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COMO ES “EXPEDICION SEX”, EL REALITY
GAME SHOW EN CLAVE PORNO QUE COMIENZA ESTA NOCHE
Cuando la isla es un paraíso para los sexópatas

Desde esta noche, la señal codificada Afrodita emitirá la primera variante triple equis del formato de programa que hace furor. Producido por el pionero local Víctor Maytland, �Expedición Sex� presenta a dieciséis participantes que compiten por un viaje a Jamaica, con el sexo como única (y repetida) arma.

Por Julián Gorodischer

La fiebre por los reality game shows lo hacía prever: de pronto llegaron los clones como “Expedición Sex”, el replicante porno de los Robinson, que podrá verse desde mañana a la medianoche en el canal codificado Afrodita (51 de Cablevisión). Su propuesta será cruzar la aventura en la isla con el código explícito de las porno locales, su culto a lo casero, la elección de los bajos recursos como parte de un estilo que incluye el coito en primer plano sobre esterillas de playa, los cuerpos con granos y curitas, las mujeres siempre “sedientas” y los hombres dispuestos, en todo momento, a decir cosas como “Tomá, tomá...” en un tono sentencioso. En su capítulo piloto, una música triunfal anuncia la llegada de dieciséis participantes a un rincón del Delta, donde deberán convivir por trece días: el primer Reality Sex Show de la TV argentina se pone en marcha. Pero aquí la bota que pisa el fango es una Pampero, de las amarillas, y la odisea en el Caribe se reemplaza por un mate en la orilla del río marrón. En el Tigre, ellos juegan a lo que más les gusta, todo el día alzados. Los peores amantes, se sabe, podrían ser echados en el Consejo.
El de la idea oportuna, en el momento justo, se llama Víctor Maytland y es un conocido productor de películas porno que incluyen a Susy, Humberto y Gladiolo y Los Pinjapiedras, entre muchos otros títulos. El pulpo de “la vida en directo” parece hoy más fuerte que todo, cuando “Expedición...”, “El bar” y “Gran Hermano” acaparan las conversaciones, y hasta Maytland pensó su variante. “Acá mostramos todo”, promociona, y habla de un sello personal: la falta de filtro, el reality que nunca deja con las ganas.
Y los participantes aparecen en la pantalla. Ahora están por ponerse a jugar. Todos están obligados a hacerlo como en Robinson, donde nadie queda al margen de las competencias de inmunidad o de bienestar. Pero es una partida diferente: ganará el hombre que tenga su erección más rápido, o el que se coma todo el arroz al curry (“sin dejar un granito”) del cuerpo de la mujer desnuda, o la que se devore todo el dulce de leche embadurnado en los genitales de un compañero. El que triunfe será rey de la isla por un día: elegirá sus placeres con vocación de déspota y podrá definir una expulsión si es necesario.
Como sucede en las porno, en “Expedición Sex” no hay velos y la cámara es detalladísima a la hora del sexo. En esos momentos, cuando todos están tomando sol en la orilla y, de pronto, empiezan a tocarse, y suben el voltaje grupalmente, desaparece cualquier ilusión de naturalidad. La “gente común” (una maestra jardinera, un camionero, un barman, entre otros) se pone a gritar: “Gozá, gozá...”, como lo aprendieron en las películas, solemnes y rígidos, sabiéndose no espiados sino expuestos en primerísimos primeros planos de penes y vaginas por las cuatro cámaras que los acompañan.
Maytland, el productor, trae del cine un desenfado que la tele no conoce ni en los canales codificados. Sobre la esterilla de playa, Gaby (que se presenta como estudiante de Psicología) toma sol, y se le acerca Yuri, un barman de pelo oxigenado. “Poneme cremita”, pide ella, que siempre parece “sentir intensamente” todo lo que dice, por el tono grave y demorado. La pasión aparece repentina, como todo en “Expedición Sex”, y él ya le está pasando crema con la lengua por todo el cuerpo y, después, se llena la nariz de la sustancia. Es el inicio de un extraño acto sexual que, ahora en la entrevista, ambos recuerdan como “un momento bárbaro”.
–El sexo nos unió –dice Gaby a Página/12–, se armó un grupo humano maravilloso. Nos liberamos sexualmente. Como estudiante, me intrigaba ver qué iba a pasar con nuestras mentes. Quería sacar miedos y tabúes, y ver hasta dónde podía llegar.
–Ahora está la posibilidad de iniciar una carrera como actor porno – avisa Yuri con franqueza.
Ninguno respondió a la convocatoria (lanzada en un sitio de Internet y en la revista Confesiones sexuales, propiedad de Maytland) por una cuestión de dinero. El premio es un viaje a Jamaica en un hotel de turismo sexual; el ganador, como en Robinson, es una intriga que ninguno revela “por contrato”. En las votaciones del Consejo, sólo podían expulsar al sexo opuesto, y las razones fueron variadas. “La ternura y la solidaridad pesaban más que si lo hacían con la boca, con la lengua o con la cola”, asegura el productor. En un fragmento del piloto, Gaby habla con una compañera sobre una tercera ausente, Jeanette, que tiene unos cuantos detractores. El tono es igual al de otros reality game shows: la crítica a espaldas, el complot que se teje en la isla y el llanto posterior cuando se exhuman culpas tras las expulsiones. Cambian los argumentos: “No puede ser que no quiera tener sexo con mujeres, acá vale todo”, la descalifican. Maytland también tiene algunas anécdotas para contar: “Se armaban alianzas de mujeres que, de noche, agotaban a los hombres para que ganaran sus maridos. Exprimían a sus víctimas pensando en beneficiar a sus cómplices.”
Fiel al género, el programa sabe que, en el Consejo, es tiempo de lavar esas estrategias, de hacerse “los buenos” y llorar a los ausentes. Por eso, también aquí puede verse al grupo de mujeres abrazadas, forzando un poco (como en Robinson, por qué no hacerlo) el dolor por una expulsión. Una quiso que se fuera un compañero por ser poco “cumplidor”. Otra dijo que con ella “no tiene piel”: un hombre deberá partir de esta isla del Delta, perderse el viaje, resignar las veladas salvajes al borde del río. “Es increíble lo mal que se ponían estas chicas cuando se expulsaba a cualquier hombre”, cuenta Maytland. “Sentían que estaban apartando de su vida a alguien muy importante.”
A diferencia de otros famosos repentinos, que después de la experiencia pueblan tiras de Pol-Ka o magazines de la tarde, a estos egresados les espera –por qué no– un destino en las películas: los que quieran serán estrellas de cine, claro que de una circulación muy limitada. Dice Maytland que todos están calificados. “Somos excelentes amantes sin distinción”, añade Gaby. Aquí también hay un winner que se llama Eduardo y es paraguayo; una bomba sexy ecuatoriana que suspendió sus tareas habituales como azafata para acoplarse al grupo. “Nos apoyamos mucho”, recuerda Gaby, y la sonrisa se le extiende por completo. Recuerda los fogones, los almuerzos y, lo que es mejor, las jornadas insaciables. Se siente cómoda en el nuevo rol que le concedieron: dar entrevistas, exponerse a las fotos, soñar con un protagónico.
–Pero que quede claro –dice, sobre el final–, a mí lo que realmente me importa es el factor humano.

 

Parecidos, diferentes

En “Expedición Sex” los participantes no tuvieron que preocuparse por sobrevivir, a la inversa de lo que sucede en “Robinson”. Desde su llegada a la isla del Delta en la que se grabó el programa tuvieron comida asegurada, un campamento armado, personal que los asistía. “El sexo necesita de esos ingredientes”, justifica Maytland.
También podrán verse juegos de inmunidad y bienestar, pero de características bien distintas: en el capítulo piloto, los varones tienen que hacer un número de imitación de The Full Monty. Casi como en “Gran Hermano”, sólo que aquí es completo y termina en una de las habituales sesiones de sexo grupal a las que están acostumbrados.
No hay dinero en juego: los doscientos varones y veinte mujeres que respondieron a la convocatoria fueron tentados con la posibilidad de viajar a Jamaica a un hotel de lujo donde todo está permitido. “Además esto es un inmenso casting para mis futuras películas, y a muchos les interesa desde esa perspectiva”, dice el productor.
Los cuerpos de “Expedición Sex” son blancuzcos y rollizos. No hay bellezas indiscutidas ni vanidades. “Quise demostrar que los que hacen películas o programas porno son tan comunes como los que están del otro lado. En el grupo, podrá verse a una maestra jardinera, un camionero, un barman, una estudiante y un abogado, entre otros”, explica Maytland.
Lejos de las histerias y las idas y venidas de otros reality game shows, en la isla del Tigre todo es directo, frontal y repentino. Un encuentro casual basta para que se inicie un coito; una estadía al sol termina inevitablemente en el contacto físico entre todos. Nunca se deja nada picando. La consigna es saturar.

 

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