¿Qué hacés, Tito? ¿Te tocaron lindos
días?, le preguntarán los muchachos del café.
¡Bárbaro!, contestará Dennis Tito, no
sólo porque en el espacio exterior jamás se nubla sino porque,
por sólo 20 palos verdes, se dio el triple gusto de ser el primer
turista espacial, de anunciar que recuperará la inversión
organizando el primer joint-venture de turismo cósmico y de armar
un fenomenal enredo entre los países socios en la construcción
de la Estación Espacial Internacional, que ahora vacilan entre
excluir a Rusia, si ésta insiste en vender cosmotours a multimillonarios,
o, quizá mejor, imitarla. Tito aterrizó ayer a la mañana
en buen estado de salud, según la agencia espacial rusa, pero,
antes de volver a su California natal, deberá efectuar en Moscú
una rehabilitación de dos semanas, luego de haber pasado siete
días bajo gravedad cero.
A las 9.41 de ayer en Kazajstán (2.41 en la Argentina), la cosmonave
rusa Soyuz que transportaba a Tito aterrizó a 300 kilómetros
de Astaná, la capital de ese país. La nave había
tardado tres horas y 20 minutos en el descenso desde la Estación
Espacial Internacional, en construcción a 395 kilómetros
sobre la superficie terrestre; la larga frenada le requirió una
vuelta completa al globo terráqueo. Con Tito de 60 años,
californiano, inversionista llegaron los cosmonautas profesionales
Talgab Musabáyev, de 50 años, y Yuri Baturin, de 51. Habían
partido el 28 de abril desde el cosmódromo de Kazajstán
y habían llegado el 30 a la Estación Espacial.
¡Grandioso, grandioso!, exclamó el cosmoturista
luego del aterrizaje. Estoy volviendo del paraíso.
Antes de emprender el regreso, había declarado: Los días
que pasé en órbita fueron los mejores de mi vida. Mi sueño
se ha convertido en realidad.
La Agencia Espacial Rusa calificó como sobresaliente
su propia experiencia de haber paseado al multimillonario por el cosmos.
Cuatro aviones y diez helicópteros con centenares de militares
y científicos esperaban a los viajeros. Tito, luego de una semana
de permanecer bajo gravedad cero, fue transportado en silla de ruedas
para los primeros reconocimientos médicos. Enseguida, en helicóptero,
los recién llegados viajaron a Astaná, donde los médicos
constataron que los tres cosmonautas estaban en buen estado de salud,
según comunicó la central de control. Desde allí
viajaron a la Ciudad de las Estrellas, en las afueras de Moscú,
centro de preparación de astronautas donde deberán hacer
rehabilitación durante un par de semanas antes de retomar las actividades
normales.
El turista trabajó durante su estadía en el espacio como
camarero espacial, atendiendo la cocina de la Estación.
Además, por supuesto, tomó fotos, filmó, contempló
la Tierra por las ventanillas y presenció el amanecer cada noventa
minutos, tiempo que tarda la Estación en dar la vuelta al planeta.
Antes del viaje, Tito había sido entrenado durante cinco meses
por la agencia espacial rusa.
Yuri Semionov, director de la empresa rusa de viajes espaciales Energija,
sostuvo que de esta manera, todas las habladurías en contra
del turismo espacial deberían terminarse, pero los conflictos
recién empiezan. La agencia espacial norteamericana amenazó
con pedir indemnización a los rusos porque la presencia de Tito
en la Estación habría traído mayor presión
a la tripulación permanente y por lo tanto retraso en obras y experimentos,
según Daniel Goldin, jefe de la NASA. El cosmonauta Musabayev,
en cambio, aseguró que Tito no molestó a nadie.
Las agencias espaciales de Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá
y Japón, socias en la construcción de la Estación
Espacial Internacional, se habían opuesto a la cosmoexcursión
turística por razones de seguridad. Pero los rusos no cedieron
ante la posibilidad de embolsar los 20 millones, que representan casi
el 15 por ciento del presupuesto anual de su agencia espacial.
El senador norteamericano Christopher Bond, presidente de la comisión
que supervisa a la NASA, pidió a esta agencia explicaciones por
su capitulación frente a los rusos al haber tolerado
el tour. El diario Washington Post editorializó hace unos días
que hay algo profundamenteofensivo en permitir que millonarios se
paseen en naves espaciales construidas con fondos públicos.
Estados Unidos financia más del 70 por ciento de la construcción
de la Estación Espacial, presupuestada en 60 a 100 mil millones
de dólares.
John Logdson, director del instituto de política espacial de la
Universidad George Washington, afirmó que los socios de la estación
espacial podrían poner a punto una nave de abastecimiento
y emergencias para no depender más de los Soyuz rusos. Semionov,
sin embargo, se esperanzaba ayer con lograr un acuerdo con las demás
agencias espaciales para que una parte de la estación quede reservada
como módulo comercial para este tipo de viajes.
BIGGS
LLEGA A LONDRES TRAS 35 AÑOS DE EXILIO
El que se fue sin que lo echen
Empeñado hasta el fin
en diseñar su propia vida como la de un personaje de novela, el
legendario ladrón Ronald Biggs cumplió su extraña
decisión de retornar a Gran Bretaña, de cuya Justicia permaneció
a salvo durante 35 años. A los 71, muy enfermo, junto al hijo que
hoy tiene 26 y cuyo nacimiento le garantizó todo este tiempo la
residencia en Brasil, el cerebro del robo al tren correo partió
ayer hacia Londres, donde la policía lo espera para hacerlo cumplir
una condena de 30 años.
Soy un hombre enfermo. Mi último deseo es entrar en un pub
como un inglés y pedir una pinta de cerveza, escribió
Biggs en el mail que, hace una semana, envió a Scotland Yard anunciando
su decisión de volver. En 1963, había protagonizado el robo
del siglo al comandar el asalto al tren postal Glasgow-Londres,
en el que, sin disparar un tiro, 15 hombres obtuvieron un botín
de 2,6 millones de libras esterlinas 70 millones de dólares
actuales, de los que la policía sólo recuperó
350.000.
Biggs fue capturado en menos de seis meses y condenado a 30 años
de cárcel, de los que cumplió sólo 15 meses: escapó
mediante una cuerda de sábanas. Localizado en Australia, escapó
en 1965 a Brasil, que no tiene tratado de extradición con el Reino
Unido. Cuando tuvo un hijo con una bailarina de un club nocturno, Biggs
quedó a salvo del riesgo de expulsión. En 1984, un comando
británico que lo secuestró tuvo que devolverlo desde Jamaica,
ante la firme protesta del gobierno brasileño.
Establecido en Río, el ladrón se convirtió en una
atracción turística viviente: cobraba hasta 2000 dólares
por entrevistas periodísticas, y 500 por fotografiarse junto a
visitantes. Hoy, a los 71 años y después de sufrir tres
derrames cerebrales, camina con bastón y casi no se le entiende
cuando habla. En estas condiciones decidió volver. Viajará
en un avión de 14 plazas fletado por el diario británico
The Sun, con dos periodistas. Lo acompañarán su hijo Mike,
el médico brasileño Ricardo Rocha y Bruce Reynolds, uno
de sus cómplices en el asalto al tren.
Para las 9 de hoy, hora de Londres, se prevé su llegada al aeropuerto
de Heathrow, donde, hasta donde puede preverse, lo esperará la
policía para llevarlo, no a un pub, sino a la cárcel.
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