En un hecho histórico sin precedentes, el papa Juan Pablo II se
convirtió ayer en el primer jefe de la Iglesia Católica
que ingresa a un templo musulmán. El octogenario pontífice
romano fue recibido en la mezquita Omeya de Damasco por el también
octogenario gran muftí sirio, el jeque Ahmad Kuftaro. Esta
mezquita es una ocasión que va más allá de la historia
y que dará frutos, comenzando por el restablecimiento de la paz
en el mundo, proclamó el muftí sirio, afirmando hablar
en nombre de todos los demás jeques. Esta mezquita es la madre
de las mezquitas. Vestido con una sotana blanca, su cruz alrededor
del cuello, el Papa respondió: Es la primera vez en 2000
años que un Papa entra en una mezquita. Puedo decir que estoy feliz.
Espero sinceramente que nuestro encuentro de hoy en la mezquita muestre
nuestra determinación de avanzar en el diálogo entre la
Iglesia Católica y el Islam. Juan Pablo II se dirigió
a los presentes en la mezquita de Omeya en Damasco con las palabras de
mis queridos hermanos musulmanes.
El carácter histórico de la visita, emprendida por el mismo
papa que fue también el primero en pisar una sinagoga, fue enfatizado
por analistas en la capital siria, que reconocieron el gran gesto.
Ambos líderes religiosos llamaron a un diálogo entre cristianos
y musulmanes.
Por todas las veces en las que católicos y musulmanes se
ofendieron mutuamente debemos intentar pedir perdón al Todopoderoso
y ofrecernos mutuamente las disculpas, dijo Juan Pablo II. Era el
mismo tono que había empleado el viernes en Atenas para pedir perdón
por los crímenes de hijos e hijas de la Iglesia Católica
contra los ortodoxos. El jeque Ahmad, en tanto, se refirió al conflicto
de Medio Oriente y condenó a Israel. Desde el arribo de los
sionistas y el establecimiento del estado de Israel los agresores practicaron
la injusticia contra musulmanes y cristianos en Palestina, dijo.
Además, culpó a Israel de matar a mujeres y niños,
forzar a la emigración, destruir viviendas y violar lugares sagrados.
El gran muftí solicitó también el apoyo de la Iglesia
Católica ante las Naciones Unidas.
Como es costumbre entre los musulmanes, el Papa se quitó los zapatos
antes de ingresar en la mezquita y se puso unas pantuflas. La Mezquita
Omeya, construida hace 1.300 años, es considerada una de las más
espléndidas del mundo árabe. En ella se encuentra una reliquia
de la cabeza de San Juan Bautista, quien según la Biblia bautizó
a Jesús de Nazareth. Jesús y Juan Bautista son considerados
profetas en el Islam.
El Papa oró unos minutos en silencio delante de la reliquia, pero
desistió de santiguarse en el templo musulmán. Tampoco hubo
ninguna oración conjunta con los líderes religiosos musulmanes.
Previamente, en una misa al aire libre el Sumo Pontífice había
reclamado la paz en Medio Oriente y un diálogo entre cristianos
y musulmanes, al tiempo que criticó a Israel por seguir ocupando
territorios palestinos. La misa fue oficiada también en árabe
y contó con la asistencia de numerosos dignatarios de la Iglesia
Ortodoxa local. Los patriarcas de todas las iglesias orientales, tanto
católicas como ortodoxas, algunos de ellos procedentes de Líbano,
Irak, Egipto y Jerusalén, asistieron a la misa, con excepción
del patriarca maronita libanés, el cardenal Nasralá Sfeir,
que mantiene tensas relaciones con las autoridades sirias, cuya presencia
militar en Líbano critica. El pontífice se veía claramente
agotado. Permaneció sentado en una silla y habló lentamente
y con voz débil.
Ya el sábado, el Papa había mencionado la violencia que
persiste en Medio Oriente y reclamado un regreso a los principios
de la legalidad internacional. Sin tampoco mencionar expresamente
a Israel, reclamó un fin de las ocupaciones de tierra por
la fuerza. En referencia a los palestinos, pidió que se garantice
el derecho de los pueblos a la autodeterminación y se respete la
resolución de la ONU al respecto. Más tarde se reunió
con el presidente sirio, Bashar el Assad, que se pronunció una
vez más a favor de que Jerusalén sea la capital de un Estado
palestino, lo que Israel rechaza. Al recibir al pontífice, el presidenteAssad
afirmó que Israel quiere asesinar todos los principios de
todas las religiones, de la misma forma que ellos (los judíos)
traicionaron a Jesús e intentaron matar al profeta Mahoma.
Un consejero diplomático del primer ministro israelí, Ariel
Sharon, calificó ayer de innobles las declaraciones
de al-Assad, estimando que traducen una actitud antisemita.
En otro gesto políticamente significativo, está prevista
para hoy una visita de Juan Pablo II a los Altos del Golán, que
en parte aún están ocupados por Israel. En una iglesia ortodoxa
griega en la ciudad de Kuneitra, destruida por Israel en 1974, el Papa
quiere orar por la paz.
PRIMER
ATAQUE ISRAELI EN CISJORDANIA PALESTINA
Cortar la cabeza de la víbora
No es tanto una masacre sino
una decapitación. Esa parece ser la estrategia para sofocar la
Intifada de la que Ariel Sharon hablaba el miércoles al darle rienda
libre a su ejército. Ayer tanques y tropas israelíes
penetraron por primera vez en Cisjordania, bajo total control palestino
a partir de los Acuerdos de Oslo de 1993. Sin embargo, como subrayó
el ministro de Defensa, Benjamin Ben-Eliezer, no nos interesa conquistar
territorio palestino. Ben-Eliezer omitió aclarar qué
era lo que le interesaba en esos 300 metros de Belén, pero unas
horas más tarde su objetivo tenía nombre y apellido: Mohammed
Abayat, miembro del partido de Yasser Arafat Al Fatah y el noveno dirigente
de organizaciones palestinos en caer desde que Sharon anunciara su nueva
política.
Nuestro mensaje a los palestinos es simple: si no nos disparan habrá
calma; si lo hacen, combatiremos. El coronel Dani Ganz, que comandó
la incursión de Belén, hablaba ayer con la satisfacción
de estar tomando la ofensiva contra los cazadores ocultos palestinos resguardados
en las zonas A que les cedió Oslo. El acuerdo ya había
sido violado hace poco menos de un mes, cuando Sharon ordenó la
invasión de una zona A en la Franja de Gaza. El premier y su Ejército
planeaban una ocupación de varios meses, y debieron efectuar un
humillante repliegue cuando Estados Unidos condenó la operación
como desproporcionada y desestabilizante. Sharon aprendió
la lección. Las últimas incursiones contra zonas palestinas
son mucho más quirúrgicas y, sobre todo, breves. Por supuesto,
eso no disminuye los daños colaterales que se cobran
estas acciones. Al matar ayer al dirigente de Al Fatah, los israelíes
también dejaron 20 civiles heridos, incluyendo dos niños.
Un ataque el sábado, también en Belén, contra un
dirigente de Jihad Islámico causó 35 heridos además
de la muerte de su víctima. Así, los cuatro ataques quirúrgicos
de los últimos días dejaron un total de 79 palestinos heridos,
una decena de gravedad.
A todo esto, nada hace pensar que las negociaciones se retomarán
en los próximos días. El canciller israelí Shimon
Peres rechazó ayer el pedido palestino de una nueva cumbre de paz,
y parece haber descartado el plan de paz egipto-jordano propuesto hace
una semana. Y uno de los pocos contactos que había entre ambos
bandos fue neutralizado ayer cuando la Corte Suprema israelí le
prohibió al hijo de Ariel Sharon, Omri, actuar como enviado especial
ante Arafat sin contar con rango diplomático formal en el gobierno.
Una bomba cerca de Tel Aviv dejó cinco heridos.
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