Por
Luis Bruschtein
¿Te
diste cuenta de que el Presidente tiene pajaritos en la cabeza?.
Esa frase de Mariano Cavagna Martínez en 1993 llegó a oídos
del entonces presidente Carlos Menem y selló su suerte en la Corte
Suprema. Del otro lado del teléfono Enrique Petracchi, otro magistrado
del alto tribunal, habría contestado: Sí, ya sabemos
que está loco. El diálogo telefónico había
sido grabado por los servicios de inteligencia cuando los nueve integrantes
de la Corte estaban en pleno minué barroco de tejidos, alianzas
y contradanzas para elegir al presidente del tribunal, cargo al que aspiraba
el ahora defensor del ex presidente.
En una crónica sobre este complicado juego judicial, La Nación
señalaba que al escuchar este diálogo Menem restó
su apoyo a Cavagna Martínez. El periodista Horacio Verbitsky, la
recogió en su libro Hacer la Corte donde concluye: La confluencia
de su ira (la de Menem) con Cavagna y el espanto del Nuncio por (Augusto)
Belluscio, resucitaron las chances de (Ricardo) Levene.
Cavagna Martínez resultó entonces el presidente que no fue
de la Corte Suprema. Había llegado a la Corte en 1990 junto con
Rodolfo Barra, como los jueces mimados del poder. Su fracaso no se debió
a que le faltara capacidad de negociación cortesana, habilidad
para vincularse estratégicamente o inteligencia. Había hecho
todo bien para ser el nuevo presidente de la Corte, había sumado
prácticamente los votos que necesitaba y había hecho todas
las alianzas y promesas necesarias, tenía a su favor a Eduardo
Bauzá y Carlos Corach, y en su contra a Eduardo Menem y Hugo Anzorreguy,
el jefe de los servicios, que hipotéticamente hicieron escuchar
la cinta a Menem. Lo más patético fue que su derrota se
debió a una broma del destino, o de los espías. Su diálogo
con Petracchi no se refería a Menem, sino a Levene, su contendiente
en la disputa magisterial, un hombre anciano ya, que solía patinar
en los desvaríos propios de la senilidad. O sea que hablando mal
de su competidor, ofendió a su apoyo principal, Carlos Menem, y
terminó favoreciendo a Levene.
Ahora Carlos Menem eligió a Mariano Cavagna Martínez para
que lo codefienda en la causa por tráfico de armas. Si el destino
se repite como en 1993, es probable que Menem termine preso.
Mariano Augusto Cavagna Martínez viene de familia peronista. Su
padre Ildefonso fue ministro de Relaciones Exteriores y presidente del
Banco Central en la segunda presidencia de Juan Perón. El hijo
se recibió de abogado en 1964 y en 1973 comenzó su carrera
política primero como jefe de gabinete del intendente de Buenos
Aires y después, en 1974, como subsecretario de Justicia del gobernador
Victorio Calabró en la provincia de Buenos Aires. La dura interna
política del peronismo de aquellos años lo puso en la mira
de la Triple A y su esposa Ana Robirosa logró escapar por milagro
de un intento de secuestro por parte de la banda que comandaba el ministro
de Bienestar Social, José López Rega.
Padre de tres hijas, profesor de historia y teoría constitucional,
historia social y ciencias políticas, Cavagna presidió el
Centro de Abogados de Buenos Aires durante la dictadura y firmó
la declaración de abogados en apoyo de la denuncia del Partido
Justicialista ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
de la OEA. Para ese entonces su estudio comenzó a ser un buen negocio
y Cavagna se convirtió en un hombre de fortuna.
Al llegar la democracia, Cavagna estaba próximo a Vicente Saadi
y luego fue apoderado de la fracción interna del justicialismo
que conducían Angel Federico Robledo y Jorge Triacca, quienes intercedieron
ante Raúl Alfonsín para que el abogado se incorporara a
la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires. Cavagna cultivó
buenas relaciones con el radicalismo y luego con el gobernador Antonio
Cafiero, quien lo incluyó en la comisión que redactó
las reformas a la Constitución bonaerense que fueron rechazadas
en el plebiscito de 1990. Pero su actuación más destacada
y probablemente la que marcó más su desempeño profesional
fue a partir de su designación para integrar la nueva Corte Suprema
de la Nación en 1990 y lo que se conoció popularmente como
la mayoría automática.
Su participación en esta mayoría automática
no se debió a sus conocimientos en informática ni a su adscripción
al peronismo, ni tuvo que ver con un proceso de democratización
como se deduciría de estos dos conceptos, sino a todo lo contrario.
En 1990 se produjo el hecho más emblemático del proceso
de politización de la Justicia o judicialización de la política.
Menem aumentó de cinco a nueve los integrantes de la Corte y en
las designaciones aprovechó para garantizarse la simpatía
de una mayoría de jueces. Cavagna y Barra fueron los dos que entraron
con el total respaldo del Presidente y no hacían nada por ocultar
esa relación en los actos públicos. Siempre junto a Menem
entre secretos al oído y bromas personales, sus posiciones en las
acordadas eran interpretadas como expresión de los deseos presidenciales.
En 1993, cuando radicales y menemistas negociaban el Pacto de Olivos,
Raúl Alfonsín puso como condición que se rompiera
esa mayoría automática y se produjeran tres vacantes en
el alto tribunal. Pese a su eficiencia, Cavagna ya había perdido
la pulseada por la presidencia del tribunal. Su cabeza rodó con
la de Barra y fue designado como encargado de la embajada de Argentina
en Italia. Desde Roma, parecía siempre a punto de ser designado
en el gabinete.
Hubo rumores de que podría convertirse en ministro de Defensa,
ministro de Justicia o Procurador General de la Nación. De hecho,
su compañero Rodolfo Barra fue premiado con un ministerio y la
Procuraduría, pero Cavagna no tuvo nada. Abandonó la embajada
por problemas de salud y todas las versiones sobre sus posibles designaciones
fueron apagándose una tras otra. Se había convertido en
descartable para Carlos Menem. Hasta ahora, cuando con el agua hasta el
cuello, el ex presidente le pidió una mano para que lo saque del
brete del escándalo de las armas. Cavagna Martínez vuelve
así al escenario político de la mano del mismo hombre que
lo llevó a la mayoría automática.
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