lo extranjero. Gran cantidad de artistas plástico, cineastas, músicos y escritores brasileños producen sus obras una especial combustión entre los dos campos supuestamente antagónicos.
Uno de los que ayudó a consagrar el arte popular como una expresión mayor fue un francés con cuya colección se fundó Museo Casa do Pontal, de Río de Janeiro, y de la cual puede verse una excelente antología en el Centro de Estudios Brasileños.
Desde su consagración en la década del ‘70, las piezas de arte popular de ese museo se exhibieron, entre otros lugares, en el Museo de Arte Moderno de Río, la Bienal de Venecia, la de San Pablo, el MASP (Museo de Arte de San Pablo), la Hayward Gallery de Londres, el Museo Nacional de Estocolmo, Centro Cultural Banco do Brasil y la Muestra del Redescubrimiento, algunos de cuyos capítulos se pueden ver en estos días en Buenos Aires.
El viajero francés Jacques Van de Beuque, nacido en Bovey y graduado en Bellas Artes en Lyon, llegó a Brasil apenas terminada la Segunda Guerra Mundial. Dada la fascinación que sintió por el arte popular brasileño, se dedicó, durante más de cuarenta años, a recorrer el país para conocer a los artistas populares y armar una colección de extraordinario refinamiento y sabia irreverencia para criticar la ortodoxia religiosa y la autoridad. El patrimonio del Museo se compone de una acervo de 8 mil piezas realizadas por 200 artistas.
La muestra del Centro de Estudios Brasileños incluye la obra de 27 de estos artistas y funciona como un panorama del arte popular de Brasil.
En más de un sentido las fronteras simbólicas, estéticas, ideológicas y culturales que atraviesan evocan fundamentalmente un escenario privilegiado: la calle. Ese es lugar social en que se producen todos los intercambios a los que remite la producción popular. La cultura del carnaval, el sincretismo religioso, las cuestiones de clase, las manifestaciones políticas, los rituales, las profesiones, los oficios, los velorios y procesiones, los juegos infantiles. Hay toda una galería interminable de tipologías y costumbres.
La calle como escenario general y las plazas como eje de la vida social resultan dos de los paisajes evidentes que sirven de contexto para todas las piezas, generalmente miniaturas, que se exhiben en la muestra.
A través de la exposición se aporta al visitante no sólo material de una indiscutible calidad y belleza visual sino una crítica social y de costumbres, una mirada ingenua y al mismo irreverente.
El título de la exhibición, “Roda da Vida”, viene de una de las más impactantes obras de la muestra, una gran rueda tallada en madera, hecha por Geraldo Teles de Oliveira, apodado GTO (1913-1990), un escultor extraordinario, que pasó su infancia y juventud en una ciudad de nombre celestial: Divinópolis, en el estado de Minas Gerais. Se dice que el artista hizo esta obra a partir de un sueño recurrente que lo obsesionaba cuando era guardia nocturno en un hospital. GTO se hizo escultor autodidacta después de los cincuenta años, cuando se puso a tallar obras notables. La “Roda da vida” vuelve sobre el tópico clásico de la rueda de la fortuna, el tiempo circular y condensa varias mitologías y estructuras de pensamiento tanto filosófico como religioso.
Otros de los artistas que se destacan son Adalton Fernandes Lopes (1938), Vitalino Pereira dos Santos (1909-1963), Noemiza Batista dos Santos (1947) y Antonio de Oliveira (1912-1996). (En la Fundación Centro de Estudios Brasileños, Esmeralda 965, hasta el 17 de mayo. Entrada libre y gratuita.)

 

OPINION
Por Jorge Figueroa *

La muerte de un maestro

El pasado viernes 20 de abril falleció el pintor Ezequiel Linares. Una crisis cardiovascular terminó por liquidarlo cuando había pasado los 70 años, pero todos sabíamos que el maestro había empezado a morir cuando falleció su hijo, hace diez años.
Linares integró la generación neofigurativa que despertó en los inicios de los años ‘60 y fue uno de los fundadores del Grupo Sur. En 1962 llegó a Tucumán, y desde entonces se hizo cargo del taller de pintura del entonces Departamento de Artes, hoy Facultad de Artes. Excepto breves períodos (1971, y entre 1980 y 1984), no abandonó su cargo, y una vez reinaugurado el gobierno constitucional recuperó la jefatura del taller.
Desde la década del ‘60 hasta nuestros días, nada hay que se haya producido en esta región que no tenga que ver con él. De un modo u otro: sea por la legión de discípulos, o por quienes rompieron artísticamente con el maestro, principalmente a partir de la generación del ‘80, cuando se advierte el parricidio artístico.
Linares conoció en directo las obras de Francis Bacon (en una exposición en Madrid) y nunca pudo olvidar esos rostros y retratos, el espacio circular. En definitiva: la angustia y el dolor humano. Barroco y expresionista, como muchos, no encontró otro modo de ser en una geografía como la tucumana; en una sociedad tan conflictiva y antagónica como ésta.
La Nueva Figuración tuvo color local con Linares. No sólo su imagen influyó notablemente en distintas generaciones sino su modo de pintar, de construir la figura, de entender el arte. Linares fue una “marca registrada” durante las décadas del ‘60, ‘70 y la mitad de la del ‘80, mezclada, eso sí, con un dejo de bohemia. Y aún constituye la tendencia dominante en la producción artística tucumana.
Recluido en Tucumán, Ezequiel Linares no se cambió a sí mismo, pese a que conoció las tendencias más contemporáneas, a través de sus discípulos y alumnos. Que se sepa, no se interesó por ellas, directamente; el arte fue su pintura.
El maestro murió y no dejó un testamento artístico. Sus discípulos, seguramente, se lo disputarán, con alguna mezquindad.
Pero, como nos tiene acostumbrados la historia –en tantas oportunidades–, quienes ocuparán el sitio (no su sitio) podrán ser aquellos que, en su momento, pudieron tomar distancia para poder crecer. ¿No es acaso el mandato del alumno para poder enseñar?

* Crítico de arte, investigador y docente de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán.

 

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