Por Horacio Cecchi
El 81 por ciento de los mayores
de 60 años porteños se siente maltratado por la sociedad.
La cifra contundente, que surge de una encuesta multitudinaria realizada
por la Secretaría de Promoción Social del gobierno porteño,
pone a la cabeza de las críticas a las instituciones del sistema
de salud, seguidas de cerca por la burocracia de los organismos públicos,
las empresas de transportes y las de servicios públicos. Respecto
de estas últimas, la posición es tajante: el 87 por ciento
de los encuestados consideró como tema prioritario solucionar el
estado de las veredas, rotas por esas mismas empresas. La importancia
de la consulta no sólo reside en la cantidad de participantes 61.300,
sino en que los mayores de 60 años representan casi la cuarta parte
de la población total de Buenos Aires.
La consulta fue lanzada con la intención de conocer las necesidades
de la tercera edad y adecuar las políticas de gobierno en ese sentido.
El resultado fue mucho más impactante de lo imaginado, y más
aún si se tiene en cuenta que los consultados constituyen el 9,16
por ciento del total de ancianos porteños. Ayer, el gobierno presentó
un preinforme en el que se detalla la proyección de unos 8.323
casos ya procesados. Una amplia mayoría fueron mujeres: 61 por
ciento, una cifra semejante a la del total de la población de esa
edad.
Las cifras detalladas en el trabajo echan por tierra imágenes clásicas,
como la del rol pasivo de la vejez. El 57 por ciento de los encuestados
se mostró interesado en participar en actividades solidarias, comunitarias
y de voluntariado. Esta disposición solidaria informa de
sujetos de derecho activos con voluntad de participación ciudadana,
dice el informe. Vivimos en una sociedad donde el rol de los mayores
es cobrar su jubilación, cuando la tienen, recibir atención
médica y esperar la muerte, sostuvo Ernesto Isuani, secretario
de Tercera Edad y Acción Social de la Nación, que participó
en la presentación del preinforme.
Del espectro consultado, el 81 por ciento respondió que recibe
jubilación o pensión. La cifra fue relativizada por el secretario
de Promoción Social, Daniel Figueroa: La encuesta fue abierta,
pero fue motorizada a través de los Centros de Jubilados, lo que
marca una tendencia, sostuvo. Ramón Gutman, vicepresidente
para América Latina de la Federación Internacional de la
Vejez dependiente de la ONU, y presente entre los panelistas, subrayó
el 19 por ciento restante: Me llama la atención que sea tan
alta la cifra. En el resto de Latinoamérica existen innumerables
mecanismos de cobertura y contención que evitan que casi el 20
por ciento de los mayores de 60 años quede sin ningún tipo
de cobertura.
¿Qué diferencia hay entre una persona de 70 años
que no aportó y otra que sí? ¿Por qué se los
trata diferente?, puso el dedo en la llaga un representante de una
de las federaciones de jubilados presentes. Isuani sostuvo que desde
julio, todas las familias del país recibirán cobertura,
hayan o no aportado.
Quedó claro que buena parte de las críticas al sistema se
concentraron en un punto de la encuesta: ¿Usted considera
que sus derechos como adulto mayor son respetados?. Con un no
terminante respondió el 45 por ciento de los consultados, a los
que se agregó otro 36 por ciento, que respondió sólo
parcialmente. Sumando ambos, un 81 por ciento no se siente bien
tratado; apenas un 19 por ciento consideró que sus derechos son
respetados. El sentimiento de vulneración de derechos sostiene
el trabajo informa de la calidad de las instituciones, de su capacidad
de integración.
Dentro del aspecto de los derechos vulnerados, o el maltrato que las instituciones
dispensan a los mayores de 60, la mayor parte de las acusaciones fueron
dirigidas contra los sanatorios, hospitales y obras sociales, un rubro
cotidianamente evaluado por los encuestados: el 66 porciento consideró
que deberían incrementarse las acciones en defensa de sus derechos,
con lo que también evidenciaron una exigencia al gobierno. Muy
cerca de las instituciones de la salud, los organismos públicos
recogieron el 60 por ciento de las críticas. El 55 por ciento fue
dedicado a las empresas de transporte. Queremos una rebaja en los
transportes, ¿por qué no se trata de conseguir algo?,
bramó otro de los representantes.
El 58 por ciento consideró a la calle como uno de los ámbitos
donde más se los maltrata. Te paran a diez metros, lejos
de la vereda, es difícil subir, y arrancan o frenan de golpe,
acusó una de las mujeres. Se refería, obviamente, a los
colectivos.
De la consulta puede deducirse que la cuarta parte de la población
porteña los mayores de 60 años es pasiva a la
fuerza. El 82 por ciento se considera autosuficiente para realizar actividades
cotidianas en la vía pública, pero la calle para la gente
mayor es tierra de nadie: el 87 por ciento señaló a las
veredas rotas por las empresas de servicios entre las cuestiones que les
impide desempeñar sus actividades. Y si están obligados
a permanecer dentro, el círculo al que recurren se cierra: el 68
por ciento recurre a familiares cuando necesita ayuda.
Sienten indiferencia
Ni siquiera lo piensa. Antes el abuelo estaba en la cabecera
de la mesa, ahora en la punta de la mesa está el televisor
y el abuelo está acá, en un geriátrico.
Alberto Alvarez tiene una lucidez extrema y terriblemente cruda.
Tiene 96 años. Mas bien es indiferencia lo que sienten
por los viejos y sigue, avanza, nos miran con conmiseración,
parece que fuéramos los rayados de la sociedad, por la edad
avanzada que tenemos.
Dentro de un rato, Alberto estará jugando en ronda con otros
viejos. Cenará y se irá a dormir, calentito. Hasta
hace un rato, estaba en la punta de otra mesa. La cabeza gacha,
algo dormido. Ahora habla, ahora que no carburo como antes,
cuenta y enseguida habla de esos 96 años y también
de cuando nació. Se acuerda bien: Paseo Colón,
cuando todavía era de tierra. Cuando a los mayores
se los miraba siempre con respeto y con cariño aunque
no fuera pariente, porque siempre nos podía enseñar
algo.
Ahora no sólo está fuera de aquel barrio. También
quedó fuera de su historia. Quizá desde un domingo,
en la cancha de River. Empecé a sentirme viejo cuando
dejé la cancha: no era más el lugar donde nos conocíamos
todos. Y esa vez, ese día al viejo Alberto se le ocurrió
aprobar en voz alta la jugada del equipo contrario: Casi me
pegan y yo era socio vitalicio y no me pude defender, me insultaron.
Le faltaron fuerzas tal vez para volver, pero también compartir
los códigos. Acá todos vamos a jubilarnos, ellos
van a ser lo mismo que nosotros.
¿La gente tiene tiempo de escucharlo?
Dicen que son historias de viejos, que hablamos de tiempos
pasados. Y yo digo: pero son tiempos pasados que son presente. Y
tener respeto por otra persona es pasado, presente y futuro.
¿Tiene espacio para hablar?
Creo que no hay espacio, pero yo razono igual que ellos. Y
las ideas se combaten con ideas.
Hay una época donde las ideas ni siquiera pueden pronunciarse.
Capaz que mis hijas piensan otra cosa dice el viejo,
pero yo nunca quise estar acá, quiero calle. La calle
es territorio abierto, para pisar por donde le venga en gana, volver
a la plaza Dorrego a jugar a las barajas con los amigos, éramos
quince jubilados. Esa vida terminó para mí.
Es la vida que terminó: Desde que estoy acá
estoy muerto.
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Los jóvenes
nos tratan mejor
En los últimos años ahora tiene 80,
Francisco Abate se dedicó a cultivar semillas, preparar árboles
para el campo de uno de sus tres hijos que vive en el sur. Ahora
ya no voy a sembrar plantas que necesiten dos o tres años,
me pongo límites: no lo encaro, trabajo para lo que puedo
estimar me queda de vida. Es un contador retirado hace veinte
años. Uno de esos hombres requerido hasta allí por
empresas, asesor con emprendimientos propios. Ahora sus vicios por
las probabilidades y su pensamiento previsor dan vueltas durante
todo el día. En esos momentos considera la belicosidad
liberada en la calle, entre la gente, siempre excitada, con
ansiedad. Lo piensa cuando se sienta en una sala y espera,
entre los médicos de PAMI y los centros de salud donde no
encuentra el trato adecuado para las personas como yo, con
los problemas que presenta la vida a esta altura.
Se entusiasma cuando intenta volver a pensar cómo lo verán
los otros, los chicos, sus colegas más jóvenes o los
adultos que hasta hace muy poco lo llamaban para consultarlo como
contador. Supone que la crisis o la desocupación pueden explicar
este último tiempo donde no ha recibido consultas ni pedido
de análisis. En su idea de la vejez porque hubo un
momento en que pensó cómo sería ser viejo,
eran los jóvenes y no los adultos los que rechazaban a los
grandes. Me ha sorprendido, nos tratan mejor los jóvenes.
Inversamente a lo que esperaba.
Ninguna de las ideas o sus dedicadas especulaciones sobre la vida
le terminaron explicando cómo sería ese día
cuando amanecería viejo. Ahora que me estoy acercando
al final, lo pienso; tengo una casa grande y mis tres hijos se fueron
y están casados: tuve que asimilar ese contexto de soledad,
haciendo cosas: ya veo cercano el fin, lo pienso siempre.
Ese momento a veces se vuelve extrañamente extenso. Es un
espacio, como un agujero vivo y despierto que va anulando hasta
las formas del programa diario. El viaje a la casa de mis
hijos, en eso pienso dice Francisco están tan
lejos...Y a esta edad.
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Te discriminan,
no servís
Pide un momento, quiere leer algo del cuaderno que acaba de sacar.
La verdadera tumba de los muertos ahora lee: está
en el corazón de los vivos. Ese precipicio negro, para
Sombra Bria no está abierto en ningún territorio físico.
Está en cada uno de los espacios de esa historia de setenta
años ahora replegados. Aún trabaja, escribe, estoy
en mis cabales, no me hago pis encima, me comunico con la gente
dirá: pero te discriman, no servís más,
si no sirven los de cincuenta, menos nosotros.
Tiene un puesto de anticuaria en una vieja galería de Almagro.
Pero también trabaja más. Sobre el mostrador hay pilones
de postales que parecen antiguas pero no: Busco, busco, tengo
tarjetas de Italia, de España... como viajé busco
recuerdos; dónde está la Alhambra, los grandes Alcázares
de Sevilla. Es mi mente, la incentivo así. La memoria
no es para ella un retorno, es un chequeo constante, obsesivo, un
modo de palparse lúcida y escaparle al destierro: Mientras
la mente funcione..., ella se siente en territorio seguro,
en ese ring del que habla nombrando a Ringo Bonavena. Le pedían
que mate al otro, que lo mate, pero él dijo: hay que estar
acá arriba. Porque para Sombra su sobrevida es un ring,
donde estoy peleando para tener mi lugar, no quiero ir a la
casa de mi hijo ni de otro. Está convencida: Cuando
servís te usan, cuando pasás una edad, te mandan a
un geriátrico. Las casas para ancianos aparecen pronunciadas
con demasiada asiduidad entre sus amigos, la gente conocida, como
programa integrado a la moderna planificación familiar. Los
detesto... no es por el encierro... cómo te puedo explicar:
es un desarraigo.
Ese desarraigo es físico y simbólico a la vez, se
reproduce en cada uno de los espacios recorridos. Un viejo
es mejor que muera, eso escuché en la radio: porque son a
los que hay que pagarles la pensión con la plata de las arcas.
Sobre el mostrador, entre platos de cientos de lugares extraños,
adornos distraídos, pedazos de otras historias, Sombra tiene
unos cuadros. Los diseña después de las diez de la
noche, cuando cierra el local. Son cuadros con flores, de pétalos
secos.
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