Por Silvina Friera
En la mirada de la poeta uruguaya
Idea Vilariño hay huellas de su lejana y tormentosa relación
con el escritor Juan Carlos Onetti, que transforman su tristeza en una
belleza inexpugnable. Las aristas de ese dolor, que parece conservar,
se canalizaron en Poemas de amor (1957), su libro más leído
y recordado, aunque ella prefiera Nocturnos y No. Escribo cuando
no tengo más remedio, por necesidad. Mis poemas nacen de momentos
de amargura. Sólo puedo componer cuando estoy en el fondo del pozo,
cuando la desesperación, el abandono y la soledad que siento son
tremendos. Para mí la dicha no se escribe, subrayó
Vilariño en un diálogo abierto con el público en
la Sala Victoria Ocampo, coordinado por Josefina Delgado.
Considerada por el crítico argentino Luis Gregorich como una
de las mayores poetas vivas de la lengua española, visitó
por primera vez la Feria del Libro.
Idea nació el 18 de agosto de 1920 en un hogar montevideano de
clase media culta. Su padre Leandro Vilariño, un poeta anarquista,
pronto le contagió su entusiasmo por la poesía. Después
del almuerzo de los domingos, Leandro le recitaba sus poetas predilectos:
Julio Herrera y Reissig, Almafuerte y Rubén Darío. A
los 11 años sabía de memoria el larguísimo Los motivos
del lobo, de Darío, pero me daba vergüenza decirlo en público,
confesó Vilariño, que junto con su colega Mario Benedetti
y el argentino residente en Uruguay Manuel Claps fueron iconos de la generación
de escritores del 45. Mis poemas de adolescencia eran malos
y tontos porque empleaba palabras que rimaban, los versos estaban bien
medidos, pero no sabía qué querían decir, sólo
las usaba porque me gustaban cómo sonaban, agregó
ante el asombro de un público mayoritariamente admirador de los
versos de Vilariño. La precoz influencia del padre la impulsó,
tempranamente, a desentrañar el dominio de los ritmos poéticos.
A los 10 años ganó un concurso de poesía escolar
y comenzó a hacer poemas por encargo, para sus compañeras
de clase, que los usaban para conquistar a sus enamorados. Una de
mis preocupaciones ha sido trabajar en prosodia, cosa que está
absolutamente olvidada, desdeñada, prácticamente no existe
y que en mi país hasta los profesores universitarios ignoran, que
es todo aquello relacionado con la métrica y con el ritmo,
puntualizó. El poema es un objeto sonoro, está hecho
de palabras. Es increíble lo que se encuentra estudiando rigurosamente
el conjunto de un poema. Lo más sorprendente es que poetas que
parecen descuidados, como Antonio Machado, consiguen efectos maravillosos,
que explican por qué un poema seduce.
En un repaso por el mundo literario uruguayo previo a los años
50, Vilariño recordó su experiencia en dos revistas culturales
emblemáticas: Clinamen, palabra que hace referencia a la desviación
que hacen los átomos al caer, una especie de acto creador, y Número.
Me acuerdo que en cierto momento rechazamos material de Borges,
porque nos parecía flojo. Todo lo que descartábamos pasaba
a Marcha, deslizó Vilariño, que codirigió Número
junto a Benedetti, Claps y Emir Rodríguez Monegal. Lo que desecharon
fue La fiesta del monstruo, que Borges había escrito
en colaboración con Bioy Casares bajo el seudónimo de Bustos
Domecq. También éramos terribles entre nosotros. Cuando
Mario Benedetti escribió Gracias por el fuego se lo mostró
a Monegal y este le advirtió que no le aseguraba el resultado.
Leyó el libro y le dijo que era muy malo, precisó
la poeta, que también se desempeñó como crítica
de Marcha y Brecha y realizó excelentes traducciones de Shakespeare,
Raymond Queneau y Graham Greene, entre otros.
Voz personalísima de la poesía uruguaya, en los primeros
libros de Vilariño hay un clima desgarrador donde el amor es una
experiencia límite, la más terrible y aniquiladora. En 1955
el director de Marcha, Raúl Quijano, le censuró un poema
porque en un verso decía: un pañuelo con sangre, semen
y lágrimas. Me sugirió que le mandara otro poema
y me negué. Renuncié a Marcha y estuve alejada siete años
de uno de nuestros vehículos culturales más importantes,
pero no podía aceptar ese criterio para juzgar una obra,
comentó Vilariño.
En 1966 se le otorgó el Premio Nacional de Literatura pero lo rechazó
según adujo en una carta pública al Ministro de Instrucción
de la época, por discrepancias sobre la integración
de los jurados. Cincuenta escritores firmamos un documento en el
que señalábamos que no aceptaríamos más premios
mientras los jurados fueran elegidos de la torpe manera en que se hacía,
dijo. Pero después aceptaron los premios cuando les fueron
llegando, excepto Mario Benedetti y yo. Durante 30 años no acepté
ningún premio de mi país. Y Mario no sólo no aceptó
sino que además se los dejaron de dar. Hasta hoy es famoso que
a Mario no se le dan premios en el Uruguay. Hace poco le otorgaron un
premio compartido con un escritor menor. En esa línea de
coherencia ética, Vilariño también rechazó
en dos ocasiones la codiciada Beca Guggenheim.
Mi escritura es espontánea, es un acto íntimo de mi
vida y cuando hago un poema no lo corrijo, es muy raro que lo vuelva a
tocar. La mayoría de mis libros nacieron de una manera compulsiva,
apuntó Vilariño, cuyo nihilismo y concepción de la
vida la aproximan a Onetti. La muerte no es una obsesión
o un temor, sino simplemente una certeza. Hay que contar con ella, tenemos
que saber que nos vamos a morir, que el amor se termina y hay tantas cosas
que mueren. También tengo un enorme escepticismo con respecto a
los hombres y lo que son capaces de hacer, concluyó la poeta,
con su habitual visión desolada de un mundo sin Dios. A pedido
de la gente, que tenía en las manos distintos libros de la poeta,
Vilariño recitó algunos de sus brevísimos poemas
de No (1980), que cierran una especie de balance, un ajuste de cuentas
con la vida y la poesía.
�Hay
muchos que aún nos consideran unas ineptas�
Por
Verónica Abdala
Todas, de
un modo u otro, tenemos la misma historia que contar. No importa nuestra
procedencia social, ni el modo en que organicemos nuestra vida. Estoy
convencida de que en todos los casos habrá muchos puntos en común:
la escritora chilena Marcela Serrano se dirigió así, el
martes por la noche, al público que colmaba la sala Leopoldo Lugones
de la Feria, compuesto en su mayor parte por mujeres. A su lado se ubicaron
el director argentino Héctor Olivera y la periodista Magdalena
Ruiz Guiñazú, que mantuvieron con la escritora un diálogo
abierto. Los personajes de los libros de Serrano, sus rutinas de trabajo,
la situación de las mujeres en este comienzo de milenio y la redefinición
de los roles que les corresponden, además del estreno de la adaptación
que concretó Olivera de una de sus novelas, Antigua vida mía
(con Cecilia Roth, la española Ana Belén, Juan Leyrado y
Jorge Marrale en los papeles protagónicos), y que se estrena hoy,
fueron los principales temas sobre los que giró la conversación.
La autora de El albergue de las mujeres tristes, Nosotras, que nos queremos
tanto, Antigua vida mía, Nuestra señora de la soledad y
Un mundo raro que vive hace cuatro años en México,
está casada con el embajador chileno en ese país y tiene
dos hijas, de 13 y 19 años opina que la mujer actual sufre
un inmenso desamparo. Este es, para nosotras, un momento
que la historia recordará como de transición, afirmó
en el encuentro. No somos lo que éramos, pero tampoco hemos
encontrado nuestro nuevo lugar en el mundo, ni hemos conseguido aún
que los hombres, tan acostumbrados a aquellas mujeres sumisas que pasaban
la vida sirviéndolos, lo acepten del todo. Hay un mundo y muchas
responsabilidades que deberían ser compartidas que todavía
recaen en nuestras espaldas. Ser mujer es, hasta ahora, ser una persona
muy sola.
Magdalena la interrogó:
¿Cree que los hombres pueden darnos, si se lo proponen, la
felicidad y la tranquilidad? Porque sus novelas parecen sugerir lo contrario...
Soy muy escéptica al respecto, no porque crea que son malintencionados,
sino porque me parece que están absolutamente desconcertados. Y
porque cada una de nosotras debería procurarse la felicidad, para
ser verdaderamente autosuficientes. Desde hace un tiempo que ellos nos
desconocen y no tienen la menor idea de cómo actuar. Diría
que no saben qué hacer con nosotras, e imagino que les encantaría
que retornaran aquellas mujeres serviles que no se atrevían a cuestionarlos.
Porque, en definitiva, los hombres son como los dictadores: como saben
que su poder no es del todo legítimo, están aterrados de
perderlo.
¿Las mujeres descubrimos, después de siglos de sometimiento
y abnegación, que podemos estar solas?
Yo creo que hay dos tipos de soledad. La soledad en que te sientes
abandonada y te abandonas. Y la soledad en que puedes contenerte a ti
misma. Esta segunda clase de soledad es la que aparece obsesivamente en
mis novelas, y que me parece vital, porque es la que nos permitiría
escaparle a la tristeza. Podemos estar solas: ellos no son el principio
ni el final de nada. En todo caso, podrían ser buenos acompañantes.
Olivera, por su parte, opinó que la obligación de
cualquier director es ser lo más fiel posible a la novela, para
después olvidarse de la novela y ser lo más fiel posible
a la película, y explicó que eligió filmar
Antigua vida mía porque en esta novela encontró una
historia de dos mujeres muy distintas, con una cuota importante de pasión
y, sobre todo, con mucha verdad.
A la hora de las preguntas del público, la chilena advirtió:
Pueden preguntarme cualquier cosa, pero no me pregunten, como hacen
a menudo los periodistas, si voy a seguir escribiendo sobre mujeres.
¿Acaso a algún hombre le han preguntado alguna vez si piensa
seguir escribiendo sobre hombres? Nadie les preguntaría eso, porque
las historias de hombres son la historia de la literatura universal. Nosotras
seguiremos escribiendo sobre mujeres hasta el último de nuestros
días. Sabemos que las mujeres somos la cultura marginal del mundo,
y que como marginales debemos unirnos. Si tenemos suerte, algún
día lograremos que no nos humillen, que no nos discriminen, que
no nos golpeen, social y físicamente. Un día dejará
de existir el Día Mundial de la Mujer, privilegio que
tenemos el gusto de compartir con los animales y los discapacitados. Son
muchos los que todavía nos creen ineptas para la vida y se creen
con el derecho de venir a defendernos, cuando en realidad nos ofenden.
OPINION
Por Darío Lopérfido*
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Vencer al desprestigio
Hoy se cumple un año desde que ATC pasó a ser Canal
7 Argentina. Parece ser una buena fecha para hacer un balance. No
abundaremos en que recibimos un canal desquiciado. Es de público
conocimiento. Sí diremos que remontar la cuesta desde el
lugar del desprestigio era un desafío mucho más difícil
del imaginado. Hicimos lo que republicanamente correspondía.
Primero, informar sobre las irregularidades detectadas. Luego, comenzar
a reconstruir los sistemas de ingeniería y de producción
para que el canal fuera confiable para quienes quisieran apostar
por él. Por último, presentarnos en sociedad con mucha
humildad, pidiendo ayuda para salir de la crisis y ofreciendo combinar
nuestra capacidad productiva con el talento artístico de
productores independientes para generar una pantalla renovada. Mientras
todo esto ocupaba nuestro tiempo, trabajamos con velocidad en construir
un área de noticias que fuera pluralista y equilibrada, donde
se abandonara la política de house organ del
gobierno de turno y se construyera una base sólida de credibilidad
para el televidente. El año que estamos cumpliendo nos encontró
con éxitos, y obviamente, también con fracasos. Con
ideas que se llevaron a cabo y con otras que no pudimos, aunque
hubiéramos querido. Pero siempre tratando de ser fieles al
mandato de hacer una televisión pública, con contenidos
culturales y educativos, innovadora.
Hicimos ahorros. Le costamos al Estado el 45% que en 1999. De a
poco, la gente empezó a mirarnos. La crítica habló
con elogio de muchos programas. Nos nominaron, nos premiaron. Esta
enumeración no intenta ser presuntuosa. Está imbuida
de claroscuros que sabemos que tenemos que mejorar. La incorporación
al Sistema Nacional de Medios Públicos nos dará muchas
herramientas que necesitamos. La inclusión del sistema de
la Ley de Radiodifusión recientemente enviada por el PEN
al Poder Legislativo nos dará el marco normativo con el correspondiente
control parlamentario que toda televisión pública
tiene en el mundo moderno. En definitiva, no está mal si
decimos que hicimos un cambio y que valió la pena. Porque
podemos decir con orgullo que el camino elegido, el de la prudencia,
la transparencia y la humildad nos permitió situarnos en
el lugar que buscábamos. Sin competir con nadie, ofrecimos
una pantalla que es una alternativa más y que trata de representar,
sobre todo, a aquellos argentinos que sólo pueden informarse,
divertirse, o emocionarse por nuestras más de seiscientas
repetidoras, en los lugares más alejados del país.
Hace un año dijimos que queríamos devolverle un canal
a la televisión. En eso andamos. Nos estamos viendo.
* Secretario de Cultura y Comunicación de la Nación.
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