Por Marcelo Justo
Desde Londres
No era exactamente un secreto,
pero el primer ministro laborista mantuvo el suspenso hasta último
momento. Cumpliendo con los rituales de una monarquía parlamentaria,
Tony Blair se dirigió al mediodía al Palacio de Buckingham
para solicitarle a la reina Isabel II que disolviera el parlamento, pero
la confirmación oficial de que la fecha electoral sería
el 7 de junio ocurrió tres horas más tarde en una escuela
al sur de Londres, ante una audiencia de adolescentes. No era casual que
Blair eligiera una escuela: la educación será uno de los
temas clave de la elección. Tampoco el tono que eligió el
primer ministro. Convoco a estas elecciones con humildad y esperanza.
Cada voto es precioso. Tenemos que volver a conquistar a nuestro electorado,
indicó Blair.
En un primer ministro que lleva unos 20 puntos de ventaja en las encuestas
de los últimos tres meses, líder de un partido que gobierna
con una mayoría parlamentaria de más de 150 diputados, podría
sorprender tanta humildad, pero no cabe duda que ese constituirá
el tono de la campaña laborista. Poco después del anuncio,
el ministro de Salud Ralph Milliband y una serie de pesos pesados partidarios
adoptaron el mismo aire de sencillez franciscana para referirse a la contienda.
Somos conscientes de que no conseguimos hacer todo lo que nos propusimos.
En estas elecciones nos juzgarán no sólo por nuestro desempeño
sino por lo que queda por hacer. La elección va a ser muy reñida,
indicó Milliband.
Esta evaluación sobre el estado de la contienda es quizás
lo único que una al oficialismo y al opositor Partido Conservador.
Es muy arrogante decirle a la gente que no importa votar porque
el resultado ya está decidido. Nosotros vamos a discutir los temas
que le interesa a la gente real, no los que deciden los analistas políticos
políticamente correctos. Y vamos a ganar, indicó el
líder de los conservadores William Hague subido a una tarima y
rodeado de unos 150 activistas partidarios. Por su parte, Charles Kennedy,
líder del tercer partido, los liberal demócratas, se burló
de la humildad laborista. El gobierno que subraya su
necesidad de ser humilde tiene muchas razones concretas para serlo porque
la gente está francamente desilusionada por las promesas no cumplidas
en estos cuatro años, señaló Kennedy.
Contrariamente a lo que pasó con campañas recientes y a
la tendencia existente en muchos otras democracias, los tres partidos
presentan programas claramente diferenciados. La campaña laborista
gira en torno a la necesidad de aumentar el gasto público en los
servicios esenciales en manos del Estado salud y educación
y profundizar su reforma y modernización. Los conservadores proponen
una reducción de los impuestos aunque, obedeciendo la dirección
de las encuestas, aseguran que esto no se logrará a expensas del
gasto público. Los liberal demócratas son los únicos
que postulan un aumento impositivo para mejorar la provisión de
la salud y la educación.
A pesar de esta clara diferenciación programática, las encuestas
predicen uno de los más bajos niveles de concurrencia a las urnas
de la posguerra. La comparación con las dos últimas elecciones
es reveladora. Cuando se anunció la elección de 1992, un
80 por ciento de los votantes dijo que iría a las urnas: cinco
semanas después un 77,7 por ciento lo había hecho. En 1997,
un 78 por ciento dijo que votaría y sólo un 71 por ciento
lo hizo. Ahora sólo un 71 por ciento de los electores dice que
va a votar, lo que podría sugerir que el 7 de junio sólo
un 65 por ciento de los británicos se molestará en hacerlo.
Según el historiador Eric Hobsbawm, se trata de una tendencia profunda
de la política actual. Elproblema es que cuanto menos participa
la gente en las elecciones, más se vuelve la política una
actividad de grupos especializados, que tienden a ser los más privilegiados,
con lo que el gobierno de un país se está convirtiendo en
un asunto de las clases medias y ricas, declaró Hobsbawm.
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