Por
Horacio Verbitsky
Hicieron
falta veinticinco años para que el Ejército reconociera
que en Margarita Belén sus tropas produjeron un alevoso fusilamiento
de detenidos políticos. Lo hizo a través de su Jefe de Estado
Mayor, Ricardo Brinzoni, en un reportaje publicado en el diario Norte
de Resistencia, la capital del Chaco. Brinzoni también admitió
la responsabilidad del Ejército en el terrorismo de Estado que
rigió a partir del golpe militar de 1976. Aquel hecho de
Margarita Belén es uno de los muchos episodios penosos y lamentables
frente a los cuales la institución va a asumir la responsabilidad
que le compete, dijo.
Una lectura rápida podría adscribir su confesión
a la línea iniciada por su antecesor Martín Balza. La diferencia
es que Balza nunca fue imputado por ningún acto de la guerra sucia.
Brinzoni, en cambio, era secretario general de la gobernación del
Chaco cuando ocurrió lo que ahora define como un fusilamiento
encubierto y el Centro de Estudios Legales y Sociales ha anunciado
que prepara una denuncia que presentará ante la justicia federal
de Resistencia.
Brinzoni dijo que durante años creyó en la versión
oficial, hasta que en 1980 escuchó comentarios sobre lo realmente
ocurrido, inició una investigación privada y descubrió
que aquello fue un fusilamiento encubierto de detenidos que estaban
en la U.7, los que fueron disimuladamente trasladados y eliminados durante
el viaje. Por cierto se abstuvo de comunicar en qué consistió
esa indagación personal, quiénes fueron los responsables
que identificó y qué actitud siguió una vez establecida
la verdad.
Esto es así porque más que conducir al Ejército,
Brinzoni se dedica a preparar su defensa personal.
Numerosos testimonios de funcionarios y empleados del gobierno chaqueño
indican que el mismo día de la masacre ni los ministros civiles
ni los militares de la guarnición ignoraban lo que Brinzoni dice
haber descubierto mucho después. Su notable reportaje equivale
a una confesión de que acompañó al coronel Oscar
José Zucconi, que comandaba el Grupo de Artillería 7, en
el preciso momento en que se elaboró el engaño a la sociedad.
Brinzoni dijo que si la Justicia lo cita va a concurrirpara aportar
todos los datos que tenga. Cada vez que habla, complica más
su situación. Como mínimo es la de un encubridor que sabía
y calló pero tal vez también sea la de un partícipe,
en grado que la Justicia deberá determinar. Cuando el día
llegue, tendrá que buscar mejor asesoramiento.
Sobre sus funciones de entonces dijo que habían sido netamente
administrativas y estrictamente pasivas y al margen de las
responsabilidades militares, por lo cual no fue mencionado en las
investigaciones legislativas y judiciales. Las pruebas que el CELS ha
recogido y aportará a la causa demostrarán la inconsistencia
de esta pretensión. Además, ya como Jefe de Estado Mayor,
y según su propia aritmética diez años después
de haber conocido la verdad, Brinzoni insistió ante el Senado para
que aprobara el ascenso del teniente coronel Aldo Héctor Martínez
Segón, alias Chancaca, quien fue procesado por su intervención
en la masacre y quedó en libertad sólo gracias a la ley
de obediencia debida. Le otorgó así la protección
del cómplice.
Según Brinzoni, las denuncias del CELS, que atribuye a inquina
de su presidente, obedecen a que aquel discreto capitán de
1976 hoy es el jefe del Ejército Argentino. Me atacan solamente
por la posición que ocupo hoy y no por otra causa. Brinzoni
sabe mejor que nadie que eso no es cierto, porque el CELS se lo dijo en
la respuesta al recurso de hábeas data. El facsímil que
se reproduce en esta página corresponde a una publicación
del diario «La Razón» del 28 de diciembre de 1984.
En ella el presidente fundador del CELS, Emilio Mignone dice que los tenientes
coroneles Oscar Angel Bianchi y Athos Gustavo Renes y el mayor Ricardo
Guillermo Brinzoni«participaron directamente en la masacre, ya que
formaban parte del grupo que trasladó a los detenidos desde la
cárcel de Resistencia para llevarlos, supuestamente a la Unidad
7 de Formosa, pero como se sabe nunca llegaron». Brinzoni era entonces
un ilustre desconocido, lo cual descalifica su interpretación,
que le hizo repetir al ministro de Defensa, cuando Horacio Jaunarena aún
no conocía este antecedente. Es improbable que el ministro le agradezca
ese innecesario paso en falso.
Pese a sus protestas de acatamiento a la Justicia, Brinzoni no se privó
de cuestionar una vez más la nulidad de las leyes de punto final
y de obediencia debida dispuesta por el juez federal Gabriel Cavallo.
Hay quienes desafortunadamente quieren seguir viviendo anclados
en el pasado. ¿Por qué seguir insistiendo en cargar con
mochilas del pasado?Cargar con culpas del pasado nos tira hacia atrás,
nos lleva permanentemente a mirar hacia aquellos años tan lamentablemente
vividos y nos quita fuerzas para encarar el futuro. Hay otra cosa: de
ese pasado todos somos de alguna manera responsables y copartícipes.
El Jefe de Estado Mayor no ha advertido que él es la insoportable
mochila que pesa en la espalda de los jóvenes oficiales del Ejército,
que no fueron ni responsables ni copartícipes de aquellos hechos
horrendos que él protagonizó. Es Brinzoni quien no tiene
fuerza para mirar el futuro, porque sus pies están hundidos en
aquel fangal. En sus ansiosos movimientos por impedir que lo trague intenta
arrastrar a todos los oficiales detrás de sí. Por eso volvió
a insistir con la creación de un foro o un espacio de diálogo
donde todo aquel que tenga algo que decir sobre el tema de los desaparecidos
y violaciones a los derechos humanos lo diga con tranquilidad, sin temores,
sin pasiones y con objetividad. Para ello haría falta que
no hubiera condena social ni castigo penal, agregó. Es otra falacia:
desde el indulto de 1990, la posibilidad de persecución penal estuvo
cerrada y, sin embargo, nadie del Ejército aportó un solo
dato útil, ni siquiera cuando Balza les prometió en 1995
que podrían hacerlo en forma confidencial. Y cuando el juez Adolfo
Bagnasco y el fiscal Miguel Osorio allanaron el Estado Mayor y de acuerdo
con el plano que les entregué llegaron a la cintoteca de inteligencia,
el Ejército se rehusó a facilitar los códigos que
hubieran permitido leer la información sobre los desaparecidos
que contenía.
Rechazada por los organismos de derechos humanos y sin el respaldo del
gobierno nacional, que no desea involucrarse en esta jugada privada de
Brinzoni, la mesa de diálogo con la que el jefe del Ejército
intenta sustituir la acción de la Justicia sólo cuenta con
un guiño de aprobación de algunos legisladores justicialistas,
como Miguel Toma, Alicia Pierini y Mario Cafiero, y de los restos de la
desprestigiada conducción montonera que por esa vía aspiran
a una nueva edición de los quince minutos de fama de la metáfora
de Andy Warhol.
El molde hipócrita y santurrón que produjo al ex dictador
Jorge Videla sigue en uso. Si el discreto y pasivo Brinzoni, con sus buenos
modales y su tono de violencia apenas contenida quisiera entablar en serio
alguna forma de diálogo con la sociedad, podría empezar
por decir de qué modo el apoderado del partido nazi Nuevo Triunfo,
Juan Enrique Torres Bande, llegó a ser su abogado de confianza,
quiénes son los oficiales que lo introdujeron en el Ejército
y qué sanciones se les aplicaron. Para seguir debería explicar
por qué promovió al puesto más alto del escalafón
profesional de Sanidad al general Félix Juan Domínguez,
quien tuvo a su cargo a partir de 1978 el sector de Epidemiología
del Hospital Militar de Campo de Mayo, donde las mujeres detenidas-desaparecidas
esperaban maniatadas y encapuchadas el momento de parir hijos que serían
entregados a familias militares según una lista de espera, mientras
ellas eran asesinadas. Ya no importa demasiado lo que el Jefe de Estado
Mayor diga sobre estos hechos porque será la Justicia la que se
encargue deDomínguez, y de él mismo, por más que
Brinzoni dialogue con las mesas, que es lo único que va quedando
de su plan.
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