Por Luciano Monteagudo
Hong Kong, 1962. En medio de
una caótica mudanza, en la que se confunden no sólo los
canastos y los muebles sino también los inquilinos, se conocen
Chow (Tony Leung) y Li-chun (Maggie Cheung). Los dos llegan a la pensión
el mismo día, cargando a cuestas no sólo con sus bultos
sino también con sus respectivos matrimonios en crisis. Ambos están
casados, pero ni él ni ella parecen felices con la solitaria vida
que llevan. Bastará ese sencillo punto de partida para que el gran
director chino Wong Kar Wai que en Happy Together consiguió
pintar a Buenos Aires como ningún cineasta local supo hacerlo
haga de ese amor condenado no sólo un film de una infinita melancolía,
sino también una obra maestra del manierismo y la estilización
romántica.
Lo primero que impresiona de Con ánimo de amar es su superficie,
su elaboradísimo diseño visual, su atención a los
más mínimos detalles de vestuario y ambientación,
capaces de revelar la sensibilidad de una época. El va siempre
de traje oscuro y corbata finita, peinado a la gomina, con un pañuelo
asomando discreta, tristemente del bolsillo. Ella parece invariablemente
salida de la peluquería, como oliendo a spray, sus ojos bañados
en rimmel, llevando consigo el ritmo de sus tacos y enfundada en una infinita
galería de vestidos floreados. Lo que en principio podría
parecer mero afán decorativo se va revelando, sin embargo, esencial
a la naturaleza de los personajes, como si su verdadera y única
piel fuera aquella con la que se visten, al punto que el film elegirá
mostrarlos solamente así y no de otra manera, aún en sus
momentos más íntimos.
En segundo término, vuelve a llamar la atención en el nuevo
film de Wong Kar Wai su virtuosa utilización del espacio y la arriesgada
atomización de la puesta en escena. En Happy Together y antes aún
en Chungking Express y Fallen angels (sus tres únicos films conocidos
hasta ahora en Argentina), WKW ya había demostrado de qué
manera era capaz de sacar provecho de los ámbitos más reducidos,
pero aquí lleva su técnica a un extremo. La estrechez de
los pasillos y ambientes de la pensión, el abigarramiento de los
callejones del barrio parecen hablar del terrible ahogo de esa pareja,
de sus vidas ceñidas a unas convenciones sociales de las que no
pueden escapar. Por otra parte, el uso maestro del fuera de campo jamás
se ve a la mujer de él o al marido de ella va de la mano
con la fragmentación límite de la puesta, plena de planos
detalle, de ralentis, de detenciones sutiles de la imagen, que junto con
el andar cimbreante de la pareja van creando una experiencia estética
análoga a la de un ballet contemporáneo.
Esta aproximación de orden coreográfico de WKW reposa no
sólo sobre un leitmotiv musical sino sobre dos: una lánguida
composición instrumental de Michael Galasso y un par de canciones
interpretadas en castellano por Nat King Cole, que en su almibaramiento
recuerdan aquella famosa frase de Fanny Ardant en La mujer de la próxima
puerta, otro gran film romántico, cuando ella, enferma de amor,
escuchaba obsesivamente la radio y afirmaba que las canciones más
vulgares son las más verdaderas.
A su vez, Wong Kar Wai introduce otros elementos que le dan aún
más complejidad a su film, que le valió el premio al mejor
director en el último Festival de Cannes. Enterados de que sus
respectivos cónyuges están manteniendo un affaire, Chow
y Lichun deciden que no vamos a ser como ellos. Esta
abstinencia no sólo provoca una nueva tensión erótica;
también presenta una situación dramática diferente,
en la medida en que él y ella deciden ensayar la manera
en que Lichun enfrentará a su marido para que le confiese
su infidelidad. Aparece entonces el problema de la representación,
como una caja dentro de otra: la idea de la actuación dentro de
la actuación, al punto que él tiene que consolarla a ella
diciéndole Esto no es real. La realidad, en todo caso,
aparece hacia el final, en el conmovedor epílogo en los escombros
del templo de Angkor, cuando Wong Kar Wai decide adoptar un estilo casi
documental para ese momento sagrado en el que Chow le confía a
las piedras el secreto de un amor imposible, como si depositara ruinas
sobre ruinas.
PUNTOS
¡DIME
QUE NO ES CIERTO!
Una comedia inocua
Por
M.P.
A la hora de señalar
el final de la revolución punk, muchos eligen el momento en que
los alfileres de gancho fueron exhibidos en Harrods. De revolución
a moda en poco tiempo, lo mismo se puede decir del bizarro estilo de los
hermanos Farrelly, que en Loco por Mary construyeron la comedia romántica
más disparatada e hilarante de los últimos tiempos a base
de un sentido del ridículo casi inexistente, cuyo extremo fue poner
semen en lugar de gel en el pelo del personaje interpretado por Ben Stiller.
Un par de películas y guiones más tarde, los Farrelly son
ahora apenas productores de un film como ¡Dime que no es cierto!,
una comedia romántica que explota el lado más angelical
de la bella Heather Graham y apunta todos sus dardos contra la hipocresía
y la familia, pero cuyas asquerosidades como marca de fábrica terminan
por no escandalizar a nadie, simplemente conspiran contra el desarrollo
de la historia y contra sus personajes. ¡Dime que no es cierto!
cuenta la historia de una hermosa peluquera que le rebana una oreja a
su futuro novio, que más adelante resultará ser su hermano.
A pesar de la aparición de Sally Field como impecable madre cruel
y calculadora, y más de una bizarra comida familiar como
para reconsiderar la responsabilidad de formar ese monstruo de varias
cabezas llamado familia, esta calculada y convencional producción
de los Farrelly finalmente termina siendo inocua.
PUNTOS
DRACULA
2001, PRODUCIDA POR WES CRAVEN
Un vampiro que ya no asusta
Por
M. P.
Más fervientemente
católica que ninguna otra versión de la misma historia,
este Drácula 2001 producido por el maestro del terror Wes Craven
propone poner al día el mito del vampiro, ambientando la historia
en un Londres contemporáneo para pasar rápidamente al carnaval
de Nueva Orleans, donde todo está permitido y este nuevo Drácula
perseguirá a su Mary y encontrará también el sexo
de su Lucy. Con el único aval de ser el editor de los últimos
films de Craven, el segundo opus de Lussier (cuya ópera prima es
La Profecía III) apenas si alcanza a plantear una historia convincente
cuando la trama e incluso la diversión no hace más
que escapársele de las manos. Todo comienza en la caja de seguridad
del negocio de antigüedades de un tal Van Helsing (apropiadamente
interpretado por Christopher Plummer), que insiste en que el original
era apenas un médico de campo y un anticuario aficionado, nada
que ver con el retrato alucinado de la novela de Bram Stoker.
Con la avaricia como el pecado final que devuelve al vampiro al mundo
de los vivos, el adicto y longevo Van Helsing deberá asumir su
verdadero oficio para correr detrás de los ladrones que violentaron
su secreto, buscando riqueza y encontrando otro destino. Con caras jóvenes
al estilo Scream rodeando a los protagonistas, y bellas niñas que
serán escotadas ménades de héroe y antihéroe,
luego de plantear la historia el Drácula de Lussier caerá
en el pecado de la frase divertida para cerrar cada escena, al punto de
terminar aburriendo con lo previsible de sus citas.
A pesar de Plummer e incluso de la belleza a-lo-Natalie-Wood de Justine
Mary Waddell, la pretensión bíblica del final
de Drácula 2001 terminará siendo tan burda como la traducción
de su nombre el original es Drácula 2000 sólo
en virtud del atraso de su estreno fuera de los Estados Unidos. Con Craven
sólo como marca, un comienzo prometedor al menos de cierta diversión
no deja de ser cínico que Mary trabaje en la tienda Virgin
de Nueva Orleans, el film apenas si ofrece un desarrollo que recuerda
demasiado a los juveniles productos Craven del último tiempo, pero
privado de su gracia, su estilo o al menos de su inteligencia.
PUNTOS
Con
este matrimonio desafío las
nociones de fidelidad y monogamia
Por
Horacio Bernades
Me enteré
de la historia en 1995, a través de un programa de televisión,
donde se contaba cómo una mujer del interior de Brasil había
logrado convivir durante años con tres maridos, sin mayores tensiones,
cuenta Andrucha Waddington, el joven realizador brasileño que convirtió
en película esa historia aparentemente increíble. En su
país, Yo, tú, ellos logró una alta concurrencia de
espectadores, luego de su paso por la prestigiosa sección Un
certain regarde de Cannes y de ganar el primer premio del Festival
de Karlovy Vary. Tras su reciente presentación en el III Buenos
Aires Festival de Cine Independiente, Yo, tú, ellos llega hoy a
la cartelera porteña.
Además de sus posibilidades dramáticas, me interesó
el hecho de que ese matrimonio de a cuatro desafía las nociones
adquiridas sobre fidelidad y monogamia, explica Waddington a Página/12,
durante su paso fugaz por la ciudad. En realidad, en el noreste
brasileño sí es común que sea un hombre el que tenga
varias esposas, por lo cual este caso me pareció todo un desafío
a esa cultura machista. Parte de una nueva camada de cineastas brasileños,
entre quienes sobresale Walter Salles, realizador de Estación central,
Waddington, de 31 años y formado en publicidad y documentales,
debutó en cine en 1999, con un thriller psicológico llamado
Gemelas.
Si aquel había sido un film de encargo, Yo, tú, ellos es,
ya, un proyecto enteramente personal, con el que el realizador logró
interesar a la representación brasileña de la poderosa Columbia
TriStar, que terminó produciendo su película. Tras haber
resultado elegida por su país como aspirante local al Oscar, Yo,
tú, ellos se estrenó hace dos meses, con muy buena repercusión
crítica, en Estados Unidos. Es una delicia inesperada, una
improbable mélange de neorrealismo rural, culebrón y comedia
sexual, dijo el crítico de The New York Times. La música
original, compuesta por Gilberto Gil, y una fotografía que le saca
todo el jugo al color del Nordeste son elementos que no pasarán
inadvertidos.
Su película está ubicada en la zona del sertâo,
donde transcurrían varios de los films paradigmáticos del
cinema novo de los años 60. Notoriamente, Vidas secas, de Nelson
Pereira dos Santos, cuyo paisaje árido y desolado vuelve a ser
el marco de Yo, tú, ellos. ¿Usted se propuso un homenaje
deliberado hacia ese clásico del cine brasileño?
Es curioso, porque vi por primera vez Vidas secas una semana antes
de enterarme de esta historia. Después, la vi varias veces más,
y terminó convirtiéndose en una de mis películas
favoritas. De todos modos, Vidas secas es una película de corte
más decididamente social y realista. Si mi película se parece
a la de Pereira dos Santos, es sobre todo por el paisaje, que en verdad
sigue siendo el mismo, cuarenta años más tarde, porque la
zona del sertâo parece haber quedado como congelada en el tiempo.
Pero en términos dramáticos, hice más hincapié
en los elementos de comedia que estaban latentes en la situación
central.
Por ese lado, Yo, tú, ellos evoca otro clásico del
cine brasileño, bien opuesto a Vidas secas, como es Doña
Flor y sus dos maridos. ¿Se podría suponer que usted levantó
la apuesta, y ahora es Doña Darlene y sus tres maridos?
No tanto, porque Doña Flor está jugada a la comedia
picaresca. Con un fuerte elemento de realismo mágico, además,
en tanto uno de los maridos es un fantasma. A mí no me interesaba
ir por ese lado. Busqué trabajar una zona intermedia entre el drama
y la comedia, con elementos de ambas, pero dejando que lo propio de la
comedia pasara exclusivamente por la situación, sin acentuarlo
por el lado de las actuaciones o los diálogos, que traté
de mantener dentro de una clave naturalista.
En verdad, una de las cosas más peculiares de Yo, tú,
ellos es esa oposición entre una situación de comedia picaresca
y los tiempos propios de la vida en el sertâo, donde la vida parece
como estancada.
Eso es lo que me interesaba. El nordeste de mi país sigue
siendo una de las más subdesarrolladas, no sólo del Brasil,
sino del continente americano en general. La economía sigue siendo
de tipo familiar, la población es muy escasa y las posibilidades
de desarrollo son casi quiméricas. Los tiempos dramáticos
de la película debían responder necesariamente a ese paisaje.
Los tres hombres de la película parecen responder a sendos
arquetipos masculinos. Uno es un patriarca autoritario y machista; el
otro, un sumiso, y finalmente aparece un galán. ¿Qué
relación guardan estos tres personajes con los de la realidad?
Aunque parezcan construcciones dramáticas, así
es como eran en realidad. Totalmente arquetípicos. Funcionaban,
además, alrededor de la mujer, a quien entrevisté durante
la preparación de la película, y era un personaje absolutamente
solar, llena de vida y sumamente decidida, que administraba
a sus tres hombres gracias a un encanto natural.
La protagonista es Regina Casé, que tiene un tipo muy poco
convencional y es, además, una de las actrices más populares
de Brasil.
Regina actuó durante años en TV, donde condujo uno
de los talk shows más vistos. Lo que me interesó, además
de sus condiciones, es que no responde al tipo de mujer que suelen mostrar
las películas de Hollywood. No tiene una belleza tradicional, pero
irradia un fuerte carisma y cierta sexualidad algo salvaje, que le sentaba
perfectamente al personaje.
Su película fue producida por la Columbia brasileña.
¿Es común en Brasil que una major estadounidense invierta
en el cine local?
Sí, es común, por una razón muy sencilla: la
ley de cine sancionada durante la presidencia de Fernando Henrique Cardoso
prevé una serie de exenciones impositivas para las majors estadounidenses
que inviertan en el cine brasileño. Eso fortalece la producción.
Buena Vista/Disney invirtió en Estación central; la Warner,
en Orfeo, que fue un gran éxito en mi país, y la Columbia
había coproducido ya mi primera película.
En Argentina no ocurre lo mismo.
Es una lástima.
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