Para que
un orden político consiga sobrevivir a los cambios propios
de todas las sociedades modernas es necesario que los comprometidos
con él sepan incorporar a los rebeldes, transformándolos,
les guste o no, en pilares de statu quo cuya mera presencia entre
los presuntamente poderosos sirva para apaciguar a la próxima
generación de inquietos. Claro, esta modalidad no funcionará
si el sistema es demasiado rígido como para permitirles a
los así domesticados ufanarse de por lo menos algunos logros
valiosos. Pues bien: más allá de su aporte a un triunfo
electoral nada espectacular sobre un rival débil, ¿qué
pudo exhibir Carlos Chacho Alvarez luego de algunos
meses en la vicepresidencia? Casi nada. Su participación
en el gobierno de Fernando de la Rúa pareció significar
que, fuera de la caza de dos o tres emblemáticos
léase, chivos emisarios, no habría ninguna
lucha en serio contra la asfixiante cultura de la corrupción,
que todo quedaría en lo testimonial, para emplear
lo que para él es una mala palabra.
El fracaso de Alvarez lo es también del orden político
nacional. Al fin y al cabo, no es que haya representado una causa
fantasiosa, una mera expresión de deseos que se haya elaborado
en el café de la esquina. Por el contrario, la conciencia
de que es imprescindible reducir a niveles menos esperpénticos
la corrupción política, empresa que requeriría
reformas profundas, está compartida por buena parte de la
ciudadanía y, como si esto ya no fuera más que suficiente,
también por los mercados y por los gobiernos
de los países más avanzados. Asimismo, hasta el Banco
Mundial concuerda en que los de arriba deberían tratar el
drama social como algo más que una fuente de materia para
discursos hipócritas.
Luego de dar su portazo, Alvarez opinó que la
política atraviesa una crisis terminal. ¿Estaba
en lo cierto? Si creía que el PJ y la UCR se desmantelarían
el día siguiente, claro que se equivocaba, pero el que aún
estén entre nosotros no quiere decir que el orden que juzgó
agonizante ya goce de buena salud. En verdad, lo único que
mantiene con vida a los aparatos característicos de la vieja
política es la expectativa de que en las próximas
elecciones sus listas recauden los votos de siempre a pesar de que
hayan abandonado la pretensión de estar en condiciones de
gobernar el país al confiar esta tarea a Domingo Cavallo.
Puede que el sistema político efectivamente existente se
prolongue algunos años más, pero aun así sorprendería
que los anatemas de Alvarez no resultaran ser proféticos,
lo cual no querría decir que a él le tocaría
desempeñar un papel clave en lo que sobreviniera después.
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