Por
Cristian Alarcón
Los
tiros del domingo a la noche en la comisaría de Villa Zapiola,
Moreno, dejaron a tres policías mal heridos, uno de ellos en coma
por una bala que le entró por un ojo y casi le vuela los sesos.
Fueron tres los ladrones que vieron los uniformados que lamentaban la
ausencia del fútbol dominguero cuando a las 21.45 los tomaron por
asalto. Venimos a llevarnos a un preso, dijo uno, con las
manos ocupadas en dos gatillos poderosos. Pero nunca llegaron a tener
acceso a su objeto de rescate. Endurecidos por el consumo de cocaína,
según el relato policial, los tres antihéroes se toparon
con la tozudez de los bonaerenses que ni amenazados por un probable itakazo
les entregaron el manojo. Al contrario, un subcomisario salió al
encuentro desde los fondos, y así se largó un tiroteo en
el que cayeron los agentes. Los ladrones dispararon sin parar, luego corrieron.
No llegaron muy lejos. A pocas cuadras los rodearon con decenas de patrulleros,
helicóptero, luces aéreas, y las cámaras de la TV
que alcanzaron a llegar a lo que fue un operativo de película.
El hombre que iba a ser rescatado estaba preso por una causa caratulada
robo calificado por armas de fuego, tenencia ilegal de arma de guerra,
y atentado. Fuentes policiales insistieron ayer temprano en que
Marcos Rodríguez, tal su nombre, ya había pasado doce años
preso por otros delitos. Lo cierto es que había caído cuando
intentó robar una farmacia y tomó de rehén a la mujer
que la atendía. Hacía dos meses que estaba en la comisaría,
junto a otros siete hombres. Ayer a la mañana, en la puerta de
la seccional, que quedó marcada por la balacera, el todavía
ministro de Seguridad, Ramón Verón, hizo alusión
a lo que ya motivó una serie de quejas de la fuerza: la cantidad
de reos que pasan sus días en calabozos de la policía, la
mayoría de las veces hacinados y en pésimas condiciones
de salubridad y seguridad. Esta comisaría es muy pequeña.
La dotación es mínima. No está preparada para alojar
a detenidos de la peligrosidad de los que estaban acá, dijo.
La comisaría de Villa Zapiola es como una casa tipo, con hall,
antejardín y paredes con cerámicos que imitan el ladrillo
a la vista. En lo que sería el living, la oficina de guardia, estaba
el cabo primero Rubén Saavedra. En la puerta estacionó un
coche, a modo de remise. Los tres ladrones, Gerardo Darwin Cardozo, 24
años; su primo Fabián Alejandro Pérez Cardozo, 19;
y uno de 17 años cuyo nombre se protege bajaron de él y
entraron como si de hacer una denuncia se hubiera tratado. Dos de ellos
tenían armas cortas: una sofisticada pistola Glock como la
que ultimó al empresario Mariano Perel, dos nueve milímetros
como las de la policía- y un revólver calibre 22 largo.
Pero Saavedra no tenía las llaves.
El tercer hombre cargaba una escopeta Itaka recortada y con ella en el
frente dio tres pasos hasta la oficina del oficial de servicio, esta vez
de turno el ayudante Pablo Vega. Según ayer coincidían tres
fuentes policiales, Vega se salvó por un suerte desmedida. No sólo
que no entregó las malditas llaves, sino que al caérsele
la pistola así lo contó a Página/12 el comisario
de Zapiola, Vasquez el ladrón cargó su escopeta para
destruirlo, pero el arma no disparó. Fracasado ese intento, y según
el parte de un vocero de prensa de la fuerza, los otros dos hombres se
llevaron a Saavedra hacia el fondo, donde está el calabozo, del
cuello y con un arma en la cabeza.
Lo de Vega no terminó en que se salvó de los perdigonazos
de la Itaka. Fue él, según su jefe Vásquez, el que
le avisó al subcomisario Marcelo Scachi, que estaba en el privado
de la seccional con otro agente. Y así antes de que el tiroteo
comenzara el aviso a todas las unidades de Moreno estaba dado. Lo demás
fue muy breve, pero ruidoso. Al aparecer en escena Scachi estalla el tiroteo.
Aún no se sabe con balas provenientes de qué armas cayeron
primero el ayudante de judiciales Juan Carlos Doubler, con un tiro en
el cuello y uno que le hizo perder el glóbulo ocular y que lo mantiene
en un coma profundo, con un seguro daño cerebral. Enseguida cayó
también el encargado de turno, Julio César Segovia, que
estaba en elcasino y caminaba hacia la guardia. A Vega, según contó
el segundo Jefe de la Departamental de Mercedes, Julio Ravenna, Scachi
alcanzó a arrastrarlo hacia el fondo, desde donde resistió
hasta que se quedó sin balas.
Cuando estuvo claro que no llegarían nunca a los calabozos los
ladrones dejaron la Itaka tirada y salieron a la calle. Por ahí
pasaba un cabo de Franco, Walter Lucero. Los tres en fuga bajaron a una
familia de un Renault 19. El supuesto remise había volado al primer
tiro. Pero el auto se paró a los pocos metros. Alcanzaron a tirotearse
desde él con Lucero, que recibió un tiro en el hombro. Al
final volvieron a correr. Claro que la zona ya estaba llena de patrulleros.
Una de esas luces que bajan de un helicóptero y buscan en la oscuridad
los encontró rendidos, y con las armas descartadas, en el patio
de una quinta y en un terreno baldío.
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