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MEA CULPA GRIEGO DEL PAPA ROMANO JUAN PABLO II
No me peguen, soy el Papa

Después de mil años, el pontífice Juan Pablo II pidió perdón por los crímenes de los católicos contra los ortodoxos.

Aplausos: El arzobispo de Atenas Christódulos rompió el protocolo y aplaudió el pedido de perdón del pontífice latino Juan Pablo II.

Un icono del apóstol Pablo entre Juan Pablo II y Christódulos.
El Papa rompió con mil años de condena a los ortodoxos como herejes.

Por Jorge Marirrodriga *
Enviado especial a Atenas

Por primera vez en la historia, un pontífice romano ha pedido perdón a los ortodoxos por el tratamiento que han recibido a lo largo de la historia por los católicos. Juan Pablo II se lo expresó personalmente ayer a la cabeza de la Iglesia griega, el arzobispo Christódulos quien, sorprendido, no pudo evitar romper el rígido protocolo pactado por el Vaticano y Atenas y prorrumpió en un aplauso. No fue el único momento histórico de la jornada: por la tarde, ambos líderes religiosos leyeron desde la colina del Aerópago una declaración conjunta, caracterizada más por reivindicaciones concretas que por la pura retórica.
“Por las ocasiones pasadas y presentes en las que los hijos e hijas de la Iglesia Católica han pecado por acción u omisión con sus hermanos y hermanas ortodoxos, que el Señor nos conceda el perdón que le pedimos.” Con está fórmula Juan Pablo II rompía con casi mil años de tradición católica que consideraba a la Iglesia Ortodoxa como una escisión herética por rechazar la supremacía de Roma. El Papa fue más lejos y citó ejemplos concretos especialmente importantes en la lista de agravios que los ortodoxos guardan respecto a los latinos. “Algunos recuerdos son especialmente dolorosos y algunos acontecimientos del lejano pasado han dejado heridas profunda en la mente y el corazón de las personas de hoy. Me refiero al desastroso saqueo de la ciudad imperial de Constantinopla (...) El hecho de que fueran cristianos latinos llena a los católicos de una gran consternación.”
Constantinopla –la actual ciudad turca de Estambul–, capital del Imperio Bizantino y cuna de la ortodoxia cristiana, fue saqueada por los caballeros occidentales durante la Cuarta Cruzada en el siglo XIII. Los ortodoxos acusan al papado no sólo de este hecho sino de permitir que a mediados del siglo XV la ciudad cayera definitivamente en manos turcas. El Pontífice utilizó el viernes repetidamente el término “Constantinopla” para referirse a la Iglesia Ortodoxa griega, lo que terminó de relajar el ambiente en la reunión a la que asistían, además de Wojtyla y Christódulos, una docena de cardenales católicos y obispos ortodoxos.
Aunque suave en las formas, la diplomacia vaticana demostró en menos de una hora que no estaba dispuesta a que el primer Papa que visita Atenas –oficialmente sólo en calidad de peregrino– desde el cisma de 1054 tuviera, en lo simbólico, una estancia de segundo rango. De hecho, en el centro de la capital griega apenas eran visibles media docena de banderas vaticanas y se había asegurado que la visita sería retransmitida sólo en resúmenes. Pero nada más aterrizar en el aeropuerto Elefterios Venízelos de Atenas el avión procedente de Roma, el Papa, en vez de besar tierra griega, recibió unos terrones de la del Aerópago. Luego se trasladó al palacio presidencial donde el presidente griego, Costís Stefanópulos, le tributó un recibimiento idéntico al de cualquier otro jefe de Estado. Finalmente, esta ceremonia y todas las demás fueron retransmitidas en directo por la televisión estatal y varias emisoras privadas.
Durante su encuentro matinal, el Papa y el arzobispo Christódulos firmaron una declaración conjunta que fue leída en el Aerópago, lugar desde el que según la tradición cristiana San Pablo anunció el Evangelio a los atenienses. Se trata del primer acuerdo desde el Cisma de 1054 y, para resaltar la importancia histórica del hecho, al acto acudieron el presidente griego y su primer ministro, el socialista, Costas Simitis. En la declaración, que consta de seis puntos, las iglesias católica y ortodoxa condenan “todo recurso a la violencia, al proselitismo y al fanatismo en nombre de la religión” y piden que las relaciones entre cristianos se caractericen por “la honestidad, la prudencia y la conciencia de lo problemas que se traten”. La Iglesia Ortodoxa acusa a la católica de ser especialmente proselitista tanto en la zona balcánica como en Ucrania, donde la comunidad católica oriental llamada “uniata” ha proliferado desde la caída del comunismo y “roba” fieles a los ortodoxos. En el texto ambos líderes religiosos advierten contra la falta de investigación sobre el significado y el valor de la vida que, en su opinión, se está dando en la evolución social y política del hombre. En este sentido, resaltan que “el desarrollo económico y tecnológico no pertenece en igual medida a toda la humanidad”. Tras condenar la guerra y el hambre y pedir una nueva Tregua Olímpica con motivo de las Olimpíadas de 2004, apuntan a que el proceso de globalización debe ser una “globalización fraterna” y piden que la Unión Europea no signifique la pérdida de identidad para los países que la forman.
El centro de la capital griega quedó ayer literalmente sellado por unos 8 mil policías y militares (más que cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton hizo su controvertida visita a la capital griega en 1999) que, desplegados en varios círculos concéntricos de seguridad, impidieron cualquier contacto, ni siquiera visual –ya sea de sus partidarios o sus detractores– con Juan Pablo II. Decenas de personas se congregaron en la plaza de Klatimonos, dentro del centro, pero estratégicamente alejados del recorrido del Papa, ataviados con banderas negras y grandes crucifijos para protestar por la visita del “Anticristo latino”. El Papa viajará hoy a Siria y luego a Malta en un viaje en el que quiere ira “tras las huellas de San Pablo”.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

 

Claves

La Iglesia Católica –cuya sede es Roma– y la Ortodoxa –cuyos fieles son mayoritariamente griegos y eslavos– se separaron en 1054. Ambas dicen ser la verdadera Iglesia de la verdadera religión cristiana.
A favor de la división obraron diferencias teológicas y rivalidades políticas entre el Occidente y el Oriente de Europa, entre Roma y Constantinopla. Durante los casi 1000 años de cisma, los católicos se hicieron culpables de crímenes contra los ortodoxos –así el saqueo y matanzas en Constantinopla durante las Cruzadas–.
Como lo hizo anteriormente con el antisemitismo y la participación de católicos en el Holocausto, el Papa pronunció ayer un histórico mea culpa.

 

OPINION
Por Alfredo Grieco y Bavio

La ortodoxia de los herejes

Vistos desde Atenas, el Papa, el presidente norteamericano y la OTAN son entidades nefastas. Sólo que el Papa es la más nefasta. Y por eso el gobierno socialista le puso una custodia militar y policial mayor que al mismísimo Bill Clinton. A los ojos griegos, todas representan al Occidente católico, ese Gran Satán culpable de los pecados de las Cruzadas, de las omisiones por las que Constantinopla cayó en manos turcas o del bombardeo de la muy ortodoxa Belgrado por la OTAN. Atenas se convirtió en la capital de Eurolandia más peligrosa para los diplomáticos occidentales, aunque los responsables de los eficaces atentados pertenezcan a grupos que fusionan populismo y marxismo en una fórmula setentista. La anterior es una visión simplista de Grecia, y no todos los griegos, que a fin de cuentas votan socialista, la justifican. Pero también es simplista pensar la ortodoxia como una “provincia rebelde” de la Iglesia Católica Romana, escindida por su interpretación “herética” de la relación que une al Espíritu Santo con las otras dos personas, Padre e Hijo, de esa Trinidad que es la divinidad cristiana. Los ortodoxos, mayoría religiosa en los Balcanes y en Europa Oriental y Rusia, se consideran a sí mismos como auténtico centro de la cristiandad, y al católico como hereje. El frente común que arman los pueblos ortodoxos revela constantes geopolíticas y estratégicas de los estados nacionales nacidos, o que pugnaron por nacer, desde el siglo XIX. Si Moscú, donde el Papa ansía ser invitado, se ve como la tercera Roma, después de Constantinopla que fue la segunda, no es por los derechos religiosos que le otorga ser la capital de la mayor nación ortodoxa con más de 100 millones de fieles, sino porque, entre otras razones, al fraternal paneslavismo y a la unión en la fe se superpone la ambición rusa de anexar el Mediterráneo a su influencia. Algo que, hacia el Oriente, también explica al eje Atenas-Belgrado-Moscú enfrentado al competidor turco. En un mundo secularizado, las razones religiosas son las que se desestiman primero. Como en los casos extremos del fundamentalismo islámico o hindú, es difícil entender que las acciones respondan a móviles que nunca nos mueven a nosotros. Las grandes divisiones de la cristiandad ocurrieron cada 500 años, y fueron étnicas y políticas: la primera separó a los cristianos semitas, la segunda a los griegos y eslavos, la tercera, con la Reforma protestante, a los germanos de los latinos. Pero en todas ellas hubo diferencias teológicas insalvables, que aún hoy pesan con una gravedad determinante. Claro que sólo para los que piensan teológicamente.

 

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