Por Diego Fischerman
La crítica especializada
europea lo considera el violagambista más perfecto y musical de
la escena actual. Su disco anterior, dedicado a Suites de Marin Marais,
fue considerado sobresaliente por las revistas francesas Diapason y Le
Monde de la Musique y por la inglesa Gramophone. Ahora, el argentino Juan
Manuel Quintana acaba de publicar, en el sello francés Harmonia
Mundi, la mejor versión registrada hasta el momento de algunas
de las obras más bellas escritas por Johann Sebastian Bach, sus
Sonatas para viola da gamba y clave. Junto a él toca la clavecinista
Céline Frisch, cuyo disco dedicado a obras para teclado de Bach
obtuvo, también, reseñas deslumbradas.
Estas obras fueron grabadas con instrumentos originales por Jordi Savall
y Ton Koopman en dos oportunidades, por Paolo Pandolfo (que fue maestro
de Quintana), por Wieland Kuijken, Anner Bylsma (en cello piccolo) y Jaap
Ter Linden (profesor de Yo-Yo Ma cuando este quiso adentrarse en el estilo
barroco). La interpretación de Quintana tiene un poco de todas
ellas. El impulso rítmico y los ataques contundentes de Savall
sin sus arbitrariedades, la perfección de Kuijken sin
su prescindencia, la musicalidad del fraseo de Pandolfo aunque
con mayor calor y el sentido de la estructura de Bylsma sin
su agógica a veces disparatada. Quintana pone, casi sobre
todo, la comprensión de la retórica de Bach. Lo sigue en
sus trucos para reclamar la atención del oyente, en sus inflexiones
dramáticas, en su trabajo alrededor del sonido como vehículo
de los afectos.
Parte del encanto de estas tres sonatas reside ya en el título.
Bach no las piensa como sonatas para instrumento solista y bajo
continuo. No se limita a escribir el bajo para que, sobre esa base,
un instrumento armónico (clave, órgano, laúd) improvise
el acompañamiento. Especifica al clave como instrumento y escribe
su parte. Hay un juego de interrelación, de planos entre la viola
da gamba y el clave, de intercambio de papeles. Tal como se complacía
en hacer habitualmente (cuando otorgaba al cello o al órgano funciones
solistas en algunas de sus cantatas), Bach subvierte los planos. La viola
da gamba, muchas veces compañera del clave en función de
bajo, aquí se complace en oscilar entre ese lugar y el del solista.
El CD se completa con la transcripción de la Sonata en Sol Mayor
para violín y clave. Y, tanto en el caso de Quintana como en el
de Frisch (que toca un instrumento Philippe Humeau), lo que subyace es
la fluidez y naturalidad del fraseo. El otro dato relevante es el equilibrio
entre el espíritu casi de danza de algunos de los movimientos con
la serenidad meditativa de otros, sin que se rompa la continuidad entre
unos y otros. O, si se prefiere, el balance exacto entre la línea
corta (el delineamiento de un motivo melódico o rítmico)
y la larga (la sensación de conducción inevitable entre
un movimiento y otro.
Nacido en Buenos Aires en 1972, formado en Ginebra con Arianne Maurette,
en Basilea con Pandolfo y en París donde concluyó
sus estudios en la Escuela Superior de Música con Christophe Coin,
director asistente de Marc Minkovski en Les Musiciens du Louvre, Quintana
toca habitualmente con Frisch y se nota. Mucho más que el disco
de un solista con acompañamiento, estas versiones son el de un
grupo de cámara, en el que la vieja verdad de que la totalidad
es más que la suma de las partes cobra sentido. Parte del mérito
de que esa electricidad ambiente se note pertenece a los ingenieros de
sonido. La calidad de la grabación tal como sucede habitualmente
con el sello Harmonia Mundi es excepcional.
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