Por S.K.
Menos celulares, menos teléfono,
impuestos que no se pagan, servicios cortados, artículos de primera
necesidad que se dejan de comprar, chicos que dejan la escuela paga, familias
que no pagan la cooperadora de la pública, menos taxi, gente caminando
para ahorrar el pasaje de colectivo, salidas sin cine ni restaurante,
menos delivery, fútbol cada tanto, cable sin paquetes premium o
directamente suspendido, menos horas o ninguna de servicio doméstico:
es el panorama de un país en recesión donde cada vez se
mira menos la marca y más el precio hasta de los alimentos más
básicos. La encuesta de Consultora Equis para Página/12
descubre cuáles fueron los cortes que hicieron los argentinos ante
el achique general, cuáles fueron los sectores más afectados
y cómo actúan estas variantes en el ya estructural retroceso
de la distribución del ingreso.
El estudio identificó 15 postergaciones de consumo
que realizan los argentinos por la recesión. La abrumadora mayoría,
un 82,8 por ciento, compra sus productos de primera necesidad por el precio
y ya no por la marca, mientras que un 54,1 redujo la canasta de artículos
indispensables. La mitad redujo o eliminó el celular, suspendió
el pago de impuestos y servicios municipales, tuvo menos horas o se olvidó
del servicio doméstico, toma menos taxis, va menos o no va al cine
y al restaurante, y camina para ahorrar el boleto. Un 38,7 por ciento
pide menos delivery o directamente tiró los imanes de la heladera,
mientras que un 36,2 pasó a los chicos a la escuela pública
o, si ya estaban allí, no paga más la cooperadora. El mismo
porcentaje redujo lo que gasta en teléfono, mientras que el 34,1
va menos a la cancha, el 28,5 eliminó el cable o por lo menos los
paquetes extra y al 23,6 le cortaron algún servicio por falta de
pago. El 38,8 por ciento de los hogares sufrió hasta cuatro de
estos achiques y un mayoritario 47,4 sufrió entre 5 y 9. Un 13,8
los padeció todos.
En los cuadros adjuntos se describe qué ajustes domésticos
hizo cada clase social, y cómo recortó cada clase social
sus gastos. Esta información debe interpretarse en el marco de
la distribución del ingreso. Como muestra el gráfico en
la página 2, desde 1974 la riqueza no para de concentrarse. Hace
27 años, el 10 por ciento más rico del país ganaba
12 veces más que el 10 por ciento más pobre. Hoy, la minoría
más rica gana 26 veces más. El coeficiente de Gini un
número que indica qué tan pareja es la distribución
del ingreso en una sociedad no para de aumentar, lo que también
apunta a una suba de la injusticia. De hecho, es el peor que registra
el período, sólo superado por el de la hiperinflación
de 1989.
La clase media que tiene ingresos familiares de por lo menos 2000 pesos
mensuales tiene una vida cada vez más ascética según
el estudio, que compara los gastos entre fines de 1997 y fines del 2000
en el Gran Buenos Aires. Si bien es la que menos cortes de servicios tuvo
por falta de pago 9,7 por ciento de ese sector tuvo que sufrirlos
controla los precios de los productos de primera necesidad en un 56,9
y deja de comprarlos en un 35,9 por ciento de los hogares. Un tercio ya
no paga sus impuestos, redujo sus taxis, le puso candado al teléfono,
eliminó o redujo la ayuda doméstica, las idas a la cancha,
el cine y los deliveries. Un mayoritario 58,6 devolvió o redujo
el gasto en celular y un 42,4 come menos afuera. Sin embargo, hay dos
rubros que parecen haber sido defendidos por este grupo social: el cable
y la escuela. Sólo el 16,6 por ciento renunció a este tipo
de televisión o cortó los servicios premium, y el 92,7 mantuvo
a los chicos en el mismo colegio o siguió pagando la cooperadora.
Los pobres hicieron los ajustes más duros y básicos: el
65 por ciento camina para no pagar un boleto, al 64 por ciento le cortaron
algún servicio, el 51,4 no puede aportar a la escuela.
Piso y distribución
Para Artemio López, titular de Consultora Equis, el panorama
que traza su encuesta no es una simple etapa sino la
aparición de un nuevo piso en el consumo, que afecta
como mínimo al 60 por ciento de los argentinos. La
clave de la permanencia de este fenómeno la encuentra López
en los niveles de alta regresividad en el distribución
del ingreso, que es lo que modela realmente el consumo de la gente.
Por eso, el encuestador piensa que aunque haya una reactivación,
el consumo no picará rápidamente: El problema
es la depresión de los niveles de participación de
los pobres, los sectores medios bajos y los medios-medios, que va
en camino de ser estructural. Los pobres son los que más
porcentaje de consumo resignaron, la clase media la que vivió
la mayor pérdida en términos absolutos.
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OPINION
Por Rudy
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Cómo bajó el consumo
Hay gente que iba a la cancha y le tiraba monedazos al referí:
ahora van y lo insultan, a ver si el tipo se enoja y les tira unas
monedas...
Yo antes tenía
un tiempo compartido de dos semanas: ahora tengo uno
de 15 minutos. Pero para compensar, también tengo baño
compartido.
Realmente todo el mundo
trata de disminuir los gastos superfluos: mi vecino, por ejemplo,
dejó de pagar los impuestos.
La que se toma en serio
lo de achicarse es mi cuñada: ya bajó como 30 cm.
Teníamos un lindo
auto, pero lo usábamos sólo para pasear. A pesar de
la crisis, no lo vendimos: ahora lo usamos para vivir.
Antes cada vez que mi
mujer chocaba el auto, yo cambiaba de auto; ahora cambio de mujer.
Me sale menos.
En increíble cómo
bajó todo en la Argentina: hasta el narcisismo. Ya se habla
del porteño achicado.
La tele ayuda a superar
la mishiadura: mi hijo me pidió plata para alquilar un video
de terror; yo lo senté a ver la última conferencia
de prensa de Cavallo y me ahorré los 3 mangos. En lugar de
pastillas para dormir, usamos los discursos presidenciales. Gracias
a los reality-shows nos ahorramos un montón de plata en terapia:
en lugar de tener nuestros propios conflictos, usamos los de ellos.
Hace treinta años
los argentinos decíamos, orgullosos: El año
pasado me fui cincuenta días a Francia, Checoslovaquia y
Bulgaria. Hoy afirmamos con el mismo orgullo: El año
pasado le di 50 centavos a un refugiado bosnio o rumano.
Gastábamos demasiado
en servicio doméstico, así que le bajamos el sueldo
a la mucama. En compensación, le subimos las tareas.
Llegamos a un acuerdo
con nuestros vecinos y compartimos el gato.
En una época mi
sueldo era igual al precio de una computadora. Hoy también:
la misma computadora.
Con mi mujer decidimos
compartir el auto: yo lo uso lunes, miércoles y viernes y
ella, martes y jueves. Lo mismo decidimos con el sexo.
Cada vez que mi mujer
compra algo a crédito, la puteo al contado.
Me compré un celular
con un plan buenísimo: por la misma plata que gastaba para
hablar 1 hora, ahora puedo hablar 15 minutos.
Antes teníamos
medicina prepaga, pero ahora usamos la medicina preventiva: les
prevengo a mis familiares que mejor que no enfermen...
Para captar clientes
para celulares, las telefónicas pusieron un plan ahora
las llamadas las paga el que llama; cuando pongan otro las
llamadas las paga Magoya, yo me anoto.
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OPINION
Por Sandra Russo
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Uno, dos, tres
1 Se queda con el abono básico
y renuncia al paquete Premium. No más partidos ni películas
picantes. Hace dos años que no se toma el mes completo de
vacaciones. Dos semanas y listo. Los chicos siguen yendo al colegio
privado, pero no usan el servicio del comedor: llevan vianda. Ella
va a la peluquería a cortarse, pero no a teñirse:
la tintura se la hace en su casa. El sigue jugando al tenis en el
club, pero no toma clases: perfeccionar la volea quedará
para otra vida. Ayuda a sus padres, pero ya no les pasa quinientos
pesos: les da la mitad y lo refuerza con una compra de supermercado.
2 Después de varios meses en
mora, le cortaron el servicio del cable. Hace dos años que
no se toma vacaciones: usa esas dos semanas para hacer algún
arreglo en la casa o para ir con los chicos a la plaza. Sus hijos
ya no van al colegio privado: los inscribió en la escuela
pública que estaba más cerca de su casa. Ella ya no
va a la peluquería: una vecina la ayuda a cortarse ella misma
las puntas. El dejó de hacer deportes. Jugaba al tenis en
un club del que debió borrarse. Ahora, a veces sale a caminar
por el barrio. Pero sólo a veces, las que tiene ánimo.
No puede ayudar a sus padres, como hacía antes, con los doscientos
pesos que les daba. Cuando los visita, les lleva mercadería
que compra al por mayor.
3 El televisor se rompió hace
seis meses y no pudo arreglarlo. Intenta trabajar las vacaciones
y cobrarlas. El mayor de sus hijos dejó de ir al colegio:
ahora hace changas. Ella hace mucho tiempo que ni se corta el pelo
ni se hace la tintura ni se mira al espejo. No quiere verse. No
quiere recordarse. El antes caminaba o trotaba por la plaza: el
médico se lo había recomendado. Ya no. Llega reventado
del trabajo y sólo quiere meterse en la cama y no hablar.
Desde que debieron traer a sus padres a vivir con ellos la convivencia
no les resulta fácil.
Se achican, se acomodan, se conforman, se deprimen, se rebelan,
se reciclan, se indignan, se inventan la manera de seguir con sus
vidas y de encontrarle a esa vida sus repliegues de amor, de humor
y de sosiego. Pero no es fácil. Cada uno de ellos y ellas
contribuye cada día al ajuste con una nueva renuncia, con
un nuevo sacrificio, con un nuevo balde de agua en un pozo sin fondo.
Esta última palabra se presta para un chiste, pero es malo.
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Panorama
de una recesión |