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Cuando el ejército es la primera baja del ejército

Por Gabriel
Alejandro Uriarte

El actor más importante de la Intifada es el menos estudiado. En parte, esto se debe a que pocos prestaron atención el miércoles cuando el premier Ariel Sharon anunció que había ordenado a la Fuerza de Defensa Israelí (FDI) utilizar “todas las tácticas imaginables” para sofocar la revuelta y acabar con el terrorismo. El hecho de que su declaración fuera ante un grupo de colonos, y que coincidiera con un dialoguismo más prominente del canciller Shimon Peres en Washington dejó la impresión de que no era más que otra bravuconada desde un “súper-halcón” cuya dureza programática no fue capaz de traer seguridad a los votantes que lo eligieron abrumadoramente en febrero. Sin embargo, los días que siguieron demostraron que el anuncio era mucho más que palabras. Hasta ayer, el ejército israelí había montado cinco ataques contra objetivos palestinos, dejando 27 muertos y heridos entre dirigentes de las organizaciones Hamas, Jihad Islámica y Al Fatah (de Yasser Arafat), decenas más de víctimas civiles, y varios cuarteles y residencias en ruinas. Así, Israel ensaya la tan temida “opción militar” por primera vez desde el comienzo de la Intifada. Pero hay indicios de que la principal víctima de las Fuerzas Armadas israelíes serán las mismas Fuerzas Armadas israelíes.
A primera vista parecería ser todo lo contrario. Como estimó el analista de defensa del diario The Guardian, “en términos militares, la contienda es la más desigual imaginable, con ametralladoras AK-47 y piedras contra helicópteros artillados y tanques pesados”. La imagen se refuerza si se citan las comparaciones globales entre las fuerzas de ambos bandos. El israelí es el Ejército más poderoso de la región, con más de medio millón de soldados, entre activos y reservas, más de 6.000 tanques y una de las mejores fuerzas aéreas del mundo. Contra esto, las “fuerzas de seguridad” de Arafat, el embriónico Ejército Nacional Palestino, no pueden oponer más 35.000 hombres, a lo sumo el doble si se cuentan los militantes armados de las organizaciones terroristas como HAMAS, y ninguno está armado con algo más pesado que morteros y ametralladoras. Territorialmente, el Ejército israelí dejó de estar atado a la retención y patrullaje de la totalidad de Cisjordania y Gaza, y sólo debe aislar las zonas palestinas y proteger las colonias judías dentro de ellas. En cifras, redujo su despliegue por más de 1.300 kilómetros cuadrados, y su patrullaje activo por aproximadamente un 40 por ciento (2.199 km2). Es por eso que mientras que las imágenes más comunes de la primera intifada eran tropas israelíes sumidas en un laberinto de callejuelas palestinas, en la actual casi todos las fotos muestran multitudes de palestinos mantenidos a raya por puestos fortificados israelíes. Al mismo tiempo, se incrementó el despliegue de especialistas, tales como francotiradores y la Policía de Fronteras, en esos puestos. El resultado fue previsible. Mientras en 1987-1993 morían un promedio de 17 palestinos cada vez, ahora el número trepó a 57, más del 200 por ciento, contra cifras mínimas de muertos y heridos israelíes.
Pero hay otras cifras que son menos reconfortantes para el gobierno de Sharon. Según el Foro de Comandantes de Batallón (una organización de coroneles de reserva), por ejemplo, menos del 40 por ciento de los 540.000 hombres en las listas de reserva se presenta a filas; de estos, sólo un cinco por ciento se queda por más de 26 días y sólo un 10 por ciento es destinado a unidades de combate. “Un reservista tiene que ser un verdadero idiota para abandonar su trabajo y familia para arriesgar su vida en combate”, resumió el diario Haaretz. Es aun peor si se considera que un 20 por ciento de los jóvenes israelíes están exceptuados de la conscripción y del servicio de reserva. Muchos más pueden evadir ser enviados a los territorios palestinos con sólo pedirlo, lo que significa según un analista que “sólo los idiotas y los extremistas van a pelear”.
El problema al que se enfrenta el Estado de Israel es muy similar al que atravesó Estados Unidos en la década del 60. No es tanto político sino simplemente demográfico. En ambos países, el principio de servicio universal comenzó siendo aplicado con muy pocas excepciones, pero sediluyó a medida que aumentaba la población. En Estados Unidos, por ejemplo, un 88 por ciento de los jóvenes de 18 años eran conscriptos durante en 1956, pero sólo un 65 por ciento en 1964, mientras que ese grupo de la población había aumentado por casi el 50 por ciento tras el baby boom. Las Fuerzas Armadas ya no podían absorber tantos civiles, y decidieron liberalizar las exenciones por educación, ocupación, etc, con efectos notorios durante la Guerra de Vietnam. Es exactamente lo que sucede ahora en Israel. Su Ejército había nacido como una verdadera nación en armas en 1948, y todavía en 1968 representaba el 10 por ciento de la población (según el viejo Estado Mayor Alemán, lo más que puede sostener una sociedad sin amenazar su funcionamiento como tal). Entre la guerra del Yom Kippur de 1973 y la invasión al Líbano de 1982, el Ejército regular israelí se expandió un 67 por ciento, de 115.000 a 170.000 hombres, pero en ese período la población subió un 84 por ciento. Gran parte del aumento en el Ejército, además, no iba para las unidades de combate. Según el informe de un oficial renegado, Emmanuel Wald, la cantidad de hombres en unidades de combate bajó del 39 al 33 por ciento, y ahora sería de un 20 por ciento. En realidad, desde 1982 las filas el Ejército regular israelí sólo aumentaron por 3.000 soldados, y las de la reserva bajaron en 115.000, todo esto mientras que la población es un 71 por ciento mayor.
Inevitablemente, el resultado es una flagrante desigualdad social entre quienes sirven y quienes no. Muchos médicos están dispuestos a otorgar certificados de exención falsos por el suficiente dinero, e incluso dentro de las fuerzas activas “los puestos de combate y de guardia están a la venta por unos cientos de dólares”, se quejó un oficial retirado. Los que sí pelean son entonces los soldados más ideologizados, lo que se traduce en una preponderancia de oficiales y soldados religiosos: más de la mitad de los comandantes de compañía pertenecen al partido ultranacionalista Moledet, y quizá hasta el 30 por ciento de los hombres en las unidades de combate. Esto creó serios problemas durante la primera fase de los Acuerdos de Oslo, cuando algunos oficiales se negaron a replegarse de ciudades “santas” como Hebrón. Los planes para “profesionalizar” al Ejército sólo afianzarán este cuerpo regular primordialmente nacionalista y conservador. Es decir, el Ejército israelí se estaría convirtiendo en un elemento cada vez más aislado y hostil hacia la sociedad que defiende.
Por ahora los problemas son más inmediatos. La conscripción puede ser deseable para la equidad social, pero no es ideal para combatir una insurgencia popular. Se sabe que durante la primera intifada un 73 por ciento de las tropas consideraban “muy desmoralizante” ser desplegado a los territorios, y un diez por ciento debía ser enviado por la fuerza. Las cifras actuales son cada vez más similares, con al menos 3.000 soldados que evaden ser destacados en los territorios.
La interpretación positiva de esta crisis es que forzará a Israel a buscar una salida negociada al conflicto. Citando la experiencia de Estados Unidos y Francia, el historiador israelí Martin Van Creveld sentenció que “aquel que lucha contra el débil terminará debilitándose y perdiendo la voluntad de lucha”. Pero es demasiado inteligente como para no admitir que Israel “no cuenta con un Mar Mediterráneo o Pacífico que lo aísle de su derrota”. Ante un Yasser Arafat que rechazó las ofertas más generosas que cualquier gobierno israelí podría realizar, y que parece haber perdido el control sobre sus propias fuerzas, Sharon no tiene así otra alternativa más que probar con la fuerza. Sin embargo, al hacerlo extrema las contradicciones de un Ejército convencional conscripto forzado a luchar contra una rebelión popular. Es una carrera contra el tiempo. Y lo más importante que está en juego no podría no ser la independencia palestina sino la supervivencia de las Fuerzas Israelíes de Defensa.

 

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